Fuente: Blue Laberynths
Comencemos con una pregunta: ¿cuándo, precisamente, comenzó el conocido despliegue de la literatura del tiempo no lineal? Conocemos el punto en el que estamos metidos hasta la cintura en el barro: en algún momento de los años sesenta, en algún momento de la era del posmodernismo. Una novela como La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori, que es no lineal y está profundamente fuera de lugar, se publica en 1967 en medio del florecimiento de las narrativas no lineales y de las técnicas asociadas al posmodernismo. La no linealidad suena ciertamente como una técnica posmoderna. Sin embargo, hay malas noticias del futuro: en 1998 Perry Anderson nos mostrará en Los orígenes de la posmodernidad que este término de posmodernidad no sólo es nebuloso, sino que se remonta a los años treinta. ¿En cuanto a la no linealidad específicamente? La referencia obvia para este enfoque es el Ulises de James Joyce, publicado en 1922. Sin embargo, podemos remontarnos aún más atrás, hasta Tristam Shandy, de Laurence Sterne, que apareció por primera vez en 1759, un libro citado como el primer ejemplo de un texto posmoderno con una narrativa no lineal. Salvo que, por supuesto, algo extraño ocurre con el tiempo en el Diario de un año de peste de Daniel Defoe, de 1722, en el que el propio paso del tiempo se distorsiona bajo las condiciones de aislamiento e infestación.