Giorgio Agamben / Sobre lo que se acerca

Filosofía, Política

Kavafis usó como epígrafe en uno de sus primeros poemas una frase de Filostrato que dice: “Los dioses sienten el futuro, los hombres lo que sucede, los sabios lo que se acerca”. Los sabios dejan a los dioses -o a los expertos- la predicción del futuro, que siempre está lejos y es manipulable, y a los periodistas el conocimiento -generalmente muy confuso- del presente: solo lo que se acerca, solo lo inminente les concierne y les afecta.

El momento decisivo, el que realmente nos interesa y conmueve, no es cuando predecimos un evento futuro, ubicado en un cierto punto en el tiempo cronológico, por grave que pueda ser (incluso si es el fin del mundo, que los hombres no han hecho más que anunciar e incluso fechar) – es, más bien, cuando percibimos que algo se acerca.

“El reino se ha acercado (eggiken)” anuncia Juan el Bautista acerca de la venida del mesías. El verbo griego eggizo proviene del antiguo nombre de la mano (eggye) e indica por lo tanto algo que está al alcance de la mano, que casi puedes tocar. Pertenece a la esencia del reino (y del fin que coincide con él) estar cerca. Todo lo que nos mueve y conmueve tiene la forma de acercarse, de hacerse cercano.

La cercanía que está en cuestión aquí no es, sin embargo, objetivamente medible, no es simplemente menos lejana en el tiempo cronológico. Si fuera así, sería siempre una forma del futuro, de lo que los sabios no quieren o no pueden sentir. Cerca es más bien algo que hemos alejado, que se nos ha acercado. El pensamiento es esta facultad de alejamiento, pensar en algo – no importa cuán lejos o cerca esté en el tiempo – significa hacerlo cercano, acercarlo. La cercanía no es una medida del tiempo, sino una transformación de este, no tiene que ver con siglos o días, sino con una alteridad y un cambio en la experiencia de la duración.

Este tiempo inconmensurable y, sin embargo, siempre cercano, los griegos, para distinguirlo de chronos, el tiempo que se puede calcular y numerar, lo llamaban kairos, y lo representaban como un niño que nos viene corriendo con las alas en los pies y que sólo puedes agarrar por el mechón que le cuelga en la frente. Por eso los latinos lo llamaban occasio, “la breve ocasión de las cosas: si la coges, la tienes, pero una vez que ha escapado, ni siquiera Júpiter podría recuperarla”. Y a los fariseos que piden a Jesús una “señal del cielo”, “sois capaces”, él responde enfadado, “de juzgar los signos de la lluvia o del buen tiempo, pero los signos de los kairoi, de los tiempos cercanos no podéis verlos”. Y cuando Pablo quiere definir la transformación de la vida mesiánica, escribe: “El tiempo, el kairos se ha acortado, se ha contraído” (el verbo que usa designa tanto el arriar las velas como la contracción de las extremidades de un animal antes de saltar).

Porque de eso se trata, en última instancia, en la vida, en el pensamiento y en la política: saber percibir los signos de lo que se acerca, de lo que ya no es tiempo, sino simplemente ocasión, percepción de una urgencia y de una inminencia que requiere un gesto decidido o una acción. La verdadera política es el ámbito de esta premura y de esta particular cercanía y es así como debemos mirar la guerra en Ucrania o en Nagorno Karabakh: no se trata de una distancia más o menos grande, sino de algo que se acerca, que no deja de hacerse cercano. De un kairos – es decir, según una frase de Hipócrates, de algo “en el que hay poco chronos, poco tiempo medible”: pero es precisamente este exiguo fragmento de tiempo el que debemos ser capaces de agarrar.

Fuente: Quodlibet.it

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