Juan Pablo Espinosa Arce / Charles Baudelaire y Walter Benjamin. Crítica y poética en-de la modernidad

Estética, Filosofía

El propósito de esta columna es recuperar cómo la idea de modernidad y de progreso constituyen un punto ante el cual emergen diferentes perspectivas críticas, entre ellas las del poeta Charles Baudelaire y del filósofo Walter Benjamin. En ellos y con ellos emerge una crítica y una poética propiamente moderna.

La idea de progreso tiene que ver con la constatación de la presencia de la gran industria. Baudelaire toma conciencia de que existen muchedumbres nacidas de la industria moderna y de sus ciudades, sobre todo en el tránsito de la especialidad medieval a la espacialidad propiamente moderna. Hay un contacto estrecho entre Baudelaire y la modernidad en la figura del “choque” la cual fue detectada por Benjamin en su estudio sobre algunos temas en el poeta francés. Para los poetas del siglo XIX el concepto de muchedumbre es central en sus modulaciones de escritura. Junto a esta idea también se reconoce la idea de “masa” en Baudelaire, es decir, la presencia de un sujeto que no mira críticamente la nueva ciudad, sino que se limita a pasear y caminar con el esplín como visión o estado de ánimo. Para el poeta, que es llamado por Baudelaire como un príncipe y “un desterrado en el suelo entre el vil griterío” (Las flores del mal), la fuerza de la escritura aparece como modo de estructurar la crítica a lo moderno. Dice Benjamin (2014): “la masa era el velo cambiante a través del que Baudelaire contemplaba París”.

Horst Nitschack (2020) dice que Benjamin considera a Las flores del mal como una escritura de la historia de la modernidad: “Baudelaire es para Benjamin un testigo privilegiado de la moderndiad” (Nitschack, 2020). Por ello Baudelaire es el poeta moderno. Hay que volver a leer al poeta de modo de encontrar en su arte poética un tipo determinado de lentes para entender los transcursos de la misma modernidad. El mismo Nitschack (2020) indica que el spleen (esplín), que es la primera parte de Las flores del mal, hace referencia a la sensación de disgusto, al tedio y al hastío y que él “está íntimamente vinculado con otra sensaci’ón provocada en el poeta por la vida moderna, la vida urbana: el tedio o el hastío: l’ennui, hastío que a su vez es hermano de la melancolía” (Nitschack, 2020). Para este autor estas sensaciones son manifestación de “la crisis de la experiencia de la modernidad”. Constanza Michelson (2020) recuerda que dentro de las características de la posmodernidad encontramos el pensamiento de la masa y la “destrucción de la experiencia”. En la experiencia aparece el deseo, que para Michelson (2020) es lo que incomoda, lo que se mueve en lo ambiguo y en lo incierto. Por ello el esplín es la marca anímica de la modernidad. Ante ello indica Benjamin – bajo la perspectiva de Nitschack (2020) – que “podemos romper con nuestros bien conocidos hábitos y costumbres para reencontrarnos”.

Benjamin (2021) en Infancia en Berlín escribe: “importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”. Benjamin suma a esta pérdida creativa la idea del laberinto o de la carretera. Así en Calle en sentido único el filósofo escribe: “la fuerza de la carretera es distinta si uno la recorre a pie o la sobrevuela en aeroplano (…) solo quien recorre la carretera a pie advierte el poder de esta y cómo justamente de ese terreno que para el aviador no es más que una llanura delgada hace surgir en cada una de sus curvas lejanías” (Benjamin, 2021). Hay, con ello, modos de tránsito que sostienen la experiencia que quiere ser contraria al hastío y al tedio. Benjamin – dice Nitschack (2020) – propone que con el “choque”, es decir, con el encuentro creativo y crítico del sujeto con la modernidad, el mismo sujeto resignifica su lugar en el mundo y se genera la experiencia. Dice Nitschack (2020): “el choque permite a la actualidad y al pasado ingresar a una nueva configuración, una constelación del pasado y el presente, en la cual – como un relámpago – emerge el potencial salvador que el pasado contiene para el presente y, viceversa, el presente para el pasado”. Se abre, de este modo, una fisura para la resignificación y para resignificar la experiencia como espacio del deseo. No hay experiencia sin fisura y la fisura supone el choque con el mundo de modo de generar experiencias. En el caso de Baudelaire la poesía es aquella activación de la experiencia en cuanto en la poesía se revela otra verdad. Por ello el poeta abre un espacio de pensamiento. En palabras de Pablo Oyarzún (2016) Baudelaire es el “primer instaurador” de la modernidad y el poema – para el mismo Oyarzún (2016) es una “inscripción y articulación de la singularidad de la existencia en el lenguaje y como originaria experiencia de lo inmemorial: hablaremos del poema como acontecimiento”. El poema con ello se transforma en espacio hermenéutico de la modernidad. Se mira la modernidad desde la imposibilidad y des-ubicación del poema.

Si Baudelaire y Benjamin construyen un pensamiento en la lógica de la deshabitación o de quitar al poema o a la escritura de un lugar canónico es porque ellos mismos están deshabituados. La modernidad imprime un carácter de crisis en el lenguaje, en el arte y en la comprensión del mundo al punto de construir (poética) poemas y tesis, ensayos fragmentarios y especialidades malditas. Como dice Oyarzún (2016) en la poesía de la modernidad aparece “una toma de posición” ante el mundo, ante la sociedad industrial y ante el progreso. Hay entonces una performance en el poema, un cambio tanto en el estilo como en la misma constitución de su decir. Oyarzún (2016) recalca el carácter de fractura de la modernidad cuando dice: “lo que aquí llamamos modernidad implicaría una fractura fundamental de esa destinación, la experiencia esencialmente extrañadora de que nada garantiza que el lenguaje sea humano, tampoco en el modo de pertenecer lo humano al lenguaje, de habitar en él y a partir de él”.

El poema y la escritura, tanto en Baudelaire, así como en Benjamin se ubica en la escisión. Para Oyarzún (2016) la modernidad tiene como relato “la pérdida del lugar”, mientras que la función del poema es la apertura de otro lugar, de un lugar desinstalado, de un lugar maldito que permite abrir otra espacialidad. La crítica a la instalación, manifestada en la crítica compartida a la sociedad de París del siglo XIX, se vincula a la crítica a la industria y al progreso. En particular Ricardo Forster (2014) dice que la crítica de Benjamin tiene que ver con reconocer una determinada concepción del tiempo (progreso), el reconocimiento de la decadencia del modelo burgués y la crítica a la muerte de las sociedades y de sus prácticas cotidianas. Desde la crítica que marcó la escritura de Benjamin se puede comprender su carácter fragmentario y no clasificable o no ubicable en cuanto el espacio moderno se entiende como quebrado. Es más: tanto Baudelaire como Benjamin quiebran el canon y abren otro canon. En Baudelaire se rompe la poesía “benéfica” (si es que podemos llamarla así) y surge la poesía maldita. Con Benjamin encontramos una escritura en la provocación y en la diversidad de temas trabajados.

De este modo se abre otro lugar, otra escritura, otro modelo de organizar la realidad. Del poema vamos al libro de los pasajes, transitamos por las flores y los juguetes, hablamos del vino y de las infancias en Berlín, jugamos con las tesis sobre la historia. Poesía y filosofía se vinculan entonces en vistas a la emergencia de otro espacio que critica la modernidad desde la misma modernidad tanto en su dimensión temporal como reflexiva, de esa dimensión que deja de lado tanto a los malditos, así como a las víctimas, sujetos que por Baudelaire y Benjamin vuelven a ser evocados.

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