Para Sergio Villalobos Ruminott.
“Como si esa hora del día fuese un referente laboral de trabajo instantáneo, una medida burguesa de producción para esforzados que para entonces ya tienen medio día ganado, después de hacer footing, pasear al perro y teclear en la computadora la economía mezquina de sus vidas”. Pedro Lemebel. La esquina es mi corazón.
Estar en ningún sitio puede ser el desafío ocurrente de un errar sin identidad en la pérdida de un yo que nos deslice desaparecidos, exilicos y andariegos por los veraneos an-arquicos de un sin estar tantas veces inmovilizado por la identidades rígidas de la mirada policial y uniforme del preguntar filosófico. La escritura en sus devaneos subversivos y menores podría ser una entrada que interpele con lengua sucia y liminal a la literatura políticamente correcta y sus retoricas soberanas. En ese sentido la perspectiva rizomatica, descentrada y desosegada de los antagonismos moleculares de una lengua callejera y abierta a la historicidad de los cuerpos heteróclitos que se deslizan por la ciudad siempre vigilada de las crónicas urbanas de Pedro Lemebel1, se constituyen en un resonar de sarcástica imaginación y desobediencia frente toda forma de institución y jerarquía que pretende uniformar en canon identitario y monumental el gesto an-estetico de su incomoda “lengua de sal incomprendida”( p120).
“Y el pasar trashumante, abriendo agujeros negros o pozos ciegos donde perderse para avizorar a penas la ampolleta del poste. Tantas veces quebrada, tantas veces repuesta y vuelta a romper como una forma de anular su halógeno fichaje” (p 29-30).
Quizás aquí, en los callejones de su primera crónica del texto “la esquina es mi corazón”, podamos encontrar algunos avisos de errancia y fuga permanente de la luz logocentrica de la ciudad modelada para fichar y seguir el ritmo entrecortado del pajarolear gitano de los cuerpos jóvenes de la pobla, siempre eludiendo el control lumínico y represivo de la “violencia metafísica de la unidad”.
Así, la filuda escritura de Pedro va parpadeando el aguijón transgresivo de su paseo cómplice por la noche santiaguina, para hacer aparecer, en el medio de la vigilancia y el control, una pista, un gesto, un deambular de movimientos itinerantes que transgredan las normas y el hastío asediante de la ciudad, ya siempre cárcel faroleada por el ojo del poder que la vigila. Se advierte el registro de una urbe controlada y prejuiciosa, y sin embrago a pesar del control y las cámaras, “Cuando cae la sombra lejos del radio fichado por los faroles; obreros, empleados, escolares o seminaristas se transforman en ofidios que abandonan la piel seca de los uniformes, para trivializar el deseo en un devenir opaco de cascabeles”( p 25).
Más allá de la mimesis y su mitologema fundante, que supone siempre un saber-poder sobre los cuerpos que subjetiva, y que desea disponer en reparto sensible y bajo régimen apropiante de representación sacrificial los últimos aleteos del animal viviente, y en tanto que aparato represivo que funcionaliza la “existencia” en una perspectiva de sentido prefijada por un relato autosuficiente, de una historia que se redime en demanda equivalencial y repartijas compensatorias de un futuro que se sostiene como horizonte dueño de una dirección precisa, en las antípodas y como jugando a la contra del relato estético burgués que instrumentaliza el arte según presupuestos de una Paideia basada en la representación normativa y utilitaria de lo humano2, la crónica sucia y pagana de Pedro Lemebel rivaliza con toda vocación pedagógica y estetizante del arte y la literatura , la escritura y la puesta en escena lemebeliana transcurre mostrando las “costuras imperfectas” de la modernización neoliberal puesta en marcha durante el proceso de transición- transaca pactada- del devenir democrático de un chile todavía fantasmal , oligárquico y milico. Los personajes de trama biográfica marginal, profana y popular de las crónicas urbanas surgen de ese “acotado contexto histórico y político”, como un grito de afirmación de las potencias de la imaginación, como efecto de desgarro de las violentas lógicas de subjetivación de un chile anestesiado por la estética docilizante del mercado y el consumo. El texto lemebel surge como un gesto pasoliniano de “resistencia total”, como un decir no radical a las tramas de facticidad del poder que articulan la producción de sensibilidades adormecidas – “en tanto que tecnología sacrificial de crianza de lo humano”- que captura la potencia del viviente y la apertura de la carne en un cuerpo cerrado y dócil3, pero también como radical cuestionamiento del imaginario político moderno que entiende al “pueblo” como un cuerpo sustancial homogéneo y blanqueado que emerge del estado nacional en forma. Más allá de ese repertorio, lo que Lemebel hace aparecer como acontecimiento de su performatividad creativa es la incompatible proliferación de subjetividades, siempre en des-obra con la concepciones identitarias de pueblo como comunidad nacional, en la imaginación explosiva de Lemebel se materializa un “pueblo” Anarquizado, sin Arché, escamoteado, disperso y anónimo “del otro lado de lo popular”, que ya no podrá jamás calzar con el “Pueblo” de Chile y su bandera”4.
“El personal estéreo es un pasaporte en el itinerario de la coña, un viaje intercontinental embotellado en la de pisco para dormirse raja con el coro de voces yanquis que prometen “dis- nai” o esta noche. Y el new- kid vago todavía durmiendo, hamacado en embriaguez por los muslos de madona, descolgándose apenas de los gritos que le taladran la cabeza, que le echan abajo la puerta con un “levántate mierda, que son las doce”( p32).
Y así la vida runfla del caminar a medias, en el filo de una noche zigzagueada por el vacío del siendo a veces nadie, en la esquina o la vereda punga del resonar clandestino de voces en risas psicodélicas, de un pasar a penas por el vértigo sacudido de una existencia a plena intemperie, a pleno sol de verano secando las marchitas posibilidad de los cualquiera que exponen su rostro descubierto y descascarado al ritmo sin pausa de sus sensibilidades y sexualidades proscritas, siempre colgando de una identidad que los modula y los excede a la vez , pero que nunca coincide con sus modos singulares de habitar,que los sustrae lejos de toda tradición o tendencia cultural que los desea listos, lavados y plachados para el azote productivo, como imágenes modeladas por el espectáculo mercantil que los atraviesa, como prótesis mal trechas y azuzadas para el oficio útil que el poder siempre dispone e impone para ellos y que los requiere siempre en forma, como un conjunto coreográfico de cuerpos esculpidos.
Y así el deambular cafiola de la escritura y la imaginación lemebeliana, es una afirmación de negación porfiada e insistente a la hora de suspender o interrogar los golpes que los distintos intersticios de la antropología neoliberal de corte cibernético y securitario no ha dejado de imponer a los efluvios de las potencias de lo vivo y sus modos de habitar el mundo , como una forma de ser en común , más allá de la normalización y del control que los flujos mercantiles del goce del capital van hilvanando en la cerrada geometría de los cuerpos que soberaniza. La ciudad iletrada que la imaginación poética de Lemebel va tejiendo, tiene que ver precisamente con ese movimiento de revuelta cultural y política que su performance herética y erótica va urdiendo con pedazos de palabras, con ritmos ensordecidos, y fugas moleculares de vidas clausuradas, que muestran en la plasticidad de sus movimientos el desesperado intento de des-inscripción del archivo neoliberal y vida neo-fascista que neutraliza la precariedad errante y liminal de su pasear anarquizado que contempla a través del desasosiego de su mirada la mutación radical y veloz del mundo en el que vivimos.
Los cuerpos que habitan las crónicas urbanas de Pedro Lemebel son jóvenes rebeldes y desalojados de toda identidad política que pudiese darles un lugar de sentido a su errático pasar por las cosas que les pasan, desprovistos de la rigidez de una militancia de clase o ideología, que calce con sus vidas desapropiadas y en tránsito, móviles siempre en un estar que puede devenir cualquier cosa según sea el estímulo que movilice por un instante sus deseos en un devenir de relaciones con otros en el habitar. En sus vidas runflas y expropiadas, lo común es siempre una experiencia de emancipación contingente e improvisada, que hace temblar la superficie de la urbe como si “susurraran al oído la existencia de un otro mundo”, y es ese susurro limite y liminal el que sugiere pensar a partir de las políticas afectivas que rondan su escritura una cierta anarquía de los sentidos latiendo fuerte en el corazón de su imaginación creativa, cada vez que esta parece desarticular y suspender toda forma de disciplinamiento corporal que funcionlice la potencias de lo vivo según un patrón normativo de producción y mercantilización general de la existencia, la desprogramación corporal y sensitiva, la alteración del sensorium docilizado y capturado por el mitologema del orden estético- productivo , que sugiere la imaginación lemebeliana se muestra como des-organización del cuerpo amoldado según el régimen de encarnación derivado de las practicas oficiales de la cultura y de cancelación de la experiencia del habitar, y en sintonía con cierta tradición destructiva de la estructura sacrificial de la historia, y hacia una apertura a la felicidad como relación profana con el mundo, y como condición de posibilidad de una forma de vida abierta “al comunismo sucio de los sentidos” que piensa la emancipación humana no como una promesa teológica al final de la historia , sino como presupuesto originario de toda forma de igualdad y felicidad- siempre experimental y transitoria – de los seres humanos en este mundo y sobre esta tierra.
De lo que se trata entonces, es de pensar desde y con la imaginación lemebeliana el “interregno” que abre su escritura como forma de interrupción de los modos soberanos de producción y acumulación, interrupción que tiene un carácter de destrucción improductiva cuando de lo que se trata es de pensar nuevas formas de imaginación an-economicas, esto es, ajenas a toda dimensión policial del orden y a la organización telo-sacrificial de la vida.5
¡El interregno” o la pragmática permanente de una ex – carnación como suspensión del tiempo robado a la vida y a los cuerpos soberanizados por la violencia del capital, surge como vida proliferante y pagana, ( como apuesta siempre por la vida al margen de la ley), de derrames callejeros que en su des-orden involuntario estropea la voluntad programática de inscribir la existencia en la violencia institucional del nomos productivo. De la escritura callejeada de Lemebel emerge, entonces, como figura central de su imaginación rebelde, “la mala cría”, el mal criado, que como vida proliferante, profana y desajustada afirma su existencia en común más allá de todo régimen de producción de humanidad sumisa, haciendo posible una imaginación sin imagen- representación- del ser- en – común-, como la absoluta posibilidad de ser habitado por otros, como experiencia de ser en el mundo con los demás, experiencia que ya siempre está ocurriendo, el comunismo como ya siempre teniendo lugar, no como reflexión, sino como modos de subversión que están contenidos en toda forma de vida. El comunismo sucio de los sentidos atento a la épica menor de las prácticas emancipatorias cotidianas. “Los mal criados” que emergen de las crónicas urbanas de Lemebel, los jóvenes que se derraman en las calles que imagina, no tienen nada, pero habitan, y en ese habitar devienen un común sin guión ni jerarquía, en un vagonear sin prisa la noche y la esquina, para poblarla de risa, música y desdén por el orden que la mezquina patria neoliberal les ofrece. En Lemebel el comunismo sucio y su profano proliferar no tiene que ver con identidades ni políticas minoritarias, sino con una articulación improvisada y contingente de vidas que se cruzan en la esquina, en una performance que des-ordena los sentidos, como un devenir colectivo que siempre está en permanente contaminación con el mundo y la historia, en una historicidad afectiva y efectiva, como prácticas que ya siempre están en acto de producir el común. Así entonces, lo que tenemos en la imaginación política, anarquizada y despabilada de Lemebel es la emergencia sin identidad de sensibilidades y potencias anónimas, descentradas y dispersas; fugas proliferantes- larvas existenciales- que no se acomodan al modelo de “blanquitud” del capitalismo apropiante y “carroñero”, “Irremediablemente perdidos en el itinerario apocalíptico de los bloques, navegando calmos, por el lumperío crepuscular” de su porfiado habitar que siempre los apaña “para amortiguar las faltas económicas con el baboseo de la caja de vino compartida o en el vapor ácido de los pitos que corren en la brasa centella que dinamita la batalla” (p 52).
NOTAS
1 En este caso me refiero a las crónicas de “La esquena es mi corazón”, crónica urbana. Seix Barral. Biblioteca Breve. 1995.
2 Sergio Villalobos Ruminott. La anarquía se los sentidos, el arte ante una nueva mutación antropológica
3 Conversaciones con Gonzalo Díaz Letelier en torno a la teo- carno-politica y la máquina encarnativa en Rodrigo Karmy.
4 Sergio Villalobos Ruminott. La vida imitada. Narrativa performance y visualidad en pedro lemebel. Editado por Fernando A. Blanco. Iberoamérica Vervuert. 2020
5Sergio Villalobos Ruminott. Soberanía en suspenso. La cebra editorial. 2013
Miguel Ángel Hermosilla Garrido es Profesor de filosofía y magister en literatura