Mauro Salazar J. y Javier Agüero Águila / Asediar la Revuelta. Una autocrítica (a propósito del PNUD)

Filosofía, Política

Tras la alquimia de los torniquetes (18 de octubre), se agolparon multitudes que desplegaron barricadas, grafitis, murales y performances, sin proyectar ningún horizonte institucional (“realismo”) cediendo el espacio a la derecha y a un “progresismo adaptativo”, que se ha desplegado en las últimas semanas. Pese a las potencias igualitarias, la revuelta concedió “lugares vacíos”, sin custodiar críticamente formas de traducibilidad, articulación, o bien, alguna trama destinal por aquellos meses.

En el último tiempo, y por una vía radicalmente distinta -aunque muy síntomal- ciertos hitos de Octubre han sido visibilizados por el Informe PNUD 2024. El mensaje del Informe es que los cambios han sido postergados, diferidos, interrumpidos, etc. En suma, no hay inventividad, ni sesgos ex nihilo. El mensaje de hoy devela un país sin metáforas de época, imagen de futuro, ni semblantes de transformación. Si bien el informe no tiene la densidad del año 1998, Paradojas de la Modernización, deja planteado la tesis de ruptura entre «lo político y lo social».

En suma, «la gente reclama cambios», pero hoy tiene lugar una fricción entre movilidad política sin representación -encerrada- y una ciudadanía suntuaria (atemorizada-aislada-fragmentada) que no atribuye a sentido a los cambios, sino que abraza una huida (éxodo) de tipo securitaria, que no solo se explica por la presión permanente de los consorcios o holding, sino por el desborde barroco de los lenguajes exclamativos del 2019.

En cuanto a datos, el 59% de los consultados -PNUD- detecta un empeoramiento de la situación del país en los últimos años, lo que se atribuye a las precarias capacidades de la sociedad para empujar tales transformaciones. De paso, la necesidad de cambios graduales ha aumentado de un 37%, en 2013, a un 57% el año 2023. El informe síntomal destila un problema mayor del régimen político y del movimiento 2019 en términos de una institucionalización fallida y marcada por “narcisismos mesiánicos”.

Amén de los “datos incómodos” que ofrece el Informe 2024 para nuestro mainstream, las escrituras de la Revuelta cándidamente habrían derivado en “extravagancias de la letra” favoreciendo la arremetida conservadora (“orden securitario”) sin activar ninguna mediación y estimulando un tropel de “cesarismos hegelianos” que irrumpieron en la Convención Constitucional, amén de todas las adversidades que tal experimento debió enfrentar. La “Asamblea Constitucional” fracasó en su intento por administrar el acontecimiento sin atender a dimensiones político-procedimentales, propias del tiempo reglamentario. Parafraseando a Jacques Rancière, hay que tener en cuenta que un pueblo es un acontecimiento, pero si sólo se agota como acontecimiento se desliza en el hiperpoliticismo al negar la Policía que es un orden no homogéneo. Concitando a Norbert Lechner, La compleja y nunca acabada construcción del orden deseado. 

Aquí cabe subrayar los “escenarios oscilantes” -confusiones babélicas- que se combinaron irregularmente con poéticas efusivas, excedidas en vibraciones de cambio, pero sin mediar la imaginación institucional que debía promover una Constitución, asumiendo su momento ineludiblemente Leviatánico. En las pulsiones de escritura esto nos advierte de las distancias respecto a las escenografías “napoleónicas de la revuelta” (2019) y la “imagen-fetiche” de la ruptura definitiva, como así mismo, sus reservas ante las posiciones reaccionarias con los “imaginarios anti octubristas”, donde se distribuye la diada malestar/anomia del negacionismo progresista. Con todo, las consignas del paroxismo nos llevan a las “temporalidades cerradas” de la calle neoliberal, donde la acumulación de “imágenes grotescas” –“distopías totalitarias”- reparan permanentemente en las perversiones estéticas y los efectos de “confusión babélica”.

Tras la “revuelta del ahora”, y sus “líneas de fuga”, se trataría de repensar los desajustes entre Revuelta y Convención Constitucional desde -y contra- el “humanismo crítico” en un agrietamiento surcado de vibraciones y elaboraciones provisorias, que intentan ir más allá de la “facticidad neoliberal” –gobernabilidad, realismo y consumo- y los desvaríos anarco-esteticistas que hicieron de la calle (2019) un “desbande de pasiones”. Aquí las policías semánticas iban de lo utópico-contestatario (revuelta) a la anomia-malestar (orden) en un cuerpo social dislocado (comicidad). La tensa filigrana entre “tragedia” y “comedia” que desarticula toda normalidad es clave para distinguir una zona porosa entre lo “cómico significante” y lo “cómico absoluto”.

La dislocación del año 2019 -que aún se mantiene- fue tan intensa que los nudos entre movimientos sociales, hegemonía e institucionalización, resultaron inviables porque la propia Revuelta estimuló formas de miedo (pánico, angustia, incertezas) que fueron editadas -mediática de la demonización- oportunamente provocando una disyunción entre movilidad política y una ciudadanía ensimismada que no se puede agotar -en tanto explicación- en el campo de las eternas operaciones corporativas. La aporía de la revuelta fue la propia “furia insurreccional” como creación igualitaria (un perse que cabría discutir) y un excedente de “potencia” lírica (del derrame y el miedo) que no se podía gestionar en las osadías climáticas de la Convención Constitucional, pues no existían las condiciones materiales para administrar la “rabia erotizada” que no era un apriori, sino un trabajo político sobre los “flujos de antagonismo”. Entonces, todo abundó en cesarismos hegelianos, ahuyentando los “espíritu de la reforma” que a poco andar abandonaron todo ethos de reforma.

En suma, la política es vocación de poder y posibilidad de sentido. Cabe reconocer que la potencia igualitaria y sus licencias poéticas fue un abismo que no pudo lidiar con el tiempo administrativo de la institucionalidad (Convención Constitucional). En efecto, no hubo imaginación para pensar “instituciones complejas”, inestables, agrietadas, excéntricas, fracturadas. Cabe admitir la plasticidad de las instituciones como un espacio de disputa, con espacios estriados -protuberantes- y no una meseta siempre homogénea, (Deleuze & Guattari, 1981) donde la revuelta leyó una estática unidimensional sin fisuras, que radicalizó las potencias rebeldes ahondando estados de adolescencia cultural.

Las intersecciones de un tiempo deshistorizado puede descifrar -no develar- las interacciones entre el fervor insurreccional, el realismo simple y posibles “zonas de pensamiento hegemónico”, explorando en preguntas de traducción imperfecta -evitando taxonomías- sujetas a un nuevo pensamiento de las instituciones. En suma, no se trata de establecer suturas de traducibilidad (hegemón), ni una curatoría sobre los acontecimientos del 2019, sino más bien gestos de recomposición sin absorber “lo político” en el omnisciente hegemónico. Las escrituras de la Revuelta (concitado a Miguel Valderrama) debieron enfrentar una temporalidad deshistorizada y hoy es necesario descifrar la materialidad de los significantes inflacionarios.

Octubre obstruido por la dominante neoliberal es el paroxismo de acontecimientos sin relatos –y críticas tanáticas- desde una multiplicidad de singularidades cuyo desborde trajo consigo “chispazos” de política afirmativa, aunque problemáticos ante a la narrativa articulatoria que impidió remecer el momento lírico-testimonial y reconfigurar el derrame de catarsis en una posible articulación ensayístico-institucional.

Tal hendedura implica un realismo reflexivo, que mantendría en vilo una ética del acontecimiento, cuya interrogación no debería ser leída como una transgresión al tiempo intempestivo, magneto-erotizante,que se mantiene como una denuncia certera contra el armatoste abusivo de las instituciones neoliberales. Con todo, y esta es nuestra diferencia insalvable con la segunda renovación del campo socialista, la revuelta marca un punto de ruptura con las semánticas de la renovación socialista -que ha guionizado retóricamente el debate 2024- y nos invita a otro tipo de hermenéutica política. En su economía argumental cabe interpelar la anorexia imaginal del clivaje socialdemócrata e interrogar la soberanía de visualidades y lenguas del cambio que migraron sin diccionarios cultivando “la zona festiva de los cuerpos”.

Por fin, las pulsiones de escritura no buscaban establecer un oficialismo cultural sobre los sucesos que se activaron el 18 de octubre. No hay aquí una tentación soberana en frenesí por una vocería oficial. Al parecer la tarea curatorial está en la agenda de un “progresismo reaccionario” que tiene alcances corporativos y quiere modular experiencias y emociones mediante la última palabra luego de cinco años.

Comedia

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación-La Sapienza. Universidad de la Frontera.

Javier Agüero Águila. Dr. Filosofía Universidad Católica del Maule

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