El niño ha crecido. Sus padres lo notan y se enorgullecen. Creen que ha dejado de ser niño: el niño ya es un adolescente, se dicen a escondidas. Progresando de un estadio a otro, la biología y la psicología del niño parecen ser conducidas a puerto seguro, como llevadas por una mano amiga. “Esto sucede al igual que la historia de la especie humana”, le dice su padre mientras contemplan las estrellas. “Esto ocurre naturalmente, tal cual se desarrolla un embrión al interior de un vientre”, le dice su madre durante el desayuno dominical que antecede a la misa. Contra esta ley nada se puede hacer; y eso le hace sentir que el mundo, que los dinosaurios y los abismos marinos, es decir, que la totalidad del universo, con sus colores y pavores aún no registrados, resultaría tan familiar como le resulta su propio hogar un naciente domingo tras haber soñado con el cielo estrellado.
