Rodrigo Karmy Bolton / 11-43

Filosofía, Política

Habrá sido en 1988 cuando mi padre tuvo la astucia de llevarme, un día soleado, al cierre de la campaña del NO en el Parque O´Higgins. Tenía solo 11 años y Los Prisioneros temblaban en los oídos. Radio Cooperativa sonaba por cada corte de luz o Radio Umbral con Sol y Lluvia martillando el futuro. Un niño como yo que había vivido en la burbuja de Chile, entre las comunas de La Reina y Providencia sabía, sin embargo, de la existencia de otro mundo. No solo por quienes hacían el aseo en casa, sino por los miedos que a poco andar se dejaban tocar en los gestos de mis padres, cada vez que preguntaba porqué todos los años estaba el mismo Presidente –vestido de militar- o porqué mi madre lanzaba agudos garabatos cuando aparecía la Primera Dama en su patético mensaje de Navidad. Se alcanzaba a ver que el mundo adulto experimentaba una gran conmoción. Apenas jugaba con amigos en la plaza –quizás fuimos los últimos en hacerlo- pero eran amigos para los que todo estaba bien y para quienes el NO era la cristalización demoníaca.