Pedazos de palabras, ritmos ensordecidos, cuerpos encerrados; el presente ha llegado a la boca del lobo. Los pasajes que presentamos a continuación son derivas de un “gran encierro” que contempla a través de la ventana la mutación radical y veloz del mundo en el que vivimos.
LA UNIVERSIDAD TELEMÁTICA
(o Agamben tiene razón, por eso apesta)
En la entrega número 4 de Velocidades Mutantes publicada bajo el título “El Gesto socrático. Agamben y el affaire pandémico” en Ficción de la Razón trabajé la tentativa de pensar las últimas intervenciones de Giorgio Agamben publicados en Quodlibet bajo la noción del “gesto socrático” como aquél que lleva la dimensión parresiasta de la filosofía a su extremo que vuelve a los filósofos personajes insoportables para el consenso prevalente. Pero quien ha sido objeto del odio de la ciudad no lo es gratuitamente1. Algo en sus gestos y palabras lo han llevado a eso: Agamben ha pasado a ser él mismo un apestado: tiene razón en lo que dice, por eso apesta. Me interesaría ir más allá de su texto y plantear la discusión de fondo que, me parece, Agamben ha vuelto a poner en la palestra: la cuestión de la Universidad.
La cuestión que Agamben ha puesto de relieve en su última intervención ha sido el lugar de la Universidad que se ha abandonado enteramente a la deriva telemática manteniendo clases on-line. Pero, en vez de denunciar la “barbarie” a la que se ha arrojado la forma-de-vida estudiantil, su texto ha de ser leído como un llamado a la sublevación: tanto los profesores como los estudiantes pueden negarse a impartir las clases on line. Agamben no dice “el estudiante” o “el profesor” sino que habla en plural apelando al colectivo: ¿una huelga general universitaria? ¿Por qué no? No ha sido ingenuo Agamben al subrayar esta situación: no se trata que las clases on-line inauguren un nuevo paradigma, sino que éstas consuman la destrucción que ha institución universitaria ha sufrido por años. Y entonces ¿por qué profesores y estudiantes debemos “seguir la máquina”? ¿Por qué no paramos decisivamente e imaginamos otro rumbo para la Universidad?
Hoy la Universidad –incluso antes de su deriva on-line- y, en especial, en Chile, se ha convertido en un verdadero mall del saber. Así, si la forma-de-vida universitaria consistía en que la comunidad universitaria deviene una comunidad estudiantil porque el estudio constituiría el lugar en el que habita la in-fancia, su deriva en mall implica su total mutación en la escena del régimen de saber-poder. Esto no significa que “antes” de su algoritmización, la Universidad haya acogido dicho paraíso, puesto que en su versión teológico-eclesiástica y posteriormente estatal-nacional la Universidad traía consigo jerarquías que no ofrecían esa forma-de-vida que el propio Pierre Hadot identificaba hasta un poco antes del surgimiento de la escolástica para difuminarse en ella, momento de apropiación teológica de la Universidad. Tampoco significa –digámoslo- que la tecnología on-line sea en sí misma el mal al que Agamben está atacando. No. Se trata de la forma-de-vida en juego; de algo más que una simple “tecnología”, de un modo de producción del conocimiento que no tiene relación de la vida porque ha sido puesto para cumplir con la exigencia de la máquina capitalista.
El gesto socrático de Agamben –que impugna nuestra vida ética, nuestra forma-de-vida, si se quiere- nos permite abrir la cuestión de la Universidad y preguntarnos lo que miles de profesores y estudiantes no estábamos preguntando desde el principio de la pandemia: ¿cuándo podríamos pensar y discutir políticamente, en la sociedad, sobre la Universidad? Por cierto, su “equivalente” al juramento que los profesores hicieran al Tercer Reich es equivocada. Porque el “fascismo” que aquí está en juego es aquél que entrevió Pier Paolo Pasolini en el que, lejos de la imagen estatal de un líder carismático, asistimos a la instalación de una racionalidad normalizadora que domestica a los cuerpos y reduce a los seres humanos a “autómatas” –decía el propio Pasolini2. No se trata del fascismo como régimen político de los años 30 (este sería el equívoco de Agamben), sino de su consumación en el “neocapitalismo” contemporáneo forjado por el neoliberalismo donde justamente, no es necesario ningún “juramento” del tipo del fascismo clásico para incorporarse felizmente a la “barbarie”.
¿Por qué no pensar en la Universidad ahora? –frente a esa pregunta vendrá el arsenal del discurso técnico que dirá: hay miles de alumnos que tienen becas comprometidas, miles de sueldos a profesores que no pueden cursar si no se realizan las clases. No hay tiempo. Pero ¿por qué? ¿Se trata de una fuerza anónima que fuerza simplemente a realizar clases incluso arriesgando el que con miles de clases realizadas nos quedemos sin Universidad? ¿Habrá algún intelectual de los preciados think tanks a plantear una radicalidad de este tipo? O se mantendrá en la escena pastoral de “hay que superar la brecha digital” “hay que ayudar a que todos se incluyan”. Pero ¿se integren a qué? ¿A la Universidad mall? No hay tiempo o no será el tiempo -dicen. ¿por qué, cuando sería el tiempo?
La Universidad jamás ha pensado sola. Tampoco lo hará ahora. Son las múltiples interrupciones a su continuum las que han traído el brío del pensamiento a sus aulas. Las huelgas de estudiantes y profesores durante la primera mitad del siglo XIII dieron lugar a la “autonomía” en la Universidad de Paris son el revés de una maquinaria anónima que hoy descansa irreflexiva en base a su modalidad on-line y que ayer no dejaba de explotar el simulacro de tener una forma-de-vida universitaria, dedicada a la in-fancia del estudio mientras contemplaba exclusivamente el horizonte de la “carrera” profesional. El punto desarrollado por Agamben en esta última intervención tiene razón, por eso apesta. Su llamada es a la sublevación. Al menos, así me interesaría leerla. Como una huelga general o, lo que es igual, como la irrupción de un pensamiento capaz de detener el circuito mortal de la maquinaria universitaria para inventar una forma-de-vida que actúe sin “obra” alguna a realizar.
Profesores ahogados en calificaciones de diferente tipo, exigidos por publicar papers, precarizados laboralmente –sobre todo en Chile- en medio de una institucionalidad del conocimiento que nació bajo dictadura, se llevó los fondos de investigación de la Universidad de Chile y privatizó por completo sus lógicas erigiendo una institucionalidad enteramente autoritaria donde la reproducción oligárquica de sus grupos de investigación es la regla y en la que quienes han tocado el Olimpo de la investigación no solo se condenan a convertirse en sus propios “contadores auditores” sino además, en medio de toda esta lógica gerencial, han normalizado al pensamiento para terminar arrasando con la figura del intelectual público e imposibilitar así cualquier gesto socrático que pudiera impugnar al orden prevalente.
No nos ha sido necesario Agamben para notar nuestra penosa realidad. Y para los estudiantes ¿qué hay? Carrera, carrera, carrera. No necesariamente pensamiento. Incluso, subjetivación clientelar, como si la Universidad definiera su vida desde el impartir “servicios”, donde los docentes devienen “relatores” y los estudiantes ya no cursan “cursos” sino que obtienen “créditos”. Y ¿aún en Chile nos escandalizamos con los dichos de Agamben?
¿Qué habría que decir respecto de las relaciones de poder que se han visibilizado en los últimos años del secreto mundo universitario? ¿Diremos que –como decía la Iglesia respecto de sus casos de pedofilia- son casos “excepcionales” invistiéndonos (profesores sobre todo, profesores “hombres”) de un aura moral como si estuviéramos por sobre la sociedad? Los casos de “abuso de poder” (dentro de los cuales está toda la gama de abuso sexual) son innumerables y justamente responden a la total autonomización de los procesos burocráticos internos característicos del régimen neoliberal que se tomó la Universidad y hoy nos arroja a su deriva on-line de manera acrítica.
Una “toma de la Universidad” que, en realidad, ha sido una mutación de la propia Universidad desde su propio interior y que orienta su fuerza a la confiscación de los cuerpos, en esa “comunidad de hombres”, esa “república masculina” o incluso masculinizante (como modo de subjetivación) donde la mujer parece remitirse a trabajos de secretariado, administración y el hombre al supuesto trabajo del pensar. Abuso de poder o, más bien, una división sexual del trabajo intelectual que no fue pensada como “abuso” sino hasta la irrupción de los movimientos feministas. Con ellos se ha iniciado, otra vez, el trabajo de pensamiento. La Universidad necesariamente experimenta el brío del pensar cuando se “mundaniza”, cuando se mezcla con el mundo en el que vive y éste le interrumpe con su vida el “trabajo muerto” que muchas veces parece natural.
Porque la Universidad –sobre todo en nuestra América Latina cuyas universidades surgieron directamente de las Universidades católicas- actualiza la figura del “pastor” como figura que cristaliza el sujeto supuesto saber. En algún momento se contó la fábula de que el pastor cuidaba de nosotros frente al lobo. Más bien, esa fábula –que estructura toda la filosofía de Hobbes- ha fenecido y con ella se ha vuelto prístino que el pastor era el lobo. Y dado que es el lobo el que hoy circula por las calles es que nuestra realidad es la de la guerra civil global. Esto es justamente lo que debiéramos discutir: no solo los profesores, estudiantes y funcionarios de la universidad, sino el conjunto de la sociedad: ¿cómo sublevarnos a una Universidad que aceita el curso de la guerra civil global? Hoy la Universidad no apesta, no inquieta, no apasiona, es decir, no toca los cuerpos porque los ha terminado por domesticar de manera profunda. Quizás, la deriva telemática –esa Universidad que ya no está en el mundo- ha expuesto en escena lo que la Universidad ha hecho de sus profesores y estudiantes: simples ángeles inmateriales, exentos de cuerpo y subsumidos a la única lógica que importa: la del gobierno.
1 https://ficciondelarazon.org/2020/05/12/rodrigo-karmy-bolton-velocidades-mutantes-4-el-gesto-socratico/
2 Pier Paolo Pasolini Todos estamos en peligro Ed. Trotta, Madrid, 2018.