Marcos Stábile / Texturas de la revuelta o cómo atar sin nudos en la catástrofe. Sobre Destitución y separación de Michele Garau

Filosofía, Política

Pasado un tiempo de cualquier explosión, sus ecos se escuchan únicamente lejos de su epicentro. Los del estallido argentino de 2001 parecen encontrar, en la actualidad, cajas de resonancia más amplias, más sensibles a su música, en las corrientes del pensamiento de la destitución desprendidas de la tradición autonomista italiana y francesa, que en el territorio que fue su escenario, configurado hoy como nódulo regional del neorreacionarismo en auge. Algunas revueltas, como los profetas, balbucean en una lengua extemporánea, intempestiva, y a esos temblores del lenguaje les suele caber, igual que a los profetas, el naufragio, el destierro.

Destitución y separación, lanzado en Argentina en 2024 por Irrupción Ediciones, no es un texto sobre el 2001. No hace sociología del estallido ni recupera las esquirlas de la crisis. Tampoco le dedica a este proceso, en particular, un volumen importante dentro del libro. Escucha, sí, en esas movilizaciones un ruido nuevo que se replicará, después, en otros levantamientos a lo largo de las primeras dos décadas del siglo XXI. Una melodía fuera de tono, pero no atonal —pensarla así es ponerla en contra de una escala y de lo que se trata es, justamente, de hacer música del ruido— cuyo timbre se intenta contornear en estos textos escritos entre el 2021 y 2023, un puñado de años marcados por una “profunda desorientación”, según refiere Garau.

Los ensayos incluidos en el libro se proponen buscar la textura de una consistencia política diferente. Una sustancia cohesiva para una constelación de razones y descontentos que podrían haber sido considerados “menores” en contraste con la solidez sígnica sobre la que se articularon los movimientos revolucionarios del siglo XX. Es, justamente, esa clausura, la coagulación totalizante del devenir insurreccional en un significante hegemónico con positividad programática, el punto en el que Garau traza el umbral a partir del cual el impulso emancipatorio declina en razón histórica y se encapsula bajo las membranas de la representación y la sujeción.

En el levantamiento de 2001 aparecen los lineamientos de una insurrección de nuevo tipo. El que se ve vayan todos conjugó un rechazo a la representación política y un corrimiento del terreno institucional que fue estigmatizado por los observadores —de todo el espectro, incluida la izquierda— como una falta de positividad incapaz de dar el salto dialéctico que anude las fibras del estallido en un diseño reconocible. Ese “vacío” es, para Garau, el punto más original de estas experiencias insurgentes. Un rechazo que organiza el “nosotros sin premisas” vuelto cuerpo en la fugacidad de la revuelta. Un cúmulo de intensidades desprovisto del agente consciente y con visión propia que la política moderna exige como piedra de toque y sobre el que históricamente se fundó el vocabulario estable de las distintas alternativas socialistas. Es, sin más, el “poder destituyente”, tal como lo define Tronti, con el que las revueltas metropolitanas se asoman al nuevo milenio, pero sin el halo de pesimismo con el que el operaísta invistió a la categoría.

Garau invita a no tomar como falta las especificidades desorientadoras de estas movilizaciones colectivas. La difracción de un marco unitario que aglomere las distintas experiencias de lucha, el desmoronamiento de los puntos firmes y la ausencia de un horizonte de desarrollo establecido son, en sí mismas, características cuyo valor no se puede definir en su trabazón maniquea con el modelo histórico de la emancipación política, sino como la forma concreta y situacional de una tipología de la lucha que no quiere mostrarle los papeles a la tradición.

“Tales elementos dejan así de ser simplemente atribuidos a la negatividad y la carencia, como si las revueltas fuesen un aborto de la razón histórica, un callejón sin salida, para intentar encontrar el “cómo” de una consistencia política diferente y dotada de su propia causalidad específica”, sintetiza el autor.

Si durante la etapa de las grandes revoluciones la oquedad se rellenaba para confrontar con el “afuera”, la praxis de la revuelta apela a sostener lo abierto del acontecimiento. Es la lógica de la fisión nuclear, hacer afuera en el adentro y custodiar las energías liberadas por esa fragmentación. El desafío es, como señala el subtítulo del libro, afirmar esa fuerza magmática en la transición que va de la “revuelta como experiencia a la dinámica revolucionaria” como proceso. Se trata de custodiar la apertura acontecimental del estallido, hacerlo durable y enlazar lo común sin nudos que lo estrangulen en la catástrofe de un territorio al que el 2001 le queda más lejos que lo que podría indicar el paso de los años.


si se presenta como música atonal es en relación a la tonalidad y a la configuración de una alteridad en función de un eje.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.