Existen paisajes que no vemos. Ni platónicos ni místicos, sino simplemente invisibles. Están cargados de fuerzas extrañas que los pueblan y les dan forma. Hace unos días intentando mirar los detalles del cuerpo de un zorzal en movimiento, creí haber comprendido algo de sus extrañas presencias. Lo recuerdo así: El zorzal me miró por un momento desde el árbol en el que posaba sus delgadas patitas y ustedes entienden que cuando digo me miró es que se puso de costado para apuntarme con un solo ojo. Hacia dónde tendría dirigida la otra mitad de su visión es algo solo especulable, no podría asegurar nada. Imaginé que tal vez la existencia uno de los paisajes que no vemos estaba en el entremedio de la vista del pájaro, en lo que él no podía ver, o también en la doble mirada, que por una parte contenía la imagen de mi cuerpo y por otra la de una otra imagen que nunca podría yo siquiera imaginar. En su cerebro probablemente no habían dos imágenes, sino una panorámica que incluía la imagen de algo proyectado por mí, ahora entregado al zorzal, y una imagen ignota que hacía juego con la mía, la tocaba, la complementaba distinguiéndose, pues al fin y al cabo, el pájaro sabía separarlas. En esa doble mirada que organiza las imágenes de una manera inimaginable para mí, lo que pienso que ocurre es que se forma un paisaje invisible. Ní platónico ni místico, sino simplemente invisible.
El texto de Tariq Anwar puede ser leído en compañía de la pieza Soundplace1.