“Tal vez, un poema quiera ser entendido/extendido como oscuridad, como oscuridad del poema, vale decir, como la puesta en duda de cualquier posibilidad de existencia”1
Cuando el movimiento de las palabras retumba hacia el afuera de la lengua y todo lo familiar resulta una angustia radical, desconocida e “inquietante”, entonces el “lugar” de la escritura podría ser pensada topológicamente, es decir como “lugar” que “no tiene lugar” en la representación cartográfica que el poder define según la racionalidad antropologizante de la lengua imperial.
La escritura de Leyla, al igual que “los sueños” en Freud, es una “zona” que no tienen un espacio definido en el imaginario vigilado de la incandescencia de la razón, más bien, es una topos de resistencia, un no lugar que atraviesa los mapas iluminados de la utopía moderna y su euforia teológico-policial personalizada.
“Me comieron la lengua los ratones y por un periodo más o menos largo no hable”. Todo pasa directo por mi boca, todo sale directo también, malditos ratones corpulentos, malditos ratones feroces. Nadie pudo salvarme de ellos, nadie puede contenerme dentro de estas condiciones. No me ha quedado más que un lápiz al que doy forma de lengua y con eso escribo, con una lengua generosa que no se seca jamás, y con eso amo, con un lápiz que chorrea sanguinario mi humedal” 2.
La experiencia de palabras que se despliegan en la constelación general de la escritura de Leyla Selman resulta “monstruosa”3. “Lo inquietante” en su imaginación creativa resulta ser el pliegue constitutivo de su expresión poética. Lo ominoso como la exteriorización horrorosa de fuerzas insospechadas- “como torrentes rumorosos que pueblan el bosque de susurros”- se desatan de algún rincón imprevisto, de una re-presión que siempre vuelve, que se actualiza en la potencia de su imaginación creativa. Me interesa enfatizar que las olas que susurran en la lengua de Leyla siempre constituyen un hacerse lugar para habitar con lo ex –traño, con lo clandestino que oculta la letra anasémica del decir de la infancia y sus intensidades oníricas, como experiencia donde la “conciencia” yace y emerge atravesada de vida y muerte:“Malditos ratones, nadie pudo salvarme de ellos”. “La niña viajera, la más viajera de todos, nunca imagino viajar, imaginaba otras cosas: besar, lamer, mirar, besar, chupar, oler. Ningún conocido era el rio de sus sueños”4.
Un desosegante espectral que supura un horror angustioso, pero que también alerta sobre una cifra que resiste esa misma angustia, y que ya no calaza con “la niebla que vela el clima de sus montes”.
Las operaciones de escritura de Leyla se instalan como marcas gráficas movilizadas por el inconsciente; topologías de fuga que se des-inscriben de la violenta identidad del logos y abren una indeterminación; una escena imaginal fuera de control, hacia el desmoronamiento de la escritura centrada en illo tempore de la continua intencionalidad de la conciencia. La comicidad que portan el ritmo profano del gesto an-egológico de la escritura de Leyla, interrumpe la linealidad excepcional de la lengua burguesa y los signos que el poder y el falo-capital traen consigo: “Cabeza de animal, algún día tendrás que morir, no quisiera darte espacio aquí porque afuera lo tienes todo; La tierra, las cosas, las almas. ¡Cabeza de animal te reto a duelo! En el pueblo de plegaria nos vemos”.5
Las alegorías rotas y dispersas que revolotean en la marea imparable de la lengua bifurcada de Leyla, que hurga y busca lo impensado para resistir desde en un giro de expresiones otras- en un alfabeto exote, exilico -que “nada dice cuando nombra”, en un decir que siempre excede las posibilidades de la propia subversión de las palabras que escriben su texto, escabullendo las representaciones opresivas que las tecnologías del deseo organizan en el exterior como realización de obra. El excedente des-obrante del texto en la escritura de Leyla Selman, la huelga general de sus palabras, no dicen, oscurecen, impugnan y desfiguran los sentido prefijados por la norma identitaria de la tiranía del autor, en el diagrama dislocado de sus letras se enhebran todas las posibilidades incumplidas a medias: a medias el dolor de un pueblo que olvida, a medias la memoria de-gastada de los que no saben recordar para seguir viviendo, a medias y en el medio, las mujeres que ya no pueden escribir y “usan” su “lengua generosa” para imaginar pueblos en la materialidad vibrante de su golpeada existencia, en el medio y siempre en desistencia, las quebradas vidas que resbalan página abajo el temblor irreductible de su inercial y olvidada biografía, en el revés de una lengua que aun los sostiene en el porfiado arrojo de su experiencia: “ escribo sin miedo a las palabras, sin actuar las palabras, sin pudor las palabras, sin asco, las. .6
Los lugares de pérdida que pueblan la escritura de Leyla, parecen ser un gesto de suelta irreverencia; de “pura violencia” en desacato que interrumpen, en la micropolítica de su revuelta poética la máquina de lo mismo; el triunfalismo neoliberal y su repertorio de goce extraviado, en el éxodo maniático de vidas atravesadas por la culpa y el aislamiento, mimetizadas todas en la soledad sacrificial del mercado unificante que chorrea líquidos sus cuerpos en la metamorfosis de la misma economía de muerte, en la misma balada fantasmal que los oprime.
En Plegarias y Cochabamba7, los cuerpos vienen a nacer de nuevo, pero es solo un lugar de paso, solo el re- nacer por un instante la felicidad de los pueblos, solo el despertar intempestivo de un común que no tiene lugar definitivo, solo una topología imaginal irreductible del pasar por las cosas que nos pasan. En Plegarias desaparece lo propio, no es una región utópica, pues, la ilusión utópica es parte del mercado lineal de la existencia individual, que destruye la felicidad errante y material que los nadie crean y habitan en la fugacidad común de sus desarropadas vidas .En Plegarias, los pueblos se reúnen para interrumpir la fatiga inanes de los días, para echar a andar la potencia imaginal de ser libres y cualquiera , “la libertad de ser cualquier cosa” sin “cabeza de animal “que los subyugue bajo el guion engañoso del futuro emancipado. . No hay futuro en Plegarias, pues el futuro es la felicidad de la soberanía, la dicha de la una vida domesticada en la estrecha partitura de la inercia dormida del gobierno de los cuerpos. En Cochabamba y en Plegarias, como en la revuelta, las vidas aparecen del otro lado de la cárcel de la piedad teológica que las envuelve en un tiempo uno, y vuelven a nacer ahora sin dios y sin nómos, en la intensidad de un presente abierto que zarandea la historia con los ritmos menores de una singular “vida activa a punto de estallar”.
“Cochabamba no está tan lejos de aquí, en Cochabamba veneran la tristeza, esa es la verdadera fuerza de la alegría. Viva la libertad de ser cualquier cosa”8.
Como en Plegarias, todas las voces que componen el canto de la sinfónica ar-madura textual de Leyla, remiten a la plasticidad insurgente de estar en el mundo con todos los animales que pueblan los espacios que imagina para habitar, sus “regiones”, sus “zonas”, son a la vez contra lugares, inubicables en la identidad que el poder traza para determinarlos. El delirio rebelde de sus letras renuncia a cualquier intento monumental de representación como comunidad ideal que busca algún tipo de redención, en los lugares que imagina para estar, los solfeos de la existencia se agitan sin cesar, pues, en Plegaria se ríe, se lucha, se llora, se inventa, se crea, se canta, se pliegan los afectos a los cuerpos que allí se encuentran, no están clausurados los abismos de la embriaguez y el hechizo para confrontar los avatares de nuestras tragedias, sin religión ni estado que nos devuelva “el miedo que experimenta la humanidad en su lucidez”.
De plegarias y Cochabamba, se entra y sale como de los sueños, se abandona uno mismo en la aventura de desaparecer y pensarse en otro lado circulado de vuelos. Sin trascendencia se va y viene de Plegarias y Cochabamba, el mundo inventado en esos pliegues no obedece la regla metafísica de un más allá y la voluntad de gobierno que oprime y redime, es pura inmanencia que se inscribe en la fragilidad de un acontecer siempre an-arquico, acéfalo, sin dios, sin absolución ni condena:
“En Cochabamba están mis hijos y tres hombres para visitar, abrazar y dejarles algo cuando puedo, a veces las cosas van bien, a veces no tanto.
El abismo me llama, me ha pedido, cuidado ya no tuve, sabiendo que dios no existe de los hombres alados, no ángeles, no demonios. Pero hoy solo pienso en volar, a modo de hembra perdida, volar sobre ese río, pero hoy el cielo se ha revuelto, y no hay culpa, apenas un modesto silencio”.9
Y aquí, la afirmación de cualquier posibilidad de existencia, a contra pelo del epígrafe, el poema se le ilumina, se entiende- extiende como una experiencia rota que se derrama en la página cuando vuela y calla por el abismo sin logos de la rebelión del cielo. Dios murió en Plegarias también, y se vive así, sin el hipopótamo sagrado de la ley, se respira con la dignidad y la justicia de la nada, en el horizonte descentrado de la eternidad que lo pario.
Sigo viajando por los recovecos de estos pueblos inventados por Leyla, me cruzo poblado de risas por sus jardines sin edén ni paraíso, la mimesis aquí está de sobra, en estos senderos resquebrajados sin gloria, no se obedece, todo fluye en el abierto, en el corazón abierto de lo animal, todo deviene intensidad en la eternidad del instante político de hacer de la felicidad un fragmento alado de dicha en la erotizada superficie inmanente de esta tierra.
Para Leyla Selman. Mujer, Actriz, poeta y dramaturga de Concepción.
NOTAS
1 Carolina Pezoa en su reflexión sobre la escritura del poeta alemán Paul Celan.
2 Leyla Selman. Cochabamba ya tiene mar. Ediciones Lar. Literatura americana reunida.
3 Léase aquí lo monstruoso como el Unheimliche, como aquello que asusta, aquello que angustia en general, lo que se encuentra afuera de los dominios de lo común o familiar. Lo no- familiar- desconocido-, extrañamente inquietante. “Averroes el inquietante”. “Das Unheimliche”. Jean – Baptiste Brenet. E. Metales Pesados.
4Leyla Selman. Op-cit.
5 Leyla Selman. Op cit.
6 Leyla Selman. Op cit.
7 Las potencias imagínales que pueblan la escritura de Leyla.
8 Leyla Selman. Op cit.
9 Leyla Selman. Op cit.