1.- En el año 2023 la filósofa Susan Nieman publicó un célebre libro titulado Left is no woke en el que critica fuertemente el advenimiento de una izquierda que ha perdido su sentido de universalidad y ha pasado a defender única y exclusivamente identidades particulares. Frente al supuesto “irracionalismo” prevalente en filosofía y, en particular en la izquierda, donde autores como Carl Schmitt o Michel Foucault destacan, Nieman reivindica la ilustración del siglo XVIII que, en sus palabras: “Si continuamos malinterpretando la Ilustración, será difícil que apelemos a sus recursos.” (p. 149) Recursos en los que se despliega el “progreso, justicia y solidaridad” y donde no abunda el particularismo “tribalista” que Nieman denuncia con fuerza a lo largo de su libro. Demás está decir que su libro no se caracteriza por lecturas finas (ni de Heidegger, Schmitt, Foucault o del propio Adorno) a los que considera como pivotes del “irracionalismo” prevalente y la deriva de la izquierda hacia el “wokismo”, esto es, la tendencia identitarista que, siendo originalmente una veta de la derecha, habría sido asumida por la izquierda.
En otro momento podremos mostrar la lectura poco cuidadosa que Nieman hace de los autores señalados. Por ahora me interesa algo, en apariencia menor, pero que resulta decisivo: Hamás. Posiblemente no habrá nombre (acrónimo) más repetido en la filosofía contemporánea que Hamás, el nuevo “supervillano”, junto a Netanyahu, el nuevo nazi en los best-sellers filosóficos.
El libro de Nieman está atravesado por lo que el discurso oficial llama los acontecimientos del “7 de Octubre” y sin decirlo directamente, deja entrever la “nazificación” de la resistencia palestina en a medida que la enclaustra en la forma “woke”. Por eso, este acontecimiento –señalado tanto en la introducción como hacia el final del libro- cristaliza el “wokismo” de cierta izquierda que habría “celebrado la masacre” de Hamás antes que condenar su atentado.
Al celebrar la “masacre de Hamás” el tribalismo “woke” habría prevalecido en la izquierda antes que el universalismo ilustrado. Como buena progresista (sionista), Nieman plantea lo que, en la filosofía contemporánea resulta una ley de la historia: la operación de “equivalencia” entre el tribalismo de Netanyahu y el de Hamás (nótese que, la “equivalencia” planteada por Nieman es compartida por Zizek, Bifo Berardi y otros supuestos intelectuales de izquierda actual en sus más recientes publicaciones): “Las reacciones woke hacia la masacre de Hamás el 7 de Octubre muestran cómo la teoría puede llevar a una práctica terrible” (p. 13). Para Nieman, cada uno va a su tribu, cada uno valida a su tribu, cada uno vela por su tribu y, por eso, la irrupción de las milicias palestinas el 7 de Octubre de 2023 en los Territorios Ocupados israelíes es leído como un wokismo en cuanto sería una masacre que la izquierda no habría condenado como tal, sino que terminó por validar: “Las víctimas pertenecían a la tribu equivocada y eso bastaba para condenarlas.” (p. 19) –enfatiza Nieman. Entre Netanyahu y Hamás solo tribus y particularismos. Nieman misma se declara contra la ocupación sionista de Palestina y contra el gobierno de Netanyahu. Pero lo hace por la defensa del universalismo contra el “wokismo” al que habría sucumbido la izquierda.
2.- Pero, a dos años de un genocidio, que, por cierto, ha sido reconocido por organismos internacionales de diversa índole, se impone la pregunta de si era correcto afirmar esa “equivalencia” entre Netanyahu y Hamás. Es decir, habría que ponderar si, efectivamente la cuestión palestina era un asunto puramente “woke” y “tribalista”. Ponderarlo porque en Nieman se advierte una pregunta feroz: ¿por qué solo lloran a los palestinos asesinados, y no a los 1200 colonos judíos masacrados por Hamás? ¿Por qué la vacilación con un “pero” que impide absolutizar la condena a Hamás? En último término: ¿por qué la izquierda ha privado a los judíos del lugar de la víctima? ¿Por qué ya no gozamos del lugar de la víctima como había sido en el pasado reciente? Pienso que es precisamente esta pregunta la que funciona como síntoma en Nieman y en varios otros autores contemporáneos supuestamente de “izquierda” o “radicales”. Sin embargo, esa pregunta no es casual: ella revela una tácita fidelidad de la filosofía contemporánea en la construcción del pacto liberal-sionista que da lugar al imperialismo occidental (europeo-estadounidense-israelí) inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Tal pacto sustituyó la supremacía de la “raza dominante” esgrimida por el nazismo por la del pueblo devenido “víctima absoluta” del sionismo (sobre todo, a partir de la guerra de 1967, fecha que Finkelstein identifica el hito que impulsa hacia la derechización sionista y la construcción de la “industria del holocausto”).
Es clave advertir que, el imperialismo occidental no podía revindicar la fuerza del victimario en la medida que ésta había sido la narrativa nazi y entonces disfrazó la fuerza en la debilidad de la víctima (judía) que se volvió “absoluta” y, en este sentido, sujeto de una nueva religión civil: el holocausto. Pero esta nueva religión civil, que ofreció al mundo una verdadera industria cultural de la memoria y los derechos humanos, portaba consigo una sustitución del otrora supremacismo racial que ahora advenía en la forma de la víctima judía y que asumía el modo político estatal de un Estado colonial: Israel. Se trató de una nueva “sustitución” que, a decir de Monica Ferrando, es el mecanismo por el cual el paradigma de la “elección” (la dispensión por la que Dios ama a un pueblo, un hombre o una nación) articuló una nueva forma en el reformismo protestante que, históricamente, dio al Norte europeo un dominio sobre el Sur.
Es precisamente el reformismo protestante la cuna del sionismo judío, en la medida que este último brota de las mismas entrañas del sionismo propiamente cristiano (Lewis). La tesis: es necesario que la “misión civilizatoria” británica restituya a los judíos a su Tierra para que así, impulsando las condiciones de la Segunda Venida de Cristo, advenga la conversión judía al cristianismo y Cristo termine por reinar sobre el planeta. Que los judíos ocupen Palestina se volvía el signo teológico y antisemita del triunfo del imperialismo occidental sobre el mundo. En este sentido, el sionismo fue un protestantismo desde siempre cuya última forma se realiza en el Estado de Israel que termina por sustituir la dimensión diaspórica del judaísmo rabínico por la dimensión territorializante del sionismo.
En este marco, vale la pena volver sobre la tesis de Nieman y mostrar su completo equívoco al calificar de “wokismo” a la resistencia palestina: ésta última no solo es “resistencia” porque se opone a la ocupación y a la asfixia impuesta por Israel sobre Gaza sino porque ella excede cualquier “tribalismo” en la medida que la “intifada” desatada contra el sionismo en los Territorios Ocupados abre una sublevación mundial acéfala y que asume diversas formas, contra la nueva forma del imperialismo occidental instaurado desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
Así, no se trata de reducir Palestina a Hamás ni de reducir la lucha de los diferentes grupos en Gaza a un simple “tribalismo” sino de mostrar que en los distintos modos de impugnación se juega una “desionización” del mundo o, lo que es igual, la desarticulación del imperialismo occidental. Para ello, se han movilizado las multitudes del planeta contra el sionismo que, en rigor, se impone como el único y verdadero “wokismo”. Frente a la pluralidad de formas que designa “Palestina”, el sionismo no solo reivindica el identitarismo de “occidente y sus valores” sino el “legítimo derecho de Israel” a tener una nación constituida por el apartheid y la colonización brutal sobre otro pueblo. De esta forma, lejos del wokismo “palestino” en realidad es Palestina quien ha reivindicado el “universal concreto” (Žižek) y que, por tal, ha impugnado al único y verdadero “wokismo” occidental del que las ultraderechas (todas sionistas) hacen gala.
3.- Es precisamente en esta clave que habría que leer lo que Greta Thunberg acaba de decir apenas fue liberada del secuestro israelí sobre los activistas de Sumud: “Podría hablar mucho tiempo sobre abusos que hemos sufrido en prisión. Créanme, pero esa no es la cuestión. Lo que pasa ahora mismo es que Israel sigue intensificando el genocidio y la destrucción masiva al pueblo palestino”. Thunberg entiende perfectamente lo que está en juego: no es ella ni los activistas que han sido secuestrados y violentados por Israel sino el pueblo palestino que, si no fuera por su resistencia, hace mucho rato que habría sido borrado de la faz de la tierra.
Algo excede para Thunberg que la supera. Algo que va más allá que la mezquindad de su “yo” (“créanme esa no es la cuestión”- dice ella). Ese exceso se llama Palestina que define hoy el lazo ético habitado por multitudes, lugar de lo común que no responde a las prerrogativas ni del Estado ni del Capital. Justamente, porque hay genocidio es que su resistencia está lejos de ser un simple “wokismo”. Porque en último término, no son dos “tribus” sino, más bien, el dominio de una tribu (el imperialismo) contra la multitud y sus mundos (Rafanell); si se quiere, no es una guerra entre identidades sino de una identidad contra la “humanidad” (Gustavo Petro), esto es, la plurivocidad de los mundos que irrumpe precisamente en el instante en que el humanismo –el sionismo como su última forma- se revela máquina genocida. El fin del humanismo, quizás, sea en este sentido, el nacimiento de la humanidad.
Así, el diagnóstico de Nieman (que podría ser el de varios otros filósofos que han sido incapaces de interrogarse más allá de la “equivalencia” Netanyahu-Hamas) no puede estar más equivocado en la medida que protege y es leal con un pacto: el pacto liberal sionista que renovó al imperialismo occidental después de la Segunda Guerra Mundial y que, en último término, le consolidó como la continuación del nazismo por otros medios. No querer adentrarse en ese pacto y más bien “defenderlo” significa impedir que Gaza piense a la filosofía, privarnos de pensar la bancarrota de la cultura y del orden político de la postguerra.
En otros términos, insistir en esa relación de equivalencia significa insistir en la expulsión palestina y, en este sentido, exponer a la luz del día cómo el supuesto “universalismo” de la ilustración no era sino otra forma de “wokismo”. Porque es precisamente esa ilustración (que Nieman identifica al siglo XVIII con Diderot), cristalizada en el orden de los estados nacionales y el humanismo que definió la “civilización”, aquello que colapsa, incluso, en la última de sus formas: la “democracia liberal”.
En medio de este colapso, Palestina irrumpe como una potencia de “descivilización” que acelera ese proceso al dejar expuesto que el paradigma del “holocausto” no era ni más ni menos que una forma tardía de supremacismo, forma última o última de las formas que, por serlo, no podía sino ser absolutamente letal en la medida que descansaba en el despojo de un pueblo, en la destrucción de Palestina1.
Octubre 2025
NOTAS
1 Gerardo Muñoz, conferencia “La forma más letal” pronunciada en el Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, el día jueves 2 de octubre de 2025.
Imagen principal: Rehab Nazzal, Sumud, 2016

