En el contexto del próximo Premio Nacional 2025, habría que descifrar los trayectos (densidad crítico-inventiva) que implica la postulación de Nelly Richard. Nuestro afán no busca una sinopsis de una obra de más de cuatro décadas, y no solo por su relevancia en el concierto local e internacional, sino por posibles omisiones al fragmento en una obra de minoridad.
Ya en Márgenes e Instituciones (1986), Richard establece una crítica a las prácticas de la representación –Escena de avanzada– imputando el duelo entre arte y pueblo. Las poéticas de la donación no son aquí pensadas como instauración, sino como herramienta derogante del lenguaje cotidiano siniestrado por los gravámenes de la dominación. Una escritura transitada -extramuros- por el desasosiego capaz de interrogar las estéticas del marco, la monumentalidad del “arte militante”, y librarse a la circulación de despistes y disyunciones para instruir un deseo de presente. Ensambles entre artes visuales (crítica, poética y narrativa) en interacción crítico-efusiva al canon y una polémica en torno a la relación entre vanguardia y modernización bajo estado de excepción. Cuerpo Correccional (1980), cual precedente al inscribir la desencialización sexo-genérica del binomio masculino/femenino. Residuos y Metáforas (1998) donde cultiva una crítica a las postales de la transición y su vocación de acuerdos enfermizos (“civiles y militares”). Una textualidad que ha interrogado los signos del fatigado realismo post-transicional y las ciencias sociales adaptativas.
En su último texto de intervención Tiempos y Modos (2024), la ensayista emplazo la sublimación de la metáfora —mal de hipérbole— que se impuso en los lirismos insurrectos del año 2019. Sin perjuicio de ello, Richard ha desarrollado un régimen de escritura cuya incidencia es evidente en los campos de la transición, en la institución del arte y las formaciones culturales, en las retóricas de la justicia y los derechos humanos, en las prácticas instituyentes e institucionales, en las disidencias sexuales y sus potencias expresivas.
Richard es la escritura como producción de sentido, –imago de mundo– e inscribe figuraciones de la “transición sexual” en una temporalidad suspensiva, cruzando arte y política; memoria y feminismo. La escritura richardiana, juega con la detención temporal que se produce en la interrupción de una colisión entre cosas, pero también con lo que se difiere (como escritura de puntos suspensivos), y tiene la capacidad de perturbar la linealidad de las narrativas políticas, ortopédicas y representacionales. Romper la superficie de las palabras, implica visibilizar una verdad mediante recursos performáticos de la escritura, pero también la fuga, concepto deleuziano que explica los movimientos de desterritorialización.
La postulación (hito afirmativo) de Nelly Richard con sus «poéticas de la donación». La autora, con su vocación de contraescritura -metafórico expansivo- supo obliterar los afanes de transparencia argumental, y deviene una de las voces más penetrantes para remecer el continuum del sentido y un sujeto henchido de significaciones estables. En el contexto de la dictadura cívico-militar supo invocar el psicoanálisis lacaniano, el análisis semiológico, en torno a la pose y la noción de “subjetividades en proceso” de Julia Kristeva. Y sin duda alguna, los análisis en torno al deseo de Deleuze y Guattari, para pensar desde el arte, formas del deseo y de la identidad sexual. Concitando a Miguel Valderrama, hemos aprendido de Richard, que “…escribir es imprimir el cuerpo en el texto, dar lugar a una inclinación, a una postura, a una disposición que dicta la propia forma en el texto, que la proyecta como sombra de la escritura”.
En suma, Richard activa un momento suspensivo dentro del atribulado capitalismo académico. Tal temporalidad, por breve que resulte, vendría a redituar una hendedura en la irrefrenable e inaferrable institución universitaria. Un hiato ético. Un despiste político-estético en medio de la apabullante fábrica de índices e indicadores laxos. En plena bancarización de la Universidad pública, hoy se ha impuesto el trauma del “académico huérfano”, la naturalización de un extractivismo desatado y la administración de la subjetividad mediante tribus colaborativas. Aludimos a un modelo de crisis que se refleja en expresiones de precariato, docentes devenidos proletarios cognitivos, y un campo doctoral confinado a la renta cognitiva. Entonces cabría mirar la pauperización de lo humano, la anulación del desacuerdo para dar paso a sujetos de la traumatología y capataces que administran fácticamente las brechas de la gestión. Toda una línea de sintomatología.
Amén de un sesgo algo masculinizante, cabe señalar con entera justicia y satisfacción, que los nombres que circulan para adjudicarse el galardón -año 2025- garantizan en su globalidad, tradición y prestigio. Siempre habrá excepciones.
Por fin, llama la atención, dado la dimensión drómica del capital, cómo está Institución (Premio Nacional) deberá enfrentar racionalizaciones y nuevas economías del conocimiento, porque llegará la hora de la última instancia. No podemos descartar que los postulantes del mañana podrían provenir de corporaciones o grupos de presión. El futuro abstracto nos podría deparar -invocando la democracia- galardones adjudicados por bróker u oficiosos agentes de mercados y agencias tecnocráticas. Esto último sería la «fase del saqueo» porque es la traductibilidad absoluta entre academia y mercado. Cabe advertir este riesgo en desarrollo, que requiere un tratamiento aparte centrado en categorías de excelencia, ethos universitario y razón crítica que cuide la misión del Premio Nacional.
Cuando la masificación terciaria se agote, el experto indiferente nos dirá que es una expresión testimonial y romántica “defender una poética del ensayo”. Es de esperar que, en la hora nona, no exista la ocurrencia monstruosa de premiar formatos indíciales. De otro modo, toda ética del ensayo y la crítica se verá corroída en tiempos donde se trata de alogaritmizar toda experiencia. Tal ruina argumental será la hora del espanto.
Je t’aime Nelly
Mauro Salazar J., UFRO-La Sapienza
