Luego de suspender el tiempo histórico y la cotidianidad individualista, luego de destituir la última actualización del pacto oligárquico plasmada en la Constitución del 80, la revuelta dejó sus ecos, sus esquirlas afectivas dispersas sobre las plazas.
En estos meses, esas esquirlas disparadas hacia el infinito, esas modulaciones dentro de una atmósfera atonal y descentrada, han sido capitalizadas y capturadas por el neofascismo. Su éxito, cual arte alquímico, consiste en transmutar el deseo: hacer de la rabia popular y de la potencia común de los cuerpos derramados por las calles, un odio contra el migrante, una valoración de lo securitario, una sacralización de la propiedad y una homologación de todos los tipos de violencias en la condena de cualquier violencia (“venga de donde venga”). Miedo.
Kast expresa la violencia de quien promete una tierra sin violencia: la paz post-mortem para quienes confíen tanto en él como en ellos mismos. Dicho de un modo especulativo, bien podría tratarse de una versión neoliberal y neofascista del discurso de la dignidad, entendida en términos burgueses (“dignitas”). La dignidad de sí, la de quienes se merecen la paz, de quienes cumplen con los méritos para desarrollarse libremente en un país libre: un país digno de ellos, dignos de “nosotros”. Ante la incertidumbre, Kast promete orden; ante la delincuencia, seguridad; ante la injusticia, castigo; ante el Estado, libertad económica; ante el deseo, satisfacción opresiva; ante la migración, una zanja; ante el mundo, Dios. Su discurso es simplista y brutal, y he ahí su virtud: la de movilizar masas a partir de los afectos más básicos, de los miedos más superficiales, de las visiones más evidentes. Kast y el discurso de la contrainsurgencia, hizo de la rabia octubrista la semilla del odio neofascista.
Quizás, tras el tiempo de crisis, allí cuando la imaginación, pese a llegar al límite de su existencia, fue capaz de reafirmar la vida –tal cual lo hace el erotismo del jadeo agonizante que antecede a la muerte-, tras esos tiempos de crisis, digo, donde todas las posibilidades se abrieron al interior de una sola piedra, ya sólo queramos volver a casa, cerrar la reja por dentro para resguardarnos del otrx y acostarnos a dormir en paz junto a la familia. Eso, al fin, es lo que siempre ha querido el fascismo: que lo deseemos.