Aldo Bombardiere Castro / Relieves en la fisura. Apuntes sobre La fisura posthegemónica de Gerardo Muñoz

Filosofía, Política

Ni consenso ni disenso

¿A qué corresponde lo consensuado en la práctica del consenso? ¿Existe algo así como una dimensión caótica, exterior y de antemano susceptible de ser consensuada por el consenso?

La radicalización sin restricciones de esta pregunta -a primera vista prosaica- nos lleva a preguntarnos acerca de un problema de valor fundamental, el cual ya se deja entrever en la misma pregunta ¿De dónde provendría el sentido del consenso, sino de una dimensión absolutamente irreductible, inconmensurable, pero, al mismo tiempo, capaz tanto de orientar como de verse orientada por ese mismo consenso?

Frecuentemente, la ansiedad de nuestro deseo de tranquilidad -y en el fondo, la pulsión de muerte que sobrevuela al instinto de autoconservación- nos empuja a caer en el hechizo de los consensos. Entonces, dando curso a una operatoria de unidad excluyente y minimizada de la totalidad social, pretendemos legitimar el procedimiento del consenso gracias a la homogeneización de pareceres mayoritarios que dicho procedimiento consensual pareciera sólo haber mostrado sin afectar. El consenso como mecanismo de muestra. Pero es es así que, casi sin notarlo, hemos dado a luz, tal cual lo problematiza Gerardo Muñoz en función de los debates sobre la integración plurinacional en Bolivia, a un autoritarismo consensual, esto es, a la databilidad de una “biopolítica positiva” (Muñoz, 2025, p.51).

En ese marco, el polimorfismo de las epistemes subalternas, las mixturas y problemáticas internas a las orgánicas tradicionales y ancestrales, y, en definitiva, las heterogeneidades y singularidades desplegadas en y por la vida misma, quedan retenidas, zanjadas y depuestas bajo la operativa una máquina de administración procedimental que reproduce la valoración política principial (y ya no sólo procedimental) del consenso.

En contraste, más que moverse al interior de una lógica marcada por el simplista vaivén consenso-disenso, cuyo sentido, ya predeterminado, consiste en asentar una hegemonía portadora de sus propias condiciones de degradación, Gerardo Muñoz apela al concepto de posthegemonía: pensar una perspectiva instituyente que, sin neutralizar la conflictividad destituyente de la revuelta ni la singularidad de las formas-de-vida, sea capaz de abrir, en lugar de un destino acordado, la ritmicidad de un paisaje por transitar. Hacer de la política una poética, es decir, un lugar donde el movimiento de los pueblos haga uso inventivo de las instituciones por ellos inventadas para, en vez de mecanizar o sacralizar las herramientas, abocarse a multiplicar, contagiar y des-identificar las actividades que, en cuanto formas-de-vida, no dejan nunca de ser usos y modos de ser del mundo. He ahí el desafío.

Podríamos decir que este giro o desvío post-hegemónico se enfoca en el cuidado vital de lo vital. A diferencia de la posición centralizadora, jerárquica, paternalista y totalizante de la concepción hegemónica, la posthegemonía se obstina en cuidar la vida gracias, primeramente, al acto crítico de neutralizar la dominación por medio de la denuncia de sus hechizos en cuanto hechizos. Por ende, asumiendo el agotamiento actual de las arquitecturas institucionales a nivel global, cuestiona radicalmente las categorías ideales sobre las cuales ha reposado la noción tradicional de hegemonía. Conceptos como Estado, unidad política, progreso, historia universal, civilización, libertad o autonomía subjetiva, han de ser sometidos a examen crítico, pues el inevitable resquebrajamiento de la hegemonía, en cuanto noción global de legitimación del orden, representa un síntoma de una crisis de mayor densidad y de más larga duración: la de esta modernidad ya desilusionada de sus propias promesas, desencantada de sus hechizos.

Hegemonía y posthegemonía

Ahora bien, tal vez la hegemonía haya sido, pese al declive inexorable de los Estado-Nación durante la segunda mitad del siglo XX, uno de los últimos baluartes de contención con que la cultura y las -así llamadas- esferas de la sociedad civil lograron aliarse con los gobiernos democráticos con miras a ralentizar el ascenso de los flujos financieros y de la depredación de un capital global cada vez más desregulado. Es en ese registro que Gerardo Muñoz entiende los procesos políticos latinoamericanos conocidos como Marea Rosada. En efecto, pese a las profundas reformas que el chavismo pudo realizar en Venezuela, el MAS en Bolivia o el kirchnerismo en Argentina, así como a los consecuentes réditos económicos obtenidos de ello, estos gobiernos sólo contaron con la capacidad de abocarse a construir hegemonía político-cultural de corte popular a partir de diseños económicos limitados a la redistribución de ingresos y al fortalecimiento de empresas nacionales de carácter extractivistas. Es decir, durante el ciclo de la Marea Rosada la construcción de hegemonía estuvo atada a los presupuestos que la dinámica de acumulación y administración del capital le permitió construir.

En función de los efectos dejados por dicho ciclo político, Gerardo Muñoz sopesa la urgencia de una reflexión posthegemónica:

La crisis de la articulación de los proyectos nacional-populares junto a las condiciones contradictorias de los bienes comunes hace extremadamente necesaria la forma posthegemónica por parte del latinoamericanismo…Las condiciones para la reflexión posthegemónica serían dos: la afirmación aprincipal de la política en tiempos de interregno; y, segundo, una política basada en la proliferación del desacuerdo. (Muñoz, 2025, p.40)

No-todo

La propuesta de Gerardo Muñoz es ambiciosa pero, justamente por estar a la altura de los tiempos, también es urgente y necesaria. Por lo mismo, la reflexión posthegemónica no versa meramente de un proyecto teorético, sino, sobre todo de una experiencia convocante e implicante y, por ende, riesgosa: pensar impone la tarea del hacer. Una experiencia crítica donde, para decirlo con Foucault, la reflexión como decir veraz constituye en sí misma una tarea performática: un hacer veraz. Desde tal registro, la problematización y agudeza conflictiva que la reflexión posthegemónica instala nos invita a adentrarnos en una zona de valentía colindante con el vacío y la sospecha ante el abanico de variables (y al final invariantes) nihilismos contemporáneos. Nihilismos que finalmente encubren, edulcoran y precarizan tanto el diario vivir y sus singularidades, como las articulaciones, desencuentros y desgarros entre la política, la identidad de los sujetos y los deseos de una comunidad desajustada consigo misma.

Así, el psicoanálisis lacaniano forjado por Jorge Alemán brinda a Gonzalo Muñoz una clave interpretativa donde el realce de la singularidad pueda impedir su captura por parte de la absolutización y subsunción total de la vida en la cibertecnología del capital imperial y sus correlativas formas estatales y gestionales.

Ningún pensamiento, y por la misma razón ningún ´pensamiento político´, puede asumir la tarea de imaginar un futuro deseable en una época que ha sido testigo de la decadencia efectiva de los estados nacionales soberanos. Pero para que nuestro deseo de singularidad perdure, es necesario avanzar no tanto en una teoría crítica básica, como en un pensamiento transformador que libere la relación que mantiene la singularidad con el contrato social, dando cuenta del deseo imposible que subyace en el no-todo. (Muñoz, 2025, p. 110).

Fruto de una tarea de interrogación situada, ella misma interregno, el deseo aparece dislocado de lo común y, al unísono, dirigido a ello: el no-todo que yo soy sólo puede llegar a ser en la medida que se reconoce en el malestar al cual busca suturar. Habitar (en) la comunidad de esa diferencia significa desear, dilatar el deseo y vivir en una comunidad: cunidad, esto es, como si fuera una unidad, como si fuera un todo; en suma, como una real democracia del no-todo.

Revuelta, paisaje, relieve

Gerardo Muñoz recorre un abanico de fenómenos críticos, entre los cuales se encuentran asuntos de historia reciente (prioritariamente de Latinoamérica y España), reflexiones vinculadas al pensamiento social y jurídico, casos de movimientos comunitarios y propuestas emancipadoras en tensa articulación con el Estado, proyectos políticos no del todo concretados ni completamente perdidos, construcciones subjetivas que apuestan por la deconstrucción de esa misma subjetividad desde la cual se encuentran apostando. En fin, La fisura posthegemónica explora un tipo de conflictividad, o un racimo de conflictividades, que van desde una poética de la política y el acontecimiento hasta un psicoanálisis de la otredad comunitaria e incompletud apropiadora. Con ello, lejos de enloquecer bajo el impulso de precipitación que dicta la obsesión del consenso, se busca agudizar las singularidades del habitar tan rápidamente ontologizadas por medio de codificaciones ya institucionalizadas en los más numerosos ámbitos. Se trata de problematizar la cada vez más desnuda precariedad del poder sin hegemón para, así, dar cuenta de la caducidad con que los constructos modernos hacen del extractivismo, de los dispositivos de control digital y de la administración biopolítica de los cuerpos, un último estertor con que la noción de hegemonía parece aferrarse, cuan lamento de bestia herida de muerte, al exacerbado vigor de su otrora gloria.

La mirada de Gerardo Muñoz apunta a un fondo sin fondo; pero lo hace asumiendo la vacuidad común en la que nuestros pies, hoy mismo, se hunden: desde este lodo epocal tan próximo a ser consumido por la vanidad del nihilismo, expresa y justifica la valiente tarea de abrir la perspectiva de un paisaje. Allí donde todo consenso hegemónico remite a la prolongación al infinito de la misma imagen lineal del horizonte, capturando y diluyendo el paisajear del paisaje, la posthegemonía se arroja a pa(i)s(eje)ar por el paisaje, a fragmentarlo y liberarlo de ese más allá o punto de fuga al cual parece destinarlo, y con ello someterlo, el horizonte.

Es en ese sentido que su evaluación crítica devela la crisis esencial, y no sólo contingente o contextual del concepto de hegemonía: en cuanto amalgama de narrativas, prácticas, certezas, expectativas, compromisos, memorias, pulsiones (de muerte), simbólicas y diversidad de institucionalidades, ella se empeña, a causa de su dinámica intrínseca, en legitimar el establecimiento de un orden a través de la absorción y cooptación regionalizante de la vida. Así, como si se tratara de una necesaria paradoja, la develación de esta limitación (por cierto, limitante) naturalmente constitutiva de la hegemonía, sólo puede emerger desde el mismo proceso de des-hegemonización al que asistimos en medio de la actual crisis civilizatoria.

No obstante, si la hegemonía, en cualquiera de sus formas o inclinaciones ideológicas, se esfuerza, primero, por diseñar y, luego, por suturar la singularidad de formas-de-vida a partir de un proyecto totalizante de la vida administrable, el acontecimiento permite la irrupción, justamente, de lo contrario o, mejor dicho, de lo siempre otro: la emergencia de un exceso inasible. Así -forzando deliberadamente el argumento-, las múltiples revueltas populares que sacudieron al mundo durante la década pasada, podrían ser leídas como formas de recepción de un acontecimiento siempre desmedido, irreductible e inapropiable. Un no-todo, un mundo nunca dado prístinamente ni a la manera de un todo, pero el cual, sin embargo, sólo se deja avistar por tensión y contraste con una cierta idea de todo, como si fuera un todo. La destitución del orden y de la episteme dominantes, así como la suspensión del tiempo histórico que las revueltas desatan, han de dibujar un pasado mañana. Palpar la rugosidad de la fisura, en la cual apenas se adivinan algunas siluetas de tal pasado mañana, es lo que hacemos cuando pensamos desde la fisura posthegemónica.

Porque no sólo se trata de la revuelta y la destitución como el modo originario del habitar. La fisura también conlleva una demora en el eco de conflictividad y singularidad dejado por la revuelta. Hemos de afrontar, sin nunca hablar en nombre de ella, la apertura institucional que la revuelta ha dejado allí, casi sin querer, a la mano. Aquel relieve encarnado por la revuelta e imposible de ser representado desde la cartográfica planicie de la oficialidad histórica, demanda, más que una traducción o aprendizaje, el cuidado de un asombro: la tarea de inventar una des-civilización del cuidado, sin recetas o pánicos atávicos, y siempre con cuidado. He ahí la esperanza en nuestro encuentro con el relieve. Encuentro, por cierto, con que Gerardo Muñoz -dando cuenta de sus últimas deriva en su producción intelectual- nos recibe en el primer ensayo del libro, “Una época inmóvil: una ficción teórica”, como si desde un inicio fuéramos abrazados por esa esperanzadora despedida que es la suya:

No sería capaz de visualizar un relieve sin primero tener un encuentro. De esta manera, el relieve es un mundo que está liberado de la cartografía; en este sentido, es un submundo o un ultramundo en apariencia. El relieve tiene lugar en un nivel fundamental, pero no está fundamentado; es un acontecimiento de la superficie, pero su determinación última es el cielo o el paisaje. Justo aquí constatamos la distancia con respecto a la metrópolis. (Muñoz, 2025, p.18).

Porque una metrópoli, en última instancia, no es más que un proyecto imposible, una ficción rústica, desgastada y condenada al más recóndito e inaceptable de los fracasos, o, en palabras de Gerardo Muñoz, “una superficie total sin relieve” (Muñoz, 2025, pp. 18-19).

La esperanza se conjuga y enemista con el relieve, como dos ondulaciones que, sin consensuar una mutua huida hacia el horizonte, distienden el paisaje; que cuidan de la aspereza del paisaje.

Reseña de Muñoz, Gerardo (2025): La fisura posthegemónica. DobleAEditores, Santiago de Chile.

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