“Quien lee un poema, más que entenderlo, realiza una experiencia”. Rodrigo Karmy Bolton
1. Resulta irrelevante entender la poesía. El entendimiento, desde Kant en adelante, guarda relación con una actividad sintética (síntesis categorial) que brinda coherencia a los fenómenos en tanto objetos dados a la experiencia sensible. La poesía, no se trata de un objeto más que se presenta dentro del plano (o planisferio representacional) de la experiencia. Al contrario, es ella misma capaz de instaurar una experiencia: nos brinda el don de hacer experiencia. Lo que revela dicho don, la donación envuelta tras ese regalo, es irreductible a cualquier objeto dado “dentro” de la experiencia. Por eso la poesía no resiste equivalencia con otro objeto. Por eso, las ideas tampoco pueden expresarse genuinamente con independencia del medio en el cual se materializan. En suma, tratándose del arte, la materia nunca es un simple medio de sensibilización de una idea, como señalaba Hegel. La poesía es, ella misma, experiencia: la de hacer experiencia. Esa justamente es la forma más general y común de abordar el término griego poiesis: producir un mundo, tan sensible como excesivo, capaz de hospedarnos, un mundo común hacia el cual las cosas tienden, en un movimiento común. Y para ello resulta irrelevante entender la poesía, así como también resulta irrelevante figurar en cualquiera de los dos lugares (nunca del todo precisos, por lo demás) de autor o de lector.
2. Dijimos que no se trata de entender la poesía. Su significado deroga las pretensiones de univocidad de la lógica. Una metáfora puede tener cierta estructura lógica, es cierto. Por ejemplo: “A” es a “C” como “B” es a “D” (“De tus ojos ausentes emergen dos lunas negras”). Pero jamás puede ser ése el único significado, universal y atemporal de la experiencia poética. La “fórmula formalista” sólo sirve dentro de la mecanización reductiva de un modelo explicativo. La fórmula sólo sirve para entender. Y el entender quizás sólo sirva para aplicar la mecánica poética (métricas, rimas, formas, etc) allí donde el producto se vuelve más urgente que el proceso de creación. Así, aquella domesticación desvirtúa el uso singular del poema y su capacidad de hacer y donar experiencia, degradando la poiesis en su versión más baja: una simple tekné.
3. Si el afán lógico intenta reducir la experiencia poética al entendimiento de un formalismo unívoco, el afán humanístico también ejerce una reducción. Estaríamos ante un prejuicio opuesto. En efecto, la hermenéutica, constituida como ciencia del espíritu y de las mediaciones de sentido culturales, intentará reducir la intensidad abismal de la experiencia poética a “algo que habita detrás” del poema. Este algo puede ir desde el rostro del narcisismo empático y personalista, donde el lector se limita a proyectarse en la vida y alma del autor, hasta la pretensión historicista, donde el poema representa un vestigio, el testimonio privilegiado que permite el acceso al supuesto espíritu de una época. En ambos polos de este afán hermenéutico, la experiencia poética es subvalorada en calidad de mero derivado, como un testimonio medial que tiene en vistas una finalidad distinta y más relevante que ella misma; en suma, como un objeto (de experiencia) condicionado, ya sea psicológica o históricamente. El abismo de la experiencia poética, de esta manera, resulta conjurado por la comprensión de su génesis antropomorfa o por la confesión de su más precario secreto: la develación del espíritu de una época.
4. Entonces, ¿de qué ha de tratarse la poesía? Esta es la pregunta central. Y al igual que toda pregunta central, prefigura una respuesta quiditativa. Por ello Heidegger acosó a Hölderlin: buscaba la esencia de la poesía. Y ¿cuál sería la esencia de la poesía? No lo sabemos. Por eso la pensamos. Y también la vivimos. En ese problema nos movemos, retorciéndonos en dicha encrucijada que mortifica, pero también vibrando de éxtasis al son de indomables convulsiones. Hacer la experiencia de la poesía implica recepcionar un acontecimiento: su duración dura lo que tenga que durar. No hay una subjetividad soberana que decida hasta cuándo realizar la recepción de su hostilidad, o que pueda prever el tiempo exacto en que se extraviará en su acogida. Cada poema es un viaje a las tinieblas, a la ceguera. Y sólo lo llegamos a saberlo cuándo estamos allí, en ninguna parte, o cuando ya hemos regresado, si es que lo hacemos, si es que tal regreso existe. Saber eso, estar al tanto del carácter acontencial de la poesía, puede conllevar un pesar, lastimando la risa hasta el ahogo, o también una terapéutica, aligerando el grito hasta su sublimación. En una palabra: se trata de la potencia imperecedera de la vida. Y tal potencia reside a la sombra de cualquier entendimiento y conocimiento, merodea en el reverso indómito, tras el párpado sangrante de ese ojo que todo quiere ver.
5. La poesía -tal vez al igual que cualquier lenguaje- cuenta con una función representacional. Pero tal función no solamente representa en el sentido de una voluntad, despótica e ingenua a la vez, que cree traer al presente la esencia de los objetos referidos en las palabras. Ello sólo sería una poesía referencial, donde el lenguaje cumpliría un simple rol subordinado e inmanifiesto, adhiriéndose servicialmente a los objetos y al orden ontológico que le preexiste. La potencia representacional de la experiencia poética, más bien, oscila levemente en medio de un presente ineludible: es una resignificación del pasado a través de la memoria y una seducción del futuro proyectado por nuestro deseo. Y todo eso sin necesidad de remitirnos a un “yo”: de ahí la comunicabilidad poética y su polisemia. La representación operada en la experiencia poética, en ese sentido, es similar a la experiencia del tiempo que intuye Agustín de Hipona: un presente distendido, habitado por el pasado en cuanto recuerdo, y por el futuro, en tanto proyecto. Y también una distinción del yo individual habitado por el lenguaje que ha heredado de su tribu y las luchas que dará junto a ella. Esa doble distensión, del tiempo y del individuo, se torna capaz de suspender la tiranía cronológica del capital y las relaciones y demandas economicista, contaminando el orden del tiempo sucesivo y de la secuencia lineal de la vivencia precarizada. El poema acontece en un instante. Como escribiera William Blake: “Tener el infinito en la palma de una mano y la Eternidad en una hora.” Dicha hora acontece en la fugaz eternidad de un instante.
6. La poesía excede al poeta. No hay propiedad sobre el poema. No hay apropiación sobre el poema. Nada nos es propio en la poesía. En ella, o con ella, hacemos la experiencia del uso, del hacer y del valor imaginal, de la potencia que funda, contamina y destruye mundos posibles e imposibles: imaginación productiva, quizás habría de llamarla Kant. La poesía excede al autor y al lector, tornándolos indistintos en medio de la batalla. En la fragilidad de sus imágenes, en el accidente de su métrica, en la necesidad contingente de su devenir polisémico, rodamos por la cuesta del sentido y asumimos el vértigo del insondable precipicio. Poesía del delirio dionisíaco o de las tristes pasiones que aún palpitan, poesía de la melancolía no confesada por el héroe o de la estrepitosa puesta en escena del coro trágico; en fin, poesía como multiplicidad y divergencia de poemas posibles, como resistencia a la unidad tanto del canon y como de la especie humana, poesía que hace experiencia de lo que leemos, pero, sobre todo, de lo que no sabemos. La poesía es música. Poiesis: producción de un “No sé”.
7. El “No sé” supura poesía, posibilidad, asombro. No simple ignorancia: es la evidencia de un sujeto que se sabe ignorante. Dicho socráticamente, un sujeto que sabe que no sabe. Pero también, dicho psicoanalíticamente: un sujeto que sospecha de su propia constitución subjetiva, de que no sabe algo que debiera saber. Y finalmente, es la ignorancia de una posibilidad imposible: la que encara a lo ignoto. En suma, se trata de la evidencia de un sujeto que no es autoevidente. El “No sé” se torna poético en cuanto ese no saber afronta el vértigo de lo ignoto. Se trata de un sonido, una ignorancia articulada, una tablilla virgen cuya materialidad está capacitada para resistir todas las formas posibles, todas las palabras y significados por venir. Algunas corrientes budistas piensan que en el bloque de mármol reside la perfección. Más perfecto que el estudio de la proporción naturalista del David de Miguel Ángel, el bloque de mármol yace abierto al universo imaginal, es potencia pura o medio puro: fluidez e indistinción. Sin hallarse limitado a la actualización de una forma, sin ser un medio presto para verse determinado por un acto determinante, su potencia deviene imaginación productiva. Un insípido bloque de mármol es mucho más no sólo de lo que aparenta, sino de lo que es: es el advenimiento de aquello que excede cualquier llegar a ser; es el devenir abierto a un infinito sin totalidad. En la medida que la experiencia poética asume tal “No sé” originario, el flujo, la pluralidad y la hibridez de sentidos desbordan sus cauces (entiéndase sentidos en dos acepciones: tanto como sentidos de la percepción sensorial, cuanto como sentidos en términos metafísicos, o sea, sentidos horiz-ónticos, cosmológicos y ontológicos). Poiesis: producción del “No sé”; nunca producto acabado. El hacer (de) la experiencia poética: avidez y afirmación del sentido hasta en el sinsentido, hasta en la locura, en la muerte. Latir de vida en estado larval. Devenir otro.
8. Pluralidad de sentido, polisemia, imágenes que resplandecen en su intraducibilidad, metáforas imposibles de conceptualizar o metáforas que acogen y transfiguran infinitos tipos de conceptualizaciones, musicalidad y distopía de la rima, forma, caligrama, significados y señales, insinuación, cadena de gestos próxima a quebrarse, a quebrarnos. Los sustantivos anteriores no sólo conforman parte de un poema, no sólo son elementos o ingredientes que se articulan para darle unidad, sino, más bien, se trata de ritmos e intensidades que siempre son más de lo que son: son modalidades que asume el acto de hacer la experiencia poética. Pueden verse como una batería interpretativa, más o menos distantes de un centro semántico, las cuales se vuelven susceptibles de armonizar en conjunto o por separado. Pero también han de padecer de la desgracia del silencio, de no ser leídas, de nunca llegar a ser escritas. ¿Cuántas palabras se habrá tragado la ansiedad de nuestros ojos privándonos para siempre de la posibilidad de pronunciarlas? Esta última posibilidad, la que bordea la nada y el sinsentido, es la más angustiante, pues -expresado heideggerianamente- nos confronta con la muerte: miramos a los ojos la posible imposibilidad de toda posibilidad. Sin embargo, incluso en esa angustia también surge un hálito de poesía. El cariz innecesario de la poesía, el rostro de su carácter contingente, revela la amenaza de una existencia finita, asolando con una tormenta de pasiones tristes a los cuerpos que prevén la muerte: el poeta -albatros en sociedad moderna (Baudelaire)- quien, aferrado a su obra y sin contar con ninguna propiedad más que la identidad estética, camina penitente hacia la muerte, aceptándola sólo tras autoengañarse con la vana trascendencia del reconocimiento. La poesía también es esa mosca que se posa en los rincones más miserables del alma.
9. La irrupción de la experiencia poética y su calidad de acontecimiento estético sacuden la segmentación divisoria del saber, los órdenes reproductivos y optimizadores de la existencia, el tiempo cuantificable del capital, la práctica del consumo, el ejercicio pseudomatemático de la racionalidad instrumental y la degradación individualista del pensamiento especializado. Pero pese a toda esa negatividad, la poesía cuenta con una contracara afirmativa. Bajo tal perspectiva, en ella reverbera la revuelta y la revuelta fluye poesía: la revuelta es la poesía de los cuerpos derramados en las calles (Karmy, 2022). Expresa un habitar común, una ética de lo común, de lo telepático, gestualizada en el involucramiento con un lenguaje metafórico e ingobernable y con la imaginación conectada con un porvenir heredado, pero nunca pronosticable ni predecible. Una experiencia de sobresentido: un milagro que no pregunta por el misterio (el entendimiento, la explicación formal, la comprensión hermenéutica.) que algunos esperan encontrar tras de él. Es la posibilidad de que las cosas del mundo sean más de lo que son. La poesía rescata a las cosas de su agotamiendo en ellas mismas (en su cansancio y obviedad, en su desencanto de utensilios disponibles a la mano del ser humano); también las despierta del bastarse a sí mismas (de su despotismo rudimentario, bajo el cual las corrientes positivistas han identificado la realidad con la materia medible y observable, con la datificación). Gracias a la experiencia poética, las cosas recobran la potencia que, en verdad, nunca han dejado de tener, de ser, de devenir. Si la poesía cuenta con una esencia, ella consiste en abrir la posibilidad de la poiesis: hacer que acontezca lo imposible. Crear otra existencia.
Referencias
-Karmy Bolton, R (2022): “La poesía genera pasiones en el pueblo”. Entrevista en Súper Ciudadanos de Súbela Radio, 14 de enero de 2022. Enlace en https://superciudadanos.subela.cl/episodes