La pregunta que asalta, hoy, 11 de septiembre –entendido “lo que asalta” como algo que nos aborda y desborda precipitada y disruptivamente así, incidiendo y descoincidiendo con “el curso normal de las cosas”, con su flujo (el asalto a La Moneda)– es qué hemos hecho con estos dos números y 12 letras que, evidente, son mucho más que eso.
11 de septiembre como un sustantivo con un extenso predicado histórico que ha sido sometido a múltiples manipulaciones. Hablamos de que en “el cuerpo” de este nombre propio (11 de septiembre) se ha inseminado una secuencia indescriptible de interpretaciones, pretensiones de fijación históricas, deletéreos intercambios que coordinan el tiempo de la política, metabolismos de reconciliación, perdón y amnesia; 11 de septiembre que ha devenido en amnistías y pactos secretos que revitalizan el carácter promiscuo y origen orgiástico de nuestra democracia exudante de prédicas exitistas y que recupera su discurrir anfibio en las celebraciones y los monolitos, en los discursos de arrepentimiento y en el –a esta altura completamente vaciado de sentido– “nunca más”.
