Tariq Anwar / La técnica y el pensamiento

Filosofía, Política

El despliegue de la técnica que caracteriza nuestra época oculta una paradoja que debemos pensar con urgencia. Aquello que se presenta como continua innovación y transformación no es, en su esencia más profunda, sino un dispositivo de conservación radical del mundo. Cada producto que la técnica – esa fusión ya indistinguible de ciencia y tecnología – arroja al mercado, no hace sino consolidar las mismas reglas de productividad que lo hicieron posible, perpetuando en un círculo sin salida la acumulación del capital. Lo nuevo es siempre lo mismo disfrazado de novedad. La máquina ha dejado de ser un instrumento entre otros para convertirse en el paradigma mismo de la existencia contemporánea. No es que usemos máquinas: es que la vida humana se ha vuelto indistinguible del funcionamiento maquinal. Trabajamos, amamos, pensamos según protocolos que replican la lógica algorítmica. El dispositivo técnico no transforma el mundo: lo conserva en una suerte de presente perpetuo donde cada gesto humano es inmediatamente capturado y devuelto como dato procesable.

Pero esta maquinización de la vida ha dado un salto cualitativo que marca nuestra época: ya no produce principalmente cuerpos disciplinados, como en la era industrial, sino información. El cuerpo humano –esa antigua unidad de carne y consciencia– se ha disuelto en una nube de datos: patrones de comportamiento, preferencias de consumo, likes, algoritmos predictivos. Lo que fuimos ya no existe como totalidad viviente sino como fragmentos dispersos en servidores, continuamente analizados y recompuestos según lógicas que nos son ajenas. La técnica parece haber realizado el sueño imposible de un pensamiento sin sujeto, de una inteligencia que funciona con independencia de cualquier experiencia humana concreta.

Y sin embargo, en estos mismos fragmentos en los que nuestra humanidad parece disolverse, persiste algo irreducible. Hay en ellos huellas de una potencia que la máquina no puede capturar completamente, rastros de una singularidad que resiste a la homogeneización total. La búsqueda paciente de estos vestigios no aspira a reconstruir una identidad perdida – sabemos que nunca volveremos a ser los mismos – sino a mantener abierta una grieta en el muro aparentemente compacto del dispositivo técnico.

Es aquí donde el pensamiento de Averroes, el filósofo cordobés del siglo XII, ofrece una perspectiva inesperada para pensar nuestra condición. Su teoría del intelecto agente – ese pensamiento único y separado del cual todos los humanos participan sin poseerlo individualmente – puede leerse hoy no como la amenaza que vieron en ella los teólogos medievales, sino como una forma de resistencia. Si el intelecto es verdaderamente común y trascendente, si el pensamiento excede siempre a quien piensa, entonces ningún dispositivo particular, ninguna máquina, ningún algoritmo puede apropiárselo completamente.

La técnica contemporánea pretende realizar lo que Averroes sólo pensaba: un intelecto separado que piensa a través de nosotros. Pero mientras el intelecto agente averroísta permanecía siempre abierto a la participación activa de cada ser humano mediante su intelecto posible o material, la inteligencia artificial nos reduce a terminales pasivos de un procesamiento que ocurre sin nosotros. La diferencia es crucial: para el Comentador, participábamos del pensamiento universal sin perder nuestra potencia de pensar; la máquina, en cambio, pretende pensar en nuestro lugar.

Quizás en esta antigua doctrina, condenada por peligrosa hace ocho siglos, encontremos hoy una vía para pensar de otro modo la relación entre lo humano y la técnica. No se trataría de rechazar la tecnología ni de someterse a ella, sino de reconocer que el pensamiento – esa potencia que nos define como humanos – no puede ser poseído por ningún poder particular porque, como enseñaba el maestro cordobés, es por naturaleza común, abierto, participable. Contra la falsa universalidad de la máquina que excluye, el verdadero pensamiento común que acoge a quien tenga el coraje de pensar.

Imagen principal: Len Klikunas, Wanted, 2022

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