Aldo Bombardiere Castro / Divagaciones: Hallazgo

Estética, Filosofía

¡La hemos vuelto a hallar!¿Qué?- – La Eternidad.Es la mar mezcladacon el sol. Arthur Rimbaud

A veces, sin necesidad de buscar, encontramos. Y no sólo encontramos cosas que yacían, más que perdidas, abandonadas. Antes bien, encontramos el acontecer de un hallazgo: un encuentro con la esencia que expele el ser.

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Podría tratarse de trozos de un caramelo clavándose en nuestra mano a la hora de introducirla al bolsillo. También podría tratarse de una foto impronunciable, olvidada entre los cajones del dormitorio en alguna noche de juventud, y que ahora, insolentemente, retorna para encararnos. Como sea, en realidad los objetos no tienen ninguna importancia en sí mismos; lo que importa es cuánto y cómo nos im-portan: el modo en que, sin desearlo, seguimos siendo portados en ellos, llevados por ellos, y dirigidos hacia ninguna parte más que la que vivifica el pensamiento. Pues, de manera semejante al acontecer del relámpago, cuya manifestación no requiere de ningún sustrato más que el de la luz que él mismo es, el encuentro con un hallazgo no requiere ningún sustrato objetual más que la singularidad misma del evento que él abre e ilumina: el acontecer del ser.

Resulta irrelevante el objeto del cuál se trate. Lo que importa es la singularidad del evento, no la naturaleza particular de un ente ya determinado. Este evento, por ende, es capaz de conceptualizarse bajo la apariencia de cualquier objeto entitativo, pero ello no apunta más que a su apariencia, no a al ser que aparece: lo relevante es el movimiento de aparecer en su profunda radicalidad, no la apariencia de un objeto frente a un sujeto ni el aparecer de algo, ya conjurado o conocido, sobre la faz del planeta.

En tales objetos (caramelos en los bolsillos de una vieja chaqueta, fotos de una amada a quien, en verdad, nunca pudimos llegar a amar) ya no resalta la funcionalidad a la cual siguen remitiendo lejanamente, pues, de golpe, han vuelto a aparecer frente a nosotros derogando toda premura y utilidad predeterminada. Por ello, tampoco pueden reducirse a su calidad de meros residuos. En contraste, al trascender su calidad de cosas, se exhiben como el recuerdo de un mundo diluido en este mundo, es decir, como un mundo que, de alguna manera, aún se encuentra presente. En lugar de concebirse como residuos, quizás sea más pertinente pensarlos en cuanto estelas: son objetos donde late el fantasma de una vida pasada que no deja de palpitar, que sigue pasando en el presente y no cesa de donarse en vistas de un indeterminable e interminable porvenir.

En el caramelo aún permanece el sabor de la alegría sabatina de nuestra infancia; en la foto de quien nos amó sin medida aún nos atormenta el signo de la ruptura y del desamor. Ambas estelas, ambos hallazgos, representan cartas destinadas a nosotros y que tan sólo nosotros habremos de abrir o de no abrir, de indagar o de quemar. En cualquier caso, abriéndolas o no, siguiendo el rastro de las estelas o negándonos a ello, algo es imposible: no podemos no responder. Cuando el hallazgo acontece, nos acontece. Hemos ganado una encrucijada, la situación de un dilema que va mucho más allá de optar entre, de un lado, recordar lo que yacía olvidado para reproducir imaginariamente lo ya vivido y, de otro lado, desatender a lo encontrado para continuar con la ciega cadencia planetaria. Lo genuinamente ganado es la experiencia radical con loinolvidable que vibra en la médula del ser: esa potencia arrolladora e intempestiva que irrumpe como exceso a toda respuesta, que desborda a cualquier olvido o recuerdo. Lo inolvidable no es lo que se ha de recordar siempre, ni, por tanto, lo que permanece inmune al olvido; es aquel “júbilo” que reclama, que exige la vida: la felicidad del ser. Así, el dilema al cual nos confronta cada hallazgo, por cierto, ha de comprenderse como el de la esencia, pero en el sentido más sensible. En una palabra, los hallazgos son esencias de la esencia: aromas que suscitan el despertar de la multiplicidad de mundos dormidos entre los pliegues de este mundo, atmósferas inaprensibles que apenas insinúan la felicidad del ser.

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A primera vista, en los hallazgos salen a nuestro encuentro las cosas que perdimos de vista. Pero, en realidad, los hallazgos nos vienen a encontrar, permitiéndonos recuperar la vista que perdimos de las cosas: porque no sólo olvidamos una cosa en particular, sino que olvidamos el mismo hecho, la involuntariedad del acto o padecimiento de olvidar. Sin embargo, el valor de lo que se encuentra es lo no-buscado. Si quien busca siempre encuentra, entonces aquí es irrelevante buscar, pues un hallazgo se trata de un encuentro con el aparecer, no de un encontrar lo buscado. Es decir, hallamos, cual golpe de gracia, el encuentro con lo inolvidable: la felicidad del ser expeliendo su esencia en inconmensurable devenir.

Imagen principal: Pippa Young, Unintended consequences of human error 3, 2021

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