Mauro Salazar J. / Derechas y progresismo. La pasión silogista por el odio

Filosofía, Política

La ciudad escribe Santiago. Escribe sobre los cuerpos, en los rieles. Y los cuerpos -los que descienden- responden escribiendo con su ausencia, con esa inscripción que nadie podrá jamás leer completamente.

Hay una obsesión donde la academia centrista se ha obsesionado por lo inasible. La pasión por el «votante colérico»: ayer Milei, hoy Kast, mañana Kayser, pero siempre igual. Bajo un temblor de la identidad, ello ha capturado a los académicos del centro progresista. Como si, precisamente, lo inasible fuera aquello que demanda (exige y reclama) ser capturado, nombrado, domesticado en la palabra. Esa palabra mesurada, controlada, que se presume racional, palabra capaz de contener, cuando gira en la tautología.

A falta de análisis materialistas de la subjetividad, que aborden de manera situada el problema, y esto es decisivo, abundan imputaciones que funcionan como cierres de sentido. Imputaciones que se rehúsan a un gesto fundamental: interrogar la sociogénesis del «malestar» —siempre malaise— que dicen estudiar. Como si el malestar fuera privado, como si no fuese producido socialmente, como si bastara con nombrarlo elitalmente. Se dice «resentimiento», «sufrimiento social» u «otrocidio» (sin preguntarse, y esto es lo problemático, de quién), como si existiera una única fenomenología del sufrir, un sufrir transparente, idéntico a sí mismo. Se dice —una y otra vez— «agresividad constitutiva».

Tales categorías, y aquí viene lo decisivo, funcionan como «silogismos del orden crítico» que producen una diferencia fundada en la «imaginación del pánico», operan mediante una lógica binaria que posterga indefinidamente la heterogeneidad de lo político. El silogismo opera así: si la derecha gana es porque existe un afecto presocial (resentimiento) y este afecto es la esencia de ciertos sujetos. Luego, la derecha expresa la naturaleza humana. Es un movimiento de fijación, de detención, de captura de lo que escapa. Pero aquí está lo que el silogismo oculta, lo que rehúsa pensar: la rabia, lejos de ser un presupuesto antropológico que aguardara en algún lugar presocial, es un efecto de traducción política. Una iterabilidad forzada que instituye realidades materiales. La rabia no preexiste, más bien se produce mediante actos de habla que racializan, que ordenan jerarquías. El paso decisivo: la rabia es producida, no descubierta. Aquí opera un segundo silogismo, más peligroso si cabe: si existen sujetos inferiorizados, entonces la jerarquía es real y luego el orden es inevitable.

Los silogismos de la racialización que el capitalismo ha perpetuado sin necesidad de explicitarse, que funciona en silencio, que se filtra en cada distribución de los cuerpos y los trabajos. Desde una rearticulación materialista lo que debe retenerse bajo escrutinio permanente son subjetivaciones, inseparables de los modos de producción y relación social. No es posible pensar los unos sin los otros. La inversa también aplica: ningún modo de producción persiste, ninguno se reproduce, sin procesos de subjetivación en la obediencia. Sin la producción continua de sujetos que crean, que están convencidos, que viven como evidente la naturalidad de sus leyes. Simultáneamente, y esto es lo que muchas izquierdas prefieren no ver, el capitalismo produce los efectos materiales y simbólicos de la racialización y los supremacismos. Fractura a priori las unidades de lucha. Distribuye corporalmente los trabajos, territorializa la explotación, pero también —y esto es decisivo— hace pasar estas distribuciones por naturales, por inevitables, por expresiones de diferencias «esenciales» entre los cuerpos, entre los sujetos. Aquí emerge lo que podría llamarse un tercer silogismo, pero este es distinto de los anteriores: el silogismo del «otrocidio». Si la jerarquía racial es producida por el capital, entonces existen otros cuya muerte es (ya) administrada, luego, la violencia es estructura, no exceso, no aberración sino regla del ordenamiento. El problema de las categorías «resentimiento», «crueldad» y «agresividad constitutiva» es que producen tautologías que se cierran sobre sí mismas: «gana la derecha porque la gente es parte de la razón neoliberal» —cual per se. Son silogismos que niegan su propia estructura argumentativa —pretenden describir naturaleza cuando describen historia, pretenden descubrir esencias cuando están produciendo ficciones.

Si tomamos en serio la traducción debemos reconocer algo que a menudo se olvida: toda categoría política está ya dividida, y es imposible de traducirse completamente de un contexto a otro, de un cuerpo a otro. «Resentimiento», «rabia», «sufrimiento» son términos que difieren de sí mismos en cada situación, en cada cuerpo racializado, generificado, capacitado o no. Descifrar estos términos no significa disolverlos en la nada, sino mostrar cómo el capitalismo los fija, los naturaliza, los convierte en esencias cuando son procesos de traducción forzada, iteraciones políticas que producen realidad. La disección de los «silogismos reaccionarios» pasa necesariamente por devolver la historicidad. Por mostrar que la rabia no es causa sino efecto, producción que ha llevado a una imaginación del desastre donde conviven progresismos y derechas. Que la racialización no es descripción de diferencias preexistentes, sino producción incesante de jerarquías y el resentimiento no explica nada: oculta las condiciones materiales que lo generan, que lo producen, que lo instituyen. Es hora, quizás, de abandonar los textos de la inmediatez primitiva. Esos giros que proliferan en el capitalismo académico, que buscan distinguirse mediante la novedad, mediante la invención de términos. La crítica no ha muerto, pero sin duda ha sido abandonada.

La drómica neoliberal, entonces, no es accidente. Es la estructura misma de un sujeto que ha sido desposeído de los modos de nombrar su propio dolor. Un sujeto obligado a elegir entre enemigos que se multiplican, entre otros que son y no son, entre muertes que se administran en silencio y suicidas en rieles de acero. La kastización no es sino eso, la iteración política de esa imposibilidad.

El gesto de quien intenta hablar cuando se le ha arrebatado la lengua.

Dr. Mauro Salazar J. Ufro/Sapienza

Imagen principal: Millee Tibbs, Alchemical Translations (Summer Lake), 2023

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