La transición nunca de dejó de ser un burdel en el que figuras de televisión y policías hacían el amor. Un motel de arquitectura multicultural, con pilares neoclásicos, techos góticos y paredes barrocas. Una estructura repleta de luces de neón, clamando vacancia mientras los relieves de los muros forma el claroscuro de una poderosa crítica cabalística y mesiánica. El terror, la mentira y el abismo no dejan de estar a la base de la fuerza que ordena a la letra en su página, en la intensidad que comanda que la caligrafía devenga gramática. Y así, en el perpendicular suelo que sostiene a este burdel, vemos una extraña simpatía. Pequeña, perversa simpatía. Es esta la que mantiene a un fundamento político en ciernes. ¿Podrá el Nuevo Pacto Social, alguna vez siquiera, ir más allá del deseo refundacional de Carabineros de Chile?
Es tal la soez paradoja del tiempo presente. La vulgar violencia que sostiene toda posibilidad del tiempo actual. Todo contemporáneo y simultáneo, todo pesado y profundo. Repleto de aguas claras sepultadas en barrancos de tierra, vemos pequeños pececillos devorar las carnes de los cadáveres del presente1. Sordo, torpe y ciego. En este tiempo, el sujeto revolucionario deviene en sujeto martirizado2. Este tiempo compacto conforma una figura abstracta con la que, dicho el ahora, se dice también la posible emergencia del acontecimiento3. En el que, dicha la geometría del espacio afín a su despliegue cronometrado, se dice también el orden ambidiestro del ser/ente.
En la altura misma del piso en el que se erige este burdel transicional, hay un pozo en el que reconocer la unión (des)diferenciada del ser y del ente, la unidad tridimensional del tiempo producida en la memoria4. Hay una cámara fotográfica, un diafragma que produce las imágenes de la catástrofe y de la gloria. Hace ser en la misma cara pelada del ente. Hace reconocer en la misma incertidumbre del acontecimiento. Sin invocar funciones de onda, como optando por decidir sobre la supervivencia del gato de Schrödinger. Nacen, en este suelo, las condiciones trágicas del orden y de la crítica, las mecánicas soberanas que distribuyen toda coordenada compacta de archivo político. Nos obliga a volver a la pregunta, por vía lateral. Volver a plantear. ¿Puede la idea de un contrato, hoy, superar la fuerza de un krateîn distribuido y ordenado por las agencias informales de la policía?
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Finjo respuesta. Mientras haya policía, habrá tiranía. Mientras haya Democracia Liberal, habrá oligarquía. Pero como espectro infernal, debajo de sus códigos maestros, siempre perdurará también la violencia arrolladora de los demócratas victoriosos, la fuerza indexada de una fuga que es por y en el capital.
La paradoja del tiempo presente no podría ser mejor expresada que desde esta observación. Hay en todo esto, afán miserable por atentar contra la fuerza destituyente de nuestra revuelta callejera. Se trata de infectar a la calle de un cuasi-orden, racional y bueno. Llenarla de cuasi-certezas con las que garantizar la continuidad de una procesión patronal, sin misericordia y demasiado nostálgica de las traiciones confeccionadas en el ciclo de los 90’. Y a todas luces, pese a su fracaso inminente, todo esto se nos devela como peligroso.
Se ha hecho de la actividad intelectual una modesta y muy extendida práctica donde falta el rigor y la exactitud. Del imperio de la palabra, un reino reticulado inspirado en el misterio de la irresolución del cubo rubik. Todo pensamiento social devino en un autómata teórico apoyado en el impulso modernista de la administración pública. Hay aquí viejos amantes de la transición, con sociologías pedestres que invocan la necesidad policial frente a la adolescencia de la calle. Pero también, están las voces de la bruta ciencia que han transformado al pensar en un pastiche interdisciplinario demasiado viscoso, tibio y liviano como para comprender qué implica una explicación5. Habitan jinetes del apocalipsis en esta vía, ciertamente con Alberto Mayol en su cabeza6. Pero también existe en las bienaventuranzas ilustradas de atletas universitarios, quienes han hecho de la mala cita de conceptos filosóficos un deporte popular para nuestras ciencias del contrato.
Este gesto viscoso es el de retener el diluvio. Actúan con divina palabra, esperando alcanzar el agotador acto de división y orden de las aguas turbias del abismo. Se trata de expulsar esa mescolanza de flujos. Disponen su actividad gerencial a dicha labor. Así se orientan, sean desde sistemas abstractos de contabilidad, o desde el uso de categorías cualitativas que añoran con ver a una piedra hablar y decir los motivos de la revuelta7. Su bastardía escolástica se resume en el pánico horrorizado al “eso ahí”, la necesidad de señalar su existencia dentro del lenguaje programático de los motivos por distinguir y de las razones sociales por cobrar para lograr la enmienda del camino. Y de su genio, aparecen nuestras dos nuevas condenas. Nuevo Pacto Social, como resurrección del desfalleciente contractualismo de los siglos XVII y XVIII. Reforma de Carabineros, como la contracara material de su reorganización moral bajo el esquema monopólico de la violencia pública. Se trata del ataque impotente de los legalistas8. Su sueño encubierto de golpe cívico-militar perpetuo. Su ánimo de retorno del aparato sacrificial del autoritarismo post-pinochetista que, entre gladiolos y laureles, se contentó con administrar una larga hacienda de sonrisas, teletones y espectáculos financieros9.
Su relato es el del modelo de la justificación miserable. Constatar a la violencia con un teorema10. Permitir que la idea abstracta de ella nos reste de su experiencia singular. Nuestros medios de comunicación tienden a demostrar su complicidad con las vías materiales de control gubernamental. Es por esto que no sienten pudor cuando nos presentan con tanta desnudez cuál es el axioma elemental de nuestra prusiana administración pública. Y esto es maravilloso, porque nos da un excelente vistazo del círculo infernal que nuestra transición contractualista no deja de experimentar como su origen. Dice la línea editorial del Mostrador del 8 de octubre de 2020: “no hay Estados ni democracias modernas sin servicios policiales”. Y bien, toda la organización interna del texto es en demasía transparente. Se esfuerza en decir “esto que constato no es un hecho, sino un axioma con la que ordenar el cierre de mi campo político”. La dirección del pasquín electrónico se esfuerza en dar una máxima. Devienen en pollos que inducen el destino de una eventual renovación ético-moral de la legalidad chilena.
Así son los legalistas. Los impregna la falta de sentido del humor11, la completa seriedad tiránica del fascismo ilustrado. Llaman a la palabra y la política, con toda su hermenéutica pública del “¿qué dijo?”. Susurran por clemencia, esperando a que nuestro Dios haga descender un diálogo celeste con el que restituir el orden de su hacienda porfiada. Y rezan en sus capillas para que el nuevo acribillado de la semana sea la violencia que tantas victorias nos ha dado. Dicen “bueno, se supone que el contrato es la suspensión de la violencia, tal ha de ser nuestro horizonte”. ¡Patrañas! ¡El arcano de los contratos no es la suspensión, sino el ordenamiento anárquico, el reparto despistado y la justificación fáctica de una violencia que premeditadamente se esgrime contra una multitud o un pueblo alzado! 12 Y tal justificación no pasa por una estructura, ni mucho menos por la posibilidad de su exclusión legal. Lo que la historia ha demostrado es todo lo contrario: el derecho necesita la legalización de la violencia para asegurar que ninguna porción de ella pueda fluir por fuera de su cuerpo de leyes13.
De todo lo que podrían saber, no se han percatado de la artimaña que les juega sus palabras. Todavía queda algo de bruta belleza en la posibilidad de un despliegue popular14. Lo que no se hace ver ni se hace decir es el carácter destructivo propio del diluvio callejero. Y con eso, toda propuesta gloriosa de los políticos renovados pasa por alto lo que ésta expresa: su constitución como una completa inversión y derogación del modelo Schumpeteriano de la destrucción creativa. Ya no ciclos de innovación inmanentes al flujo circular y expansivo de la rotación de capitales15. No repetición devenida en renovación por rotación integradora de los flujos capitalistas. Todo lo contrario: un fragmento de segundo que no deja nada en pie salvo un sentido terrestre en el que todo intento de aprehensión es insuficiente16.
La destrucción del metro de Santiago no es un deseo de eficiencia ni de mejora del gobierno o conducción de las masas, sino el colapso de sus tecnologías políticas al punto que sólo pueda haber flujo inorgánico derramándose en su superficie. Por donde se le vea, hay creación destructiva: procesos en los que la virtualidad del afuera impregna y desarma todo lo que se había constituido como el orden destinal de su adentro17. No se tratan de encuentros con una razón universal internacionalmente desplegada en mercados de capitales o tratados de Derechos Humanos. La nuestra es una historia sin épocas ni eras. La creación destructiva es un despliegue radical sin objetos ni fines. No se inspira por formar un cuerpo fijo, ni por sedimentar un organismo dado de necesidades espirituales o materiales18. Lo suyo no es ni sociedad, ni mercado, ni la relación entre ambas. Es apenas una permisividad capilar que un campo sociopolítico hace para con su exterioridad, su afuera, sus fuerzas virtuales que habitan en el recuerdo de los olvidados19 y el deseo desatado. Es orgasmo, desenfreno y placer por la irrupción pluralista.
Para el círculo demoníaco de la transición, el centro de gravedad es el afán de justificación de la violencia policial. Su apuesta es actualizarla, hacerla más eficiente para que pueda contrarrestar el éxito de nuestro carácter destructivo. Y para hacerlo, nos promete seguridad. Nos recuerda los efectos económicos, se queja del caos y el desorden. Dice enfrentarse al saqueo que no produce su vulgar extractivismo, no por ser un robo, sino por suceder fuera del orden de la acumulación originaria20. En este esquema, sus mejores aliados son progresistas y socialdemócratas que no han podido abandonar el lenguaje de la administración pública. Que no se han percatado que el centro de su idioma extranjero, es el uso y abuso de esta racionalidad policial que tiende a acusar que si la violencia no está monopolizada, entonces la población no será gobernable21. Armas todas estas, dispuestas en contra de nuestra sed de calle.
“¿Qué mejor para nosotros?”, pienso un poco descorazonadamente. Pues ni bien lo pienso, me veo obligado a decirlo: ¿no era ya hora de que hiciéramos frente a nuestra historia, y exigiéramos al caos, entre gritos y piedras, un susurro de vida? ¿Por qué tendríamos que seguir respetando las vías concertacionistas del pensamiento, que tanto empeño hicieron en sepultar a la pluralidad bajo modelos turísticos y multiculturales? Al fascismo hay que detenerlo, ante cualquier aparición incipiente que insista en retener sin detener nuestro movimiento destituyente para defender algo tan burdo y cruel como el orden de las instituciones. Y esto será difícil, porque al igual que antaño, esgrimirán su discurso de defensa a cualquier forma de descomposición.
Cuando la política sede al miedo, pierde su carácter. La política sin carácter deviene en administración de las miserias. Por eso su orden es policial. Se determina a gestionar la desarticulación de nuestros tejidos sociales, de nuestras alegrías. Apestan la vida de sus conciudadanos, sus familiares y descendientes. La falta de mundo de los legalistas nos pesa profundamente, porque su miedo amenaza siempre con hacerse popular. Pero al día de hoy, la calle no sede. Es triunfante. Y mientras la tengamos, mientras sigamos encontrándonos en ella, sabremos de forma suficiente que nuestro carácter destructivo seguirá creciendo con firmeza. Solo así, con las armas de nuestra filosofía callejera podremos contraponernos al intento de avance del fascismo legalizado.
Sus traiciones serán recordadas en nuestra memoria infinita. Ni perdón ni olvido.
NOTAS
1 Tal ha sido el rol protagónico que las Comisiones de Verdad y Reparación en Chile han tenido. La relativa política de la transparencia a la que adscribe, es otra forma de hacer devenir digerible a las herencias turbias del pasado. Lejos de servir como un aparato que funde a la verdad en el afecto de un tiempo justo, la materia soberana de la que trata produce una repetición de los viejos axiomas republicanos sobre el uso de la fuerza, de acuerdo a la cual apareció primero como un discurso fúnebre acerca de los vencidos, y luego, como contenedora de un discurso sobre la impersonalidad de la violencia institucional. En este sentido, los diccionarios de víctimas, los relatos de los sucesos y las limitantes institucionales que se les da, son prueba de que la verdad transparente de la que son muestra, es introducida en la vertiente de un tiempo memorial que utiliza al presente y lo actual como parámetro de realidad, tanto de los dolores como de los acontecimientos. El trabajo pendiente sigue siento el que Deleuze supo decir de Proust: “¿cómo conservar, en nosotros, el pasado tal como se conserva en sí, tal como sobrevive en sí?” (Proust y los signos, p. 71). La respuesta, desarrollada por Deleuze, invoca la función involuntaria de la memoria, la cual es justo plantear que se encuentra equidistante al testimonio sobre la violencia originaria descrita por Benjamin en Para una crítica de la violencia y vida y violencia. Véase también Francois Hartog, Creer en la historia, y Jean-Claude Millner, “El material del olvido” en usos del olvido.
2 Este clivaje es claro en autores que, como Rodrigo Karmy, insisten en el carácter martirizado del sujeto sacrificial. En efecto, de lo que se trata el problema de la subjetividad en los debates políticos contemporáneos, es de reconocer en los umbrales de la (des)subjetivación un componente capaz de indicar el carácter de la resistencia, cuya condición sine qua non es antes la revuelta que la vieja esperanza de revolución. El malabarista de Panguipulli sirve como un claro ejemplo del caso. La imagen del mártir, señala Karmy, “expone de manera obscena cómo es que el verdadero enemigo de toda soberanía, de todo poder no es más que el gesto”, otorgándole a la indiferencia entre arte y vida una potencia y efecto destituyente capaz de desarmar el enclave hegemónico de la soberanía policial. Esta descripción, lejos de implicar una posibilidad de salida a partir de las imágenes cabalísticas sobre el martirio del pueblo, se aproxima a una estetización revolucionaria del poder sacrificial. Anclada dicha estetización a un sistema del juicio apriorístico del más allá favorable del orden, el problema de la martirología se informa en la capacidad de aprehender la dimensión práctica que abisma toda capacidad de imagen y de pensamiento. La función enunciativa que la provoca, en igual medida, atestigua el tipo de giro que provoca sobre las fuerzas destituyentes, al hacerlas devenir en una potencia realizada en la indistinción entre vida y arte. En la base, lo que la imagen del malabarista sacrificado por la soberanía policial nos trae, es la memoria involuntaria de un imaginario imposible: al recordarnos la presencia de un dispositivo cívico-militar que habría popularizado al devenir callejero de las fuerzas dictatoriales luego de la fase institucional del pinochetismo en 1980, el enfrentamiento nos obliga a volver a la violencia de un mundo que ya no puede imaginarse sin el acontecimiento del Golpe de Estado de 1973. Esta imagen imposible toma igual parte del tiempo sacrificial en el que se enclavan los dispositivos biopolíticos contemporáneos.
3 Se trata, en suma, de la elaboración de un sistema del juicio orientado a las condiciones mnémicas que constituyen la posibilidad de reconocimiento del acontecimiento, presente en Jean-Claude Millner, “El material del olvido” en usos del olvido y en Alain Badiou, El ser y el acontecimiento. En cualquier caso, hay que sopesar el equilibrio que dentro de este sistema de reconocimiento, juegan las figuras cardinales del aparato y la época en Deótte, o más expresamente en el problema que invoca la relación inoperosa entre simultaneidad temporal y la integración que ofrece la idea de lo contemporáneo en Agamben. Si lo que se expone en mi tesis de licenciatura “Pomaire y el oficio quijotesco: Autenticidad alfarera en el contexto de reproducción comercial de la industria del turismo cultural” fuera correcto, entonces tendría que constatarse que la percepción aurática que configuran los souvenires sobre las mercancías, conforma una razón inicial para pensar que, incuso dentro de la idea de acontecimiento, se nos presenta un simulacro relativo a la autenticidad de un momento que no se abstrae del todo del tiempo alocrónico propio de las instituciones culturales modernas (como el museo, el turismo, la antropología y el patrimonio).
4 Tal unidad no puede ser, en virtud de la vieja premisa teológica, tres veces una falta. Quizás es por eso, por creer todavía en macro-formas temporales, que la memoria no ha podido ofrecer nunca un relato y un consuelo a la existencia aún actual de los detenidos desaparecidos.
5 Entendidos ambos conceptos en el tipo de movimiento envolvente, como pliegue (in) y despliegue (ex), presentes en el pensamiento spinociano. En efecto, la bruta ciencia confunde el movimiento de ambos, ofreciendo un tipo de estudio en el que la explicación señala la serie de relaciones y conjuntos en los que el problema se sigue implicando. Esto, ya que la imagen más apropiada para la episteme contemporánea es la confusión. De otro modo, no se entiende que la apuesta de las prospecciones aquí presentes sienta la necesidad de ser cartográficas.
6 En una columna anterior, se ofrece una lectura de la función apocalíptica que ocupan algunos críticos de la transición en el proceso constituyente chileno. A los personajes que acusan el fin del orden para fundar una nueva venida celeste, se los referencia con la figura bíblica de los jinetes del apocalipsis. La presente cartografía se entiende como una continuidad de dicha clave de lectura, buscando extender el gesto al panorama general de un pensamiento social y político chileno llevado a crisis después del 18 de octubre de 2019.
7 Al respecto, destacan palabras provenientes de la antropología que señalan que “Lo que se requiere con urgencia es aprender a leer los muros rayados y los monumentos descabezados, como libros o pizarrones que contienen los manifiestos de la sociedad que queremos” (El Mostrador, Antropóloga Francisca Márquez: “La pregunta por el diseño urbano de los espacios públicos se impone con fuerza a partir del 18 de octubre”, del 6 de enero, 2020). Esta premisa hermenéutica, remite a un sentido cabalístico de las cosas de acuerdo al cual lo social-en-red aparece como el ser de la vida material. Es en esta composición cabalística de la bruta ciencia, o la episteme de la confusión, que se ve un continente común en lo que respecta a la martirología imaginaria de la revuelta.
8 El tipo de orden al que se hace referencia, es al de la potencia de la capacidad de esquematización del orden cualitativo de los movimientos y los cuerpos dados dentro del plano de inmanencia que confunde o indistingue ley y acontecimiento. El espíritu del enunciado “Nuevo Pacto Social”, no es otro que el de recobrar la potencia de la norma frente a un suceso que ha hecho colapsar al orden y la técnica política de los flujos sociales. Este tipo de motivos, interiorizan en el derecho la capacidad técnica que gestiona al capital. Al unísono que las máquinas de Turing, de lo que se trata es de pensar la serie de condiciones que puedan llevar a que la perpetuidad de un movimiento se capture en su propia dinámica. Para ello, útiles son los números tanto como cualquier otra huella que indique vocación de gestión. Que el sentido de este espíritu sea espectral, es denunciado con particular suspicacia como el fundamento dogmático de las escuelas contractualitas por Walter Benjamin en Para una crítica de la violencia. Sin embargo, la base de esta actividad anuncia la necesidad de refundación o modernización policial –como los sectores conservadores de la política nacional lo han enunciado-, a causa de que el examen vigilante de la delincuencia ya no sirve como una actividad gnoseológica suficiente al tipo de conducta social que abandona su clandestinidad en la revuelta de octubre. Se trata, por consiguiente, de imaginar las potencias de una policía completamente desanclada de la época de las disciplinas.
9 Esto es, a las tecnologías de control de flujos como base del imaginario tautológico de la gloria. En gran parte de la historia que sigue al Golpe, esta imagen de la gloria se dice con todas las letras del “control inflacionario”.
10 Un ejemplo claro de este contraste de la violencia a los teoremas sociales, se encuentra en “Violencia imaginada y real: los ritos del primer aniversario” de José Joaquín Brunner. En este texto, se abre las consideraciones de esta en torno al “lugar que ocupa ahora la violencia en nuestro imaginario social”. El problema dogmático del documento, no cumple con reseñar a la violencia en un sentido amplio y/o material, sino a escudriñar su razón en tanto se asocia a la legitimidad de las instituciones de control social. Antes bien, el teorema se encarga de dar una imagen con la cual contrastar, dividir y conducir el sustento “real” de una violencia, devenida en problema gnoseológico con motivo al derecho de protesta que existe dentro del proceso constituyente y, más en general, a la expresión de las fuerzas destituyentes. En suma, esta aparición como teorema de la violencia, dice relación con el diagnóstico del funcionamiento de un determinado arkhé que la distribuye, conforme se usa a este parámetro para juzgar a la dimensión práctica de una violencia dada en y por sí misma.
11 Más allá de todo el orden temporal que está implicado en los aparatos jurídicos, el humor constata un instante en el que el aplazamiento que el derecho hace de la culpa sede al acto de la sentencia. Esto quiere decir, si se considera al orden trágico como un fundamento biopolítico que la crítica debe constatar, que el humor junto a la comedia tienen ambos la virtud de señalar un ámbito distinto a la culpa que, sin embargo, sigue siendo inmanente al fondo teológico-político que comanda al derecho. Así al menos puede considerarse no sólo del aspecto cómico que Nietzsche le entrega a la filosofía y a la moral, sino y sobretodo con las consideraciones que Benjamin desarrolla en torno al carácter: “el rasgo del carácter no es el nudo en la red [de culpa del destino]. Es el sol del individuo en el cielo incoloro (anónimo) del hombre, que arroja la sombra propia de la acción cómica, haciéndola visible de este modo” (Benjamin, Destino y carácter, p. 182; cursivas mías). Un estudio más detallado del marco benjaminiano, deberá demostrar que el necesario aprendizaje que los oprimidos hacen del Estado de Excepción, devela la actividad informe que constituye todo acto de ley, que existe en el hacer fuera de ley. Lo mismo en otros términos: que el funcionamiento del poder soberano en la actualidad, poco depende del aparato cabalístico que orienta a la decisión del sujeto soberano (Schmitt, Teología política), al encontrarse los planos de lo personal y lo impersonal confundidos sobre el sentido terrestre, y no amarrados a una forma jurídica que posibilita una trascendencia de la norma.
12 El ordenamiento de la violencia es posible a condición no de suspender el Estado de Naturaleza, sino de comandar el reparto de éste bajo un determinado régimen político. La diferencia entre éste y el Estado civil, así dichas las cosas, consiste en la introducción de un arkhé que comanda el ordenamiento de una o múltiples potencia(s) que, entre otras cosas, incluye(n) la capacidad de aniquilar a otro.
13 Clave era en el siglo XVII instituir un dispositivo visual que sirviera como fundamento de este ordenamiento, de acuerdo a un modelo que hacía ver a la multitud desunida como disuelta en el cuerpo del monarca (Agamben, Homo saecer II.2). Por su parte, los siglos XVIII y XIX van a ensayar un modelo museográfico de esta misma visualidad, en la que la disolución de la multitud provenía del reconocimiento de una facultad común para imaginar o representar el mundo (facultad común que, nos recuerda Johanes Fabian, consiste en la erección de un aparato capaz de disponer a la imagen original de la nación sobre una base temporal “alocrónica” u homogénea, atemporal y abstracta). Sin embargo, los acontecimientos del siglo XX pronto vieron, en el turismo y el patrimonio, una oportunidad para desmontar este dispositivo museográfico. Bajo un modelo estrictamente cibernético, fue posible ensayar otro modo de reparto de la potencia política y de la violencia. Bajo este reparto, lo que se comanda no es la disolución de la multitud, sino su constatación como masa informe. Dicha constatación hace posible un nuevo devenir de las máquinas antropológicas, en una dirección concordante con el desalojo de los regímenes coloniales. Así, sin el afán de suspender el origen de la multitud dentro del panorama más general de los poderes constituyentes, la época contemporánea se conforma –con una fuerza cada vez más marcada en las ontologías en red y los diagramas de la participación ciudadana- en la modulación de la presencia gris de las masas, dentro de un esquema pastoral que se ve poco interesado en si acaso el resultado de la modulación es el individuo o la sociedad: así al menos lo constatan las fotografías antropológicas de finales del siglo XIX, en las que un rasgo individual bien podía valer, también, como rasgo definitorio de la raza y la especie. El sentido taxonómico de estas divisiones, constituidas en el aparato alocrónico de los museos, así, sede su lugar como expresión de los cuadros categoriales, para ofrecer un ser que puede manifestarse plenamente en el sentido integrado y confuso de los montajes fotográficos y cinematográficos. Las fotografías de los desaparecidos cumplen con ser un fiel ejemplo de ello, lográndose una domesticación de la confusión dentro de una pulsión civil en la que, pese a todo, el contrato chileno no abandona el carácter lectivo del miedo dentro de la letra pinochetista. El principal efecto de superficie de este movimiento es, como se ha dicho, la imaginería del mártir. Al respecto, consúltese Ana María Riesco, Nicole Iroumé y Oriana Bernasconi (2021) imagen del rostro desaparecido. Densidad histórica de un artefacto visual global. Boletín de estética N° 54, pp. 35-77. En particular cuando las autoras dicen: “La visualización de la imagen de la víctima bajo la tutela del “¿Dónde están?” y en el régimen del puzle o la retícula, terminó abriendo paso a un hábito visual que fue altamente influyente en el modo en que decantó la representación de la violación de los derechos humanos en el periodo de transición. […] la acumulación de las imágenes de rostro en montajes y diagramaciones que las presentan como una constelación de partículas dejadas en el aire por un violento estallido, enfatiza los efectos sociales, culturales y biográficos de la represión dictatorial, en clara alusión al genocidio” (p. 64). Contrástese esta cita con el desarrollo que Moulian ofrece, en Chile, anatomía de un mito, del sentido espectacular del miedo en el régimen de Pinochet.
14 Un despliegue popular se define por la descomposición hasta el sin sentido de la fuerza que comanda pueblo. Su experiencia es equivalente a un chiste, cuya cadencia es siempre la de la aprehensión que el lenguaje hace de la muerte: “¿creías que iba a decir esto? ¡Sorpresa, sorpresa! Lo que dije no tiene sentido en absoluto. Ríe, ríe…”.
15 Schumpeter tiene el mérito de comprender, antes que el ex candidato social-pinochetista Joaquín Lavín, la naturaleza revolucionaria del capitalismo. Revolución silenciosa que antes que nada, se condice con un modelo orgánico que responde, por analogía, a un patrón sociobiológico que integra a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en el funcionamiento mismo de la evolución o el desarrollo capitalista. El modelo evolutivo que propone Schumpeter se encuentra alojado en la incertidumbre del cambio, sin por ello abandonar un esbozo de esquema matemático que sirva para pensar ya no lo uno, sino la multiplicidad. En el sentido paradigmático de su esquematismo técnico, debe encontrarse la base epistemológica real con la que el duopolio chileno hizo valer a las tecnologías de control inflacionario que el neoliberalismo ofrecía como superación del modernismo allendista (y junto a ello, aunque por medio de una analogía débil, la desarticulación del propósito de gobierno popular de Recabarren). Así, pese a su incompatibilidad de base, sirve para pensar en qué medida el conjunto de actividades realizadas en el mercado tiende a un equilibrio neguentrópico del capital, al constituirse este mismo como un aparato técnico orientado a generar mecanismos flexibles de control monetario que opera de manera inmanente a sus flujos de intercambio y de contrato (es decir, al flujo monetario en medio del complejo institucional de la República). El neoliberalismo, en suma, es el compuesto y aparato técnico que sirvió en 1980 y en especial desde 1990, como solución con la que forzar “una modificación de los problemas que se consideran relevantes y de los que se cree [que estas tecnologías sociopolíticas] son las formas correctas de solucionarlas” (Berumen, 2007, El legado de Shumpeter al estudio de la administración de empresas, p. 12). Junto a la persecución, exterminio y desprestigio de otras escuelas económicas en el territorio nacional, fue posible consolidar las trayectorias tecnológicas y los paradigmas tecnoeconómicos tenidos como dogma limitado del Estado chileno. Ello también permitió institucionalizar dichos paradigmas en programas de investigación y desarrollo que prontamente permearon a todo el sistema de educación superior y de financiamiento de la investigación científica dentro de los criterios mercantiles de utilidad económica (como lo son los programas de I+D, o la modificación funcional que sufre la Corporación para el Fomento de la Producción en este nuevo ciclo). Así Schumpeter, hijo de su tiempo, propone un lugar central al programa técnico en lo que respecta a la creación de los modelos paradigmáticos, verdaderas génesis de los nuevos caminos evolutivos de la especie. El sentido rentable que se apodera, así, de este esquema cognitivo-económico en la destrucción creativa, poco o nada tiene que ver con la creación o la producción. De lo que se trata, si se comprende bien esta base paradigmática, es de la serie de consideraciones técnicas que llevan a que la innovación permita el agenciamiento entre capital y creación. Así, genera un modelo de innovación técnica en la que, por extensión, se propone un cambio institucional que se hace uno con el rol anti-productivo del capital: Chile, junto con Japón, es el mejor ejemplo de la manera en que toda la estructura social puede adoptar la forma de la extracción relativa de la plusvalía (en especial con las reformas al Código del Trabajo a principios del 2000, tendientes a la flexibilización laboral). Con ello, se da fe de que el marco de la técnica que extiende el vendaval de Schumpeter, al hacer inscribir al organismo técnico dentro de los criterios de rentabilidad capitalista, forma parte de un aparataje que no deja de modular el sentido sacrificial de la religión capitalista (el karōshi como fenómeno en Japón es sumamente significativo en este sentido). Hace de principio gramatical para ordenar a la serie de diferenciales avenidos en el “plus” dentro de la extracción de capitales: trabajo muerto-plustrabajo-plusvalía-acumulación originaria-rotación; destino-culpa-deuda-chivo expiatorio en el campo del signo-formación sacrificial en el campo social-violencia originaria. El rol productivo junto al rol social de esta base económica, manifiestan el comando cibernético que se apodera de los tiempos simultáneos de extracción de tiempo sobre la acumulación y la violencia originaria.
16 Se trata, en suma, de la modificación del concepto de experiencia en la teoría del conocimiento, de acuerdo a un precepto de orden que abandona al esquematismo, las tablas o a las series taxonómicas por las retículas, la cinematografía y el fotomontaje. De lo que trata la experiencia cómica y el despliegue popular es, finalmente, un ítem identificable al interior de nuestra episteme: la creación destructiva.
17 La idea de “creación destructiva” sirve como noción común a la filosofía de Deleuze y Benjamin, a propósito del recibimiento relativamente inverso que ambos hacen de la relación entre el pensamiento marxista y el nietzscheano. La lógica que ocupa es la del despliegue hacia lo abierto, en el que a las cosas se les permite una existencia exterior al esquema metafísico que las soporta, en tanto ontología y en tanto existencia. Aquí, lo que importa es la posibilidad de que “eso” pueda cobrar un movimiento independiente a la red que la organiza, así como de la interconexión que determina su necesidad. En este sentido, y de manera inmanente al orden sacrificial que comanda la consecuencia institucional del vendaval de Schumpeter, la creación destructiva enuncia al menos un aspecto carnavalesco de los dispositivos sacrificiales. Dicho aspecto, es una puesta en práctica que acontece en una red abierta y decodificada de fuerzas, cuyo aparecer como acontecimiento cumple con ser el efecto de superficie del trabajo de montaje que realiza el archivo. Es por ello que el carnaval de la creación destructiva no coincide del todo con el imaginario de mártir al que se suele asociar su acontecimiento político: antes bien, responde al acto de despliegue popular en el que se haya el fugaz y alegre testimonio de la risa. Cabe anotar, finalmente, que de lo que es testimonio esta fugaz alegría, es del punto oportuno que separa al círculo infernal que constituye a la metáfora de la renovación de capitales. A contrapelo de la historia, así, puede también significar el desmembramiento del relato que hace que el trabajo muerto coincida con la violencia originaria.
18 Si, como dice Marx, la mercancía es un “objeto exterior, una cosa que merced de sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran”, es lícito por igual pensar que la mercancía necesita, como condición de existencia, a la necesidad. De lo que se trata toda la producción y rotación de valores bajo la modalidad técnica del capital, es de incluir como origen y sentido, como medio y fin, a la necesidad de sí sobre el cuerpo mercantil. De ahí a que la experiencia cómica de la creación destructiva, cumpla con desarmar el campo de certezas sobre la que se instituye este corpus metafísico de la potencia mercantil. La creación destructiva es, en suma, la muerte del sentido y el significado.
19 Esta figura se encuentra presente en Agamben, Profanaciones. En efecto, dentro del campo del signo y la narrativa, los ayudantes de los personajes que encarnan las fuerzas móviles del relato acaban por ser vidas sin desenlace, o lo mismo, los olvidados de la trama. Su aparición en el relato, sin embargo, incluye un buen monto espectral que complementa al juego de la ausencia que define a las funciones autorales. Podemos decir, con algo de certeza, que los olvidados se encuentran también en el tiempo perdido de Proust, siendo el trabajo involuntario e inmemorial del testimonio una de las pocas posibilidades epistemológicas que tenemos para constatar y burlar el efecto emanantista que un origen (de acumulación o de violencia) significa hacia su esquema técnico.
20 Es claro en la reforma que la ley 21.208 realiza del Código Penal, con motivo de las revueltas iniciadas el 18 de octubre de 2019. En la reforma que realiza al artículo 449 quáter, en la que se define el delito de saqueo como un robo en lugar no habitado de características especiales por las condiciones sociopolíticas en la que ocurre: “Se aplicará en todo caso la regla 2ª del artículo 449, aun cuando el responsable no sea reincidente, si los delitos señalados en dicho artículo se cometen en circunstancias tales que contribuyan a la sustracción o destrucción de todo o la mayor parte de aquello que había o se guardaba en algún establecimiento de comercio o industria o del propio establecimiento”, elevando con ello el grado de la pena a la sustracción de un producto de su circulación como mercancía por causa de un contexto ambiguo que contribuye a su salida de este circuito.
21 En los debates realizados durante las primarias presidenciales del 2021, a finales de junio en CNN Chile, las condiciones de gobernabilidad fue un eje estable y transversal a todos los candidatos presidenciales. A este respecto, cabe acotar que esta preocupación no sólo convoca al periodismo criollo que se ve incapaz de abandonar los reportajes amarrados al lenguaje del orden, sino también afecta a cualquier propuesta de dirección transicional que pueda hacer vale a las fuerzas destituyentes de la calle en una saga política que no deja de darse inicio.
Imagen principal: Robert Lazzarini, Police barricade, 2019