Salvatore Spina / Cultura de derechas hoy

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El año, ya próximo a su conclusión, ha registrado, en el ámbito de las ciencias filosóficas, algunas publicaciones interesantes sobre el tema del fascismo.

En el mes de septiembre Roberto Esposito, probablemente el filósofo político más importante dentro de la Italian Theory, publica para Einaudi un volumen intenso, titulado Il fascismo e noi. Un’interpretazione filosofica. En estas páginas el filósofo napolitano da forma a una interpretación completamente particular del fascismo italiano y de los fascismos en general, poniendo de relieve cómo el análisis histórico del fenómeno fascista es necesario pero no suficiente para captar hasta el fondo su alcance epocal. Solo las herramientas de la filosofía son capaces de comprender plenamente cómo «el fascismo no es un régimen, un movimiento, una doctrina —o mejor, que es todo esto, pero ante todo es una máquina metafísica que puede definirse “generativa” en cuanto capaz de generar sus propias condiciones de existencia y expansión» (Esposito 2025, pp. XII-XIII).

Unas semanas después aparece Tecnofascismo de Donatella Di Cesare, también publicado por Einaudi. En este texto la autora pone bien en evidencia el carácter híbrido del fascismo contemporáneo, que se vale simultáneamente de impulsos regresivos, orientados a poner en marcha políticas securitarias, y de sofisticados instrumentos técnicos, dirigidos al control y al dominio.

Sin entrar en el mérito de los dos textos —que deberían discutirse de manera profunda e idealmente mediante un enfoque comparativo—, lo que, en este contexto, es necesario subrayar es el punto de tangencia identificable a partir de las tesis que emergen de sus páginas. El fascismo no se trata exclusivamente como un fenómeno histórico, perteneciente a un pasado con el que hemos saldado cuentas definitivamente y que puede, por ello mismo, relegarse a las memorias archivísticas de los historiadores. Forzando deliberadamente la metáfora, podría afirmarse, en cambio, que el fascismo se configura como un Gespenst que recorre Europa y, con su carácter espectral, penetra las fibras más profundas de las democracias occidentales.

Sin embargo, es preciso proceder con cautela y vigilancia, a fin de evitar anacronismos que correrían el riesgo de reducir el análisis del fascismo a un mero ejercicio erístico, incapaz de captar los desafíos que plantea la política en una época en la que, probablemente, ya no parece practicable ninguna política tal como se la ha conocido hasta ahora. Es justamente la naturaleza espectral del fascismo —a la que se aludía hace un momento— la que vuelve intrínsecamente resbaladizo y problemático cualquier discurso sobre las derechas contemporáneas. Si se exceptúan algunas manifestaciones folclóricas de nostalgias novecentistas, el espíritu del tiempo parecería indicar que quienes se desgarran las vestiduras ante el retorno del fascismo están ya fuera de plazo, condenados al papel de Casandras perpetuas.

Dejado el mosquete y abandonada la orbace, la nueva derecha ha encontrado, en efecto, su fuerza inmanente en el vínculo subterráneo que ha estrechado de manera indisoluble con el capitalismo en su declinación neoliberal.

Los análisis políticos, sociológicos y, ça va sans dire, filosóficos que hoy se enfrentan con la cultura de derechas y, en general, con el pensamiento conservador, fracasan en su intento cuando, limitándose a los aspectos exteriores y superficiales, no logran captar el nexo estructural que liga a las élites económicas con los dispositivos de poder.

A partir de estos presupuestos, en esta breve contribución me propongo mostrar cómo el análisis de la cultura de derechas propuesto por Furio Jesi requiere una atenta relectura y una posible reactualización a la luz de las profundas transformaciones que han caracterizado la política italiana y, más en general, occidental en el último medio siglo.

Cuando en 1979 Furio Jesi publica su texto ya clásico, Cultura di destra, la situación política global se presenta, en muchos aspectos, todavía similar a la de la segunda posguerra. Aunque con fisuras, lo que sostiene el orden del mundo es una visión bipolar: por un lado, las democracias occidentales, sustancialmente subordinadas a las orientaciones provenientes de ultramar; por el otro, el socialismo real, disciplinado por las directrices impartidas desde Moscú. El muro de Berlín constituye un discriminante físico pero sobre todo simbólico entre dos diferentes Weltanschauungen.

Estudioso de historia de las religiones, mitología y literatura alemana, además de militante de la izquierda extraparlamentaria italiana, Jesi se interroga sobre lo que debe entenderse propiamente por la noción de «cultura de derechas». En una entrevista concedida a L’Espresso algunos meses antes de su muerte, ocurrida por un accidente doméstico en 1980, Jesi ofrece su definición más apropiada:

La cultura dentro de la cual el pasado es una especie de papilla homogeneizada que se puede moldear y mantener en forma del modo más útil. La cultura en la que prevalece una religión de la muerte o también una religión de los muertos ejemplares. La cultura en la que se declara que existen valores no discutibles, indicados con inicial mayúscula, ante todo Tradición y Cultura, pero también Justicia, Libertad y Revolución. Una cultura, en suma, hecha de autoridad, de seguridad mitológica acerca de las normas del saber, del enseñar, del mandar y del obedecer. La mayor parte del patrimonio cultural, incluso de quien hoy no quiere en absoluto ser de derechas, es residuo cultural de derechas (Jesi 2011, 285).

En el análisis de la cultura de derechas, Jesi encuentra un banco de prueba privilegiado para la puesta a punto de su modelo teórico más conocido: la máquina mitológica. Aunque inicialmente había hecho suya la distinción de Kerényi entre mito genuino y mito tecnicizado, llega progresivamente a la conclusión de que el acceso al mito genuino —entendido como un mito capaz de crear lazos comunitarios e identitarios— está definitivamente vedado. Ni siquiera los «verdaderos maestros» evocados por Kerényi son ya capaces de acceder a un espacio auténtico del mito, puesto que el mito mismo se da exclusivamente en su forma tecnicizada, es decir, hecha funcional a los fines del poder.

Precisamente esta inaccesibilidad a la genuinidad del mito constituye el punto de partida de la reflexión jesiana sobre el funcionamiento de la máquina mitológica. En extrema síntesis, puede describirse como un dispositivo teórico capaz de producir horizontes de sentido más allá de los contenidos «míticos» que contiene en sí. Jesi va incluso más allá, sosteniendo que la máquina mitológica, en su interior, en su «caja negra», podría estar habitada por un vacío. Y es precisamente este vacío el que representa el presupuesto de su funcionamiento: lo que cuenta no es tanto el contenido, cuanto el mecanismo que la máquina pone en movimiento y el horizonte valorativo que emerge de su girar sobre sí misma.

En la cultura de derechas, Jesi ve en acción una ejemplificación paradigmática de este mecanismo. La máquina mitológica en acción en la cultura de derechas nos enfrenta a un horizonte axiológico centrado en «ideas sin palabras»: no se requiere un saber crítico y especulativo, sino la adhesión inmediata a una serie de valores que no necesitan ser explicados, puesto que se presentan como «herencia de nuestros padres, que tenemos en la sangre». La máquina mitológica, es decir, el mitólogo y su relato vehiculado mediante el lenguaje, proporciona un material ya «masticado y digerido», constituido por valores escritos con letra mayúscula, pertenecientes a un pasado inmemorial, que solo exigen una adhesión fideísta y acrítica.

Las palabras de orden de la cultura de derechas son, por usar una expresión de Ernesto Laclau, significantes vacíos: contenedores semánticos capaces de ser rellenados con significados diferentes según las exigencias políticas contingentes. Por eso, por ejemplo, el «prima i padani» de la Lega Nord puede transformarse fácilmente en un «prima gli italiani», provocando en los electores la misma resonancia emotiva. Escribe Jesi:

Todo el aparato cultural puesto en acción (independientemente de sus contradicciones internas o al menos de sus distintos estilos) está tecnicizado para que se pueda decir que se tiene una cultura, es decir, está transformado en un fetiche-cultura, sagrado y exotérico. Los elementos culturales están por así decir homogeneizados: en esta papilla, declarada preciosa, pero también bien digerible por toda la clase medianamente instruida, ya no hay verdaderos contrastes, verdaderas puntas, aristas y durezas. Su vehículo lingüístico está compuesto de lugares comunes, pero no de lugares comunes del hablar profano cotidiano, sino de lugares comunes decantados por el hablar literario. Este lenguaje de lugares comunes de procedencia áulica se declara modelo de claridad, se dice que todos lo entienden, y de hecho (aunque aquí habría que vacilar mucho sobre el uso de la palabra entender) no provoca desconcierto, todos están habituados a él. No tiene relación con la razón, ni con la historia: nace de cosa valiosa que se llama el pasado, pero que está tan históricamente indiferenciada que puede circular en el presente. Es explotable, y generalmente se explota, como vehículo de la ideología de la clase dominante; pero sirve para defender esa ideología incluso cuando no muestra contenidos ideológicos aparentes. Ya es de por sí, por vacíos que permanezcan en ciertos casos sus tópicos recurrentes, instrumento eficiente de esa ideología. Es el elemento más característico y difundido de la cultura de derechas: posee toda su oscuridad que se declara claridad, toda su repugnancia por la historia que se disfraza de veneración del pasado glorioso, todo su inmovilismo verdaderamente cadavérico que finge ser fuerza viva perenne (Jesi 2011, 162-163).

En la entrevista publicada en L’Espresso, a la que nos referíamos antes, Jesi introduce un elemento significativo sobre el cual vale la pena detenerse brevemente. Sostiene que gran parte del patrimonio cultural, incluido el de quienes no se reconocen en los valores conservadores de la derecha en sentido estricto, constituye un residuo axiológico producido por la máquina mitológica de derechas. Como había mostrado magistralmente en Spartakus, también en el espacio cultural y político progresista, y más en general dentro de la llamada izquierda, siempre acecha el riesgo de deslizarse en el campo minado de las palabras escritas con letra mayúscula. Cuando ideales como «revuelta», «resistencia», «revolución», «antifascismo» —por citar solo algunos ejemplos— se elevan a horizonte de sentido último, exigiendo una adhesión incondicional y una disposición extrema al sacrificio, también en este caso, según Jesi, se está ya implicado en el mecanismo de una máquina mitológica cuyo efecto performativo reside en la imposición de formas de dominio y de control.

A cerca de medio siglo de la publicación de Cultura di destra, los análisis de Furio Jesi sobre la relación entre mito y política conservan una sorprendente actualidad. Es, sin embargo, necesario proceder a su reactualización a la luz de los profundos cambios que han caracterizado la historia occidental de las últimas décadas.

El fin de la experiencia del socialismo real marcó un punto de no retorno, favoreciendo la difusión de un pensamiento único en el panorama político occidental. En ese contexto, aquello que era la cultura de derechas con la que se confrontó Jesi sufrió una metamorfosis radical y, en muchos aspectos, inesperada, hasta el punto de haber vuelto aún más eficaces sus prerrogativas originarias.

La derecha occidental, en sus diversas declinaciones, presenta un doble rostro. Ciertamente, permanece fiel a esas «ideas sin palabras» capaces de activar de inmediato la reacción emotiva de quienes buscan identidad y pertenencia. Es la derecha patriótica y nacionalista, cuyas políticas securitarias están orientadas a crear una forma de rechazo hacia cualquier dimensión comunitaria. Es la derecha que se remite a los valores ancestrales de la tradición, perfectamente reunidos en la tríada Dios-Patria-Familia. Es la derecha que invoca formas extremas de territorialización, en defensa de particularismos y localismos de diverso origen.

Sin embargo, reactualizando al Marx de Per una critica dell’economia politica, estos aspectos constituyen solo el nivel superestructural de la dimensión política a la que se refiere el pensamiento conservador. En un nivel más profundo de investigación emerge con claridad cómo el éxito de las derechas contemporáneas depende de su capacidad para conjugar los aspectos más conservadores del imaginario político con la adhesión a los dictámenes más desinhibidos del capitalismo y del neoliberalismo. Es el mercado, con sus exigencias estructurales, quien dicta la agenda de los gobiernos y modela las prioridades de la intervención pública.

La erosión progresiva del Estado del bienestar, la creciente brecha entre una minoría cada vez más rica y una mayoría cada vez más empobrecida, las nuevas formas de colonialismo ejercidas en nombre de la democracia: todo ello hace evidente que el riesgo de que emerjan nuevas formas de fascismo constituye solo la superficie —a veces engañosa— de un proceso más amplio. Ese riesgo, en efecto, puede terminar por ocultar la verdadera «voluntad de poder» que anima el diseño político occidental contemporáneo, un proyecto que, detrás de la retórica universalista que lo acompaña, tiende a reproducir —también mediante el recurso a la guerra «justa»— relaciones de sometimiento, marginación y violencia.

En los años en que Jesi escribía Cultura di destra, estas dinámicas, que hoy parecen evidentes, se encontraban en una fase auroral. Sin embargo, él nos ofrece una indicación valiosa que puede asumirse como regla de oro a la hora de proponer formas de vida alternativas respecto del orden constituido de las cosas. Aunque su discurso se refería a la posibilidad de poner en jaque la máquina mitológica de la cultura de derechas, creo que aún hoy puede constituir el objetivo mínimo de cualquier programa revolucionario:

es preciso destruir no las máquinas en sí, las cuales se reformarían como las cabezas de la hidra, sino la situación que vuelve verdaderas y productivas a las máquinas. La posibilidad de esta destrucción es exclusivamente política […]. Destruir la situación que vuelve verdaderas a las máquinas —la «máquina antropológica», la «máquina mitológica»— significa, por lo demás, empujar más allá los límites de la cultura burguesa, no solo intentar deformar un poco sus barreras fronterizas (Jesi 2013, 106-107).

Bibliografía mínima

D. Di Cesare, Tecnofascismo, Einaudi, Torino 2025.

R. Esposito, Il fascismo e noi. Un’interpretazione filosofica, Einaudi, Torino 2025.

F. Jesi, Cultura di destra, Nottetempo, Roma 2011.

F. Jesi, Il tempo della festa, Nottetempo, Roma 2013.

Fuente: Machina Rivista

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