Gilles Deleuze introduce su ensayo sobre la primera parte de la Crítica del juicio de Kant: “La idea de génesis en la estética de Kant”, esbozando los diversos puntos de vista que informan los escritos de Kant sobre la experiencia estética. Por ejemplo, el juicio del gusto propone una estética del espectador, mientras que la teoría del genio da cuenta de la estética desde el punto de vista del creador. Kant también propone una estética de lo bello en la naturaleza y una estética de lo bello en las obras de arte. Además, la experiencia estética se percibe unas veces a través de la forma de un objeto y otras a través de la relación entre la materia sensible y la Idea. Deleuze continúa diciendo que hay que dar cuenta de estos puntos de vista, junto con las “transiciones necesarias” entre cada uno de ellos, para establecer la unidad sistemática de la Crítica del Juicio. Además, subraya la importancia de explicar la estructura organizativa de la obra: la Analítica de lo bello dividida por la Analítica de lo sublime, con la teoría del arte y del genio al final.
La Crítica del Juicio es la última de las tres críticas de Kant. En el pensamiento de las dos primeras subyace lo que Deleuze denomina la doctrina de las facultades. Se trata de la idea de que nuestro conocimiento y nuestra moralidad son producto de nuestras facultades: entendimiento, razón e imaginación, que trabajan juntas en una compleja armonía, bajo el control legislativo de una de ellas. Sin embargo, aparece una crítica fundamental, casi contemporánea, y es que Kant presupone esta relación armónica entre las facultades y extrapola la estructura de su relación a partir de ahí. Esto significa que no muestra cómo se produce esta relación armónica entre las facultades, es decir, cuál es la génesis de este acuerdo en nosotros, como experiencia real en el aquí y ahora.
En su ensayo, Deleuze afirma que la Crítica del Juicio anticipa esta crítica, a través de su rastreo de tres génesis de la experiencia estética, en su construcción del juicio de belleza. Para descubrir estos momentos de génesis en la obra de Kant, Deleuze lleva a cabo un proceso similar de rastreo. El ensayo de Deleuze sigue la estructura esencial de la primera parte de la Crítica del Juicio; que conduce de una estética puramente formal de lo bello, a lo que Deleuze llama una “metaestética de los contenidos, el color y los sonidos”. La primera no puede hacer más que describir el funcionamiento de un juicio de gusto, mientras que la segunda conduce a una génesis del sentido de la belleza en la naturaleza, desde el punto de vista del espectador, y en el arte, desde el punto de vista del artista.
El trazado de Deleuze esboza las mismas estructuras de experiencia estética que sigue Kant, pero con un resultado diferente. Para Kant, su solución al problema de la génesis completa la línea de desarrollo puesta en marcha por las críticas anteriores. Para Deleuze hace más que esto, les proporciona un fundamento, uno que hace posibles sus estructuras legislativas, y que establece un “destino suprasensible de nuestras facultades… como el verdadero corazón de nuestro ser”. En este ensayo emprenderé un proceso de rastreo similar al de Deleuze; rastreo su rastreo de la búsqueda de la génesis de Kant, pero con el objetivo de clarificación, es decir, un esquema claro y distinto, más que una nueva dimensión.
La Analítica de lo Bello I – el problema descrito
Deleuze, siguiendo a Kant, examina primero la estructura de un juicio de gusto, es decir, cuando decimos “esto es bello”. Define un juicio de gusto como la expresión de un “acuerdo de dos facultades en el espectador”; la facultad de la imaginación y la facultad del entendimiento. La idea de acuerdo implica una relación armónica entre ambas. Puesto que expresa una relación entre dos de nuestras facultades, un juicio de gusto es subjetivo; pero también es objetivo, esperamos que los demás compartan nuestro juicio. En el acuerdo entre nuestras facultades, el entendimiento no tiene ninguna función conceptualizadora, sino que, como indeterminado, confiere un sentido de legalidad a la aparente objetividad del juicio. La imaginación, sin un concepto que la limite, se dedica a reflejar libremente la forma del objeto, al tiempo que coincide con el entendimiento en cuanto a la universalidad del juicio.
Por tanto, en un juicio de gusto “una imaginación libre está de acuerdo con un entendimiento indeterminado“. Este acuerdo da lugar a una sensación de placer; no hay conceptos implicados en el juicio, por lo que el acuerdo sólo puede sentirse. El sentimiento de placer es una expresión de la universalidad objetiva del juicio de gusto, así es como se comparte. Como es universal, existe la expectativa de que los demás compartan el mismo sentimiento de placer ante lo bello. Por lo tanto, un juicio de gusto “comienza sólo con el placer, pero no deriva de él”.
La idea de un acuerdo entre nuestras facultades es constante en las tres Críticas de Kant. Estas facultades -entendimiento [Verstand], razón [Vernunft], imaginación [Vorstellung]– difieren en su naturaleza y, sin embargo, se piensa que funcionan armónicamente. En las dos primeras Críticas, la armonía se logra bajo la dirección de una de las facultades. En la Crítica de la razón pura es el entendimiento el que dirige la imaginación y la razón con un fin especulativo. En la Crítica de la razón práctica es la facultad de la razón la que dirige el entendimiento con un fin práctico. Sin embargo, esta teoría de las permutaciones, que ordena las interacciones de las facultades, conduce a un problema. Para que puedan entrar en tales acuerdos determinados, primero deben ser capaces de acuerdos libres y espontáneos; “sin legislación, sin propósito”. Por tanto, el ejemplo del acuerdo libre e indeterminado de las facultades, dado en un juicio de gusto, debe ser el fundamento de todos los juicios.
La relación entre las facultades, en las dos primeras Críticas, se caracteriza por su sumisión a tipos particulares de objetos, bajo la dirección de una facultad dominante para un fin determinado. En la Crítica del juicio, el juicio del gusto no tiene ningún interés en la existencia de un objeto, es completamente desinteresado; además, al no estar dirigido por ninguna de las facultades, carece de finalidad. La facultad de la imaginación, liberada del control del entendimiento y de la razón, en lugar de convertirse en legisladora de ellos, señala que también ellos deben liberarse. El resultado de esto es que un juicio de gusto libera al espectador en lo que Deleuze llama un “nuevo elemento”, en el que nuestra relación con los objetos que encontramos es un acuerdo contingente con todas nuestras facultades juntas, en lugar de una sumisión necesaria a una de ellas. Junto a lo cual nuestras facultades tienen una armonía libre e indeterminada entre sí. En un juicio de gusto tenemos una libertad recién descubierta en nuestro trato con el objeto que tenemos inmediatamente delante.
Cada uno de estos acuerdos de las facultades define lo que Kant llama un sentido común, un “acuerdo a priori de las facultades juntas”. Como a priori, el sentido común nos obliga a aceptar la objetividad universal de sus juicios de derecho. En consecuencia, la existencia de un sentido común estético significa que un juicio de gusto puede pretender la misma universalidad y necesidad: “juzgamos duramente a quien dice: no me gusta Bach, prefiero Massenet a Mozart”.
La cuestión que se plantea entonces es la naturaleza de este sentido común estético: ¿de dónde procede su universalidad? La respuesta a esta pregunta puede ser lógica o práctica. Sin embargo, ninguna de las dos vías está abierta para el sentido común estético, debido a su naturaleza desinteresada y sin propósito. Esto significa que sólo puede presumirse. Pero ésta es una solución insatisfactoria; si el sentido común estético promete explicar por qué “nuestras facultades son diferentes por naturaleza, [y sin embargo] siguen entrando espontáneamente en una relación armoniosa”, no basta con presumir tal concordancia, hay que mostrar cómo se produce en nosotros.
En este punto termina la primera parte de la Analítica de lo bello. Ha expuesto la estructura del juicio de gusto desde el punto de vista del espectador, descubriendo el libre acuerdo de las facultades, en el centro del cual está el reflejo de la imaginación sobre la forma del objeto. Pero también descubre un problema. El libre acuerdo de las facultades en un juicio de gusto debe ser el fundamento de todos los acuerdos entre las facultades y, por tanto, de todos los juicios a priori. No basta con suponer tal acuerdo, sino que su génesis debe rastrearse ahora directamente desde la experiencia estética
Lo sublime – esbozo de génesis
La primera parte de la Analítica de lo bello descubre el acuerdo libre e indeterminado de las facultades en un juicio de gusto, pero no puede ir más allá, dejándonos con la pregunta aún sin respuesta de Deleuze: “¿de dónde procede el libre acuerdo indeterminado entre las facultades?”. Esta pregunta interroga sobre la génesis del libre acuerdo entre las facultades. Para responder a la pregunta de Deleuze, la facultad de la razón entra en juego en la Analítica de lo sublime.
Hasta ahora, la razón no ha desempeñado ningún papel en la formación de un juicio estético. Su aparición aquí responde a nuestra confrontación con las condiciones de falta de forma y deformidad de la Naturaleza. Experimentamos lo Sublime como el sentimiento negativo/positivo que tenemos ante “el inmenso océano, los cielos infinitos”. El tamaño y la escala de éstos superan la capacidad de reflexión de la imaginación; puede aprehender, es decir, captar lo que hay allí, pero no puede comprender su falta de forma, no puede comprenderlo en su totalidad. Así pues, la imaginación se topa con el mundo sensible como una barrera, un límite a su capacidad de reflexión.
Así pues, asociamos esta experiencia de lo sublime a la naturaleza sensible, es decir, al océano o al cielo tal como aparecen; pero se trata de una asociación sólo por proyección. La verdadera fuente de esta limitación es la razón, la facultad que nos hace mirar más allá de la experiencia, hacia las Ideas; conceptos sin intuiciones. Como tal, la razón, en respuesta a la naturaleza sin forma, entra en un acuerdo espontáneo con la imaginación, pero es un acuerdo caracterizado por la discordia. La razón impulsa a la imaginación a utilizar sus poderes de reflexión para unificar la intuición del mundo sensible con una Idea de la razón, pero como el mundo sensible carece de forma, es incapaz de hacerlo. Así, la imaginación se enfrenta al límite de su poder y, al mismo tiempo, a la mayor fuerza de la razón.
Sin embargo, como dice Deleuze, “en el corazón de esta discordia nace un acuerdo”, es decir, este conflicto es la génesis de su libre acuerdo, en la medida en que ambos se dirigen más allá de lo sensible. La razón confronta a la imaginación con el límite de su poder, mientras que la imaginación despierta a la razón como la facultad capaz de conceptualizar un “sustrato supersensible” del mundo sensible, es decir, las ideas de la razón. La imaginación, mediante la violencia de la razón, se eleva a una “función trascendental”, cuyo objeto es su propio límite. Al intentar dar sentido al objeto informe, la imaginación sólo puede reflejar la inaccesibilidad de la Idea infinita de la razón, que proyecta sobre la naturaleza.
Así, por un momento, se dejan de lado las barreras de lo sensible, que definen el límite de la imaginación. La imaginación se siente ilimitada en esta “presentación negativa” de lo infinito. Es negativa porque la imaginación sólo puede representarse a sí misma la inaccesibilidad de lo infinito, a pesar de lo cual sigue “expandiendo el alma”. Al igual que la razón, descubre un destino más allá de lo sensible, es decir, un destino moral. Esto lleva a Kant a indicar que el sentido de lo sublime, a diferencia del sentido de lo bello, es “inseparable de un punto de vista culto”. Mientras que la persona no refinada “sólo ve dolor, peligro y miseria” en las fuerzas de la naturaleza, la persona culta es capaz de proyectar el placer de la dolorosa armonía de sus facultades sobre la discordia informe que tiene ante sí, como prueba de fuerzas superiores en acción.
Lo sublime se engendra en el libre acuerdo espontáneo de las facultades de la razón y la imaginación; un acuerdo caracterizado por la incapacidad de la imaginación para esquematizar la Idea de la razón, un concepto sin intuición. Esta dolorosa armonía, derivada de la naturaleza sin forma, esboza un modelo para la génesis del libre acuerdo entre las facultades en un juicio de gusto, en el que la facultad de la razón desempeña un papel central. Como tal, es una actividad que amplía nuestro sentido de lo que tenemos ante nosotros, haciéndonos pensar más allá de la inmediatez de lo dado. En nuestra experiencia de lo sublime, este pensamiento no encuentra acomodo y, por tanto, su resultado es negativo. El reto consiste ahora en buscar un resultado positivo del pensamiento, que se engendre en un juicio de gusto.
La Analítica de lo Bello II – una génesis trascendental
La Analítica de la Belleza se reanuda; Deleuze se pregunta si el ejemplo de la génesis de lo sublime, en la interacción libre y espontánea de la razón y la imaginación, cada una empujando a la otra hasta su límite, puede adaptarse para descubrir un principio similar para la génesis del sentido de lo bello en nosotros mismos. Un juicio de gusto es en parte subjetivo, derivado del libre acuerdo de la imaginación y el entendimiento, y el consiguiente sentimiento de placer, pero también es objetivo, la imaginación refleja un objeto natural. Esto significa que el principio para la génesis del libre acuerdo a priori entre la imaginación y el entendimiento, como un ir más allá de lo dado, es decir, trascendental, debe ser también uno que incorpore una relación hacia la naturaleza. Por tanto, la deducción del juicio estético comienza con la deducción de la relación entre un juicio estético y la naturaleza.
Somos capaces de sentir placer por las cosas naturales, es decir, las encontramos bellas; experimentamos la armonía libre y espontánea de nuestra imaginación y entendimiento en respuesta a las producciones de la naturaleza. A diferencia de la experiencia de lo sublime, la experiencia de la naturaleza es positiva, somos capaces de reflejar la forma del objeto natural. Este sentimiento interno de belleza nos da una sensación de finalidad en esta relación entre nuestras facultades y la naturaleza. Pero sería un error confundir este sentimiento con una finalidad para la naturaleza o para la belleza. Deleuze dice que el acuerdo entre nuestro sentido de la belleza y la naturaleza es especial; carece de objetivo, no tiene propósito. Tanto nuestras facultades como la naturaleza se limitan a obedecer sus propias leyes. Lo que vemos en los productos de la naturaleza, es decir, los accidentes de la naturaleza, es la aptitud que ésta tiene para producir formas bellas, sobre las que podemos reflexionar. La relación subjetiva entre nuestras facultades y los objetos naturales es puramente contingente y no necesaria: sucede que la naturaleza tiene la capacidad de producir cosas que nos parecen bellas. Nuestra experiencia de la belleza natural es desinteresada; sin embargo, hay un sentimiento de finalidad que acompaña al acuerdo entre nuestras facultades y los objetos de la naturaleza. Más que una finalidad para la belleza o para la naturaleza, la idea de este acuerdo define una finalidad para la razón, es decir, “una finalidad racional relacionada con lo bello”.
“El placer estético es desinteresado, pero sentimos un propósito racional cuando las producciones de la naturaleza concuerdan con nuestro placer desinteresado”.
El interés o finalidad de la razón trabaja para dar a las Ideas una realidad objetiva, es decir, en este caso, busca momentos en los que pueda manifestarse un acuerdo entre la naturaleza y nuestro placer desinteresado. Lo hace conectando sintéticamente la idea del acuerdo sin finalidad, entre nuestras facultades y la naturaleza, al juicio de belleza. Como es exterior al acuerdo de las facultades, este fin de la razón no forma parte del juicio estético. En consecuencia, es la razón la que ve en el acuerdo sin meta un principio por el que asegura la génesis de un acuerdo libre indeterminado, entre el entendimiento y la imaginación.
La cuestión que se plantea entonces es cómo se actualiza esta relación. El propósito de la razón relacionado con lo bello tiene que ver con lo que lo bello, como desinteresado, es indiferente, “los materiales libres de la naturaleza”; el color, los sonidos; el color de las flores, los sonidos de los pájaros. Éstos escapan a la reflexión formal de la imaginación, que no se interesa por la existencia de la materia sensible. Cuando nos encontramos con una flor, podemos juzgarla bella por su forma, es un juicio estético. También podemos fijarnos en su color como concepto empírico, que nos permite decir lo que es, por ejemplo, un “lirio blanco”; un juicio sintético. Pero el color también nos hace pensar; podemos relacionar el color de la flor con un concepto completamente distinto, una Idea de la razón, un concepto para el que no tenemos intuición. En cambio, la imaginación detecta una semejanza por analogía entre la forma del concepto original del color, es decir, la blancura de la flor, y este nuevo concepto.
“El lirio blanco ya no se relaciona simplemente con los conceptos de color y flor, sino que despierta la Idea de la inocencia pura, cuyo objeto, que nunca se da, es un análogo reflexivo del blanco en la flor de lis”.
Las Ideas de la razón son, pues, “objeto de una presentación indirecta en los materiales libres de la naturaleza”. Esta presentación indirecta se denomina simbolismo, y es la finalidad efectiva de la belleza, que Deleuze denomina juicio metaestético.
Por consiguiente, en un juicio de gusto dirigido a la naturaleza, el entendimiento se hace indeterminado y la imaginación se hace libre por el propósito de la razón, que a su vez se libera a sí misma. El entendimiento se hace indeterminado, es decir, libre de su función conceptualizadora, al extender la razón sus conceptos hasta el infinito. La imaginación se libera de su función esquematizadora, al darle la razón la libertad de reflejar la forma de un objeto sin intuición, es decir, sin el control del entendimiento. Todos encuentran un foco compartido, la fuente de su armonía, su sentido común, en la “unidad suprasensible de todas las facultades”, más allá de lo que aparece, que es el alma: “el principio vivificador que “anima” cada facultad”. Deleuze lo resume así:
“Los materiales libres de la naturaleza sensible simbolizan las Ideas de la razón; y de este modo permiten al entendimiento expandirse, a la imaginación liberarse. El interés de lo bello da testimonio de una unidad suprasensible de todas nuestras facultades, de un ‘punto focal en lo suprasensible’, del que fluye su libre acuerdo formal o su armonía subjetiva.”
Así pues, es en la “seducción del juicio estético”, es decir, en la conexión de lo bello con las Ideas de la razón, donde se produce una génesis del libre acuerdo del entendimiento y la imaginación; explicando lo que la Analítica de lo Bello no pudo.
Genio – la comunicación del génesis
Deleuze dice que “el tema de la presentación de las Ideas en la naturaleza sensible es fundamental en la obra de Kant”. Estas presentaciones se hacen de varias maneras: en lo Sublime se proyecta sobre la naturaleza la inaccesibilidad de la Idea de la razón. En la finalidad racional vinculada a la belleza, los “materiales libres de la naturaleza” (sonidos, colores, etc.) simbolizan las Ideas de la razón. Sin embargo, esto plantea un problema: si la razón es la clave para un acuerdo a priori de las facultades, entonces tenemos que preguntarnos bajo qué condición tiene lugar este acuerdo. La respuesta es bajo la condición de que el acuerdo se produzca en respuesta a la naturaleza. Esto significa que el principio metaestético de la razón vinculado a lo bello no da cuenta del sentimiento de belleza que tenemos ante las obras de arte. Por lo tanto, se necesita otro principio para dar cuenta de un juicio de gusto en relación con las obras de arte.
Esto se encuentra en el principio metaestético del Genio. El interés de la razón es la autoridad por la que la naturaleza dota al juicio de una regla, el genio es la disposición subjetiva por la que la naturaleza (como en un “don de la naturaleza”) dota al arte de reglas. “El genio proporciona los materiales con los que el sujeto al que inspira produce bellas obras de arte”. Lo que el genio presenta son Ideas estéticas, intuiciones sin conceptos, una intuición de una naturaleza distinta de la naturaleza que nos es dada. Crea una naturaleza en la que los fenómenos son acontecimientos no mediados del espíritu; el amor, la muerte, el “reino de los bienaventurados”, dotados de un cuerpo y una dimensión. Así pues, “el genio es la originalidad ejemplar de las dotes naturales de un sujeto en el libre uso de las facultades cognoscitivas”, es decir, el entendimiento y la intuición.
Las Ideas estéticas del Genio son intuiciones sin conceptos, se unen a las Ideas de la razón, conceptos sin intuiciones. “La Idea racional contiene algo inexpresable, pero la Idea estética expresa lo inexpresable, mediante la creación de una naturaleza otra”. Al igual que el proceso de simbolización, la Idea estética nos hace pensar, ampliando los conceptos del entendimiento y liberando la imaginación de las restricciones legislativas del entendimiento. Así, la teoría del Genio tiende un puente entre lo bello de la naturaleza y lo bello del arte.
Sin embargo, esta conexión no es totalmente simétrica, ya que en el caso del genio “dejamos atrás el punto de vista del espectador”. Esto significa que la génesis, la liberación de la imaginación y la ampliación del entendimiento, se produce primero en el artista. A continuación, el genio, en una “intersubjetividad excepcional”, llama a otros genios para que nazcan, una llamada que puede quedar sin respuesta durante largos periodos de tiempo. Así, el genio crea y da ejemplo. En lo primero exhibe su gran “diformidad”, su falta de conformidad, al crear tanto la Idea como la materia con la que se realiza la obra de arte. En el segundo, mientras la llamada del genio espera ser atendida, sus ejemplos, en las obras de arte que produce, inspiran a los imitadores, dan lugar a los espectadores, creando juicios de gusto por doquier.
“Así que no estamos simplemente en el desierto mientras la llamada del genio queda sin respuesta por parte de otro genio: hombres y mujeres de gusto, estudiantes y aficionados llenan el espacio entre dos genios y ayudan a pasar el tiempo”.
La génesis se origina en el genio, pero luego adquiere un valor universal, que engendra una génesis del acuerdo de las facultades en el espectador.
Conclusión – génesis unificada
La investigación de Deleuze sobre la Crítica del Juicio descubre tres génesis paralelas, es decir, momentos en los que se actualiza el acuerdo entre las facultades:
Lo Sublime; génesis en el acuerdo discordante de la razón y la imaginación, desde el punto de vista del espectador.
Propósito racional relacionado con lo bello, génesis del acuerdo del entendimiento y la imaginación, según lo bello en la naturaleza, desde el punto de vista del espectador.
El genio, una génesis en la concordancia del entendimiento y la imaginación, concordancia según lo bello en el arte desde el punto de vista del artista.
Cada génesis se produce en el momento en que las facultades encuentran un foco más allá de lo que aparece, es decir, en la presentación metaestética de las Ideas. Su desvelamiento indica el libre acuerdo entre las facultades como fundamento último de las Críticas, en las que cada una asume su identidad “primigenia”, libre de los deberes legislativos de las dos primeras críticas:
“Una imaginación primigenia libre que no puede contentarse con esquematizar bajo las limitaciones del entendimiento; un entendimiento primigenio ilimitado que aún no se doblega bajo el peso especulativo de sus conceptos determinados… ; una razón primigenia que aún no ha desarrollado el gusto por mandar, pero que se libera cuando libera las demás facultades”
Por último, Deleuze da cuenta de la estructura sistemática de la Crítica del juicio como una en la que las tres génesis están unificadas, cada una de las cuales se sigue de la otra. La Analítica de lo bello sólo puede mostrar la necesidad de dar cuenta de la génesis del libre acuerdo entre las facultades. Un ejemplo de génesis se da entonces en la experiencia subjetiva de lo sublime, que nos empuja hacia una experiencia finalmente negativa de lo infinito. Una génesis positiva se asegura a través de la finalidad metaestética de la razón conectada con lo bello, a través de los materiales libres de la naturaleza. La capacidad de la naturaleza para producir cosas bellas despierta el interés de la razón, y con ello “amplía el entendimiento y libera la imaginación”, en una génesis de acuerdo libre e indeterminado entre ambas. Estas experiencias estéticas son puramente desde el punto de vista del espectador. La belleza en la obra de arte se percibe desde el punto de vista del artista. Es el principio metaestético del genio el que hace que las facultades se pongan de acuerdo en relación con las Ideas estéticas de una obra de arte; al tiempo que confiere a este acuerdo un “valor universal”, que puede a su vez comunicarse a las facultades del espectador, una tercera génesis del acuerdo.
REFERENCIAS
Gilles Deleuze: Islas desiertas y otros textos 1953-74, 2004 Semiotext(e), pp. 56-71.
Derek Hampson es artista y escritor. Su principal área de interés es explorar las conexiones entre la pintura figurativa y aspectos de la filosofía continental. Página web: http://www.derekhampson.com
Fuente: Epoché, N°31 May 2020