Mauricio Amar Díaz / El keffieh de Mona Hatoum

Arte, Filosofía

Una obra que merece atención es la de Mona Hatoum, artista palestina nacida en Beirut en 1952, actualmente con residencia en Londres. Quisiera referirme particularmente a una pieza que lleva por nombre Keffieh, datada entre 1993-1999 y cuidada actualmente en el MOMA de Nueva York. El keffieh es un pañuelo muy característico de la cultura palestina y especialmente conocido porque es un símbolo de la resistencia contra la ocupación israelí. El de Hatoum es un keffieh especial, que está hecho de su propio cabello (negro) bordado sobre algodón (blanco). Desde ya, aquello nos ubica en una trama compleja en que las tradicionales variables sociales de género y etnia se ven atravesadas por el poder del colonialismo y el patriarcado. Como si entre ambos no fuese posible establecer un espacio de separación, porque el cabello femenino, que podríamos designar como uno de los símbolos por excelencia de la feminidad, muchas veces tapado por las religiones, se despliega dejando pequeños espacios de respiración, de blanco. Es un keffieh que n0 acepta la armonía propuesta por el ying y el yang, porque el lo femenino responde al patriarcado no solo atravesándolo, sino también desbordándolo. Es resistencia que da sentido a la tela. Su escritura, la cultura que interviene sobre la materia prima, invirtiendo el clásico patrón patriarcal que sitúa a la mujer como materia penetrable. Aquí, por el contrario, es la mujer la que se mete y sale del algodón, quizá acomodándose a los patrones del diseño militante, porque no elude su ejercicio de resistencia en la que la propia feminidad se ve integrada dentro de la nación, pero también, saliendo rizomáticamente de la tela, se anuncia un dislocamiento de la supuesta coincidencia entre cuerpo y nación.

La biografía de Hatoum nos lleva a esta interpretación. Ella, palestina nacida fuera de Palestina, no puede situarse en un punto fijo. Puede ponerse el keffieh para marcar una identidad, pero ella ya está buscando salir por los bordes. Bordes que no contienen su interior, que dejan fluir la vida hacia lo común, el espacio de comunicabilidad que nadie puede apropiarse sin convertirse en tirano. Es el fuera de lugar que constituye al refugiado, figura que ha devenido fundamental para comprender la vida política contemporánea. El refugiado es aquel que vive la opresión del poder del Estado-nación de la forma más beligerante, pero, al mismo tiempo, su incómoda presencia para los nacionalistas, abre un campo de comprensión de la comunicabilidad misma, que trasciende todo borde y toda frontera nacional. ¿Qué es lo femenino sino la condición de refugio primigenia de nuestra cultura? El elemento circulante entre las tribus que es siempre exterior. Exterioridad que fluye con la potencia de la vida, convertida en misterio, peligro. La mujer, en singular, es la fértil diosa que da y quita, que el hombre -también en singular- debe conquistar para introducir en ella la racionalidad y la estabilidad de su carácter. Bajo la mirada dominante, es el hombre el que teje sobre la tela y por eso le pertenece. En Hatoum, es una mujer la que devela el gran misterio: la indisolubilidad entre tela y cabello, entre materia y cultura, entre forma y vida. Sólo cuando comprendamos esa relación, que el poder soberano separa para invadir la vida misma, como inseparable, aparecerá la vida justa que hace posible la resistencia.

Esta idea se refuerza por el hecho de ser de la propia Hatoum el cabello que borda el keffieh. Es la artista, la “autora intelectual”, la que se desprende de su material biológico para intervenir la tela. De esta forma, el cabello deviene un signo doble. Por una parte es la cultura, el gesto del artista que se une al paño y que le da sentido, y al mismo tiempo es la materialidad de la propia artista, su cuerpo entregado a la obra. Y el keffieh, a su vez, deviene el complejo elemento que nombra la resistencia palestina, en términos singulares pero, en nuestro contexto actual, especialmente después de la Intifada de 1987, nombra la resistencia como tal. Él es el levantamiento contra la vida despojada de su forma. En este doble gesto del cabello, Hatoum invita a pensar la vida desde lo común y no desde lo privado. Su cabello no se abre sino a la prenda de uso de todas las protestas. Así, Palestina deviene espacio de comunicabilidad, de inteligibilidad de nuestro tiempo, mientras lo femenino aparece como la potencia desbordante que el poder siempre ha soñado con inmovilizar.

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