Aldo Bombardiere Castro / Divagaciones: Apuntes sobre el Año Nuevo

Filosofía

La Noche Vieja y el Año Nuevo han de estar separadas tan sólo por un instante de distancia. Pero en realidad, esa distancia no es tal, pues -ya según Aristóteles- el tiempo no es más que la medida dentro de la continuidad del cambio. Como sea, tras la cuenta regresiva, mientras resuena el estruendo de los corchos y fuegos artificiales, y en medio de una avalancha de abrazos y de buenos deseos ocurridos al calor del encuentro de mejillas, pareciera como si algo nuevo se abriera dentro de la ciclicidad del tiempo. Como si con la fiesta se volviera a manifestar una temporalidad infatigable, la cual buscara sacudirse de la moderna linealidad a la que ha sido sometida. Porque pensar la experiencia temporal del Año Nuevo nada tiene que ver con simple síntesis espiral entre la linealidad y la circularidad (esa figura hegeliana que, dentro de su afán totalizante, tan bien ilustra el movimiento de la superación dialéctica). Más bien, el paso de la Noche Vieja a la Año Nuevo se trata de una manera de vivir que no se ajusta con ningún tiempo y, así y todo, aún se encuentra capturada por el ritmo del capital.

Gerardo Muñoz / Salidas del estado zoológico: un intercambio con Camila Ramírez Lobón

Arte, Filosofía

Una nueva generación de artistas cubanos intuye que ya la inversión de la Historia vale muy poco. El espíritu de la juventud es preparatorio para la diversión que recupere la textura antropológica contra la condición depredadora del encierro. La persuasión (Michelstaeader) es autoconsciente que su fuerza se mide en cómo se substrae de la retórica. De ahí que la persuasión no sea una imposición de la razón. El persuadido jamás es un agente de la acción, sino un virtuoso en el proceso de su verdad. Y el virtuoso es quien se resiste al juego de la cacería. Por eso en las obras de Camila Ramírez Lobón ya no podemos hablar de un espíritu de vanguardia. El relieve se dota de un gesto profano que conduce al estado total a su ruina. Ahora sabemos que el dispositivo de la vanguardia fue al arte, lo que el leninismo a la política. El gesto profano, en cambio, pone fin al reino de las intenciones que sostienen al monumentalismo iconográfico. Si la autonomía relativa de la cultura operó como “espacio de obra total” del estado revolucionario, el nuevo gesto virtuoso sabe que la vanguardia ya no puede orientar otro destino. De ahí que tras los escombros de la iconología crezcan las exigencias de los discursos, la eficacia de los decretos legales, o los mecanismos de una simbología martiriológica por parte de un estado que cuida al rebaño.