Rodrigo Lagos / La pandemia como espejo de nuestra vulnerabilidad

Filosofía, Política

La actual pandemia provocada por el SARS-CoV-2 en todo el mundo y que aún mantiene a gran parte de la población con un sentimiento de angustia e incertidumbre constante, nos viene a recordar que el ser humano a pesar de su increíble desarrollo científico-técnico y su dominio de la naturaleza en el último siglo, todavía sigue siendo un ser intrínsecamente vulnerable.

Solo un virus de la naturaleza podía recordarnos que no somos el centro del universo y que por más que intentemos darnos un estatus moral superior, las certezas y fundamentos en que fundábamos nuestras vidas fueron removidos por la aparición de un virus que hizo temblar la existencia humana. ¿No es sino durante la pandemia que esta vulnerabilidad que nos constituye se hizo más patente que nunca?

La vulnerabilidad desde una perspectiva antropológica-filosófica se entiende como una característica propiamente humana que hace referencia a la posibilidad del daño, a la finitud, y a la condición mortal del ser humano. La palabra vulnerabilidad derivada del latín vulnus (herida) o vulnerare (vulnerar) que refiere la vulnerabilidad de un individuo, un grupo, o incluso una entidad no humana (por ejemplo: un sistema ecológico) a ciertos factores estresantes. Por lo tanto, la vulnerabilidad se entiende como la posibilidad que tiene el ser humano de ser herido o de estar expuesto a la herida debido a su condición frágil y mortal.

El filósofo Arnold Gehlen se va a referir a esta condición frágil del ser humano, y en su antropología filosófica lo definirá como un “ser deficitario” (Mängelwesen). Para Gehlen el ser humano es un ser “carente de medios, carente de instintos, y dejado a sí mismo; tiene que elaborarse a sí mismo y encontrar en sí mismo como su propia obra la existencia como tarea” (Gehlen, 1987: 38). El ser humano en comparación con otros mamíferos superiores está morfológicamente determinado por el déficit, es decir, que desde un punto de vista biológico es un ser desprotegido, no especializado, y subdesarrollado. Precisamente, esta carencia biológica que describe Gehlen es lo que conforma la particular vulnerabilidad humana. Aunque el hombre biológicamente es similar al resto de los otros animales, no obstante, es corporalmente único por su constitución somática específica (cf. Jaspers, 1977: 23). La morfología específica del ser humano, en comparación con las demás formas de vida, ofrece mayores posibilidades por su falta de especialización, y su cuerpo además lo distingue radicalmente de los animales no humanos.

Entonces la vulnerabilidad humana en el actual mundo pandémico aparece como nuestra posibilidad más propia, ya que sabemos que en cualquier momento nos encontramos expuestos a contraer Covid-19 y, en consecuencia, a enfermar. O bien, en el peor de los casos morir si nuestro cuerpo no resiste la irrupción del virus en nuestro sistema inmunológico. Incluso si somos optimistas y confiamos en la inmunidad que prometen las vacunas que compiten en el mercado, nada nos asegura que en un futuro no enfermaremos ya sea por Covid-19 u otro tipo de virus, porque nuestra vulnerabilidad siempre está latente y presente como posibilidad que determina todos los aspectos de nuestras vidas.

El filósofo Karl Jaspers lo expresa en los siguientes términos: “De todo lo viviente, el hombre es el único que sabe su finitud” (Jaspers, 1989: 59). Lo interesante de esto es que la intrínseca vulnerabilidad del ser humano puede ser asumida y apropiada de forma consciente. El ser humano tiene la capacidad de asumir reflexivamente su propia vulnerabilidad y finitud, y también asumir la vulnerabilidad de los otros seres humanos con lo que habita en el mundo. En esto radica la grandeza y a vez la miseria del ser humano, ya que este se sabe miserable y al mismo tiempo es capaz de trascender su propia vulnerabilidad. Sin embargo, una de las grandes dificultades con las que debe lidiar el ser humano es ocultar esta vulnerabilidad bajo relatos que lo posicionan como “dueño de la naturaleza” y que lo distancian aún más de sus vínculos más originales con los otros seres vivos y de su primera naturaleza animal.

La pandemia como fenómeno disruptivo que rompe nuestros fundamentos del mundo y la cotidianidad de nuestras vidas, nos enseña que nuestra vulnerabilidad no solo nos expone en tanto individuos que somos, sino también expone al otro con el que me relaciono e incluso me responsabiliza con el ecosistema que hace posible nuestra existencia. La pandemia develó algo que desde hace mucho tiempo sabemos pero que desde la lógica de nuestra sociedad capitalista neoliberal queda invisibilizado: no somos individuos aislados sino colectividades entrelazadas que nos necesitamos mutuamente para sobrevivir. Humanos, animales e híbridos compenetrados en una compleja red interactuando.

Esta vulnerabilidad que antes en el mundo pre-pandémico era absorbida por el hacer y el producir del trabajo, ahora nos desborda en cada centímetro de nuestro cuerpo para recordarnos que nuestra existencia no es eterna y que la vida es más efímera de lo que pensábamos. La finitud del ser humano no es una finitud susceptible de cerrarse como llegar a cerrarse toda existencia animal, porque la vulnerabilidad del ser humano es una vulnerabilidad esencialmente abierta, que trata de explicarse, y de justificarse constantemente a sí misma (cf. Jaspers, 1989: 59). En este sentido, el ser humano debe comprender su vulnerabilidad en términos de una oportunidad de asociación con el otro, como una posibilidad genuina de preocupación para con el otro, que me necesita en cuanto ese otro es igual o más vulnerable que yo.

Si hay algo que sabemos desde que comenzó la pandemia es que vulnerabilidad y la muerte no son democráticas tal como señaló el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en una de sus entrevistas. Nuestra intrínseca vulnerabilidad humana está atravesada por factores sociales y político-económicos que evidencian las diferencias, los problemas y las desigualdades de cada sociedad. Pensemos, por ejemplo, en Estados Unidos donde la cantidad de personas que más fallecen por Covid-19 son sobre todo afroamericanos. Sin duda, esto nos muestra que la pandemia no solo opera a nivel médico-sanitario, sino que también es un problema social que exacerbas las desigualdades sociales preexistentes en la base de cada sociedad. Por lo mismo, el ser humano debe ser consciente de su vulnerabilidad como posibilidad inminente de su existencia y al mismo debe asumirla de forma crítica, como un factor social que deja a algunos en un estado de nuda vida (en términos de Agamben), es decir, como vida disponible y sacrificable, y otros en lugares más privilegiados protegidos contra la desestabilización social y económica de la pandemia.

Si la pandemia es un espejo de nuestra vulnerabilidad debemos aprender a reconocernos en ella, a observar con detención cada detalle o imagen que se nos revela en esta situación de crisis, para asumir de forma crítica y responsable nuestra vulnerabilidad y la del otro, y también entenderla una forma de revaluar los supuestos en los que se re-producía nuestra vida. En el fondo es una invitación en medio de toda esta crisis sanitaria y social para preguntarnos quienes somos, una de las preguntas más antiguas de la filosofía (conócete a ti mismo) y a preguntarnos además por el mundo que construimos, por los valores de nuestra sociedad o por las instituciones que nos gobiernan.

Si la pandemia ha puesto en entre dicho nuestra supuesta “normalidad” es ocasión de pensar nuevos fundamentos (esperemos mejores que los anteriores) para volver a re-articular el sentido de la vida.

Referencias

Jaspers, Karl. (1989). Introducción a la filosofía. Barcelona: Círculo de Lectores.

Jaspers, Karl. (1977). Psicopatología General. 4ta ed. Buenos Aires: Editorial Beta.

Gehlen, Arnold. (1987). El hombre: su naturaleza y su lugar en el mundo. 2da ed. Salamanca: Ediciones Sígueme.

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