Este otoño de 2025 hemos podido asistir a la publicación de La fisura posthegemónica (DobleAEditores, 2025) de Gerardo Muñoz. Un libro que a todas luces busca generar una grieta en el seno del escenario político contemporáneo. O, más bien, devela la grieta constitutiva a todo intento por edificar nuevas arquitectónicas políticas y hegemónicas, señalando muy hábilmente su desfondamiento e inviabilidad. Es precisamente ésta la riqueza que nos ofrece La fisura. Nos advierte sobre la descomposición de la civilización occidental y discute con aquellos sectores de la política y el pensamiento contemporáneo que se esmeran en limpiar una casa que se cae a pedazos.
Podríamos decir con Muñoz que vivimos en una época de ‘curiosas inversiones’: la época de los movimientos inmóviles, donde “la extensión del movimiento de todas las cosas esconde un motor inmóvil originario». (Muñoz, 13) En esta dirección la mirada de Muñoz no solo refresca la crítica sobre el agotamiento de la gramática política hegemónica y los proyectos progresistas —tanto en Latinoamérica, con la Marea Rosa, como también la experiencia de Podemos, en España. Sino que nos invita a transitar hacia un habitar otro; asumiendo como condición necesaria del mismo la radical imposibilidad de organizar la vida en base a la legitimidad de la política moderna y los archein o principios de estabilización del orden de la representación y la forma como mediación.
Frente a la romantización de la experiencia de la Marea rosa en la metrópolis europea por parte de Podemos, en la Fisura se nos advierte que: “El resultado del déficit ya ha sido comprobado en el llamado “ciclo progresista latinoamericano”, cuya fragilidad no pudo dar riendas de largo plazo a procesos que comenzaron a sentir los efectos de la caída del precio de los commodities (…) Si la cartografía latinoamericana fue un tipo ideal para el ascenso de Podemos, ya no puede serlo” (Muñoz 84).
El deseo progresista de conquista hegemónica del Estado se agota precisamente en la imposibilidad de salir del dispositivo de la metafísica occidental. Que en la modernidad latinoamericana y se reafirma en los archein principiales de la dominación tecno-científica capitalista y la ley general de equivalencia: “La poética política [posthegemónica] pide la renovación de los presupuestos de la emancipación desde la turbulencia del singular en la época final del cierre de la historia de la metafísica”. (Muñoz 121) En su ensayo titulado “¿Qué hacer en el fin de la metafísica?” de 1983, Reiner Schürmann se pregunta precisamente ésto. A lo que responde: “Combatir todos los vestigios de un Principio que da la medida (…) Ésta es la condición práctica para superar la clausura metafísica y para que el obrar se vuelva “sin porqué”, anárquico y ateleocrático” (Schürmann 1993, 32-33). Esta ausencia de principios últimos —y negación práctica de nuevos principios y/o un nuevo hegemon— que orienten el sentido ontológico de lo político es la clave es la operación deconstructiva que se aventura a poner en movimiento Muñoz. Al punto de preguntarse por su dimensión práctica, es decir, cómo habitar anárquica o posthegemónicamente.
Frente al agotamiento de la política principial hegemónica emerge la pregunta por pasado mañana, «el día después de la destitución». Esta pregunta dialoga con una preocupación casi análoga a la de Josep Rafanell i Orra (2024) en Fragmentar el mundo y la de Marcelo Tarì (2025) en No existe revolución infeliz. La institucionalización de lo vivo gira en torno al carácter instituyente de la destitución: “la posthegemonía impulsa un momento instituyente de la emancipación igualitaria como conflictividad de una politicidad sin cierre” (Muñoz, 124) y así, rehabilita un común inequivalente o una contra-comunidad que puede ser entendida como “la dispersión de formas de vida concebidas como puntos de fuga de la política hegemónica, orientadas hacia el “uso” y la “singularidad” en lugar de la habitual apropiación” (Muñoz, 39) Lo que sitúa al libro de Muñoz en un diálogo fraterno y cómplice con estos dos autores.
Ahora, “¿Cómo pensar una forma de institucionalizar, ya no desde el régimen de una biopolítica positiva y constituyente, sino en la disyunción del tiempo no-político de los vivos?” (Muñoz, 71) Para Muñoz, al igual que para Tarì y Rafanell i Orra, quizás la respuesta está en un modelo post-identitario de comunidad: la comuna. Josep nos dice: “La comuna es el recorrido de los caminos hacia los contra-mundos compartidos que ya no se dejan gobernar» (Orra 2024, 138) Y por su parte Tarì nos señala: «La comuna —y no el común— es el aspecto constructivo inseparable del destructivo con el que se muestra ahora la potencia destituyente”. (Tarì, 2025, 33). Muy cercanos, ambos, con el momento instituyente de la posthegemonía.
Otro elemento clave es el desplazamiento a través del cual Muñoz opera. Nos introduce en un análisis que va desde una democracia radical o “una democracia no equivalente e inasible” (Muñoz, 72) y la lleva hacia sus últimas consecuencias, habitar su límite y su propio desfondamiento, compone el gesto posthegemónico. Esto es una apertura radical a un habitar otro, una infrapolítica, sin programa, sin conducción y sin la rehabilitación de una soberanía política. Un abandono, o renuncia, a la gramática política moderna, no sólo en términos de hegemonía, sino de la propia retórica —lengua articulada— que rige la vida en la polis occidental o metrópolis planetaria.
Este mismo desplazamiento ubica a La fisura posthegemónica —de cara a una «época expresionista»—, en una constelación de pensamiento y discusión de sensibilidad anárquica en la estela de Tiqqun y del Comité Invisible. Constelación que no solo busca el desfondamiento de los principios epocales, sino que nos invitan a habitar el abgründ, esto es, el de fundamento. Un vivir anárquico y posthegemónico. Como nos dice Tarì, «estos es lo que podemos imaginar como los primeros compases de los prolegómenos para un habitar destituyente» (Tarì 2025, 125). Así mismo, para Muñoz, la “posthegemonía es un elemento para salir de la inmovilidad de la politicidad devastada; otro ingrediente en el curso de la descivilización” (Muñoz, 146). Y quizás este gesto de habitabilidad desfundada y des-fundante sea lo que distancia las reflexiones de Muñoz del horizonte refundacional —o posfundacional—, que asumen como tarea cardinal la elaboración de nuevos principios o nomos hegemónicos que rigen y/o obturan nuestra mirada frente a lo frenético del presente. Estos procesos que abrieron el milenio y que marcaron el horizonte populista de las izquierdas —las experiencias de Podemos y la Marea rosa o ciclo progresista latinoamericano— hoy llegan a su coherente desgaste. En este escenario: “la hegemonía ya no se encuentra del lado de los grupos subalternos, sino que se convierte en la máquina gubernamental que reproduce, vigila y doméstica el potencial de una “política del pueblo”. La hegemonía se convierte entonces en la “restricción de otras posibilidades políticas” y su dique policial de contención” (Muñoz, 28).
Muñoz es incisivo con las corrientes post-subalternistas y con los comunitarismos re distributivos: “Pensar el agotamiento del ciclo progresista necesariamente implica una toma de distancia de una posición postsubalternista” (Muñoz, 28). Y claro está, son dos tendencias que, en nombre de la subalternidad y el “pueblo”, revitalizan construcciones identitarias y que terminan por desmovilizar cualquier crítica real al Estado y la economía de las equivalencias y la lógica totalizante del valor. Muñoz nos señala que el post-subalternismo hace prevalecer el consenso culturalista como motor de la política hegemónica, la cual termina por operar como un aparato de administración funcional a la máquina neoliberal y sus técnicas de gobierno y diseños geopolíticos.
El comunitarismo y la hegemonía estatal se develan como polos de la misma estructura de dominación estatal y la administración política del todo —una complicidad subordinada al principio general de equivalencia. Por esto «el concepto de hegemonía tal y como está elaborado en el posmarxismo de Ernesto Laclau, es insuficiente para dar cuenta de una forma verdaderamente transversal, heterogénea y anti-unitaria, tal y como aparece hoy al interior de nuestras sociedades». (Muñoz, 79-80) El no-todo es la emergencia de la singularidad irreductible que no sólo desborda razón que domina la vida social, sino que es la propia praxis sin porqué, anárquica y ateleológica del habitar post hegemónico que desobra y profana los dispositivos de administración.
En buena medida La fisura posthegemónica (2025) nos enfrenta al agotamiento de la imaginación política de los autoproclamados sectores críticos y progresistas del pensamiento latinoamericano. Nos da pistas para instituir formas-de-vida que, en su afirmación, puedan volver inoperosa la dimensión retórica —y sacrificial— del hegemon principial, último bastión de la metafísica occidental. Recordemos, “cuando una civilización está arruinada, debe caer en bancarrota”, y la Fisura es una incitación a la reflexión profunda en torno a la descivilización en curso, un ingrediente en esta conjura.
Bibliografía
Gerardo Muñoz. La fisura posthegemónica (DobleAEditores, 2025).
Josep Rafanell i Orra. Fragmentar el mundo. Contribución a la comuna en curso (Irrupción Ediciones, 2024).
Reiner Schürmann. “¿Qué hacer en el fin de la metafísica?”, en Diego Tatián ed., Heidegger y la filosofía práctica (Alción Editora, 1993).
Marcello Tarì. No existe revolución infeliz. El comunismo de la destitución (Petit 14, 2025).
Tiqqun, Vol.1 (1999), Disponible en la web en el siguiente enlace: Tiqqunim. https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/guerra.html

