En su clase del 29 de febrero de 1984, después de haber planteado el problema del modo en que la parrhesía –el riesgoso “decir veraz”- podía expresarse en un sentido aletúrgico a la luz del cínico, Michel Foucault ofrece un pequeño pasaje que, me parece, resulta clave para lo que nos proponemos: “La expresión mártyron tes alethéias (ser el testigo de la verdad) es tardía, pero creo que podemos recurrir a ella para caracterizar, en el fondo, lo que fue el cinismo en la Antigüedad y sin duda lo que será esa especie de cinismo que se puede encontrar a lo largo de la historia de Occidente a través de diferentes perfiles. Mártir de la verdad, entendido en el sentido de “testigo de la verdad”: testimonio dado, manifestado, autentificado por una existencia, una forma de vida en el sentido más concreto y material del término, testimonio de verdad dado por y en el cuerpo, el vestido, el modo de comportarse, la manera de actuar, de reaccionar, de conducirse.”1 Posiblemente este pasaje sea uno de los pocos donde Foucault se refiere a la figura del mártir. Desde su lectura, éste se inscribe al interior de la línea abierta por el cinismo cuya característica más decisiva habría sido la de situar la cuestión de la verdad no en el “decir veraz” de la parrhesía como en el “cuerpo” donde ésta aparece “dado por y en el cuerpo”.
La reflexión abierta por Foucault en torno a la inscripción del martirio puede al interior de la vía cínica me parece decisiva, sobre todo, si advertimos cómo el propio Foucault sitúa la vida cínica respecto de la Ley de la ciudad (nómos) a la que impugna situándose como el: “(…) rey anti-rey, que muestra cuan vana, ilusoria y precaria es la monarquía de los reyes.”2. La intensidad aletúrgica del cínico, el escándalo de la verdad que, posteriormente se expresará en el martirio, termina por exponer “cuan vana, ilusoria y precaria es la monarquía de los reyes” porque desactiva su fuerza, su soberanía, el manto de gloria que recubre al poder llevándolo al punto cero de su eficacia.
Sinead O´Connor no fue una simple cantante. Su compromiso ético y político con diversas causas, hicieron de Sinead alguien en cuya performance ponía en juego el escándalo de la verdad, una cierta estilística de la existencia en la que se juega un bios. Su éxito fue aplastado por el espectáculo mediático en 1992 cuando, en un programa del Saturday Night Live ella canta a capella una versión de la canción de Bob Marley “War” introduciendo en la letra referencias al abuso sexual de niñes, despedazando la foto del papa Karol Wojtyla para exclamar con una fija mirada al espectador: fight the real enemy (“combate al verdadero enemigo”).
Justamente en esto consiste el carácter martiriológico de Sinead, la exposición permanente del escándalo de la verdad que incomodaba a los poderes establecidos: denunció el abuso sexual en la Iglesia Católica cuando nadie aún lo había hecho, se opuso a la Guerra del Golfo de 1991, canceló un concierto en Israel y, solidarizó con el pueblo palestino uniéndose al movimiento del Boicot Desinversiones y Sanciones (BDS), entre tantas otras “causas” que exponían la injusticia de un mundo que le fue siempre hostil. Ella era una reina antirreina –para decirlo con Foucault- un “testimonio” que se ofrecía sin recibir recompensa ni, mucho menos, esperar la aprobación de su mezquino entorno. Su desafío a la industria discográfica fue proyectar una forma de vida que enamora cuando la gestualidad de su cuerpo quiebra cualquier forma pornográfica de exposición. De cabeza calva, ropaje asceta y, sin embargo, de voz estremecedora. Rasgos anti-estéticos para la industria, rasgos que apuntan a una estética de la existencia. Con ellos, Sinead escandaliza y testifica la verdad. Provino de Irlanda y, habiendo sufrido los abusos de la Iglesia católica y de la violencia colonial británica en Dublin, Sinead parece haberse situado al margen de la ciudad, ahí donde su Ley opera como violencia excepcional y los seres humanos parecen no tener más alternativa que sustraerse a dicha “guerra”. Emergió de la oscura tierra de los oprimidos, pero jamás se mimetizó con los opresores. Su propio cuerpo planteó la singularidad de una forma de vida, su misma voz irrumpió con la gestualidad de quien resiste y no calza con las tropelías del planeta.
Cuando en 2018 experimenta su conversión al islam, el nombre que adopta, quizás, lo dice todo: Shuhadal Sadaqat. En árabe el término “shuhada” (plural) designa literalmente el “testimonios de fe” o, de la verdad. Su nombre musulmán la retrata, expone su (im) propia potencia, su coraje de la verdad. Más aún, el término “sadaqat” remite al ofrecimiento gratuito, el don, si se quiere. Se trata del radical acto de entrega propio del testimonio, del arrojo sin cálculo alguno a la verdad. En ello consiste el martiriologio: no en la forma pasiva de aquél que soporta el dolor, sino en aquél que resiste precisamente porque se entrega a la verdad. Por eso el martirio no es un sacrificio. Este último ordena el mundo y restituye la institucionalidad vía la muerte sangrienta de un “chivo expiatorio”. El primero, en cambio, expone la verdad que la institucionalidad no puede pronunciar, desgarrándola de sí y, como el cínico en Foucault, la lleva a su nulidad dejando el vacío que le constituye enteramente expuesto. No cree que haya reyes sobre la tierra. Sinead –quien mantuvo su nombre inglés como nombre exotérico- era Shuhada Sadaqat precisamente porque devino una gestualidad de quien le ofrece gratuitamente a un mundo en guerra, la voz más generosa y abundante.
Julio 2023
NOTAS
1 Michel Foucault El coraje de la verdad. Pp. 186-187.
2 Idem. p. 287.
Imagen principal: Albert Watson, Sinead O’Connor with Angel, New York City, 1992