Mauro Salazar / Cuatro años después. La revuelta en post-hegemonía (Más allá del malestar)

Filosofía, Política

1.f. Anomia, aquel pacto de las mercancías mediáticas que naturalizan el sentido común. 2. f. Anomia, un significante corporativista capaz de bloquear los flujos de metaforicidad en sus apareceres litigantes. 3. f. Anomia, un dispositivo que neutraliza los cuerpos monetarizados del “malaise”. 4. f. Anomia…recurso para restaurar el credencialismo globalizador como índice celebratorio.

Hoy nuestros expertos neoconservadores, liberales y progresistas, condenan la falta de articulación hegemónica de la insurgencia 2019, su lirismo interdicto, licencias poéticas e inusitado barbarismo. Y aunque obesas, es muy necesario abrazar tales críticas, por cuanto el demiurgo de la hegemonía busca articular voluntades colectivas, trayectorias y anudar coaliciones heterogéneas (“lo político”). Pero el Daimón del 2019 -sin fetiches y lejos de toda filosofía redentora- fue un golpe de desigualdad que develó las anorexias de nuestros rectorados y oligarquías académicas para descifrar -curatorialmente- las insubordinación de los cuerpos. De paso, quedó en evidencia el estado de los arribismos mediáticos amañado por las tribunas editoriales. En suma, la ráfaga de sucesos, desnudó diferencias irreversibles con la modernización como índice de progreso. Las economías del conocimiento -mainstream- no fueron capaces de proveer un marco interpretativo ante la caída de la episteme transicional, salvo su poderío factual.

Luego el movimiento, con sus dislocaciones, susurraban modos de razonamiento -cuyo excedente intersticial- no se ajustaba a lo que prescribe la teoría hegemónica. No existe tal dogma. La revuelta, y sus incongruencias, exudaba un márgen. Pero lo que estaba en juego no era cualquier “margen” o “afuera” litigante del Chile dócil, salvo la irrupción de un nuevo régimen de subjetividad que hoy sospecha de una vida crediticia.

Nadie buscaba matar a la hegemonía neo-gramsciana con el sufijo post, sino reparar en ese “afuera” que se supo obliterar -vía orden- desde un uso normado de la hegemonía respecto a una acumulación de alteridades y disidencias capturadas en el campo constitucionalista. Margen que luego de la Pandemia, no sólo fue confinado a la periferia, sino exorcizado coléricamente a nombre de las épicas modernizantes (servicios, desregulación, commodities, consumo conspicuo y episteme crediticia -terciaria).

Al paso quedó al descubierto la ausencia de cogniciones para leer la conflictividad, salvo al interior del entramado elitario y sin articular modernización y subjetividad. En suma, la revuelta aventurera, anárquica y tanática, mostró la ruina argumental de nuestro capitalismo académico y sus pastores en un déficit intelectivo (¿no hay falta de política cuando solo habla el leviatán y el proceso constitucional sigue en riesgo?). La imaginación popular -en sus zonas de tumultos- activó (2019) una escisión (“hendedura”) entre el dispositivo institucional de la modernización -prácticas, discursos y objetos- y la imaginación de los cuerpos pobres y la capa media empobrecida, instalando un entredicho -un forcejeo- con la hegemonía visual, el canon cultural y las categorías molares (neo positivismo de las ciencias sociales -métricas- y consensos visuales del periodismo escolta). En el caso chileno la práctica imaginal de la “revuelta” excedió las categorías identitaristas de la representación.

En cambio, la insurgencia protegida del 2011, y sus nobles afanes, estaba centrada en fronteras de sentido descifrables ante los formatos institucionales y la ética managerial. La revuelta, y sus desvaríos inexcusables, fue una pluralidad que persistía en la esfera pública sin converger en un la unicidad de pueblos mitificados. No fue una multitud, donde sus enjambres nieguen al uno, sino que -concitando a Virno- “perseguían un Uno o forma de unidad que consiente la existencia político-social de los muchos en tanto muchos”.

La crítica es fundamental para descifrar cómo el relato normativo que anuda “violencia” y “anomia” produce orden en la medida que éste deviene nada más que una producción permanente y no un objeto, un accidente, estado que permanece allí. 

Por fin, qué duda cabe, es muy condenable la violencia inusitada y el lirismo del “octubre chileno” para repensar los vacíos insondables de la izquierda respecto a las insurgencias (movimientos frustrados) y la institución como un campo de disputas. No basta solo con las pasiones, sino repensar los escenarios a ocupar para que las subjetividades se traduzcan en producción de alternativas (¿Post-hegemonía?). Es cierto que el significante “evade” -y su alegorización- contra el alza de tarifa en el transporte público fue un llamado a la fuga, al éxodo, a la deserción rabiosa. En suma, fue y será necesario cuestionar radicalmente la difusidad romántica, ante la violencia de los progresismos y sus enigmáticas agendas (relatos, modelos de ciudadanía, formas del intelectual, mito y política, etc.).

Con todo, es curioso reducir una revuelta -que es el dorso de toda filosofía de la historia-, como miles de Raskólnikov pasivos, sin navajas, castrados de libidos y con cuerpos inerciales. Al final,  todos fueron declarados anómicos y reducidos al crimen, para exorcizar el juego de ecos que toda revuelta nos obliga a pensar. 

El recurso punitivo pudo obliterar la posibilidad del pensamiento y nuestro mainstream abrazó la distancia infinita. La anomia fue la furia del realismo, acaso el momento más conservador del orden.

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera.

Calle Trizano.

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