Gerardo Muñoz / La voz de la lamentación. Palabras en la presentación de The revolt eclipses whatever the world has to offer de Idris Robinson

Filosofía, Política

Obviamente para mi es emocionante participar en el lanzamiento del nuevo libro de Idris, ahora en su edición norteamericana, The revolt eclipses whatever the world has to offer (Semiotexte, 2025). Ya no me corresponde decir mucho más en torno al libro, pues me encargué de traducir y preparar la edición en español —con una ligera variación de algunos textos — que titulé, luego de conversaciones con los editores y el autor, Escritos desde la tierra baldía (Irrupción ediciones, 2025). Hace aproximadamente un mes y medio lanzamos el libro en Santiago de Chile, y sabemos que Chile, al menos desde el 2019, ha vivido un largo ‘Noviembre’ tras una serie de Convenciones Constitucionales fallidas y el aplanamiento brutal del timbre de la revuelta incluso por el coro del progresismo local. En cualquier caso, el título de la actual edición estadounidense tiene una afinidad directa con Chile, no solo por la inscripción de la revuelta de 2019, sino más superficialmente con una conversación que tuve con Idris en los meses posteriores a la revuelta de George Floyd, publicada en la ya inexistente Revista Disenso, una publicación que algunos compañeros chilenos sustentaron tras los ecos del estallido social. Esto significa que casi cinco años nos separan de su publicación, y quizás sea un buen momento de mirar en perspectiva. Pero, antes que todo, debemos agradecer a Idris este ejercicio valioso de reflexión que ha hecho que todo sea un poco más llevadero e inspirador, a pesar de las continuas derrotas e impasses. Y las que no paran de llegar. Por lo que simplemente quiero transmitir varios puntos que quizás puedan preparar el terreno para una conversación sobre los problemas que el libro nos propone, aunque no es mi intención pretender agotarlos.

En primer lugar, creo que el lector que se asome a The revolt eclipses se sorprenderá por la poderosa inmediatez declarativa y la intensidad en el tono que trenza la escritura de comienzo a fin. Me interesa enfatizar este punto porque no se ha prestado suficiente atención, me parece, a la relación entre el acontecimiento de la revuelta y el lugar del lenguaje. Este es un problema que ha sido tematizado directamente por el pensador Willy Thayer con cierto énfasis en una discusión sobre la “constitución menor” donde se aludía, por cierto, explícitamente al axioma de Idris (Thayer a112). Para Thayer la revuelta no es solo una consumación de disturbios y cuerpos en el espacio, es una destitución performática que arruina la hegemonía de la comunicación y el vehículo de la transferencia mimética, abriéndose a otros usos, tonos, colores, articulaciones sonoras, “la revuelta de octubre mucho más que venir campeando desde otro cortijo, se habría forjado, nutrido e indispuesto hasta el estallido en dicha performatividad, sacudiéndose en su tela, sacudiéndose esa tela, abasteciéndose de ella” (Thayer b176). La revuelta baila en la parábasis del verosímil. Es la voz apagada de Elisa Loncón en la Convención Constitucional chilena de 2021, pero son también las voces que restan. En definitiva, creo que Idris es un pensador de escritura dispersa, contenida y escasa; y, sin embargo, durante el «hot summer of 2020», su voz desbordó la palabra escrita y hablada, dispersándose entre amigos, espacios, canales, medios, plataformas, intervenciones y reiteraciones, géneros, gestos, temporalidades. Un desbordamiento ajeno al periodismo convencional y a la “teorización” académica de los fenómenos, pues sólo la disrupción animaba al alma y a la palabra. Si hay momentos en que el lenguaje sufre “un golpe a la lengua”, por decirlo a la manera de Thayer, ¿no es el evento de la revuelta una instancia en la que algo así como una voz absoluta que hace presencia sin reversibilidad?

En The revolt eclipses nos sumergimos en un estilo zigzagueante que da paso a la presencia de la existencia afroamericana; un teatro donde el dolor habla sin reparos. Habla y respira en su apertura. Vale deslizar aquí una viñeta. Recuerdo que hace unos años el tren regional del NJ Transit tuvo muchos problemas técnicos y, a finales de mes, permitió a la gente viajar en tren sin pagar. Y durante esos días, quienes tomamos el tren de repente vimos algo sorprendente y sin precedentes: grupos de jóvenes afroamericanos —algunos de ellos estudiantes de secundaria y más jóvenes aún—, llenos de entusiasmo y con la felicidad plena en sus rostros, tramando planes para los próximos días, se dejaron ver en el tren. Digo esto porque la “muerte social” de la existencia afroamericana, de la cual el asesinato de George Floyd es solo la expresión más extrema, no se reduce a un simple encuentro cara a cara con la policía, sino que se opone a todo el mundo de la circulación social y de la apariencia soterrada. En ese momento donde la relación entre precio y movilidad se suspende, la violencia cruda que subyace a la mediación entre tarifa y salario se abole. Menciono esto porque me parece que la escritura de Idris busca descomprimir esa violencia social contra la presencia, y es por eso que su escritura indexa la textura de la experiencia. Y es en este umbral experiencial donde uno podría inscribir la posición irreductible de Idris a la luz de otras corrientes del pensamiento negro en los Estados Unidos: la representación política identitaria (Black Lives Matter) que negocia al interior del lazo social; y, por otro lado, el afropresimismo, que sostiene una metateoría archipolítica, a pesar de su compromiso con importantes prácticas autográficas. Debemos leer The revolt eclipses como una tercera posición con estos dos gestos contemporáneos del pensamiento contemporáneo en el interregno.

Tengo para mi que Idris se toma el interregno en serio. Si partimos de la condición del interregno —también podemos llamarlo tierra baldía (wasteland), como dice Idris; aunque es también desierto y la fragmentación, o lo que algunos hemos llamado condición de poshegemonía—, podemos decir que ninguna transformación hoy en día puede tener como punto de partida la determinación política. Me interesa repetirlo: ninguna ruptura hoy —y me parece que este es el cisma más elemental de la revuelta— provendrá de la política, ni puede plantearse desde un pensamiento que se agote exclusivamente en formas y categorías de politicidad (la representación, el sujeto, y también la Revolución). No podemos salvar a la política hoy sin caer de cabeza en el atolladero de la hipocresía y la mala fe. Pero nuestra tarea es dejar atrás la tetra de la mala fe. Así que sí, nuestro dilema es civilizacional: incluso antes de la crisis de legitimación moderna, como quiera que la situemos históricamente, el problema es mucho más grueso. ¿Estaremos a la altura? Sé que a Idris le gusta el griego antiguo, así que voy a echar mano de una glosa griega. En uno de los volúmenes de su Historia, Heródoto recoge las palabras de un bárbaro persa que observa la polis griega (esta es la posición del observador externo), que comenta: “Ningún miedo tengo de hombres de los cuales es carácter el que el centro de sus ciudades está constituido por un vacío al que acuden para intentar bajo juramento engañarse unos a otros” (Martínez Marzoa, 105-107).

Esas son las palabras del observador persa. Pero Heródoto señala inmediatamente que el acto de “engañarse unos a otros” se refiere al libre ejercicio del intercambio que estructura la vida de la ciudad, esto es, su textura comunitaria ya caída. Por supuesto, una comunidad de intercambio —la base de la demanda de isonomia, que posteriormente se convertirá en la estructuración capitalista del principio de equivalencia — es ya una relación compensatoria a la ausencia de una comunidad originaria; la implosión de la noción de “distancia” para relacionarnos con las cosas del mundo ha sido devastada. En otras palabras, es la esencia misma del nihilismo y la nihilización. Así, la política sólo puede adecuarse a la dispensación histórica del nihilismo, cuyos efectos letales estamos presenciando actualmente en todo el planeta. En este sentido, Tronti tenía razón al escribir en La política al tramonto: «La política no desafió a lo moderno, mas lo llevó a su realización» (Tronti 20).

Hemos terminado con la política, así que debemos empezar de nuevo desde otro lugar. Necesitamos una nueva Tierra que reúna las múltiples regiones tanto de los vivos como de los muertos. Y no es casualidad que la instancia poética más profunda en la escritura de Idris pase por el diálogo con los muertos, precisamente porque acoger a los muertos ya no pertenece al nihilismo de lo político. No debemos olvidar que toda la estructura política de Occidente —desde el meson griego hasta la autoridad positivista de Hobbes, pasando por la antropología filosófica de la posguerra, e incluso en el académico más radical de la universidad norteamericana— no se basa en “una vida imperial”, sino en el imperio de la vida. (Alguna vez una colega en una cena tras una conferencia le dijo a varios amigos: «¿Cómo pueden pensar que yo también siga trabajando en problemas teóricos después de salir del campus, por dios santísimo? ¡Yo también tengo una vida!”). Sabemos con toda certeza que la vida hoy se sostiene como excepción a la conjunción de vida y pensamiento que la fuerza social intenta mantener separada a toda costa. De hecho, Occidente, occidare – que significa matar, destrozar y aniquilar – ha sido la invariante para dominar sistemáticamente lo que está fuera de nosotros que nos constituye como seres de destino (Coupat 90). Más recientemente, el Subcomandante Galeano (EZLN) propuso una fórmula: si 1994 fue una lucha entre dos formas de morir (morir de cara a la depredación estatal, o morir en la resistencia); hoy, se trata de elegir entre la muerte y la vida. Esto sólo puede ser válido en la medida en que nos hagamos cargo de la importante corrección de Idris: la vida solo puede concebirse como una con los muertos, con lo que permanece absolutamente fuera de la vida; esto es, con todo aquello que la hace irreductible, rechazando la extorsión tética de la polis. Como escribe Idris el prefacio del libro: “Huelga decir que las medidas de emergencia legitimadas durante la COVID-19 fueron más eficaces para la vigilancia policial que para salvaguardar la salud y combatir la enfermedad. Con esto en mente, podemos captar la postura, tan común en Occidente, que busca a toda costa mantener la sacralidad de la vida. Sin embargo, la vida es solo una cara. Una vida incapaz de arriesgarse en el calor de la revuelta, una vida que no puede atreverse a morir, no es vida en absoluto: es una muerte en vida” (Robinson 23). Contra la brutal represión de la muerte y los muertos, y la falsa salida de vitalismos objetuales demasiado cómodos en la subsunción total y del orden científico, Idris propone la muerte como la intromisión de la destrucción poética como la tarea suprema del pensamiento. En lo que es claramente uno de los vórtices del libro, Idris escribe:

“La destrucción es intrínseca a todo lo que potencialmente podría existir o no existir. De ello se desprende que todo devenir que culmina en un objeto, incluyendo aquellos que son la actualización del segundo sentido de potencialidad, debe contener en sí mismo la posibilidad de destrucción. […] Más concretamente, cualquier modelo ontológico que omita la creación, en la que hay ergon y energeia sin poesis, corre el riesgo de dar paso a una imagen metafísica absurda: una caricatura de un flujo heráclito, repleto de poderes y fuerzas improductivas (Robinson, 192-193).

Aunque este pasaje prima facie busca disputar matices en torno a las nociones de destitución y destrucción, creo que uno puede elevarlo como una figura hiperbólica que remite a cómo el lenguaje también contempla su propia aniquilación. De hecho, terminaré diciendo que esta es la razón por la que creo que The revolt eclipses debe ser leído no como un panfleto político o manifiesto o un manual decolonial para la supervivencia identitaria, y mucho menos como reproducción del discurso universitario; más bien, es un ejercicio reflexivo mediante la voz de la lamentación. Pero ¿qué es la lamentación? Se ha dicho que las dos formas supremas de la voz humana en nuestra tradición son el himno (ligado a la celebración y la canción, a la aclamación y al júbilo); y, por otro lado, la lamentación como la voz que permite que el sufrimiento hable a través de los mártires y los muertos; una elevación ética que supera el cierre de la simbolización para rozar, asintóticamente, su propia disolución concreta.

La brutal represión de la muerte de nuestra época es proporcional a la desaparición de la voz de la lamentación. Por eso el lamento es siempre una voz coral que se resiste a la restitución social que trafica con los muertos en un proceso mecánico e inhumano. Y en un bellísimo texto sobre el lamento en la teología antigua, Gershom Scholem afirma que el lamento es la espera de la revelación a través de una voz volátil e irreparable: “El lenguaje en estado de lamento se destruye a sí mismo, y el lenguaje del lamento es en sí mismo, por esa misma razón, el lenguaje de la destrucción… El lamento es, pues, en poesía, lo que la muerte es en la esfera de la vida” (Scholem 1, 7). En conclusión, la escritura de Idris es la música perdurable que lamenta la pobreza del “pensamiento socializado” que ha hegemonizado nuestras existencias durante demasiado tiempo; de hecho, es la extensión misma de nuestra civilización. Solo podemos agradecer a Idris por abrirnos los oídos a la «kinah» (la lamentación en hebreo, קִינָה), aunque depende de nosotros seguir adelante.

*Estas palabras fueron leídas en la presentación del libro The revolt eclipses whatever the world has to offer (Semiotexte, 2025), de Idris Robinson junto al autor y el filósofo Søren Mau. El encuentro tuvo lugar en el espacio Francis Kite Club de Manhattan. La edición en castellano del libro de Robinson titulada Escritos desde la tierra baldía (Irrupción ediciones, 2025) puede encontrarse también en librerías de Santiago de Chile y Buenos Aires.

Notas

Coupat, Julien. “Dialogo con i morti”, en Carchia C., Orfismo e tragedia: il mito trasfigurato (Quodlibet, 2019).

Martinez Marzoa, Felipe. “Estado y polis”, en Cruz, M. Los filósofos y la política (Fondo de Cultura Económica, 1999).

Robison, Idris. The revolt eclipses whatever the world has to offer (Semiotexte, 2025).

Scholem, Gershom. “On Lament and Lamentation” (1917), Jewish Studies Quarterly, 21, 2014.

Thayer, Willy. “Una Constitución menor: conversación con Willy Thayer”, Papel Máquina, 16, 2021.

Thayer, Willy. “Revuelta/Performance: la puasa del performativo y dos notas suplementarias”, História: Questões & Debates, N.71, 2023.

Tronti, Mario. The Twilight of Politics (Seagull Books, 2024).

Idris Robinson, The Revolt Eclipses Whatever the World Has to Offer, Semiotext(e), 2025

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