Aldo Bombardiere Castro / Resistencia

Filosofía, Política

Esencia: fragancia

En el entrañable libro Palestina. Crónica de un asedio, Daniel Jadue relata las emociones e impresiones que le suscitó su ansiado primer viaje a Palestina, efectuado el año 2009. Dentro de la amena y atractiva narración, Jadue describe una multiplicidad de encuentros con amigos y familias, y, paralelamente, reflexiona acerca de variados temas que marcan la cotidianeidad del pueblo palestino bajo contexto de ocupación sionista. En ese sentido, y acorde con su profesión de arquitecto, resulta cautivante leer la fabulosa impresión que le causó el hecho de contemplar la encantadora armonía expresada por las ciudades palestinas.

Así, desde el interior del taxi que lo llevaba a Beit Lahem, apreció la escena de una ciudad que, construida en torno a una serie de montes, y cuan prolongación de un sueño alado, parecía levitar sobre sí misma: “Las casas se descolgaban por las laderas buscando las maravillosas vistas que surgen naturalmente, de cualquier parte de la ciudad hacia cualquier otra parte de ella o hacia otras ciudades cercanas de Palestina” (Jadue, 2023 p.55). La antigüedad de las construcciones y la estrechez de las calles, los tonos ocres y tenuemente matizados de las viviendas, el calor del desierto aún depositado entre las piedras, así como la espontánea organización que, casa sobre casa, adoptaba la milenaria ciudad, dan cuenta de una suerte de esencialidad, a la vez sensible y metafísica, capaz de reafirmar ese espíritu material que enraíza a los pueblos en los dones, ritmos, saberes y prácticas inherentes a la tierra a la cual pertenecen.

Por lo mismo, Jadue reflexiona acerca de la “amalgama indestructible” y la “coherencia maravillosa” de las ciudades palestinas, cualidades que se advierten en la “fusión casi perfecta entre territorio, naturaleza circundante, edificaciones, historia y cultura. El todo es una verdadera y maravillosa síntesis entre continuidad y transformación.” (Jadue, 2024, p.56) En efecto, las ciudades palestinas manifestarían una especie de dinamismo orgánico, una síntesis abierta y expresiva donde la potencia de la tradición y de las formas-de-vida harían crecer y cuidarían de una suerte de espíritu esencial, de una fragancia o aliento, del habitar en Palestina, y cuya virtud, simultáneamente, también estaría caracterizada por su disposición a acoger, a recibir y dejarse transformar a través de la orgánica ritmicidad de una vida no planificable.

Lo interesante de esto no radica en un gesto de esencialización de aquella suerte de esencia, lo cual, por supuesto, equivaldría a un acto de apropiación/exclusión identitaria en clave comunitaria -y, por ende, correría el riesgo de constituirse en un dispositivo de poder más-. En estas palabras, nada se encuentra más lejos que la ambición de sostener la defensa del culturalismo, es decir, de una suerte de palestinidad de lo palestino. Por el contrario, aquí lo interesante consiste en destacar el componente no esencializante de aquella esencia, en la fragancia y los sueños de especias y azucenas que, oscilantes por los aires hasta su disipación, siempre logra irradiar su erotismo vital. En suma, la arquitectura palestina nos invita a reflexionar en torno al libre y orgánico juego entre el cuidado afectivo de la tradición y la disposición de ésta a devenir levemente diferida de sí.

Esto se entiende porque Palestina, puente de tierra en los confines del Mediterráneo, comunica y separa, tensiona y acaricia, el movimiento vital, la ontología migrante de los pueblos sobre el intersticio de tres continentes. En ese sentido, Palestina ha de concebirse como posibilidad: un lugar de paso y mixtura, de fragancias e impurezas, de combinaciones e hibridez, de dolores y placeres, en plena relación con las formas-de-vida y ética del abierto habitar de los pueblos. En definitiva, la arquitectura descrita por Jadue, refleja aquello que, durante siglos, Palestina ha simbolizado: un lugar sin lugar previamente asignado, cuya esencia nunca esencializable, consta de resistir, de luchar, de oponerse contra cualquier proceso de homogeneización colonial, tanto a nivel estatal, económico o cultural. Resistencia que, a la vez, permite conservar y activar la potencia de una imaginación sin fin para todos los pueblos del mundo.

Motosierra

En nuestra época postneoliberal, tan marcada por el auge del neofascismo, la figura de la “motosierra” cuente con una ubicuidad privilegiada. Lejos de ser analizada como una simple función metafórica, la enunciación del sustantivo motosierra, en cuanto instrumento creado por el ser humano gracias a su conocimiento de las leyes físicas de la naturaleza y cuya utilidad destructiva viene dada de antemano por la misma voluntad humana que la creó, porta algo clave. Así, por ejemplo, cada vez que Milei (y, mutatis mutandis, también Trump, Bolsonaro, Meloni, los miembros de Vox, la ultraderecha francesa, húngara o chilensis…) advierte que que la “motosierra será implacable con las arcas del Estado, lo será también con los zurdos y el zurdaje…donde coexisten comunistas, peronistas, populistas, socialistas, estatistas, sindicalistas, liberales (blandos), partidarios del Estado de bienestar, keynesiano, socialcristianos, lesbomarxistas (?!), feministas, abortistas, militantes LGTBIQA+, activistas de movimiento sociales, etc.” (Pauls, 2024). Esto quiere decir algo clave: el acto de enunciación del término “motosierra” corresponde a una acción performativa: el odio que escupen Milei y los neofascistas, con sus respectivas diferencias de intensidad, constituye la motosierra que cercena de raíz la posibilidad de pensamiento y de imaginación en torno al diálogo.

Para construir todos y cada uno de los asentamientos de colonos sionistas sobre Palestina histórica y ocupada, el Estado artificial de Israel antes tuvo que utilizar motosierras.

En efecto, toneladas de raudas motosierras, enjambradas entre sí, han destruidos los olivos milenarios, extrayendo y asfixiando sus raíces como si fueran brazos y piernas descuartizados, venas despajadas y diseminadas por el basural de brutalidad que vomita el odio sionista. Motosierras como armas de tortura, motosierras como drones suicidas y asesinos pendientes de cada checkpoint, codificando y abstrayendo el ajado rostro de millones de palestinxs sin nombre. Motosierras triturando casas, escuelas y hospitales, imponiendo su rugido de trueno entre los arroyos, despejando el terreno para dilapidar la fertilidad de la tierra, intoxicando las aguas y cambiando el cursos de los ríos, desmembrando a niñeses, ancianxs y activistas; en suma, enjambres de motosierras intentado capturar, extinguir y borrar el inclaudicable espesor de la vida palestina para degradarlo en un mero territorio controlable, fragmentado hasta la locura y al servicio de la sed extractivista y la paranoia securitaria del Gran Israel. Pero, pese a todo el poder sionista, al veloz filo de dientes de esa motosierra que es Israel y el neofascismo, o justamente porque ambos constructos no están fundadas más que en la simple precariedad del poder sin más, en el más burdo simplismo y la más bestial (o humana) brutalidad, su miseria colonial queda cada vez más desnuda ante los ojos de los pueblos del mundo que reverberan y resisten en la tonalidad existencial que Palestina: la dignidad de la vida que, lejos de estar dedicada a la gestión de un territorio, habita el ethos de una tierra.

En ese sentido, el proyecto colonial que representa el Estado de Israel y el neofascismo actual convergen en una sola maquinaria diferenciada. Por otro lado, su símbolo, la artificialidad del concepto “motosierra” no sólo presupone la ruptura del vínculo con la naturaleza para constituirse en tal (cuestión propia de todo elemento técnico), sino, antes que eso, el conocimiento, la instrumentalización y la pulsión de devastación de dicha naturaleza. Es decir, no podría existir una motosierra si, con anterioridad a su inventiva, no hubiera habido un exhaustivo y encomiable proceso de conocimiento acerca de las leyes físicas que rigen la naturaleza, así como un desvío hacia el recorte de tal conocimiento con miras a su instrumentalización técnica de índole corrosivo frente a aquel mismo conocimiento, esto es, la aniquilación del mundo y el sometimiento de la vida. apropiarse e instrumentalizar hasta la mecanización las leyes físico-empíricas que rigen sobre el tiempo cronológico y el espacio empírico. Sólo así el mundo sin mundo que conforman la técnica y la cibernética ha de presentarse y exhibirse, ha de publicitarse y de hacerse desear, en cuanto segunda naturaleza. Así, gracias a la creciente aniquilación del sentido de respeto por la organicidad que armoniza a las culturas y a la naturaleza, de un lado, y a los planes de gestión, rendimiento y abstracción (virtualidad) que operan sobre el tiempo (cronológico) y el espacio (representacional), de otro lado, la dominación antropológica ejercida por un tipo de voluntad humana, que ha asimilado casi hasta la homologación la virtud epistémica del Ego cogito con la dominación insaciable del Ego conquiro. De esta manera, cercena la raíz imaginal desde donde emana todo respeto a otra vida y toda posibilidad de vida otra. Por lo mismo, pareciera que la artificialidad del objeto conceptual “motosierra”, con la articulación de sus notas constitutivas y finalidad, ya ha amputado el corazón del mundo incluso desde antes de ser efectivamente creada: el mero hecho de concebir su creación ya contaría con un núcleo estrictamente devastador y (auto)destructivo de la naturaleza. Sin embargo -y aquí radica la gracia de la resistencia-, tras dicha amputación operada por la motosierra, el corazón del mundo continúa latiendo entre las manos de los pueblos que le habitan.

Resistir

En su libro, Jadue también manifiesta la profunda indignación que sintió al momento de ver los asentamientos sionistas en tierra Palestina. Estructuras metálicas de gran calibre que recortando la fluidez orgánica del paisaje, aceros impenetrables, bloques de hormigón, residencias electrificadas y pletóricas de rejas y separaciones, cuyo diseño se haya determinado por un criterio de funcionalidad negativo, buscando someter al pulso de su voluntad colonial y extractivista el milenario jardín que borda la tierra palestina.. Así, lejos de simbolizar un proyecto de vida esencial y positivo, y no guardando ninguna semejanza con aquel tan publicitado socialismo de kibutz (discurso que adoptó la izquierda israelí durante décadas, pero siempre a costa del afán colonial), la arquitectura de asentamiento sionista representa un modo de vida sin mundo, es decir, un mero ímpetu de sobrevivencia con miras hacia la nada, el vacío securitario, la producción de capital y la banalidad del goce que tal capital brinda. Frente a esa empresa colonial, la dignidad del pueblo palestino no se deja seducir por los beneficios asociados a la etiqueta de una posible “buena víctima” deudora de la figura de “víctima absoluta” (Karmy, 2024) con que se autoconcibe el sionismo. Así, la arquitectura sionista muestra su signo más distintivo: la resequedad de su imaginación a causa de su sometimiento al criterio, siempre calculatorio y consecuencialista, de funcionalidad securitaria y extractivista, propio de un colonizador por asentamiento.

En efecto, la confrontación visual entre la urbanidad palestina, de un lado, y los asentamientos ilegales israelíes, de otro, se impone a la vista, pero lo hace conservando aún el aura imaginal de la resistencia. La tensión resulta tan evidente que incluso en la superficie del mismo muro de la vergüenza con que, laberínticamente, Israel pretende craquelar Palestina, la imaginación y la vida no dejan de proliferar. Los grafitis, los murales, las consignas, así como la rabia y el anhelo de justicia con que cada palestinx deja expresada la perseverancia de una vida que resiste a su control y expoliación, constituyen las grietas de un muro incapaz de cumplir su planificada función consistente en borrar a Palestina.

“Lo abrupto nos lleva a una situación extraña que los palestinos han documentado en cada film y en cada relato. Se trata de la imposibilidad de planificar. Toda la vida de los palestinos está mediada por arbitrariedades de los militares, los puntos de control, los desvíos de carreteras, los decretos de demoliciones de casas, el asalto de los colonos judíos fundamentalistas a las aldeas, las redadas nocturnas, el gaseamiento de las escuelas, la tala de olivos por parte de los mismos colonos, o peor aún, como ocurre en Gaza, la posibilidad constante de que Israel lance un bombardeo que, como sabemos, cobra la mayor de las veces vidas de civiles. Entonces sumud no es estrategia sino resistencia de un tiempo y espacio sin continuidad, donde lo que queda es sólo el reconocimiento del hábito de resistir como forma de vida” (Amar, 2023).

Resistencia, según la RAE, significa “Acción y efecto de resistir o resistirse.” La resistencia, como la vida, resiste contra la brutalidad del sionismo, mientras hace florecer la expresividad de la imaginación en todos los muros. Por otra parte, la resistencia, en cuanto noción que se reafirma a sí misma, también resiste contra la formalización semántica de la RAE gracias a un ejercicio pragmático -el escribir, el pensar, el habitar-, el cual la incluye y vivifica desde el interior de un texto o de un mundo, como si se tratase de una raíz. Resistir, en último término, significa imaginar aquello que no tiene origen ni final: la dignidad de los pueblos, esto es, la potencia que anima y justifica, que hace perseverar nuestra existencia en medio de la aridez de este Universo y en torno a la brutalidad de todo genocidio.

Post-scriptum: Jadue

Como se sabe, hace algunas semanas el Alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, militante del Partido Comunista de Chile y comprometido nieto de palestino, fue retenido en prisión preventiva tras ser considerado un “peligro para la sociedad”, según la Corte que investiga su caso por malversación de fondos públicos, fraude al fisco y cohecho. Como también se sabe, Jadue no tiene ningún peso indebido en su cuenta personal ni familiar. Por otro lado, en este caso las desprolijidades administrativas, lejos de ser causal de prisión, dan cuenta de otra motivación del Edil: poner al alcance de las mayorías más desposeídas los precios de fármacos, insumos médicos y procedimientos de salud. La extensión de esta iniciativa por, conocida como Farmacias populares agrupadas en la Achifarp, sumada a otras ya exitosamente emprendidas por Jadue (las ópticas populares, la librería popular de Recoleta, la Universidad Abierta de Recoleta, y más) cuentan con un grave problema a los ojos de la oligarquía empresarial: poner en riesgo su sistema neoliberal fundado en el lucro (legal), la estafa (al borde de la Ley) y (la impunidad de) la colusión sobre los derechos sociales de millones de chilenxs. Así, más que la pérdida de algunos millones de pesos, Jadue representa una amenaza para la corrupción neoliberal pues demostró que, pese a la muy limitada potestad que las Municipalidades poseen en Chile, son capaces de llevar adelante proyectos de transformación social en beneficio de los pueblos que, pese a haber construido este país, son día a día explotados y humillados por una infame minoría empresarial. Ante tal amenaza, la oligarquía empresarial chilena, junto con instalar una escandalosa campaña de desprestigio, acoso y criminalización comunicacional a través de los grandes medios de información que concentra bajo su propiedad, ha operado sus influencias para capitalizar las agudísimas asimetrías de poder, de carácter estructural, que se encuentran a la base del sistema de justicia nacional, dando curso a un evidente caso de lawfare contra Jadue.

Hoy en día Jadue, militante comunista y nieto de Palestino, resiste contra la asonada del poder oligárquico desde la cárcel, como siempre le ha tocado hacerlo a todo auténtico comunista, a todo auténtico palestino. Pero no nos equivoquemos: nada de esto tiene que ver estrictamente con su militancia comunista ni con su ascendencia palestina; no se trata de credenciales ni de sangre. Más bien, se relaciona con la resistencia, y más precisamente, con la resistencia de una esperanza. Porque la resistencia guarda en su corazón, como si se tratara de una semilla, la posibilidad de revolucionar toda planificación de futuros, es decir, la posibilidad de sublevarse contra aquella motosierra que hoy, pese a sus infinitos y veloces dientes, nunca ha sido más artificial.

Referencias

Amar, Mauricio (2023): “Sumud. Resistencia, creación y potencia-de-no” en Ficción de la Razón, 2 de Octubre, 2023. Disponible en https://atomic-temporary-79642232.wpcomstaging.com/2023/10/02/mauricio-amar-sumud-resistencia-creacion-y-potencia-de-no/

Jadue, Daniel (2023): Palestina. Crónica de un asedio. (2da edición) Mutante Editores: Santiago de Chile.

Karmy, Rodrigo (2024): “No habrá víctima semejante a él” en Revista Disenso, 2 de Junio, 2024. Disponible en https://revistadisenso.com/no-habra-victima-semejante/

Pauls, Alan (2024): “La cruzada ideológico-cultural de Milei. Un imaginario gore al poder” en Le Monde Diplomatique, Edición chilena, p. 16. Año XXIV, N°262, Junio, 2024.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.