La rotunda derrota de Kamala Harris en las urnas, y lo que tanto Benjamin Netanyahu de Israel como Viktor Orbán de Hungría aclamaron como un histórico retorno político, acaba con cualquier esperanza de que el ascenso planetario de la política reaccionaria sea un fenómeno pasajero. Una campaña que celebraba su incondicional continuidad con el Partido Demócrata de los Clinton, Obama y Biden se derrumbó ante un candidato que se inclinó hacia las acusaciones de fascismo con aún mayor entusiasmo que en sus dos últimas campañas: llamando a que los rivales sean disparados en la cara, jugueteando con la dictadura y, sobre todo, anunciando deportaciones masivas de inmigrantes como su política principal. La inminente hoguera de derechos y beneficios sociales trazada por el Proyecto 2025 no desencadenó suficiente resistencia en las urnas. Tampoco lo hizo la supuesta afición de Trump por los generales de Hitler o el carnaval de vulgaridad racista en el Madison Square Garden.
