Aldo Bombardiere Castro / Estallar

Filosofía, Política

El estallido sólo designa su modo de darse: la irrupción de lo incontenible. Lo que estalla, ya sea que explote o implosione, lo hace súbitamente. Estallar es, antes que una acción, la forma que esta toma.

Algunos creen que aquello que estalló el 18 de octubre de 2019 fue la sociedad, o la ya insostenible ira de las personas por vivir en una sociedad del consumo sin los medios suficientes para consumir. Así, ellos se apresuraron a atribuir las causas del llamado “estallido social” a un malestar por defecto, a un malestar por carencia: como no todos pueden gozar de la fiesta del consumo, el problema no residiría en el capitalismo, sino en aquello que impediría al capitalismo. En suma, para ellos, lo que estalla es el resentimiento vestido de violencia: la impotencia.

Si aguzamos la vista durante los atardeceres, aún logramos leer bajo la pulcritud de los muros santiaguinos la frase “no era depresión, sino capitalismo” o “Chile: cuna y tumba del neoliberalismo”, pero pese a ello los intelectuales del orden continúan defendiendo, a la luz de lo que llaman hechos, que la revuelta puso en escena un vandalismo al cual el capitalismo, por desgracia, no ha logrado erradicar. He ahí su solución: perfeccionar y masificar el acceso al consumo, logrando hacer del mejor consumidor un mejor ciudadano. Esa es la clásica premisa que ondean los neokantianos de raigambre neoliberal: la autonomía del sujeto moderno hoy tendría al mercado como su privilegiado lugar de realización. Y con ello, de un plumazo, contribuiríamos a avanzar hacia la asintótica idea de la paz perpetua. En suma, durante todos estos años los intelectuales del orden no han hecho más que resumir su visión acerca de la apertura de vitalidad política que irrumpió con la revuelta de octubre nada más que a la negatividad: estado de anomia y punto. Así, tanto en el psiquiatra que completa su ficha con un checklist para catalogar al paciente de esquizofrénico como en el sociologismo que reduce la potencia afirmativa de la revuelta al fenómeno de la anomia, la autoridad de la razón y el facilismo del poder se conjugan para ejercer un mismo acto securitario: enunciar lo incomprensible como ya perfectamente comprendido; codificar la imaginación, ya sea la fantasía que padece el paciente y o los brotes de creatividad habitable que estallan en la revuelta, como mero dato que, desde un origen, yacería codificado bajo un aparato disciplinar (en el doble sentido que entraña este término-dispositivo: constitución de un ya determinado campo de saber y, por otro lado, ejercicio de poder orientado a domesticar la experiencia). Y justamente dicho acto securitario de corte disciplinar, no deja de expresar, también en términos negativos, su propia negatividad: la inminente amenaza de un mundo otro, capaz de irrumpir en la inmanencia de este mundo. Inminente amenaza que, incluso antes de estallar (como un vendedor quemado a lo bonzo en la Plaza Tahrir, unos estudiantes evadiendo los torniquetes en Santiago o ese terremoto de piqueteros que pronto horadarán las calles argentinas) desde ya trastorna al poder hasta lo insostenible.

Lo estallado

Lo que estalla no es el resentimiento ni el odio: es mucho más que malestar vomitado en un río de anomia. Lo que estalla es justamente ese soporte del poder que atestigua lo insostenible del mismo. He ahí la potencia destituyente de la revuelta: la suspensión de la onto-teo-teleología que sostiene al poder. Por eso, el malestar sólo es la mínima expresión, el más precario nivel de intensidad, en la que apenas alcanza a temblar aquel magma ancestral con que nos irriga toda potencia imaginal. En lenguaje nietzscheano, se trataría de una mera potencia reactiva: el nihilismo que extiende la palma, alza la mano, y dice “No”. Así, el nihilismo de dicha potencia precariamente reactiva, no se presenta por sí mismo, sino que detona en relación de dependencia a un orden apariencial. Pareciera decir “no a X, pero tal vez sí a Y”.

En contraste, cuando emerge la intempestividad de la revuelta se desata una potencia destituyente afirmativa: no sólo el mismo orden desnuda su estatuto de apariencia ficticia, así como la violencia determinante que impone sobre los modos de aparecer de los elementos mundanos que él constriñe bajo su horma; sino que toda pretensión de un horizonte, en cuanto horizonte totalizante, se muestra, por un instante, como la variabilidad metafísica que simultáneamente es y no es: erotismo de la indeterminación, libre juego de la imaginación deslizándose entre los pliegues de los cuerpos callejeros. Lo que estalla, en el fondo, es el fundamento: lo que estalla es el fondo que sostiene al fondo sin fondo de la existencia. Lo que estalla, en fin, abre paso a algo que no estalla, sino que danza y desborda, que expone, y lo cual, sin dejar de habitar esta finitud, sin volver a resguardarse en el cobarde paisaje de un transmundo tejido con los hilos del ensueño, es capaz de crear lo increado: la potencia de la imaginación en éxtasis y arrojada a la felicidad del devenir que se desliza bajo los pies. Para decirlo con Nietzsche: el estallido permite la irrupción de una potencia afirmativa: decirle Sí, más allá de cualquier culpa o sufrimiento, al eterno retorno de la existencia. Y nada de eso puede, nada de eso pretende, ser o instituirse de una vez para siempre: todo, más bien, ha de ser vivido por primera y única vez, entramado en la singularidad que hace de la revuelta una experiencia de diferencia con el régimen conceptual de la filosofía política y los sociologismos, y la cual, así, abre un mundo dentro de este mundo, dando curso al magma de la vida.

Indefinición

Al contrario de como se ha solido interpretar el hylemorfismo de Aristóteles y lejos de limitar la potencia al acto de plasmación al cual tiende, así como de presentar la forma en cuanto elemento abstracto y conceptualmente determinante de toda materia, el estallido parece no ser ni sustancia ni accidente capaz de ser sostenido por una sustancia. En su modo de darse se expone un campo de indefinición del pensamiento. Decir Sí a tal indefinición, abismarse a ella, ya significa pensar. Por eso, pensar nada tiene que ver con el nihilismo de la anomia, como si esta fuese una simple relación deficitaria con respecto a un orden supuestamente justificado de jure. El Sí del pensamiento tiene abraza la potencia de reafirmar todo nihilismo de manera constitutiva o, mejor dicho, de acariciar esa verdad oscura que destituye cualquier constitución previa, cualquier atribución ontológica: la potencia destituyente apela, interpela y deroga el fundamento en que descansa el orden. En la fluidez de aquel Sí el profesor no se aferra al orgullo ante sus colegas, ni el alumno intenta escapar de la vergüenza provocada por su ignorancia, sino que, riendo de ironía, se siente capaz de sí en el mismo sentido (con) que deviene negación. No hay orgullo a conservar ni vergüenza por la cual culparnos: la afirmación de la vida revela la ficción de tal y cual, así como el carácter derivado que el yo mantiene frente a la contingencia del con-tacto entre toda índole de cuerpos. Vida arrojada sobre la vida y, con todo, susceptible de ser puesta y depuesta en palabras: vida como gestualidad.

Ciudad

Al centro de la hastiada ciudad se expande la miseria por tanto tiempo destinada a sus márgenes. Tal miseria es el resto, el residuo energético a la cual la misma ciudad, día a día, exprime y degrada, en calidad de mera fuerza de trabajo. Nuevamente, tal como la sociología ve en la potencia imaginal de la revuelta aquello que sólo su marco teórico le permite, esto es, negatividad anómica y mínima vibración de la potencia, en cuanto No a ése orden del poder, el rigor del capital extrae de la vida sólo aquello que su marco productivo le permite: una física del trabajo orientada a la generación de riqueza. La pobreza, la delincuencia, el dolor y la irrepresentable fealdad que hoy asola al centro de la ciudad, sólo saca a la luz, gracias a la revuelta, la verdad de aquella dinámica antes exclusivamente territorializada a los barrios marginales.

La potencia destituyente no representa nada más que la fuerza de lo irrepresentable y, al mismo tiempo, de aquello que permite la composición de toda representación. Esto quiere decir que, si la potencia destituyente es el licor amargo y prohibido, tan inasible como lacerante, del cual bebe cualquier representación particular, tan sólo nos queda una opción: imaginar(la). Reafirmar el Sí de tal única opción significa asumir lo que desde siempre debimos haber aceptado: que la ciudad representa un orden imaginario más entre muchos, y que el elixir de su (euro)céntrica belleza sólo responde al sueño soñado por nuestros corazones al ritmo de su corazón.

Esquirlas y estelas

El fin de semana pasado, en el marco del Plebiscito Constitucional 2023, el neofascismo fue detenido en las urnas. Según una lúcida observación de Rodrigo Karmy, tal detención se fue producida por la potencia destituyente de octubre de 2019, ahora manifestada reactivamente. En efecto, se trató de una manifestación sin expresión, manifestación sin fiesta, y a mi modo de ver, un pronunciamiento o voto de destitución: potencia destituyente en su mínima intensidad, simple temblor el cual señaló “No al neofascismo: estamos En contra.” Mínima potencia que, en concreto, operó como puro poder restrictivo a través de los mismos dispositivos de contención popular que la democracia neoliberal ha gestionado desde el Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019. Así, la debilidad de tal potencia reactiva, de no ser acompañada de una recomposición afectiva y de una potencia afirmativa, permitirá la reinstalación axiomática del fantasma portaliano en defensa de la “fenecida” Constitución actual.

Sin embargo, la esperanza reside en la siguiente certeza: todo lo que ha sucedido corresponden a esquirlas de la revuelta, esas que estallaron y las cuales, pudiendo ser capitalizadas por el neofascismo -como en la elección del Consejo Constitucional-, el domingo pasado se depositaron de nuestro lado. Son los vientos de la historia que nos azotan la cara y nos colocan en una conocida encrucijada: allí donde se van forjando las condiciones para hacer la revolución marxista, no dejan de forjarse las que han empujado al ascenso del fascismo.

Pero esas esquirlas no sólo son efecto de un estallido. Al aventurarse por los aires, ellas también fueron presa de una indetectable e impredecible trayectoria: tras explotar, las esquirlas dibujaron irreproducibles estelas en el aire. Estelas imaginarias dibujadas en nuestros ojos sobre el siempre imaginado aire. He ahí el lugar sin lugar que habita(mos) (con) la potencia destituyente: la afectividad de un mundo, pese a todo, expuesto a la felicidad de un niño que dibuja su imposible trayectoria.

Referencia

Karmy Bolton, Rodrigo (2023): “Octubre de 2019”, columna en Le Monde Diplomatique, 18 de diciembre de 2023 disponible en: https://www.lemondediplomatique.cl/octubre-de-2019-por-rodrigo-karmy-bolton.html

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