Colapso y Desvío / El 18 de octubre: fractura de la relación social capitalista

Filosofía, Política

Este texto es un fragmento corregido del libro Tratado para las Juventudes en Sublevación, publicado en 2024 por la editorial chilena «Sapos y Culebras».

«Adiós aquí, no importa adónde. Reclutas de

buena voluntad, nuestra filosofía será feroz;

ignorantes por la ciencia, pillos por el bienestar;

que reviente el mundo que avanza. Ésta es la

verdadera marcha.

Vamos, ¡adelante!».

Arthur Rimbaud, Democracia.

La necesidad por comprender las causas del octubre del 2019 y que sumó a Chile a un ciclo de luchas globales que ocurrían paralelamente no se debe únicamente a una reivindicación izquierdista de la revuelta, sino que es esclarecer la naturaleza del levantamiento y su escala real, incluyendo el rol que tuvieron las juventudes dentro de esta crisis generalizada. Así también, entender el proceso de restauración de fuerzas del capitalismo, relacionado con el desenlace de la revuelta y la respuesta inmediata que se tuvo a esta desde sectores que conforman el macabro cuerpo político defensor del orden “público”.

Nos enfrentamos con la mitificación de ciertos momentos concretos de lo que fue la revuelta chilena, como también a sus protagonistas, otorgándoles una comprensión irreal y a ratos sobredimensionada. Sin querer con ello opacar el hito histórico que representó, consideramos que, con el paso del tiempo, se ha dado una interpretación a los hechos del 18O que tiende a darle un carácter más revolucionario de lo que realmente fue. Así, ocurre comúnmente a la hora de hablar de la evasión del metro, hito que rápidamente generaría una reacción ambivalente entre los “profesionales del espectáculo”, muchos de ellxs haciendo uso de manoseados conceptos como “delincuencia” y “desobediencia civil” para su capturarlo, o bien, para criminalizarlo.

Como relata Julio Cortés en un lúcido artículo al respecto1, Gabriel Boric en ese entonces un Diputado que disfrutaba de aparentar una estética “anticapitalista”, defendía el salto del torniquete en tweets y entrevistas, que hoy causarían burla por lo mal que envejecieron. Pero ¿a qué se debe que la evasión del metro sea hasta cierto grado tan reivindicada en el relato inicial de la revuelta por los partidos de izquierda? Y mucho más importante, ¿qué hubo de especial en la evasión del metro para que diese origen a tal acontecimiento, si es que asumimos la premisa de que efectivamente ese fue su punto de partida?

El relato sostenido por la izquierda™, que tiene al salto del torniquete como el más grande hito democrático desde la pseudo-vuelta a la democracia, obvian su carácter real y le aíslan históricamente, convirtiéndolo en un simbolismo. Si se tratará sólo de un acto de desobediencia juvenil “permitido” por el rango de acción legal del sistema —cosa que no es así—, no habría significado más que un titular en las noticias del viernes. Su efectividad no proviene de su innovación, como una nueva forma de praxis social que no estaba dentro del imaginario del estudiantado, —la podemos rastrear hace décadas, el no-pago masivo del pasaje ya estaba presente en las protestas durante la “Batalla de Santiago” en 1957—. Sino, porque este hecho atenta, quizás de manera no intencionada, contra los procesos de valorización del Capital y que a partir suyo se proyecta el abandono colectivo del dinero en pos de la gratuidad global, aunque fuese de manera temporal2.

A los gritos de: “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, el proletariado juvenil, aunque de manera superficial, dirige su crítica a las formas básicas del capitalismo, d como posteriormente sucedería de manera más intensa en distintas regiones, donde la praxis colectiva adquirió un contenido más situado a las realidades y contradicciones que se materializaron desde el extractivismo, el diseño abrasivo de la ciudades y la crisis de la reproducción. En regiones la praxis social amenazaba directamente a las distintas formas de la sociedad espectacular-mercantil (como contra la industrias forestal y minera). De ahí que no sorprendiese la condena mediática, el recrudecimiento de las leyes en su contra y la represión por las fuerzas del orden, especialmente contra las formas de praxis que fueron más allá: sabotajes a empresas, quemas de micros, las toma de terrenos por el movimiento autónomo mapuche y la okupación de liceos y universidades por estudiantes.

La represión sufrida en los primeros días de las evasiones y protestas (previo al 18O) a estudiantes secundarixs y posteriormente al resto de quiénes fueron parte, es esencial para comprender la transgeneracionalidad de la lucha. Si no hubiese existido la excesiva respuesta por parte del gobierno y la interpretación del cuerpo social como un “enemigo interno”, la revuelta no se habría expresado de la forma en que lo hizo. Durante los momentos de mayor radicalidad de la revuelta, no existía un horizonte reconciliador al expresarse abiertamente como una guerra social. Tuvo que fabricarse un “objetivo lograble” por el cual sofocar la revuelta, porque este no existía como tal.

La condena a toda forma de protesta que escape de la ritualística electoral o, como mucho, de una mera campaña de recolección de firmas para detener la extinción de especies o la contaminación por empresas —por dar algunos burdos ejemplos—, supone el agotamiento del rango legal de las acciones realmente efectivas contra el orden capitalista. “En otras palabras todo aquello que podría tener la menor eficiencia está prohibido, incluso lo que hace no demasiado tiempo aún se permitía”3. El hito democrático que celebró la izquierda chilena en un comienzo se trata por su naturaleza, paradójicamente, de una manifestación “anti-democrática por definición”.

Ahora bien, la efectividad del salto del torniquete no se debe únicamente a su objetivo, sino que por su viralidad que adelantaba la de la pandemia del Covid meses después. La rápida repetición y difusión por los medios de comunicación —formales y no— de la evasión del metro, a la que se le sumó el rechazo colectivo a la brutalidad policial en contra de las juventudes movilizadas, generalizaron un mismo ánimo en todas partes. De manera casi automática, el acto alcanzó una transgeneracionalidad que acrecentó sus capacidades de replicación y extensión a otros sitios fuera de Santiago, como fue el caso de la región de Valparaíso que también cuenta con un metro-tren. Sin embargo, el salto del torniquete en sí mismo termina por ser superado rápidamente, para el día 19 de Octubre las protestas habían alcanzado lugares donde ni siquiera hay metro. El rasgo más rescatable de estos primeros días de la Revuelta, está en la rapidez por las que se desbordó tanto el lugar como la práctica misma que viralizó la protesta, suspendiendo el tiempo histórico y volviendo a animar los vestigios de los anteriores ciclos de lucha.

Las distintas formas de práctica que brotaron durante los días que le siguieron al 18O no tenían necesidad de ser explicada, ya que todos estos actos significaban algo para cada unx de nosotrxs y abrían nuestra creatividad a un grado del que se llevaba mucho tiempo sin alcanzar. A este primer momento de espontaneidad, le continuó a la brevedad una coordinación autónoma y descentralizada con otras formas de manifestación contra el orden capitalista. Desde fugas masivas de los liceos en apoyo a esos primeros estudiantes que evadieron, como marchas serpenteantes, saqueos y tumultuosos enfrentamientos contra la policía, así como posteriormente también contra militares. La mantención en el tiempo de la revuelta hizo necesario que se adquiriese y generalizará una logística básica para enfrentar a la represión. Como el uso de cierta vestimenta, la confección de “escudos”, la comunicación encriptada y la preparación física.

Aunque la replicación en el tiempo de la evasión redujo gradualmente su eficacia inicial, fue eficazmente reemplazada y complementada con otras formas de praxis en todos los territorios. En este sentido, destaca el caso del norte de Chile. Antofagasta se sumó a las protestas al día siguiente y se convirtió rápidamente en uno de los principales focos de luchas durante la revuelta. En los barrios de Miramar, Bonilla y Cachimba continuaron los enfrentamientos contra la policía hasta mucho después que las protestas se sofocaron en el resto del país, lo que le costó ser la ciudad con la condena más grande a un preso político4. Fue específicamente en la extensión a otros puntos del mapa y la adopción de formas y discursos distintos a los que se dieron originalmente en la capital, lo que aseguró la posibilidad de extender esta primera protesta en una revuelta que continuó en el tiempo y que, de su puesta en marcha, hizo brotar la creatividad colectiva y las “fuerzas de la embriaguez”5.

Alcanzada cierta madurez, la revuelta, todavía carente de una cabeza y con una composición multiclasista, excedía las categorías clásicas bajo las que se comprendía a los sujetos colectivos de las revoluciones del pasado. Generalizó a lo largo de su cuerpo —o multiplicidad de cuerpos coordinados a un ritmo común— una nueva sensibilidad colectiva que propició imaginar nuevas formas de organización, estética, estrategias, sensibilidades y maneras de habitar/percibir/configurar el mundo en contra, y más allá, de las ruinas.

El empleo del salto del torniquete por la avanzada del reformismo (Frente Amplio y Partido Comunista, quiénes actualmente gobiernan) en la confección de un relato que pasaría luego de un tiempo a establecerse como el oficial, se trata de una captación de este momento inicial de la revuelta. Prueba de ello está en el uso de imágenes de la evasión del metro en Santiago para las campañas del Apruebo y hasta en publicidades de diversas empresas. Un relato romántico, que tiene a la juventud como protagonista y que niega —o que es incapaz de caricaturizar a su antojo— las mayores instancias de inteligencia proletaria y apoyo mutuo que surgieron de entre las barricadas, la autoorganización y la acción directa, como la colectivización de las mercancías tras los saqueos masivos a supermercados y farmacias, a modo de primeros intentos conscientes de superar algunos de los aspectos esenciales del orden capitalista basado en la ley del valor.

Las lecturas de la revuelta que tienen como pieza fetichizada al salto del torniquete, más allá de que logren eludir las desviaciones reformistas que tienen implicada, tendrán como límite la incapacidad de comprender la revuelta fuera de la capital. Aunque sea de forma inconsciente, su insistencia entrevé un análisis que ignora los contextos diversos de las regiones en las que surgió la revuelta de octubre, con hasta mayor fuerza y efectividad que en Santiago. Sus causas, adelantamos, poco tienen que ver con una mera imitación de lo que sucedía en la capital o con una solidaridad militante por la “demanda inicial” del alza de 30 pesos del pasaje del metro.

Cómo se comparte en un reporte del avance de la revuelta en el Norte de Chile por El Sol Ácrata6, la protesta no necesitó buscar motivos para salir a la calle, porque estos venían saltando a la vista desde hace años. La revuelta en varios sectores tomaba la forma, sobre todo, de un asalto contra la forma de vida capitalista que nos tenía sumidxs en una existencia miserable. Destacamos la experiencia en “zonas de sacrificio” como Calama o Quintero, donde la protesta adquiere un carácter que atenta a los conceptos de “progreso” y “desarrollo” en los que se sostiene la práctica económica capitalista nacional (sobre todo minera).

La fetichización de formas concretas de praxis, resulta en su repetición artificial, desgastada y vaciada temporalmente de contenido. Este es el caso, sobre todo, de las distintas formas de acción directa focalizadas al interior de “territorios combativos”, que en cierto punto, su repetición irreflexiva y su incapacidad de extenderse más allá de estos espacios, le redujo a un ritual de violencia autodestructiva, que en último lugar funcionó para justificar las políticas represivas del Estado, y más específicamente, la persecución.

La mera imitación de la acción no replicará el acontecimiento, más que en la forma de una farsa: el movimiento debe de regenerar el potencial subversivo, entiéndase con esto, encontrar nuevas estrategias y técnicas por las que ocasionar un daño efectivo y duradero al Capital y, sobre todo, ser capaces de replicarlo en gran escala. De ahí que llamar a “volver a saltar el torniquete” o bien a “repetir octubre”, aunque suene poético y sea un gran eslogan representativo de lo sucedido, en lo práctico resulta inútil y se limita a una mera forma de panfletarismo. En el mejor de los casos, “volver a saltar el torniquete” recalca el hecho más como un llamado a reactivar las formas de praxis que generaron un movimiento general de las fuerzas colectivas, más no a sobredimensionar el gesto en sí que lo generó.

1.1 Contrainsurgencia, respuesta a la revuelta chilena

A la revuelta, sobre todo desde el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre, se la compacta en sus primeros momentos más inofensivos. La evasión es parcialmente admitida como una acción “justa” ya que a la larga se le separó de su contenido inicial y quedó en segundo lugar frente a los enfrentamientos, sabotajes y demás momentos insurreccionales que hacían peligrar la infraestructura estratégica, comisarías y el normal desplazamiento del hogar al trabajo —y viceversa—. La fetichización de sus protagonistas no es casual en absoluto, sino que es en razón de la reivindicación de su carácter más reaccionario, como punta de lanza del proceso de modernización del Capital desde comienzos de los noventa. El estudiantado resulta en la forma-sujeto por excelencia del capitalismo avanzado, como “herederos del movimiento obrero clásico, o incluso configurado a su imagen y semejanza”7, replican hasta sus mismos límites y errores. No existe sujeto moderno que más veces avance hacia el mismo callejón sin salida que el movimiento estudiantil, con la propulsión de un programa perfectamente integrable al sistema capitalista, encabezado por lxs que serán el siguiente recambio generacional de la administración del Capital. La naturaleza del movimiento estudiantil chileno es ambivalente: siempre a la cabeza en la disputa por la distribución de los frutos del sistema mercantil, como también de la oposición más radical e insistente al orden espectacular. Cuestión que puede verse perfectamente durante los últimos veinte años, teniendo al 2006 y el 2011 como sus máximos ejemplos.

Si el proletariado ha tendido históricamente a una lucha por su mero reconocimiento dentro del sistema, la contradicción inmanente del movimiento estudiantil —y las juventudes en general— como su estrato más creativo es corolario de la identidad inestable del proletariado, “caracterizada por una cualidad autocrítica, “tensa” y necesariamente “incómoda”, a la vez sujeto y objeto, mercancía y propietario de la mercancía”8. El salto del torniquete, dentro de la narrativa capitalista, puede reconocerse como límite último de cuánto cederían la burguesía en la construcción del relato oficial sobre esta innegable crisis. Dentro de la nueva narrativa, el rostro mediático del Estallido Social, se reduce exclusivamente a inofensivos momentos contra la institucionalidad, o de la que surgiría tras su inicial deslegitimación.

El proceso de reestructuración de la relación social capitalista tuvo lugar gracias a la articulación de un discurso mediador —aun cuando quería parecer disruptivo— que ocurría paralelamente en el parlamento y en la calle. Un discurso fantástico sobre las capacidades de la democracia, el poder constituyente y los cabildos que hizo de preámbulo de lo que sería la tríada de la muerte de una revuelta que comenzaba tímidamente a pensarse revolución: el acuerdo del 15N, el proceso constituyente y la elección presidencial.

La infosfera como hábitat de la economía desmaterializada, fue instrumento para la creación de una nueva narrativa que daba comienzo al nuevo proceso de modernización y reestructuración, centrado sobre todo en la fase inicial de la revuelta. El bombardeo de signos que, a ritmos acelerados y constantes, terminó por enfermar al organismo social, permeando la elaboración del sentido y la construcción de la realidad, hasta que de manera gradual admitió la narrativa del sistema. El resto de las industrias del espectáculo: televisión, cine, edición, mientras tanto, instauraron un clima generalizado de inseguridad que se ocupó como justificativo para la política represiva y populista de los partidos conservadores, aunque adoptada finalmente por la izquierda, a modo de justificar sus medidas de exterminio y represión contra los residuos insurgentes de la revuelta (anarquistas, el movimiento autónomo mapuche, estudiantes secundarios, etc.).

El cambio constitucional fue un mecanismo de captura del movimiento de revuelta. La contrainsurgencia encontró en la vieja consigna de la izquierda institucional desde los 90s de una Asamblea Constituyente un método eficaz por el cual trasladar la lucha a su tablero de juego: la democracia. A su vez sirvió de un filtro por el cual separar al movimiento de revuelta, entre los extremistas y los mesurados, entre quiénes apoyaban la lucha por una nueva constitución y quiénes la rechazaban. La enfermedad del asambleísmo estaba presente ya en con los pingüinos en el 2006, para noviembre del 2019 los principales partidos de la izquierda desempolvaron sus consignas a favor del cambio de constitución. La aspiración irreal hacia las posibilidades de transformación del orden social capitalista por medio de la democracia ocultaba sin embargo, la ansía por ser parte de su gestión.

Ante un proceso que se erigía contra todo el sistema institucional democrático liberal (las encuestas del momento marcaban un desapego por todo lo que estuviera inmerso ahí, Congreso, Presidente, Partidos, carabineros, etc.) la única respuesta que se dio fue… más institucionalidad. La convención constituyente surgida en el “Acuerdo por la Paz” del 15N, donde el oficialismo y la mayoría de partidos de la oposición —a falta sólo en un principio del PC— se reunieron con el supuesto fin de solucionar los problemas que había visibilizado la revuelta, pero que, como bien sabemos, no se logra, si es que acaso se intentó. Más bien, su éxito fue en no hacer ya “deseable” el cambio, concretamente en haber fracasado formalmente; a 4 años de la revuelta las situaciones que visibilizó no son las mismas, sino que peores. Existe una incapacidad de parte de los sectores democráticos en comprender el problema a cabalidad, incapacidad que perfectamente puede ser conocida pero a la vez negada, pues aceptar que dentro de los márgenes del liberalismo y el capitalismo no se puede dar solución es aceptar que urge la superación ambos en pos de un mundo más allá del Estado y el mercado9.

Si en esta narrativa, el proceso constituyente y el actual gobierno son rescatados como hitos democráticos, el resto son criminalizados como insostenibles en un Estado de derecho, véanse: la resistencia territorial en poblaciones marginadas, los enfrentamientos con las organizaciones pseudo fascistas, la quema de la “Iglesia de carabineros”, y los daños a la pequeña y mediana empresa. Esa narrativa sobre la protesta es hoy el argumento para someter, a través de la fuerza coercitiva, violenta e institucional del Estado —y de privados—, a cualquier intento o ánimo de continuación de la revuelta, reduciendo la práctica política exclusivamente a una institucionalidad que pasó por un proceso de modernización tanto generacional como estética, disolviendo consigo cualquier posibilidad de repetir el 18 de octubre —al menos de la misma forma en la que originalmente ocurrió.

1.2. Revuelta y revolución

Las protestas a lo largo de todo el Estado-nación chileno, pese a sus dificultades y limitaciones se elevó a la plena manifestación real de la miseria hasta entonces negada, “la ineptitud, ahora comprobada, de la visión económica del mundo al no captar nada de la realidad humana”10. El reconocimiento de un malestar incrustado en el corazón de la democracia-dictadura del capital o, más bien, aquel malestar que es la democracia en sí fue manifestado por primera vez a gran escala a varios años desde la dictadura, traduciéndose en una indignación y protesta contra la dominación en general, y en específico a un determinado estado de las cosas que se negaba en cuanto malestar.

Así, el avance de la revuelta disipó brevemente la ilusión felicista de estabilidad y progreso que se impuso a partir del proyecto neoliberal de la dictadura, y continuó eficientemente con la Concertación, esa imagen invertida que fundamenta el funcionamiento del Capital y del orden democrático, que, tras de sí, esconde los sollozos de la criatura oprimida11. La mentira se miente a sí misma deviniendo verdadera. La perpetuidad del Capital esclarece su verdad vital: su necesidad de ilusiones, de fantasmagorías. La objetivación de aquel gran carnaval de farsas se concreta en la economía reinante, del que su extensión se traduce en dominio fantástico del mundo en cuanto económico. La eliminación de estas ilusiones es condición previa para cualquier proyecto emancipatorio que busque colocar freno a los mecanismos de extinción del capitalismo. La disipación de la bruma en el avance de la protesta, que se consolidaba como revuelta, devino momentáneamente en negación absoluta, entiéndase su devenir-consciente.

Judith Butler concibe la revuelta bajo la idea de erigirse y alzarse, el acto con el que se deja de estar boca abajo en el suelo, para sacudirse el polvo y las hojas12, una forma de personificación colectiva de la rabia e indignación, pero que da un paso más allá de estas, al reconocimiento sistemático de sus causas y la puesta en movimiento en su contra. Pero esta definición de Butler puede resultar problemática, ya que parece reducir la revuelta a una oposición temporal a las formas de dominación que siempre tiende a su fracaso, configurando a este [el fracaso] como la esencia verdadera de toda revuelta. ¿Qué le diferenciaría de una mera protesta? ¿Que sería una revuelta que triunfe? Más que un destino irremediable, la revuelta, independiente de su resolución, es momento del devenir de la revolución y, si bien su tendencia histórica puede contener al fracaso, esta no niega la posibilidad de su éxito.

Al igual como suele suceder con la idea de la “revolución”, la restricción de estas categorías a una reducida serie de situaciones y métodos hace parecer su imposibilidad. La principal diferencia que se hace entre revuelta y revolución suele centrarse en el fracaso o el triunfo del levantamiento, ignorando su carácter y contenido. La reducción de la revolución a su resultado, le condena a sólo ser históricamente una receta para el golpe de Estado exitoso al modo del caso Ruso y Francés. El triunfo de la revuelta no puede ser sino la posibilitación de la revolución13. Cuando los caminos se abren y la revolución se acerca no como un destino, sino como realidad. El devenir de la revolución es el comunismo haciéndose a sí mismo sin transición.

El último proceso de revuelta global, por más localizado y superficial que hayan sido algunas de sus expresiones, no fue impedimento para que se interconectarán entre unas y otras. La revuelta siempre posee un contenido histórico, a través del que se puede trazar un mapa entre los ecos de cada acción de rebeldía y oposición colectiva. Cada revuelta local dejó una pequeña señal para ubicar a las venideras. Su derrota siempre será parcial; del fracaso y la barbarie se extiende un legado histórico que acumula gradualmente un enorme relato común de experiencias, tácticas y métodos de luchas.

Esparcidas por el mundo y la historia, las revueltas se citan entre sí; localizadas, pero nunca aisladas; interconectadas, pero nunca descontextualizadas. Aunque por sí mismas no fueron más que “pequeños hechos episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la sociedad… [Juntas] bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el abismo que se extendía por debajo. Demostraron que bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo necesitaban ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos continentes enteros de duros peñascos”.14

Ahora, si tomamos en consideración conceptual lo que Butler comprende como “revuelta”, todos estos hitos planetarios, —que conforman una constelación de movilizaciones acéfalas, descentralizadas y sin foco único—, no tienen porqué resultar en su fracaso y, así mismo, los procesos presentes y los que vendrán luego no caminarán hacía su derrota irremediable, sino a un horizonte aún por definir.

Aunque las revueltas se han estrellado una y otra vez con los límites de los sistemas políticos tradicionales, en vez de apostar por su destrucción y superación. Nada imposibilita que las revueltas devengan revolución. Más que pensar la revolución a partir de los límites que determinan hoy su posibilidad, es decir, la manera en que hoy la revolución puede sortear sus obstáculos y configurarse como realidad.

2. ¿La muerte de la Revuelta?

La mitificación de la revuelta oscurece la conciencia en cuanto a lo que realmente significó y le eleva en tanto fantasía sobre la que se vuelvan nuestros deseos de lo que pudo haber simbolizado y hasta donde pudo haber llegado. El resultado que tuvo —en cuanto a su lógica institucionalización posterior— lleva a caer a ciertos sectores en la omisión o desentendimiento de sus capacidades reales. Si las revueltas, como postulamos, no son por sí mismas una negación/superación efectiva y permanente al Capital, si pueden desencadenarla.

En razón de esto, la crítica contra los partidos reformistas por responsabilidad en la institucionalización de la protesta, adjudicándoles a estos “la muerte de la revuelta”, es una crítica parcial. El papel de la burguesía y de los sectores reformistas para cooptar la protesta en su propio beneficio no resulta más que una obviedad. Una vez comienza a dispersarse la nube de polvo y humo que levantó los momentos de insurrección, lo que le sigue es siempre la contrarrevolución, la recreación del dominio de la máquina gubernamental por el ala izquierda de la burguesía, “[…] de la burocracia reformista sobre la autonomía, del socialismo del capital sobre el comunismo de la liberación”.15

Contrario a la responsabilización de su fracaso, la salida institucional del conflicto lo aceleró, aun cuando no lo provocara, inhibiendo consigo las potencialidades que se desprendían de él. Así, los procesos institucionales y el gobierno progresista iniciados en el ocaso de la revuelta no son en ningún caso una victoria del sistema sobre nosotrxs ni viceversa (ni siquiera electoralmente hablando), sino que únicamente se trata de un vano intento de recomponer sus piezas momentáneamente hasta que, con un estruendo que revuelva los cielos, vuelva a reventar.

El recuerdo nostálgico y mitificado de Octubre corroe el cuerpo del movimiento de protesta, como si se tratase de la lepra. Entumece sus miembros hasta suspender por completo su movimiento. La creencia, ya sea absurda o excesivamente optimista, de que la continuación por más tiempo de la revuelta chilena —tal y como está se estaba dando— llevaría al inminente desmantelamiento del Capital o, como mínimo, al de sus expresiones nacionales, no sólo acaba por suspender el avance de cualquier movimiento futuro, sino que de todo aprendizaje que se le pueda ser extraído. No hubo nada de radical en la inocente proclama de: “Chile será la tumba del neoliberalismo”, más que nada porque esta fue la consigna-guía de los ejecutores de un primer momento del proceso de reestructuración y contrainsurgencia de la relación social capitalista, actuales gestores de la administración estatal del proceso de acumulación del Capital. Siempre el “anticapitalismo” se devela solo de la variante más perniciosa y actual del Capital.

En cuanto a la responsabilización del estado posterior a la revuelta: el avance de la reacción, la descomposición del tejido social, la persecución política por parte de los aparatos jurídicos y el retroceso de la unidad hacia el regreso de las luchas sectoriales, encuentran a un culpable quizás insospechado para quienes aún mantienen esa manifestación infantil. La protesta, tanto como colectividad como de las particularidades que la conformaron resulta simultáneamente en víctima y verdugo. No tanto por una ausencia de consciencia o de acción, sino más bien por la carencia de formas y medios para que estos se concreten efectivamente. La revuelta no fue capaz de manifestar libremente su potencia, no tanto por el enfrentamiento y persecución de las fuerzas represivas o el gradual desviamiento de la protesta hacia tendencias y consignas reformistas e históricamente desgastadas, sino por la incapacidad del movimiento real de superar sus contradicciones interiores y los obstáculos que interrumpen su paso en el exterior. De forma técnica, fue víctima de los límites propios que se nos imponen por ser hijxs de nuestra época.

El terror es siempre continuación inmediata al fracaso de la revolución, la reacción crece de los errores, las decisiones no tomadas, las divisiones, y de la cobardía. Las revoluciones hechas a medias asisten a sus verdugos, [quienes] no han colocado nunca excusas para someternos a la más franca barbarie. La creciente montaña de muertxs que se asoma en el ininteligible terreno de la historia nos advierte que “ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”16

NOTAS

1 Julio Cortés, La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «Estallido Social», 2022.

2 Un panfleto en circulación desde el 2018, comprendía al torniquete como “el símbolo de la miseria de este sistema capitalista”, que contenía “el verdadero espíritu de esta falsa comunidad, es la imagen que resume toda nuestra no-vida: pagar para vivir, vivir para pagar”. Comunidad de Lucha N°3, Salto del torniquete de la no vida, marzo del 2018.

3 Anselm Jappe, Crédito o Muerte, Ed. Pepitas de calabaza, p. 74.

4 Se trata de Deivy Jara de 19 años que fue condenado a 12 años en 2023, llevando ya 2 años en presidio previamente a la condena.

5 Walter Benjamin, El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea, 1929.

6 El sol ácrata, Año VIII/ Segunda época/N°5/ octubre de 2019. Léase aquí.

7 Círculo de Comunistas Esotéricos, “Un largo octubre: Notas y apuntes sobre lo que abre y cierra octubre de 2019 en Chile”.

8 M. Bolt & D. Routhier, La teoría crítica como teoría radical de la crisis: Kurz, Krisis y Exit! sobre la teoría del valor, la crisis y la quiebra del capitalismo [Critical Theory as Radical Crisis Theory: Kurz, Krisis, and Exit! on Value Theory, the Crisis, and the Breakdown of Capitalism], 2019. Léase aqui.

9 Jesus Díaz y Bastián Venegas, Entre la nostalgia revolucionaria y la nostalgia reaccionaria: Comentarios sobre el actual proceso de modernización del Capital. Publicado en julio del 2023 en Colapso y Desvío. [Léase aquí]

10 Tiqqun, Órgano consciente del Partido Imaginario. Ejercicios de Metafísica Crítica, 1999.

11 K. Marx, Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Ed. Pre-textos, 2014.

12 Judith Butler, Revuelta, 2017.

13 Julio Cortes sostiene una postura similar: “No se trata de revuelta o revolución, sino de profundizar y conectar todas las revueltas transformándolas en una gran revolución”. Julio Cortés, La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «estallido social», 2022.

14 Karl Marx, Discurso pronunciado en la fiesta de aniversario del People’s Paper, 1856.

15 Marcello Tarì, Un comunismo más fuerte que la metrópoli, Traficantes de Sueños ed, 2016, p. 172

16 Walter Benjamin, Sobre el concepto de la historia [ber den Begriff der Geschichte], 1942.

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