Mauricio Acevedo / Giordano Bruno. Universo e imaginación: rostro común y mutación infinita de rostros

Filosofía

Tanto el universo como la imaginación representan dos categorías cosmo-ontológico indisolubles en el pensamiento de Giordano Bruno. La razón estriba en que ambos se vinculan no sólo como estancias receptoras de vida material e inmaterial infinita, sino que por sí mismos producen y componen formas siempre nuevas a partir de un único principio vital e universal que no cesa de inseminar formas en su seno.

Es necesario acentuar que una de las tesis –inherentes al pensamiento del Nolano– es aquella que está relacionada con la persistencia incesante de tener contacto y comunicación con la Vida. Desde luego que en su obra Del infinito, presenta su nova filosofía bajo la restauración de la verdadera imagen del universo, que ha sido ocultada históricamente desde Aristóteles. Sin embargo, Bruno será quien denuncia este ocultamiento y, similar a una ángel mercurial, le anuncia al género humano las verdades de los dioses que han sido olvidadas. En efecto, la delación bruniana se acentuaba contra esa falsa imagen achacada al universo, comprendida a la sazón como una imagen finita, rígida, cerrada y fracturada en sí misma. Bruno, por el contrario, plantea la necesidad de revitalizar un antiguo saber que comprendía e imaginaba al universo como infinito, ausente de jerarquizaciones, inagotable de vida y, donde todas las entidades comparten una única dimensión espacio-temporal común dentro de la absoluta inmanencia natural. Su pensamiento poscopernicano esgrime sobre aquellas infinitas descentralizaciones e inagotables conjuntos de entidades que cohabitan en único sustrato material común a todo lo viviente. En Del infinito dice que

Hay diversas especies finitas, comprendidas las unas dentro de las otras. Esta especies diferentes concurren todas a hacer un entero universo infinito, en calidad de infinitas partes del infinito, tal como de infinitas tierras semejantes a ésta proviene en acto una tierra infinita no como un continuo, sino como un conjunto formado por innumerable multitud de tierras1”.

Bruno en consecuencia invitaba al círculo selecto de cortesanos londinenses de su época a mutar de paradigma con vistas a la disolución de esa perversa visión alienada de la naturaleza, que subsume el universo a una mera sentina y a una imagen escindida en sí misma. Inversamente, el Nolano dignifica aquella realidad material que históricamente fue sojuzgada y enlodada.

En Del infinito ilustra al universo como la más digna y perfecta imagen de la divinidad.

“[El universo] es un retrato grandísimo, una imagen admirable, una figura excelsa, un vestigio altísimo, un representante infinito de un representado infinito y un espectáculo apropiado a la excelencia y eminencia de quien no puede ser captado, comprendido, aprehendido2.”

La representación impersonal e inefable de la divinidad –incapaz de comunicarse con el género humano– incide en la creación de su más perfecto retrato materializado en un universo infinito. El carácter mimético –inherente al universo– si bien se plantea como una profunda necesidad de reconocimiento divino, lo que subyace es la urgente necesidad de reconocer la dignidad ontológica de todo aquello que puede ser y presentarse como razón viva de la divinidad, pero ahora dentro de la sustancia homogénea y, por lo tanto, inmanente a un único nivel de ser.

Estas «razones vivas» sólo se presentan en el aspecto encarnado de infinitas imágenes sensibles, que no dejan de ser iluminadas e insufladas por el primer intelecto inherente al alma del mundo. Si bien no es correcto señalar que Bruno concibiese el universo como imaginación, si puede tener un sentido cuando pensamos en que el intelecto primero insaciablemente crea formas en el infinito sustrato material, metamorfoseando éstas en otras formas con vistas a la perfección de la propia naturaleza no-humana. Si consideramos al universo infinito y homogéneo como el sustrato material ausente de forma y, sin embargo, principio de todas ellas [formas], comprenderemos el dinamismo de la propia materia, que de suyo está vinculada íntimamente al alma del mundo. Ahora bien, es necesario dilucidar que tanto el principio material como el formal se comprenden –en la constelación bruniana– como géneros de sustancia. Entonces el principio material –sustrato o materia– y formal –alma del mundo– se emplean como dos principios constitutivos y co-extensivos de la única vida común, esto es, la sustancia infinita y eterna.

El universo infinito es el espejo donde la divinidad se contempla a sí misma, es la imagen que explica lo ignoto de ella. Sólo en este sentido la totalidad del universo es concebido como un rostro común, dado que su infinitud y homogeneidad es la imagen pura más digna de la infinita eficiencia divina.

No obstante, dentro de este gran inmenso espacio material e universal, existen innumerables dinamismos de seres y de fuerzas que convierten ese rostro común en una enmarañada atomización de rostros ínsitos en su seno. Estas pululaciones infinitas de rostros jamás se apropian del único rostro –común a todos ellos–. Bruno en De la causa planteaba que en esos rostros está lo humano, que « es lo que puede ser, pero no es todo lo que puede ser3». Lo humano, por lo tanto, es una ínfima parte natural constitutiva de la única sustancia. Por lo que el género humano no está sobre la naturaleza, sino que por el contrario, dentro de ella.

Lo humano, sin embargo, comparte en común con la naturaleza su inclinación por la performatividad y creatividad. Si la naturaleza es receptáculo y efectora de formas siempre nuevas en su inconmensurable vacío espacial, en el sujeto humano existe un vacío inmaterial susceptible de ser llenado de infinitas formas. Asimismo es un principio en donde devienen nuevas formas inmateriales que no dejan de mutar en formas nuevas dentro de su útero cognoscitivo interno, esto es, la imaginación.

Naturaleza e imaginación pueden, por lo tanto, concebirse como matrices, y por sobre todo lugares comunes en la que el sujeto imagina lo inimaginable, esto es, lo inapropiable de la imagen pura de la divinidad. Imaginamos siempre en lo común de la inmanencia del universo infinito y en lo común de la inmanencia de nuestra imaginación.

Es en ese ejercicio de componer imágenes donde nace toda posibilidad de comunicación con la Vida infinita. La brunista Nicoletta Tirinnanzi explica que «el sumo principio se explica y se extiende gradualmente en las ideas, en los « vestigios de las ideas» y, por último, en las «sombras de las ideas4». De modo que el conocimiento de la verdad es desvelado gradualmente desde lo arquetípico de las ideas, luego por los vestigios inherentes a la naturaleza hasta llegar a las sombras de las ideas, esto es, esas infinitas formas producidas por la imaginación.

El Nolano explicará que así como existe un sustrato común de las entidades sensibles –species sensibilis–, también existe un sustrato común de entidades fantásticas: – species phantasiabilis– en la que habitamos. En De imaginum, Bruno explica el sustrato de las imágenes del siguiente modo

« […] Se trata de una sustancia indivisible, que por vía propia concibe las figuras y los caracteres de las cosas más numerosas, y también grandes. Entonces así como en el centro de la pupila [el ojo] concebimos desde una mirada indivisible todo el bosque de las cosas, y que mediante un espejo íntegro podemos contraer y evaluar la correcta dimensión de cada cosa; similarmente, aquella potencia del alma interior es en cierto modo más espiritual, que consistiendo en el espíritu fantástico con eficacia no menor, acoge y compone aquellas imágenes5”.

En el Renacimiento –sin excepción de Bruno–, la phantasía, es el componente cognoscitivo pasivo de la dimensión fantástica que recibe las afecciones sensibles y es capaz de producirlas aun en ausencia de la entidad sensible. La fantasía es la facultad interior que recibe y configura realidades fantásticas, realidades devenidas de los objetos de la experiencia sensible. Por otro lado, identificamos a la imaginatio como una facultad interior incorpórea que cumple una función activa en la dimensión del conocimiento. La imaginación es presentada como un «espíritu fantástico» que no sólo recoge los fantasmas de la fantasía, sino que los anima y es capaz de deformarlos o mezclarlos, componiendo fantasmas incluso no concordantes a la realidad natural. Bruno en De imaginum dirá que el sustrato de las imágenes:

“Es esto en cierto modo un mundo insaciable de formas y de especies, el cuál no sólo contiene las figuras de las cosas concebidas externamente según su real magnitud y número [fantasía], sino que por virtud de la imaginación, añade también magnitud a magnitud, número a número6

La imaginación es el principio de posibilidad de toda entidad viviente maravillosa –mirabilis–, es el principio vital de producción de imágenes fantásticas que podrían incluso manifestarse como fantasías contra la naturaleza. De este modo la imaginación se presenta como una facultad que genera una tensión con la matriz creadora de la naturaleza. La imaginación también permite dar forma a imágenes que devienen en la memoria, dando formas a aquellas imágenes pasadas olvidadas, revitalizándolas. No obstante, ambas forman parte de la dimensión cogitativa –ubicada en la zona central del cerebro–, y ambas son animadas por un mismo principio vital e intelectual que se expresa por medio de ellas. Es en la imaginación donde la comprensión y la creatividad implican fatiga y esfuerzo.

El erudito italiano, Marco Matteoli, expresa que «la inteligencia humana es el corazón de la actividad cognoscitiva y creativa, íntimamente arraigada en la sustancia universal del cual el hombre es, precisamente, expresión. En los actos del pensamiento, el intelecto manifiesta de hecho la misma dinámica y potencialidad productiva que anima toda la vicisitud natural7».

En el Renacimiento la imaginación cumple un papel fundamental en el ejercicio de la filosofía, donde Bruno será su más fidedigno defensor. En una época dónde el arte de la memoria se presentara desde una lógica árida y ausente de vitalidad de imágenes, que será defendida con ahínco por el conservadurismo puritano que, dicho sea de paso, defenestrará a las imágenes al mundo de la sinrazón y de lo diabólico. El puritanismo fue una corriente fundamentalmente iconoclasta, por lo que defenderá esa extraña experiencia que concibe la vida ausente de imaginación. Tal como sucedió en la alta Edad Media sobre la represión por parte de la Iglesia que, según Le Goff, afectó a la imaginación al relacionarla a lo pagano8.

El Nolano, por el contrario, piensa que tanto en el universo infinito como en la imaginación se dignifica todo aquello –entidades y formas– que pueden existir en ambas estancias. En su inmanencia, la existencia, sin embargo, se alberga en una dinámica constante de vicisitud de nacimientos, muertes y renacimientos como modos de ser efímeros –vanitas– en la eternidad de la sustancia viviente.

La importancia del pensamiento de Giordano Bruno es que dignifica lo visible y lo invisible; lo imaginable como lo inimaginable, legitimadas dentro de la infinita dimensión común de la sustancia y de la imaginación. Las mutaciones de rostros –vultus— participan en una afuera, dado que lo común no pertenece a nadie. No obstante, ese afuera en el Nolano se lee como un dentro, es una absoluta inmanencia natural común que no deja de suscitar –desde el sustrato natural– lo imposible.

La fantasía cosmológica aristotélica y la teología cristiana han capturado lo común, subsumiéndolo en un rígido y limitado mundo de rostros presentados como realidades eternas e inmutables. Rostros que han blasfemado el rostro común, dinámico e inapropiable de la naturaleza. Es por esto que el ejercicio del filósofo es desprenderse constantemente de las creencias y de las costumbres para componer imágenes imposibles, incluso más imposibles de lo que no alcanzamos a contemplar y a comprender por esa imaginación ausente de senso regolato, esa imaginación desvinculada de la asistencia del intelecto y no comunicada con la unigénita naturaleza. Nicoletta Tirinnanzi plantea que «Bruno muestra como la capacidad de ser cooperadores con la naturaleza está íntimamente conectada con el reconocimiento de idiomas infinitos, de infinitas vías de comunicación9» que permiten contrarrestar la indiferencia del ciclo natural del cual el sujeto está, en cierto modo, condicionado. En Bruno la libertad se reduce si bien a las manos, también comprende la imaginación y ese esfuerzo constante de crear imágenes siempre fugaces y mutables en la rueda dinámica y plástica del tiempo. La libertad se ratifica en el esfuerzo constante de contemplar los infinitos rostros que proliferan en el universo infinito y de transformar incluso esos rostros a través de la imaginación, componiendo infinitamente.

La necesidad de pensar la Vida en la medialidad implica el reconocimiento del poligenismo tanto material como fantástico. Es en la medialidad donde la nueva filosofía, presentada a través de sus obras en lengua italiana entre 1584-1585, donde se manifiesta una decisiva defensa de la presencia universal de la Vida inmanente tanto en el universo infinito como en la imaginación. Tirinnanzi esclarece que

“Y, en consecuencia, ya que el trabajo beneficioso de los sabios se explica en la elaboración de un lenguaje capaz de colmar el vacío existente entre hombres y dioses, el principio que anima a la sociedad civil está constituido, en primer lugar, de la fecundidad inexorable de la imaginación. Esta es, de hecho, la facultad, que sabe combinar y plasmar en formas siempre nuevas la sombra externa e interna. Y, como observa Bruno continuamente, la imaginación es la primera matriz de la cual surgen innumerables alfabetos, múltiples y fecundas vías de comunicación10”.

Esta defensa de la vida infinita no puede sino darse en la fuerza de la imaginación y en la infinitud del universo. Su pensamiento es más vigente que nunca, dado que nos invita con urgencia a imaginar futuros posibles en aquellos divinos e inapropiables espacios comunes en los que siempre habitamos, en esos espacios que posibilitan la comunicación infatigable con esa heterogeneidad y mutabilidad inmanente a la sombría naturaleza. El Nolano suscita la creación de nuevos itinerarios y, por sobre todo, a ser parte de la experiencia de lo infinito, que no es otra que la inagotable potencia de creación de experiencias siempre nuevas, mutables, donde la experiencia se pliega constantemente en la presencia de lo imposible de cual, sin embargo, es posible habitar. A experimentar la vida como imaginación.

acevedo1

NOTAS

1 Bruno, G., Del infinito: el universo y los mundos, Madrid, Alianza, 1993, p. 142

2 Bruno, G., óp.cit., p. 92.

3 Bruno, G., De la causa, el principio y el uno, Madrid, Tecnos, 2018, p.162. «Un poco más adelante Bruno dice que « aquello que es todo lo que puede ser es uno y en su ser comprende todo ser». Ibíd., p. 162. Es evidente que todo lo que puede ser es la sustancia infinita encarnada en un universo infinito.

4 Tirinnanzi, N., Umbrae naturae, limmaginazione da Ficino a Bruno, Roma, Storia e letteratura,2000,p. 224.

5 Bruno, G., Opere mnemotecniche, Milano, Adelphi, 2000,p. 539.

6 Bruno., óp.cit,. p. 539-541.

7 Matteoli, M., Nel tempio di Mnemosine, L´ arte della memoria di Giordano Bruno,Pisa, Della normale, 2019,p. 55.

8 Véase Le Goff, J., Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 11.

9 Tirinnanzi, N., óp.cit., p. 263.

10 Tirinnanzi, N., óp.cit.,p. 249.

 

Imagen principal: Daniel Ranalli, Infinity, 2013

 

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