A seis años de la revuelta de octubre
La democracia y la revuelta no parecen ir juntas. Solemos imaginar escenarios distintos para una o la otra. La democracia es participación ordenada, de pasiones moderadas. La revuelta es ebullición y desorden. Lo que la democracia establece, la revuelta suspende. De habitual, la democracia es asociada a la estabilidad lograda por acuerdos consensuados. La revuelta es agitación y destitución. Si la democracia instala, la revuelta altera. La temporalidad de la democracia y la revuelta parecen diferir también. El tiempo de la democracia se organiza en un devenir planificado. El tiempo de la revuelta es acontecimental. En El día de antes de la revolución, Ursula K. Le Guin imagina el tiempo de la revuelta en Laia Odo; su cuerpo es figura y memoria de la revolución anarquista1. El día antes de la revolución es ella, su cuerpo. Si bien la revuelta toma lugar sin avisar, hay un cuerpo que la vuelve posible. Historias, privadas y comunes, afectos propios y ajenos, resistencias grandes y pequeñas van dejando huella en ese cuerpo que hace posible el acontecimiento de la revuelta. El acontecimiento para que advenga necesita un cuerpo. De tal modo, el día después de la revuelta, el día en que se instituye un orden, se organiza a partir de ese cuerpo y ese cuerpo da cuenta de un archivo.
El siglo XX distanció de manera máxima democracia y revuelta. Cuando hay una, no puede existir la otra. En un esquema de postas y relevos, la revuelta antecedente a la democracia. La revuelta es desorden, la democracia es estabilidad. La revuelta es un tiempo antes, un desajuste, quizás necesario, pero que debe ser superado por el bien del orden y la gobernanza. La revuelta es agonal, la democracia es consenso. No obstante, es también durante el siglo XX que se piensa que la forma de gobierno que mejor incorpora lo ingobernable de la revuelta es la democracia. El riesgo de esta incorporación es la disolución de la energía agonal de la revuelta en procedimientos eleccionarios. Sin embargo, la potencia movilizadora de la democracia, su energía es agonal, es la igualdad. La igualdad como fuerza de alteración. En esa temporalidad doble, de cruces y calces, la democracia no es distinta a la transgresión. Tal definición primera de democracia la sitúa a distancia tanto de los ciclos y formas de gobierno como de los procedimientos eleccionarios. La democracia son las transgresiones que le han dado forma. Sin duda, esa afirmación de entrada no parece estar en sintonía con la definición habitual de democracia en tanto forma de gobierno cuyo índice de legitimación está dada en la votación popular; tampoco parece corresponder con la definición de democracia como un conjunto de procedimientos tendientes a organizar un sistema de eleccionario que asegure la estabilidad y el consenso.
Distinto a ellas, la democracia tiene que ver con los límites que sobrepasa y los que mantiene. Los límites demarcan un cuerpo, estableciendo un adentro y un afuera, un orden común y otro extraño. Algunas veces los límites son prohibiciones, otras son fronteras. Pero todavía podríamos decir más, los límites demarcan lugares diferenciados como las esferas de lo público y lo privado, pero también los lugares propios como los ajenos. Los límites describen lugares de tránsito común como aquellos restringidos, volviendo visibles propiedades comunales como privadas.
En gran medida, la democracia que conocemos son sus límites. No obstante, la democracia es otra cosa distinta a sus límites. Lo visible de la democracia -lugares, instituciones, participación, exclusiones- son sus límites, pero ella difiere de esas líneas que regulan tránsitos, que demarcan propiedades. Lo propio de la democracia es la alteración, la trasgresión de esos límites. La fuerza de la alteración democrática está en el sobrepasamiento de sus límites. Distinto a lo que se podría pensar, este más allá de límite no es caos y destrucción, sino que el momento necesario para la constitución de otro cuerpo para la política.
NOTAS
1 Ursula K. Le Guin, El día antes de la revolución, Trad. Enrique Maldonado Roldán, Madrid, Nórdica libros, 2017.
