Mauro Salazar J. / Carlos Peña. Sinuosidades de El Rector

Filosofía, Política

a Javier Agüero…

En nuestro mundanal tupido las vocerías de izquierdas que, aún pululan, suelen establecer comentarios molares -obesos- para descalificar velozmente (perezas cognitivas) el campo de sus adversarios, hundirse en la demonología y estimular el negacionismo parroquial. Este ha sido el expediente más frecuentado para estigmatizar vitriólicamente a Carlos Peña González. En efecto, las críticas van desde retratar a un neoliberal –hegemón– que ha participado de las “cogniciones adaptativas”, o bien, un sujeto de permutas con elites en trayectorias liberales diferidas. También ha sido calificado como un normativista solvente que, por la vía del Kantismo (razón, modernidad, progreso, orden), oferta un somnífero a nuestra a nuestras elites -sin retrato de futuro-. Una especie de médium -principio de realidad- que establece los destinos de la quietud conteniendo los delirios partisanos. Y aunque el Rector Peña estableció juicios que nunca hemos terminado de comprender -compartir o tolerar- en el contexto de la revuelta (2019), ello incluye su furioso llamado a las fuerzas del orden, todo queda limitado a una enemización del juicio simple -donde finalmente se impone el slogan. Otros sostienen que Peña -el Rector- no es un lector fino de Jacques Ranciére, Jean-Luc Nuncy o el faro de la deconstrucción, Jacques Derrida. Casi como carta de triunfo nuestros filósofos enrostran un argot (precrítico) para desacreditar la dimensión mercurial de El Rector -en tanto abogado-. De suyo Peña, y pese a su innegable talento, no está desprovisto de corporaciones, sistema de medios y poderosas cadenas de influencia, ha cultivado el expediente del sermón para preservar la continuidad dominical de las modernizaciones.

Y sí, el poder es siempre productivo. Por fin, su Rectorado semiótico, ha sido retratado como un «panóptico cognitivo», que ha recreado un jubiloso mecanismo deliberativo-consensual donde la modernización es el dispositivo -oracular- que administra los antagonismos. A decir verdad, tal Rectorado, de virtud, Diosa fortuna y consenso, ha sido representado como un «ángel de la guarda» para el poder oligárquico, por cuanto se ubica como el médium de la crítica posible. Y amén de que todas estas imputaciones podrían tener sentido, se ubican en un campo de intuiciones, juicios fragmentados, o reflexiones gruesas que cabe aceitar, para ingresar en un debate sin “guante blanco”, que no incurra en los usos de la cuña o el comentario express. Todos -muchos- hemos tenido momentos de diferencia insalvable con las tesis de El Rector cuando las insurgencias han sido catalogadas de brotes emocionales. Pese a todo lo señalado anteriormente, la izquierda no ha tenido la capacidad proyectual -menos la generosidad- de establecer narrativas nacionales que estén a la altura político-intelectual de Carlos Peña. El campo crítico -del cual me querría sentir parte- no asume la incidencia pública, programática y estratégica del Rector UDP, que dista de todo localismo. Amén de cualquier diferencia, Carlos Peña ha demostrado una solvencia interpretativa (cogniciones globales) poco vistas en nuestra parroquia, que no permiten inscribirlo como un intelectual de La Fronda.

Y a no dudar, hemos escuchado hasta el hartazgo, aquella sentencia infranqueable del Rector Peña respecto a los ciclos de ebullición, a saber, dado el bien-estar “han mejorado [todas] las condiciones materiales de existencia, hasta situarse entre los países con alto desarrollo humano, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito con alto desarrollo humano-, pero al mismo tiempo ha incubado un malestar hasta hace poco soterrado y, de pronto, hecho explícito” (2020). En suma, la pulsión consociativa, la cadena de progresos y el malestar han sido un expediente que Peña González ha utilizado persistentemente.

¿Peña, el clivaje?

En una nota publicada en Diario Financiero, el sábado anterior, el Rector UDP sostuvo cual académico dócil, “no estoy dispuesto a falsear los hechos y sumarme a una campaña absurda, tonta, de anticomunismo”. Y agregó, “No tengo la más mínima duda de que el Partido Comunista está en una sincera política de alianza, aunque esto no quiere decir que el PC haya dejado de ser el Partido Comunista…entonces no creo que el PC piense asaltar el poder, como algunos temen absurdamente. Esos son temores francamente ridículos”. 

En efecto, con toda sobriedad emocional le sugiere predictivamente al empresariado un marco interpretativo para un nuevo acuerdo democrático, a saber, «esto no es Corea del Norte, o Venezuela, tenemos un país con cuadros post o neo concertacionistas en el Estado (cualificación, administración, gestión, etc.), separación de poderes y no existen gobiernos genuinamente de izquierdas, salvo la simbólicidad del PC, cuyo ritualismo -inclusive- nos podría ayudar a nuevos pactos de modernización que resuelvan el bloqueo de expectativas (en el lenguaje de El Rector). Amén de varias diferencias con su texto, resulta de una tremenda inteligencia política la intervención del Rector Peña, pues hay un llamado para constituir un empresariado post-pinochetista para superar los clivajes jurídicos de 1980.

Dicho eso, no es que el sujeto de marras venga a negar todo momento plebeyo (hablas, cuerpos y subjetividades del cambio cultural) bajo un eventual triunfo de Jeannette Jara. Peña no reduce el proceso como mera performance o estética, porque los flujos populares (rituales, piochas, símbolos), pueden contribuir en potenciales dispositivos de gubernamentalidad que consideren las formas de vida -sistemas de preferencia- en clave de una nueva modernización. Al paso nos regala un gesto socarrón, y nos sugiere que «los únicos dioses empíricamente existentes son las elites”. En suma, quieren un solo Dios, o bien, ¿la circulación posible que a la postre es alternancia de élites y seudo alternancia vía Jara? Amén de eso nada es fácil porque el socialismo (de segunda renovación) se lanzó al mérito -de bruces en Jara-, y a la derrota de Tohá. Amén de eso, se abre un moderado campo de disputa, pero con ventaja factual del mainstream Peñarista, y en clave de modernización. De última modernización cruzada con subjetividad, pero es una piratería verbal vitorear potencias populares o momentos plebeyos como primera partida. Lo que Peña hace es algo jurásico porque en definitiva busca una recomposición de las pulsaciones populares, pero siempre en clave de modernización, intentando gestionar-modular-relatar lo posible del momento stasiológico. Lo curioso es que Peña -el peñarismo- velozmente articulan una relatoría país. El PC, u otras izquierdas, abundan en perezas cognitivas, lecturas parroquiales o movimientos de calle -como última morada. Se deduce de la entrevista de Peña en Diario Financiero, que mira a Kast no como un integrista de Partidos, varias veces lo ha retratado de “cavernícola”. Y su último arrebato en La Araucanía hace pocas semanas no es solo ausencia de frugalidad, sino un potencial destructor de los contratos modernizantes, las instituciones mediante puniciones, tensionando las nuevas tareas del Estado. Por eso el mensaje al empresariado fue algo así como lo siguiente; «el ajuste de expectativas frustradas es con el PC adentro”, incluyendo el carisma de Jeannette, mitigando la imaginación del desastre. Entonces, la izquierda debería politizar y disputar los territorios de las modernizaciones, su estatuto y alcance, a saber, las instituciones, las coberturas, la neurociencia, el Estado, régimen de focalización, sistemas terciarios, desarrollos tecnológicos, banco central y estímulos al fomento. Con todo, Jeannette Jara abre un espacio de politicidad para explorar los nuevos territorios de la modernización.

Por fin, querría Peña repetir la gubernamentalidad transicional para administrar la crisis bajo la ilusión del orden Kantiano. Ello resulta otra barrabasada. Tal diseño está políticamente fatigado, y el Rector advierte, que no logra integrar las nuevas expresiones de subjetividad. Precisamente, la irrupción de Jara como el rostro de un Bacheletismo a la izquierda atestigua ese agotamiento en el imperio de la informalidad. No se trata de negar lo que un intelectual de la plaza llama la porosidad del momento destituyente. Bien sabemos que el rostro -rictus- de Jeannette Jara fisura -al menos simbólicamente- la hegemonía de los partidos, sus lógicas institucionales precisamente- y descansa sobre instituciones que profanan la forma hegemónica tradicional.

Sin duda el nuevo ciclo vaticina espacios e intersticios, recomposiciones de subjetividades, producción de sentido y formas de habla, pero en ningún caso la stasis implica (lógica de la necesidad) un agotamiento estructural de toda modernización para girar a una primavera popular. Por lo mismo no es posible una nueva gubernamentalidad transicional, pero de ello no deriva (bajo ninguna expresión) potencias insurrectas, pues no hay goces para un proyecto de izquierda, salvo administrar su radical fragilidad. Por último, Peña deja colgando otra cuestión, a saber, puede ser un error colosal -histórico- retratar a la Derecha de «fascista». Ello a sabiendas del completo desequilibrio de la contienda hegemónica-mediática y sobre lo último también (la asimetría medial-cognitiva en el sistema de medios). A la sazón, otro desborde, y burdo desvío, la falta de responsabilidad colectiva en proyectar en la candidata Jara un «fantasma octubrista» con sus licencias poéticas (por mucho que sea en el lenguaje figurado de rescatar una expresión de la noche proletaria). En efecto, sabemos que esto antecede y prepara la decepción que vendrá cuando tendrá que, necesariamente, desdecirse -por ejemplo- del perro Matapacos, ante la real politk y los muros de la economía política. Hay un abismo entre la filosofía radical (las rebeldías sin hegemonía) y la necesidad de construir de un proyecto crítico/situado de izquierda amplia y dotado de algún rasgo de verosimilitud compartida. Aún seguimos atribulados y con poco aprendizaje sobre la necesidad de un repertorio verbal que se aleje de octubre y sus espantos en busca de una nueva crítica que supone desafíos mayores. 

¡Tenga Usted la bondad de releer Martín Rivas ¡ 

Dr. Mauro Salazar J., Ufro-Sapienza.

Imagen principal: Estatua de Nicolás Maquiavelo (serie «Los grandes florentinos»), de Lorenzo Bartolini, Galería Uffizi, Florencia, Italia.

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