Reír, arder, resistir. Con estos tres verbos, los ensayos que componen Stasiología/Guerra civil, formas-de-vida y capitalismo, conjugan su gestualidad. Las notas, interrogan en la escritura de Rodrigo Karmy desde un impulso. Las leo como movimiento de pequeñas piedritas a la ventana, quizás desde un patio donde se ve una lámpara encendida; quizás porque se espera que, al otro lado, el castigo no impida salir a jugar. Hay una especie de señal de ‘alerta’ o llamado de atención ante el tradicional léxico de las izquierdas, arraigado en nuestro modo de imaginar. Un pensamiento -como diría el escritor argentino Damián Tabarovsky- que se opone a la idea de transición, a la lógica de la política avanzando por etapas, con puntos de partida y puntos de llegada; [más bien] apela al fantasma en la grieta, en el terremoto, en la tormenta, en el remolino que todo lo cambia de un instante a otro1”.
Reír
El terror desplazó al miedo como pasión política contemporánea. El método iraquí, nos dice Karmy en el primero de los ensayos, se define como método global. No es el miedo hobbesiano que sustenta el pacto social, sino la aceleración de la sociedad de control en modo de prevención como principio rector de la administración gubernamental, frente a la ‘amenaza terrorista’. Aquí me interesa tomar una hebra: el complemento de la prevención con la ‘protección’, como principio de la división sexo-genérica en las agendas de seguridad.
Al poco tiempo de la caída de las torres gemelas, Iris Young escribe un texto llamado “La lógica de la protección masculinista”, donde se pregunta por la declaración de guerra exterior y el llamado a la obediencia y la lealtad en la casa, el espacio privado. El método iraquí contrapone los clásicos valores masculinos estudiados por las feministas que se asocian a la dominación sexual, resituando la valentía/coraje de los hombres en un llamado a proteger a mujeres y niños ante el agobio del terror externo, la inseguridad. “El hombre ‘bueno’ es aquel que vigila atentamente la seguridad de su familia y se arriesga fácilmente frente a las amenazas del exterior para proteger a los miembros subordinados de su hogar”2, ilustra Young. Es el padre benévolo que advierte a su hija de los peligros de otros hombres al andar sola de noche por la calle. Es la necesidad actual, en el nuevo auge del significante seguridad, o la preferencia, porque sea un ‘hombre protector’ el que nos va a dejar a casa. Es también un Gabriel Boric que en un intento de demostración de coraje, se compromete en una entrevista en televisión abierta, a acompañar a carabineros en los procedimientos policiales3.
Presentar la guerra contra Afganistán como una guerra humanitaria para proteger al pueblo afgano de la dominación fue particularmente eficaz para la administración Bush y los periodistas se centraron en las mujeres, nos relata Young. En el discurso del Estado de la Unión del 2002, por ejemplo, Bush dice: “La última vez que nos reunimos en esta cámara, las madres e hijas de Afganistán estaban cautivas en sus propios hogares, sin poder trabajar ni ir a la escuela. Hoy las mujeres son libres y forman parte del nuevo gobierno de Afganistán”. La mujer o ‘las mujeres’ -con el cambio a plural que se da en las políticas de género de los noventa- cobran una importancia crucial para las narrativas securitarias. La conservación patriarcal se justifica en su subordinación, necesidad de ser protegidas, ‘salvadas’ de su propio pueblo.
Ante el método iraquí que se orienta a destruir toda forma-de-vida, hacia la vida nuda como única vida: el feminismo y comunismo- nos dice Karmy- se vuelven otros nombres para pensar el común de los pueblos (36), en la intensidad de las múltiples formas-de-vida, que desbordan, ebullen a la deriva securitaria. Si no hay más Estado como central articulador de la violencia soberana, sino el polimorfismo impersonal de nodos que cristalizan modulaciones variables de conflictos (32), la pregunta por la normalización de ‘las mujeres’, ‘la diversidad’ y el género, en la producción de “identidad” de los dispositivos económicos, securitarios y biomédicos, se hace patente. La demanda por el reconocimiento estatal se vuelve tensa. El modo de relatar el lazo social en el vértice del ‘estado de excepción’ requiere de nuestra subordinación y respeto al Estado protector, y al buen padre de familia como su guardián en cada casa.
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La apostilla chilena del método iraquí nos lleva a los cincuenta años de este existir/resistir en dictadura. La Constitución de 1980, como novela -en palabras de Guadalupe Santa Cruz-, instauración del drama o teleserie neoliberal, y su dislocación revoltosa en el Octubre de 2019. Puede leerse en Karmy una política de la incomodidad, que muta y evidencia el cauce micelar de la revuelta, contraponiéndose a las narrativas tecno-lineales que conectan el 18 de octubre, la Convención y el actual gobierno. En algún momento la revuelta ‘se pierde’, acaso nos quedan sus esporas, que intentan ser capturadas por una suerte de partido octubrista, pero que en el abandono del disfraz, de la ironía de la revuelta, por la expertis del lenguaje constitucional y la administración de la demanda, terminan normalizando las prácticas y el discurso, neutralizando así “el exterior destituyente” que yacía en su propio interior (60). Y es que la revuelta no es un título de crédito a cobrar por las izquierdas, no hay garantía en ella de instauración. No sigamos soñando en masculino con la revolución mundial, nos dice Karmy. No habrá más revolución mundial como metafísica unificadora.
Me interesa esta alerta, preguntarnos por la patriarcalidad de los estribillos textuales que aparecen en nuestro modo de narrar ‘aquello que debería suceder’ para poner fin al neoliberalismo. Cómo la metáfora de la acumulación de fuerzas se instala desde el siglo XX, en un relato que nos hace mirar los movimientos estudiantiles del 2001, 2006 y 2011, la lucha por las pensiones, por la vivienda, por la salud, el mayo feminista de 2018, como un supuesto proceso de fortalecimiento de musculatura para la construcción escatológica del reino que vendrá. Cómo el honor y gloria de la primera línea se intersecta con el certificado médico que enrostra la mentira del Pelao Vade. También cómo la esperanza vital, no se reduce a la llegada de, o el terror en la ‘búsqueda de una salida’ burocrática del Acuerdo del 15 de noviembre, a la cual asisten los partidos políticos por prevención, por la supuesta amenaza de un nuevo Golpe de Estado. Cómo en palabras de Willy Thayer, el tempo puramente excepcional de la revuelta desanda regla, infracta, desestabiliza, abisma, las instituciones de la revolución4. ¿O es que la pandemia, la derrota del proyecto de la Convención Constitucional, la seguridad han clausurado todo ello, en la simple anomia o malestar al cual se refiere el lenguaje sociologizante?
Es posible que se apropien de las consignas, pero no de los ritmos (54), escribe Karmy. La multiplicidad interna de los ritmos, cuya regulación métrica no es más que un momento5. La ritmicidad de la risa, que se contrapone al terror y a la política emocional del silencio: “Reímos- apunta Judith Butler- y en cierto sentido el cuerpo opta por una euforia pasajera que resuena en el universo acústico del otro. Está fuera de sí mismo, en ek-stasis, pero también envuelto y atrapado en su propio aliento, en su propia función vital, que no tiene sentido sin las criaturas vivas de las que dependemos y con las que se intrinca nuestra propia vida. El cuerpo irrumpe, como si dijéramos, en una nueva sociabilidad”6.
Arder
Calle, institución, vida y norma. El nudo feminista entre autonomía e institucionalidad se nos presenta como un encuentro defectivo y problemático. Y es que la sublevación emerge frente a un nómos de fuego, nihilista, ‘de nada’, que desconfigura la determinación terrestre de la ley, la propiedad de la tierra en un Estado nación que se define por sus límites cardinales y la labor de su Cancillería. En este segundo texto, Karmy interroga la periodización política de la tierra, agua, aire y fuego que alinea los elementos en cadena, así como el deseo mismo de una nueva constelación de poderes que permita renovar el nomos de la tierra que reorganice la geografía global. Los mecanismos de combustión que despliega la piro-política requiere del espacio aéreo y el incendio al mar, el oxígeno, ‘la carrera espacial’, el satélite, el dron y la vigilancia. “El Leviatán- escribe Karmy- en realidad fue el proyecto que ‘incendió el océano’. ¿Qué son los derrames de petróleo en los mares sino una de las últimas formas de tal incendio?” (81). La metáfora marítima de la cibernética que se cruza desde la apropiación, división y producción -conceptos claves del nomos,- de la ‘nube’ y las plataformas de redes sociales, en el tráfico de ‘datos personales’ donde la lengua circula como mercancía. No hay reconfiguración de la geografía, ningún poder capaz de instaurar un nuevo nomos de la tierra. Fuera de las cartografías y sus cálculos, la revuelta constituye una tierra que no calza con el territorio: ¿qué sentido tiene entonces volver a volcarse a los territorios, restituir esa suerte de política territorial a la que se apela como el punto de retorno, como el problema a resolver por parte de las organizaciones de izquierda?
La sublevación destituye en sus puntos de ebullición, desde los nomadismos, desde la circulación abierta, contagiosa de la palabra dignidad. Aquí las transformaciones desencadenadas por el fuego, la imagen apocalíptica de la destrucción masiva de bombas que caen desde el cielo, la ciencia ficción del fin total; encuentran su reverso en la interrogante por ese otro modo de gobernarnos de la olla común, el comedor popular, el fuego ya no como el peligro que amerita alegorías devastadoras de la huída a otros planetas, el fuego como calor para quienes habitan la reparación de una tierra asfixiada que, como en la ciencia ficción feminista de Marge Piercy o Ursula K. Le Güin, o en los cyborgs de Donna Haraway, sus tejidos se van reparando en la configuración de otros modos múltiples de lo común, en que la producción y reproducción de la vida, los cuidados y no la protección, los afectos y no la ilusión de los ‘espacios seguros’, que permiten re-pensar nuestras tramas.
Resistir
Stasiología es el modo en que Karmy nombra a una (anti) ciencia de las formas-de-vida, una poética del pensamiento, de la desmonumentalización, de la ‘toma de posición’ que acecha al concepto de sociedad civil como lugar necesitado de mediación con el Estado, cuyo vaso comunicante en la teoría moderna de la soberanía popular son los partidos políticos. Karmy da cuenta de su noción conflictiva, en el descalce del binomio guerra/paz. Siguiendo a Foucault, apuesta por leer de otro modo la guerra: “la sociedad civil no puede ser vista simplemente como la abstracta esfera de la ciudadanía y el trabajo, sino el terreno mismo en el cual se despliega una guerra de minuciosa irrigación y capilaridad efectiva” (94). La stasiología tensiona entonces, aquellos relatos de la anomia, la desconexión entre política y sociedad, a ser re-conectada por un partido como dispositivo-puente. La intersección entre clase, sexo y raza no se lee desde el objetivo, causa, de la configuración de sujetos a conducir. A la dirección partidaria de la revolución, la revuelta se conjuga desde la acefalía, contingencia e inoperosidad, en donde no existe cadena de equivalencias que suture ‘demandas concretas’ en una cartografía determinada: no es avance de posiciones, sino la toma de posición en el ‘resto’.
La violencia de los técnicos del lenguaje se dirige también contra la revuelta, procesando el cambio de piel de las ciudades, en la clausura del Jardín de la Resistencia, el retorno del nombre Plaza Italia, y el cercamiento del fantasma de la estatua de Baquedano, normalidad nueva o vieja, biomédica, pandémica, que precisa disciplinar lo que quedó- el resto, de soltura del cuerpo. Aquí el texto nos envuelve en la poética del ‘hacer jardines’ en ese no-saber de Guadalupe Santa Cruz, que delinea la escritura, destituyendo la fábula agrícola del pastoreo republicano, pero también aquella que intentando marcar distancia con la reforma agraria amplía el sujeto revolucionario al campo y la ciudad, en la corrida de cercos. Más bien -como en el jardineo de la poeta Hebe Uhart- de lo que se trata es de ‘guiar la hiedra’, donde el oído, el olfato, el tacto se dispone, con Karmy, a atender la multiplicidad, los nomadismos de las formas-de-vida: “Una ciencia que necesita el cultivo aneconómico de un jardín, un gusto o, si se quiere, un ritmo por el cual se desata una violencia singular, precisa, que podría llamarse potencia destituyente y que resulta capaz de privar al poder de todo fundamento y mostrar que éste se mantiene o profundiza solo gracias a un despliegue continuo de tácticas, simulacros, estrategias de diversa índole capaces de sostenerle” (118-119). Así, la stasiología permite mostrar el fundamental principio de ‘nada’ en las tecnologías del saber como el urbanismo, que delimitan las concepciones del bienestar en salubridad, -en palabras de Foucault- el urbanismo se torna medicina urbana7, en que la ciudad se concibe como cuerpo determinado por sus funciones biológicas: eliminando de sí los agentes patógenos que la rodean y ‘previniendo’ las enfermedades futuras: regular la inmigración y emigración de su población, manejar las aguas, establecer ciertos tipos de viviendas.
En los jardines, como no-lugar, resistencia, topología fuera de la regulación urbana, se trata en cambio de dar cuenta del medio, descalce de su ya no y su todavía, en el cultivo del estilo, en el cuidado de la potencia de la imaginación, en lo que designa un gesto. Diría Santa Cruz, un jardín, una escritura, sin “miedo a la mugre, sin asear, mezcla de artefactos y cachivaches reciclados, irreductibles”8. Nueva física de los cuerpos -otra ecología multiespecie, otros parentescos- en cuya intensidad, como nos dice Karmy, se juegue el trabajo de la invención de otras prácticas y discursos.
NOTAS
1 Damián Tabarovsky. Fantasma de la vanguardia. Buenos Aires: Mardulce, p. 20.
2 Young, Iris Marion. “The Logic of Masculinist Protection: Reflections on the Current Security State.” Signs, vol. 29, no. 1, 2003, pp. 1–25. JSTOR, https://doi.org/10.1086/375708.
3 Véase:https://elpais.com/chile/2023-03-28/boric-anuncia-que-acompanara-a-carabineros-en-los-procedimientos-policiales-tras-la-conmocion-nacional-por-el-asesinato-una-sargento.html
4 Véase: Una Constitución menor. Conversación con Willy Thayer. Papel Máquina (16), 2021, p. 33.
5 Henri Meschonnic:El ritmo del poema en la vida y el pensamiento(I)/ Conversación con Serge Martin. Cuarta Prosa, 2020. En línea: https://cuartaprosa.com/2020/10/01/henri-meschonnicel-ritmo-del-poema-en-la-vida-y-el-pensamientoi-conversacion-con-serge-martin/
6 Judith Butler. Sin miedo: Formas de resistencia a la violencia hoy. Madrid: Taurus, 2020.
7 Michel Foucault. Nacimiento de la medicina social. en: Obras Esenciales: Vol IV. Estrategias de poder. Barcelona: Paidós, pp. 363-384.
8 Guadalupe Santa Cruz. Ojo líquido. Santiago: Editorial Palinodia, 2011. p. 28.
Sobre el libro comentado: Karmy Bolton, Rodrigo, Stasiología. Guerra civil, formas-de-vida, capitalismo, Voces Opuestas, 2023.