a Carlos Ramírez Vargas
Apruebo-Dignidad (AD) debe abandonar la pereza cognitiva y la “fantasía popular” (resabios del pueblo gramsciano) para explicar su “derrota electoral” -04 de septiembre- bajo la invectiva portaliana. Admitir la derrota del Tík Tok no implica ocultar el déficit pedagógico de los “identitarismos” hacia el polo que inicialmente apoyaba las transformaciones. Según las vocerías del nuevo progresismo se habría impuesto el Rechazo en virtud de una abundancia de fake news (“fake new sismo”) sin establecer distinciones entre pueblo como categoría política, pueblos post-populares, o bien, una demografía sociológica de consumos culturales que articulan modernización, redes digitales y una subjetividad cuyo reciclaje no reconoce en su cotidianidad las políticas institucionales (mainstream). Bajo el campo post-representacional las fronteras de sentido del mundo popular (distopía o acceso) han mutado en sus múltiples alcances y filiaciones que aún perviven bajo la “economía cultural” de la modernización autoritaria (hegemonía cultural).
En marco de la derrota plebiscitaria la explicación global ha sido imputada a una especie de “teoría del emisor” (Hermes como médium y la traductibilidad inoculante) que se habría alzado sobre “ovejas con cabeza de papel” -población biopolítica mediatizada- sin los recursos de una “agencia”. Nada se ha dicho sobre “Listas del pueblo” Napoleónicas que vinieron a implementar el movimiento destituyente, sin abrir un horizonte político -más allá de la latencia insurrecional-Al punto que esto último echó las bases para la arremetida de la post/concertación.
A contrario sensu, en los últimos días, el reconocido constitucionalista Fernando Atria, a propósito de su contribución en La Constitución tramposa (LOM, 2013), ha elaborado la respuesta más genuina en materia de desinformación1*. Luego de dar una serie de escenarios, precisiones y razonamientos muy pedagógicos en materias de Fake news, Atria concluye, a modo de autocrítica, que la eficiencia de la comunicación política del Rechazo -al menos por esta vez- se sirvió de una comunidad de subjetividades con disposición -ciudadana- para votar contra el nuevo texto constitucional alcanzando una cifra insólita. Lo anterior sin el menor ánimo de subestimar las estratagemas de la derecha y sus “sirvientes semióticos”, a la hora de masificar los sesgos populares contra la “razón política” y exaltar la necesidad de “expertos indiferentes” en la Convención a nombre de la politología dócil y la “matemática conductual”.
Es primordial revisar la tesis del “helicóptero arrojando dólares” para comprar “plebiscitos infinitos”, sin desmerecer la grosera inversión del empresariado en “bancos de datos” y “enjambres digitales”. En suma, el temor inducido existió como una tecnología de los miedos para someter cuerpos y potencias, pero conectar de bruces tal cuestión con la “bella mentira” es una analogía “veloz” para retratar la “orfandad hermenéutica”, la carencia imaginal y la regresión positivista de los progresismos de turno -especialmente situados en la demografía del FA. El vacío de disputa hegemónica del gobierno y las fuerzas transformadoras, abundó en la ausencia de narrativas para contrarrestar las “tecnologías organizacionales” en plena intensificación del “capitalismo académico” (epistemes y cogniciones positivistas del orden). La comunicación corporativa, y su pastoral publicitaria retratada en el Partido Republicano, amerita una discusión sustancial que se extiende hasta las economías del conocimiento que la industria de la conductas y preferencias instalaron (algoritmo) como “ley de bronce”. Con todo, el guion de la conspiración cifrada en las estadísticas coludidas, el boicot ante el SERVEL, la manipulación de rasgos conservadores de la población, el inmigrante pagado, el vitriól de las redes sociales, no gozan de una solvencia explicativa o una hermenéutica prevalente para zanjar las aristas del Rechazo. En plena teología plebiscitaria la izquierda chilena invocó el manual de Steve Bannon (ex asesor de Donald Trump), el pinochetismo enfermizo, la contrainteligencia, el fascismo capilar, y la ignorancia del “pueblo tonto”, que sin embargo fue útil en la victoria del 80% (Plebiscito de entrada). Otras voces recusaron el golpismo congresal que, solazado en la razón gubernamental (15N, 2019), centrado en El Acuerdo por la Paz, habría obstruido las energías de pueblos asimétricos, mediáticos, huérfanos, o bien, post-populares, feministas, obligando a Boric-Font, y sus aliados de la clase política, a garantizar la distopía de los cuerpos, potencias y movimientos de calle mediante un acuerdo tan indeseable, como necesario. Toda la lírica de la alienación quedó al desnudo, o bien, el desconocimiento de los propios intereses de clases del mitificado campo popular (“falsa consciencia”)
Lejos del dato laxo, el “quinto retiro” surtió efectos negativos al menos en tres registros. De un lado, la ausencia de indulgencia ante las necesidades fácticas de la ciudadanía carenciada y la nula vinculación político-imaginal (epistemicidio) con la cadena de la sobrevivencia y, de otro, el vacío de mediaciones entre el polo institucional y el campo social/popular para movilizar pasiones democráticas. Por último, el silencio argumental sobre un debate en materias de desarrollo y capital humano requería enfrentar la gramática cientificista del “experto organizacional”. No es casual que bajo este contexto el director de CADEM sostuviera despóticamente -cual programa de computabilidad- que el triunfo del Rechazo estaba cerrado en el mes de Abril (2022), cuando la “soberanía managerial” prescindía del “quinto retiro”, subestimando el campo de “los rechazos” múltiples que han abandonado el desgaste representacional. El clima hiperbólico fue la deriva de algunas potencias utópicas, sin indagar en la posibilidad de pueblos post/populares, de tipo neoliberal (2019), que anularon los contratos de sentido con la representación gubernamental, y que tiene potenciales nexos con el campo del rechazo a la hora de recusar la racionalidad abusiva de las instituciones. Un bloqueo estructural que las izquierdas deben interrogar en su alcance hermenéutico para descifrar sociabilidades perceptivas y las rupturas fenoménicas con la razón partidaria-institucional. Tal fue el caso de la Revuelta post-hegemónica del año 2019.
Adicionalmente ello rodeó al organismo convencional; su (in)comunicación inicial, a poco andar corregida, y la ausencia de prácticas pedagógicas, más allá de algunos esfuerzos notables hacia el mundo popular, agravaron una cotidianidad agobiada por la “guerrilla de precios” y la olla flaca. La dramaturgia doméstica de algunos convencionalistas (los usos y abusos mediáticos de Rojas Vade por parte de la contra campaña derechista); los rituales monumentales y despreciativos hacia los símbolos de la comunidad nacional, so pena de su conservadurismo ancestral y retrógrado. Todo redundó según Atria, no sólo en problema de gestión y coordinación, sino “en un escrito para una asamblea de estudiantes” (El Desconcierto, 12-09). El Rechazo del Rechazo, con su ausencia de “magnanimidad”, hacia las opiniones difusas y la denigración de las corrientes del polo social demócrata, incluyendo aquella demografía de inspiración probadamente neoliberal, mediante la agitación discursiva distópica, soslayo los aprendizajes de la teoría (post)hegemónica, agravando la “guerra de posiciones” en favor de la “comisión de expertos” y sus economías positivistas del conocimiento.
La vocación estético-medial hizo una lectura molar de los intersticios del mundo popular y sus distintas modulaciones de nihilismo, materialismo, accesos o tumultos institucionales. En suma, en vez de aparecer como una cruzada vigorosa, el texto soberano devino en un ofrecimiento bullicioso ante la vida cotidiana de una ciudadanía esquilmada en sus “modos de existencia” y fuertemente tributaria de la concentración cognitiva de la hiper industria cultural. Y sí, nuevamente, sobre tal base la comunicación corporativa no vaciló en viralizar descoordinaciones, agravar la trivialización de los símbolos del feminismo sin cuestión social, las guerrillas identitarias. Todo en medio de una Convención inédita en la historia de Chile. Ello ha dado paso para que nuestro “ensayismo oligárquico” y sus “halcones” celebren un país que rechazó el caos constituyente —a lo largo de todas sus regiones sin excepción y de más de un 90% de las comunas. Un texto que según “Amarillos por Chile”, en vez de expresar acuerdos transversales, resume un “espíritu refundacional y maximalista”.
Tras este de “excepcionalismo mediático”, las marginalidades líquidas padecieron los sobre sueldos de asesores y jefes de gabinete de Apruebo-Dignidad, que la derecha supo gestionar mediante sus editores, haciendo que la ciudadanía no sólo apuntará al 1% (superricos) que absorbe el 40% de ingreso nacional, sino a un “progresismo de boutique” (mesocracia de la reforma). Y ello implica abrir un debate sobre la irrupción de nuevos estratos y subjetividades producidas por la integración a circuitos educacionales superiores, de consumo, de monetarización, de propiedad, de status, de circulación de signos y de formas de vida bajo el capitalismo de riesgo. Todo en medio de una población (50%) que, al margen de una alarmante “vulnerabilidad” en el mercado del trabajo, apenas alcanza los $ 450.000 mensuales.
A la sazón la votación progresistase ha visto reducida cada vez más a grupos con mayor educación, ingresos relativamente altos, ethos liberal-mesocrático, y un programa civilizatorio que va desde un feminismo radical -sin traducción en el campo popular- hasta un “ecologismo galáctico”, quedando la mayoría de los segmentos con menos años de escolarización y menor inclinación al ethos posmoderno (portaliano-queer) dentro del campo de atracción de las fuerzas opuestas al ‘gobierno transformador’.
El desprecio que cierta izquierda no pudo disimular por esa muchedumbre supuestamente desclasada, esto es, “fachos pobres” que desviaron el voto hacia el “riquerío”, revela una pulsión de superioridad moral que, de variadas maneras, se expresó también en el lenguaje de la negación frente a aquella otra parte del “progresismo neoliberal” (“Concertación bifronte”) que insistía en valorar el potencial gradualista de los nuevos estratos que buscan integrarse a los códigos y prácticas culturales de nuestro capitalismo periférico. Bajo este contexto, tal “progresismo”, de tibio reformismo, no hizo más que intensificar sus alianzas e intereses con el gran empresariado y obró como una feroz “guerrilla de retaguardia”.
El texto que primó —de modo implícito o explícito— entre las vanguardias cognitivas del Apruebo y que animó también al núcleo de la Convención Constitucional, mantuvo relaciones oscilantes con la revuelta del 18-O (2019), develando una distorsionada visión express del proceso político. Aquí se impuso la idea de que los procesos pueden ser modificados (ex nihilo) por la potencia de los derechos sociales como “leyes de bronce”, sin tener que pasar por el duro camino de los ires y venires, “surfeando” los complejos eslabones de la articulación, la inercia de las burocracias, la tenacidad de las elites, las opacas e infinitas resistencias de las infraestructuras del poder, distinción y cultura. Tal visión contribuyó también al reimpulso de los expertos y sus filiaciones corporativas que han recusado la travesía transformada de Apruebo-Dignidad. Ello ayudó a exacerbar “pasiones tristes” que se expresaron en la cancelación del tiempo imaginal. Y no a dudar, nuevamente ello conminó a los demonios del capital con todo su poderío incidental, pastoral, corporativo, pero en ningún caso al revés.
El relato octubrista vuelve una y otra vez a plantear su estrategia de ruptura y despliegue destituyente contra la mitología del “mainstream modernizador” y la restitución de una política vertical suspendida por la revuelta (2019). Ciertamente, la rabia erotizada estuvo tras el jaque a la gobernabilidad en los días de octubre (2019) cuando movilizó la consigna de la renuncia presidencial y empujó una asamblea popular, inédita y excepcional para la historia de Chile. El controvertido acuerdo del 15-N inauguró el cauce institucional hacia una nueva carta fundamental a través de la Convención Constitucional que la derecha miró con terror de alta mar una vez que obtuvo el 20% de los votos. Al comienzo se intentó desbordar esotéricamente este organismo desde una mayoría bien ganada, que se debía a un orden reglado con las minorías, pero que agudizaba las furias reaccionarias de nuestros pastores. Luego del lirismo, las cosas fluyeron meritoriamente, con aportes innegables y plazos bien logrados, pero las cartas estaban echadas y la relación entre Convención y Apruebo-Dignidad derramó un ambiente incontrolable.
Por fin el usó del “octubrismo express” (necesario de suscribir por su riqueza crítica para impugnar la lengua oficial de la política, aunque no siempre interrogada en su economía política) como un recurso para disuadir el voto del Rechazo. Desde marzo (2022) al “gobierno transformador” ha padecido de creación política, narrativas, convicción, disputa hegemónica, metaforización e interacción con el mundo popular. Pero más allá de eso ha debido sucumbir a la nueva “máquina de comando” de la órbita concertacionista. La derrota fue eminentemente política y se expresó en el “bicameralismo psicológico” del oficialismo que agravó las condiciones de la Convención y exaltó debilidades ante los discursos elitarios de la técnica (industria de las estadísticas y elencos concertacionistas adoctrinados en las magnitudes de la política pública).
Hoy ya es tarde. En los últimos días, asesores de palacio y jefes de gabinete concitan por las redes sociales a los expertos de los Think Tank y la vieja gobernabilidad cifrada en parámetros de crecimiento reverbera en sus credenciales tecnicistas. El asalto de la post-concertación, de sus tecnopols, de especial fuerza en el caso del PS, ya es un hecho consumado y prolifera un nuevo coro que refuerza la soberanía managerial -“epistemología del despojo”- con un poder de la ex/Concertación que abonó la derrota del 38%. Con todo el proceso de los barones concertacionistas abrirá espacios inciertos para la acción política que pueden agravar el mundo de los rechazos hacia el nuevo pacto constitucional. Pero ello ocurrirá bajo el dictum de las métricas y una nueva división del cuerpo social consumado en aquello que Villalobos-Ruminott ha llamado un nuevo “pacto juristocrático” (2021). Quién sabe, quizá en la larga duración, el 04 de septiembre abrió una “gradiente positivista” que perpetuará la fragilidad institucional de humanidades moribundas.
Contra todos los errores, la concentración cognitiva de los medios, y las zonas de confort en la autocrítica de izquierdas, hay que decir algo: en medio de la “guerra de posiciones”, la Convención nos permitió “abrir” una “visión constituyente común” que al menos nos saca del grado cero del Estado Subsidiario.
Mauro Salazar J., Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS), Universidad de la Frontera.
NOTAS
1* Fernando Atria y 11 frases de su duro descargo contra la Convención. El Desconcierto, 12/09/2022.
Imagen principal: Gustavo Diaz Sosa, Series “About Bureaucrats and Godfathers”, 2018.