Tariq Anwar / Mundo

Filosofía

El mundo comienza a ser inhabitable. Esto que hoy, en la era en que no podemos menos que sentirnos responsables de la destrucción paulatina del mundo, parece evidente, en realidad representa una contradicción. Aún cuando definamos sus límites como los bordes del lenguaje, mundus es la traducción latina de la palabra griega kosmos, que no sólo representa un orden, sino también lo limpio y cuidado y en su historia filosófica ha sido el lugar por excelencia del todo, independiente del punto de proyección (la mente individual, el entorno, el planeta o el universo). De alguna manera, mundo es lo que no se puede descuidar, porque a través de sus señas, marcas, rastreamos la creación, en la superficie de misteriosa profundidad nombramos las cosas. Mundo es el lugar en que todo paisaje puede aparecer, es decir, donde se da la aparición como tal, incluso de aquello que no podemos nombrar. El inframundo puede ser oscuro, imposible de alcanzar, imperceptible, pero sabemos que el mundo también lo acoge y nos lo entrega en su imperceptibildad.

Que el mundo ya no acoja, ya no reciba nada porque hemos reventado su suelo, expulsado a sus fieras para evitar el peligro que ahora sólo encontramos en nuestra especie, que el mundo ya no tenga aventura, porque preferimos salir de él con pantallas que nos muestran otro mundo, que el mundo ya no acoja, digo, no significa tanto no hacer experiencia como empobrecerla. La unificación del mundo bajo el signo de las equivalencias es la manera más retorcida que hemos inventado a fin de no tratar más con el mundo. Ahora, todo en él es valor en metros cuadrados, frutos descoloridos o frutas sin frutos, estériles, plástico acumulado en montañas, hielos gigantes que caen como antiguos dioses derrotados.

Nos llegan las imágenes de la catástrofe. Todas ellas con bellos filtros, colores que ni siquiera existían en el mundo que hemos perdido. Y escuchamos risas por todos lados. Nunca lo habíamos pasado tan bien. Todo es magnífico en este fin de mundo en que sólo esperamos que las aguas suban aplastando las ciudades y los últimos animales mueran ciegos en el desierto. Que las últimas señales del mundo desaparezcan para que vuelva a existir un mundo que no creeríamos que fuese tan mundo, porque no estaríamos nosotros para verlo.

Inhabitable no es sólo el mundo en que no estaremos, sino el que vivimos como fiesta sacrificial, donde ni siquiera nuestros patéticos sacerdotes, esos que controlan los bancos, creerían en algo como la trascendencia.

Imagen principal: Vasantha Yogananthan, Counting The Days, 2017


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