Para liberar a nuestro pensamiento de los pánicos que le impiden alzar el vuelo, conviene en primer lugar acostumbrarlo a no pensar ya en sustantivos (que, como el propio nombre delata inequívocamente, lo aprisionan en esa «sustancia» con la que una tradición milenaria ha creído poder aprehender el ser), sino (como en su día sugirió hacer William James) en preposiciones y acaso en adverbios. Ese pensamiento, que la mente misma tiene, por así decirlo, no un carácter sustancial, sino adverbial, es lo que nos recuerda el hecho singular de que en nuestra lengua, para formar un adverbio, basta unir un adjetivo a la palabra «mente»: amorosamente, cruelmente, maravillosamente. El nombre -el sustantivo- es cuantitativo e imponente, el adverbio cualitativo y ligero; y, si te encuentras en dificultades, no es un «qué» sino un «cómo», un adverbio y no un nombre, lo que te saca del apuro. El «¿qué hacer?» te paraliza y te inmoviliza, sólo el «¿cómo hacer?» te abre una salida.
Por eso, para pensar en el tiempo, que siempre ha desafiado la mente de los filósofos, nada más útil que recurrir -como hacen los poetas- a los adverbios: «siempre», «nunca», «ya», «ahora», «todavía»… y, quizá -de todos el más misterioso- «mientras». «Mientras» (del latín dum interim) no designa un tiempo, sino un «entreacto», es decir, una curiosa simultaneidad entre dos acciones o dos tiempos. Su equivalente en los modos verbales es el gerundio, que propiamente no es ni verbo ni sustantivo, pero presupone un verbo o un sustantivo que lo acompañan: «però pur va e in andando ascolta» dice Virgilio a Dante y todo el mundo recuerda la Romaña de Pascoli, «il paese ove, andando, ci accompagna / l’azzurra vision di S. Marino». Consideremos este tiempo especial, que sólo podemos pensar a través de un adverbio y un gerundio: no es un intervalo mensurable entre dos tiempos, de hecho ni siquiera un tiempo propiamente dicho, sino casi un lugar inmaterial en el que de alguna manera habitamos, en una especie de perennidad resignada e interlocutoria. El verdadero pensamiento no es el que deduce e infiere según un antes y un después: «pienso, luego existo», sino, más sobriamente: «mientras pienso, existo». Y el tiempo en el que vivimos no es el vuelo abstracto y fatigoso de instantes huidizos: es este «mientras» simple e inmóvil, en el que siempre estamos ya sin darnos cuenta: nuestra pequeña eternidad, que ningún reloj angustiado podrá jamás medir.
14 de marzo de 2024
Giorgio Agamben
Fuente: Quodlibet.it


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