Aldo Bombardiere Castro / Divagaciones: recordar y olvidar lo soñado

Estética, Filosofía

Amanecer

Sólo hace falta que nos levantemos para olvidarlo. Es sencillo. Parece fácil. De hecho, lo hacemos todos los días. Pero algo nos detiene. Aunque sea por un segundo, algo nos detiene, apelando a nuestra facultad de retención. No se trata del cansancio, totalmente real, con que somos consumidos por la bestial dinámica de un capitalismo cada vez más acelerado. Por cierto, tampoco se trata de aquel goce sensualista al cual, cuando la marea amaina, abrimos la puerta: no hablamos del silencioso erotismo matinal, sino desde él. Se trata de un lugar mágico, suspendido interludio entre el sueño y la vigilia, pero siempre capaz de expresar su superávit de sentido en comparación con el espacio físico sobre el cual se abre tal experiencia. Así, pareciera que por medio de sensualidad contenida en un único acto ha de desplegarse el recuerdo de un universo otro, universo cuya legalidad resulta tan inexorable como incuestionablemente cierta, tan opaca como gozosa: en el acto de demorar-nos entre las sábanas, palpamos la lisura y rugosidad de éstas, escuchamos cómo el decadente ronquido va quedando atrás y recibimos la ingrávida presión del colchón contra nuestro cuerpo, a la manera de un molde perfecto y, pese a ello, siempre antagónico con respecto a nuestra carne. Todos estos parecen ser gestos que insinúan un prisma de sensibilidad dispuesto a dejarse afectar por minucias, como si ingresáramos en un microcosmos incoincidente con nuestra vivencias cotidianas ni, tampoco, con esta extraña experiencia, con esta suerte de proto-experiencia, donde, a contracorriente del tiempo del capital, hemos de morar en la demora matutita. Dicho ingreso demoroso lo hacemos en virtud del sueño recientemente concluido, el cual, inevitablemente dispuesto al olvido, nos empeñamos en retener, aunque sea en forma de última fragancia. Hablamos, en fin, del postrero eco de lo soñado resonando en quien apenas despierta, es decir, hablamos de estelas de sueño que nos llaman a seguir soñando, pero no por evasión de la vida, sino, al contrario, por excesivo amor a ésta: por deseo de seguir habitando el sueño que se nos va, tal vez, para siempre. Es la experiencia de la pérdida, de la irrevocable pérdida de algo íntimamente nuestro, de algo a lo cual nos hallamos implicados profundamente, pero que, a la vez, nunca tuvo por origen nuestra propia voluntad, lucidez o identidad. El sueño no es obra nuestra.

Tariq Anwar / Magos, sacerdotes, profetas

Filosofía

En la antigua espiritualidad humana había dos figuras que se contraponían y que, de alguna manera en nuestro tiempo, siguen jugando un rol decisivo. Por un lado, en las vastas zonas rurales habitaban los magos, expertos en la unión de lo divino y lo terrenal, habitantes de una zona intermedia que hacía de quiasmo entre los antiguos ancestros y el destino de los vivos. Carismáticos, los magos eran médicos sanadores e intérpretes de las estrellas. Su poder provenía de un más allá del que su propio cuerpo era medium. Para conocerlos, había que viajar, lo que ya suponía una aventura para dar con el oráculo, el shaman o el hakim. Espacios amplios para un viaje de encuentro con un humano convertido en un istmo bañado por los mares espirituales y materiales. En contrapocisión, las zonas urbanas contaban con una figura más gris, más reglada y estable, el sacerdote. Actor de una performatividad institucional, su espacio de acción son los edificios –templos, bibliotecas, casas– a lo que entra y sale con el permiso especial de la autoridad. El sacerdote es guardián de la tradición, de la repetición y de todas las formas protocolares que han hecho de su lugar uno privilegiado. A diferencia del mago, su cuerpo no tiene nada de divino, pero hace ingresar a la comunidad de la ciudad en la experiencia espiritual a través de ritos, sacrificios y pertenencia a una estructura soberana. Existe, sin embargo una tercera figura que irrumpe de forma más tardía. No es rural, pero habita la ciudad sólo desde los márgenes. No practica ni la magia ni participa de los poderes establecidos. Se trata del profeta.