Para que haya política en verdad, pensamiento político en acto y no mera gestión de bienes y servicios (o historia y filosofía política testimoniales), tiene que haberse producido un acontecimiento político. El pensamiento no es espontáneo ni voluntarista, surge por necesidad y urgencia, incluso si la necesidad es movilizada por una contingencia. Un acontecimiento político es nada menos que la emergencia de la potencia colectiva, la capacidad de movilización y organización popular que excede las lógicas de lo establecido y lo previsible según los lenguajes instituidos.
Detengámonos ahí un momento. Esto ha sucedido muchas veces en la historia argentina, pero no siempre dicha potencia ha encontrado las vías de constitución de un sujeto fiel que la nombre y componga a través de diversas operaciones de ampliación y organización de la misma que habiliten subvertir las estructuras anquilosadas de la situación. La transformación de las estructuras involucra los afectos y el imaginario de nuevos posibles, excede la gramática de reformismo o revolución. No voy a hacer historia, vamos directo al acontecimiento que aún nos problematiza.
Nuestro último acontecimiento político fue 2001, qué duda cabe, pero el problema mayor que hoy nos debilita es que no hemos decidido aún cuál habrá sido el sujeto que emergió de allí, que nombró el acontecimiento y lo puso a circular en situación, que diseñó las operaciones para que dicha potencia produjera transformaciones en las lógicas de pertenencia e inclusión, dándole lugar a lo incontado e impresentable de la situación anterior. Los procesos de nominación, creación de instituciones y dispositivos resultan clave en ese proceso.
Eso mismo define un procedimiento genérico de verdad que no se cierra jamás, que es siempre abierto, inventivo e inclusivo por definición. Se cifra también allí el problema de los nombres propios, la apropiación y uso de legados o tradiciones; no es una simple cuestión de egos o narcisismos. Además, una complicación extra es que en la negación o destrucción del acontecimiento emergen otras dos formas de subjetivación: el sujeto reaccionario y el sujeto oscuro. El primero simplemente niega el acontecimiento reduciendo todo a modificaciones normales de la situación, el segundo en cambio busca destruirlo porque solo cree en verdades trascendentes incuestionables.
Quizá al detenernos demasiado en la oposición entre multitud pura y resignificación de los aparatos de Estado que buscaban ampliar los mecanismos de inclusión, perdimos la importancia del sujeto y sus operaciones concretas, producidas entre la potencia asamblearia y las formas institucionales de inscripción. Quizá nos faltó ejercitarnos más en formas de reflexividad ética que permitieran orientarnos por lo que aumentaba la potencia de obrar en cada punto del espacio social. No importa, mientras haya vida y deseo estamos a tiempo. ¿Cómo seguir abriendo, incluyendo, indagando y anudando lo múltiple genérico de la situación?
Ese anudamiento del sujeto entre registros o dimensiones irreductibles de la experiencia resulta crucial para continuar desplegando los procedimientos de verdad en situación, para combatir con toda la potencia material de la inmanencia de la verdad la invocación que hace el sujeto oscuro a las fuerzas trascendentes y su deseo de destruirlo todo. Los afectos negativos de los que se nutre este último no tienen que hacernos perder de vista su modo de constitución también a través de legados y tradiciones, lógicas jerárquicas e imposiciones estructurales; poca libertad y mucha casta hay en sus decisiones.
Por eso a los nombres de Perón, Evita, Néstor o Cristina, no hay que tomarlos simplemente como identidades personales, con virtudes y defectos obvios, sino como los nombres propios que han entendido la emergencia de una potencia colectiva y han habilitado vías posibles de constitución de un sujeto político que los excede. A las nuevas generaciones les toca retomar esos legados entendiendo las operaciones realizadas y formulado otras nuevas, con un oído puesto en las emergencias del presente y otro en las voces del pasado que se actualiza; no se trata de ser dogmáticos, ignorantes o destructores, sino inventores.
Roque Farrán, Córdoba, 9 de septiembre de 2024.

