Mauro Salazar J. / Apruebo Dignidad ante la capitulación. Progresismo y vidas de derecha

Filosofía, Política

Quién entre aquí que abandoné toda esperanza”. Inferno. Dante

Tras el inicio de la “transición pactada” (1988) la “izquierda chilena” vive sus horas más aciagas ante el revival de acuerdos y cerrojos constitucionales impensados en tiempos de alogarítmos. El proceso derogador del 2019, con su rabia erotizada, potencia igualitaria y “momentos sin destino” -invocando a Giorgio Agamben-, se asemeja a los espejos de Borges. Hoy nadie quiere verse retratado en la imagen que proyecta el espejo. En las últimas semanas el discurso restaurador ha logrado restituir una “normalidad discursiva” para un nuevo reparto oligárquico, que ha logrado retratar la demanda postpopular (2019) como un “vértigo desintegrador” (delirante, distópico y anómico) que abrió paso al consenso reaccionario de progresismos laxos, neoconservadurismos protagónicos, politólogos cortesanos y saberes expertos. Todo ello desechando mitos y leyendas (militancias caducas y peregrinajes de izquierdas maximalistas) para perpetuar la neutralización de la energía crítica.

Ante el fárrago de acontecimientos, qué tipo de hermenéutica política puede movilizar el fragmento de izquierda en medio de “modernizaciones sacrosantas”. Y ante la herida abierta el 04 de septiembre, la estrepitosa derrota hegemónica, y el discurso póstumo del Boricismo a la estatua de Aylwin (“mármol republicano”) sumado al consenso de los expertos indiferentes, cómo enfrentar los 50 años de la Unidad Popular más allá del recurso memético o la metáfora apremiante. La revuelta -con sus destellos redentores- fue un proceso de intensa destitución que devastó el mapa intelectual y sus auxilios teóricos, las cogniciones del mainstream, y los “narcisismos críticos”, se desplomaron como un castillo de naipes. Y a poco andar se desliza una pregunta fundamental; y ahora que la herida irrefrenable no cesa de sangrar, será posible la contención de la disociación estructural entre izquierdas anoréxicas y progresismos indomiciliados. En medio de la tormenta y sus afecciones, ¿es posible un horizonte compartido de comprensiones y transformaciones? Tampoco podemos descartar que, por la vía de la deriva nihilista, el 04 de septiembre (2022) fue la prolongación mortuoria del 18 de octubre (2019).

Mucho antes, la “ética de los vencidos” había entrado en connivencia con el “buenismo neoliberal” como un fenómeno previo que intentó reorganizar el pesimismo de las izquierdas haciendo del disenso un momento turístico y estructural para la post-dictadura. La “beatificación de las vidas de derechas” se presenta como el factum de aquellas generaciones de los años 90’ y 2000’. “Los jóvenes de la afasia” somatizan aquellas cohortes de la higienización neoliberal, cuyo karma es el desconocimiento material de las “vidas de izquierdas” y la imposibilidad de imaginar los “mapas de existencia” y el “reparto de lo común”, los enunciados, las prácticas del sentido común y los “modos de subjetivación”. La buena consciencia del Frente Amplismo, se ha hecho parte de un progresismo laxo (librado al pillaje de la ultraderecha e histéricamente blindado bajo la social democracia neoliberal) abrazando la economía cultural de las “vidas de derechas”, estableciendo el rito de la “capitulación alwynista”. Dos décadas antes, en post-dictadura, se había decretado que la única “vida posible” (modos de existencia o singularidades de vida) se debía gestionar por el cauce de los Derechos Humanos -ciertamente la judicialización era un hito reparador. Con todo, la izquierda no pudo dar con un espacio discursivo (prácticas y enunciados) que superen la topografía de un presente sin horizonte. Hoy las “vidas de derechas”, no pueden lidiar con formas de militancia -declaradas obsoletas, pecaminosas y trasnochadas-, tampoco es posible ocultar la indolencia por el territorio y la categoría pueblo ha sido expulsa por la irá digitalizada de los expertos. Este cúmulo de negaciones, pavimentó la expulsión del presente, la orfandad de las hermenéuticas políticas y ha exterminado la “comunidad del recuerdo”.

En suma, el significante “militancia” no tiene carga libidinal, ni referentes proyectuales, salvo su anudamiento con una imagen marcial-determinista. Hoy no evoca ningún “reparto de lo político”, y se restringe a los universales abstractos donde toda Dictadura -bajo los silogismos del orden- debe ser condenada (per se), o bien, la sujeción a las gramáticas asépticas del “Nunca Más” que han colonizado toda la economía política de los progresismos. Ello es parte de una intensa discusión entre quienes analizaron los procesos de memoria en la región. El recuerdo de los desaparecidos y la borradura de sus identidades políticas es parte de la política del nuevo conglomerado, como así mismo, de la obsolescencia neoliberal (derechas humanitarias). Tal borradura descansa, de manera profunda, en el modo generacional de concebir “lo político”. La apelación al “mal radical” como horizonte de inteligibilidad de lo sucedido configuró un esquema del “buenismo” que, lejos de asumir la existencia de diferentes tipos de responsabilidades y repartos en el desarrollo del proyecto represivo, se propuso “desculpabilizar a la sociedad civil”, des-responsabilizando al cuerpo social de las tecnologías subyacentes a las imágenes del horror. La invocación al “mal radical” sirvió para componer un mecanismo absolutorio que al dotar al “otro” del carácter de absoluta negatividad desculpabilizó la omisión ciudadana e instauró una impunidad omnisciente. De este modo, el paradigma de los derechos humanos pudo funcionar como ineludible necesidad pírrica, pero esencialmente fue una neutralización imaginal -precarización de la creatividad- para elaborar otras narraciones en torno al sentido del proyecto represivo, sus mecanismo y engranajes estructurantes, a saber, un “paradigma humanitario” que no se agota en la tragedia de los campos de concentración y las imágenes del horror, sino en el protagonismo de los poderes económicos -personificados y corporativizados- que desmantelaron la pulsión de cambios mediante la obtención de beneficios de la represión y hoy mantiene un comercio cognitivo que ha dejado en vilo el control político-visual de vidas sin expectativas de izquierda (singularidades, potencias, comunidad inesencial).

En las últimas semanas Apruebo-Dignidad, y esencialmente la demografía frenteamplista, ha reforzado la liturgia de reconciliación -expediente transicional- mediante el rito de la capitulación frente al mundo adultocéntrico de la Concertación (castración original ante la extraviada ley del Padre) que devela la “clandestinidad estructural” (originaria)de la política progresista. Cuando todo cuelga de las cornisas, la coalición actual, untada con el conformismo burocrático del PC, hizo de la capitulación ante la facticidad originaria (espectro Alwynista)un proyecto transformador, e intentó ficcionar la colosal distopía como un horizonte normativo. En suma, asistimos a un acontecimiento tanático, cuyo desliz no tiene precedentes en la política institucional de los últimos años. Al punto que ello nos lleva a interrogar cómo el significante “Concertación” -cual vitalismo ético- vuelve a circular e intersectar las potencias profanantes de octubre -lirismo, fuego y fetiche- que mediante sus “grises devastadores” fue capaz de empañar la “publicidad clandestina” del afamado milagro chileno.

Por fin, el discurso presidencial frente al alwynismo republicano,nos recuerda “que la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Es la resurrección de los muertos”. Pero ello no solo nos debe hacer recordar los muertos -cuestión siempre esencial- sino también las figuras espectrales que habitan nuestro presente.

Mauro Salazar J., Observatorio en Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS), Universidad de la Frontera.


Descarga este artículo como un e-book

Print Friendly, PDF & Email

Deja un comentario