Mauro Salazar J. / Buenos Aires bajo las máscaras del 900

Estética, Filosofía, Política

La ciudad se ha enamorado de rufianes. Roberto Arlt



En 1920 Buenos Aires devino en un bullicio con afanes futuristas. Un universo visual donde todo era igual a París. Una pampa adulterada por el centro y la modernidad, donde tranvías, automóviles y rascacielos, prometían desterrar suburbios, candombes y conventillos. La erradicación de lo grotesco era una forma de desmantelar la intervención de Armando Discépolo.


En la segunda década del XX se abrió una vocación de ciudad, extasiada de perspectivas geométricas, avenidas napoleónicas y diagonales modernizantes donde el tiempo parecía detenerse en las fotografías de Horacio Coppola (Gorelik, 1995). Coppola, representante del viajero argentino de vanguardia, fue al continente a buscar su propia voz, su carácter, su infinita rareza. Su lugar extraño en el mundo moderno. En qué reside esa extrañeza del 1920 -dirá Damián Tabarovsky-Quizá, convocando a Borges, “el nacionalista argentino es un turista en su propio país, es el que mira lo que se llamaba y se llama la vida del interior como si fuera un secreto cifrado de la nacionalidad”. De retorno de Europa (1921), ante la entrañable pérdida de sentido, el escritor tomaba distancia de la visualidad “modernólatra de las vanguardias”, y publicaba un pequeño volumen sobre Evaristo Carriego, poeta popular del Palermo de principios del 900’.


El autor de El Aleph (1945), quedó horrorizado de tanta decadencia que nunca olvido al poeta Carriego -alma del arrabal- y su mapa de palabras abundó en términos como “suburbio”, “orillas” “filo”, “afueras” y orillas, zona indecidible entre ciudad y campo. Para Borges, el tango tampoco era la música natural de los barrios de Buenos Aires, sino de orillas vitales. Lo más representativo sería la milonga como un infinito saludo narrativo que, sin apuros, duelos, ni las provocaciones de El Lunfardo, comprometía los verdores del Sur. Tampoco era posible decir barrios. La crisis económica de la “Década Infame” (años 30) y el golpe militar puso fin al optimismo metropolitano.


En los afanes de identidad nacional (Construcción de Estado) a comienzos del Novecento había ocurrido el aluvión del progreso y se activó una furia homofóbica que diagramó un proyecto que buscaba alcanzar un “parecido de familia” con la cultura francesa y erradicar las plagas del tango napolitano. La tarea de administración e institucionalización, abrazaba una “economía de los cuerpos” como base de la unidad nacional para consagrar el Estado federativo y alcanzar el archivo moderno. Tales pretensiones patrióticas, más el frenesí del “sublime industrial”, se vieron opacadas por la resaca urbana del Novecento que desnudó una ciudad atribulada, pasmosa, confinada a la pérdida del sentido en “rostros desfigurados” y “transeúntes innombrables” -que no cedían a los significantes de la técnica. Beatriz Sarlo quiso salvar la situación, con la creativa expresión de “criollismo urbano de vanguardia”. Tampoco fue posible una semántica mediadora.


La inmigración exacerbó una proliferación de dialectos –abismosidad- que abundó en préstamos de palabras, neologismos, arcaísmos, tecnicismos, extranjerismos, barbarismos, lenguas cultas, literarias y populares. Las “interferencias lingüísticas” abrieron una lengua desgarrada e inestable que precipitó una inminente “tragedia idiomática” que amenazaba la conformación del Estado-nación. Hay que decirlo, en la unidad o fragmentación de la lengua se deja entrever un determinado proyecto de nación. La efervescencia de las hablas, resultó tan aluvional, que el Diccionario (RAE) como objeto de certezas de una época -codificación de la lengua oficial- que se consulta y no se escruta, fue usurpado por comercios lingüísticos, que cimentaron una “diccionarización de las argentinidades”. Junto al “barroco popular”, vino el tiempo textos libertarios, sociabilidades prostibularias e ideologías anticlericales del amor libre, recreados por personajes de la sinonimia (vigilantes, canillitas y fiocas), cuyos despistes visuales abjuraron de todo acuerdo de sentido entre pampa y metrópolis. En medio de los excesos de urbanidad, y las fracturas de convivencia, no había cómo refuncionalizar la prevalente simbólica a nombre de planificaciones, profecías de luminosidad, ni reformismos ciudadanos. Los saberes plebeyos -folklores, poesías, bailes- surgen desde la periferia, son una forma de pensarse, así mismos, en una diversas de reservas de sentido. Desde la periferia los dominados o colonizados serán chorros, conventillos o prostíbulos, que develan la pampa -donde aún habitan- bajo el despliegue modernizador. Tras el fin de scielo, a la intemperie, deambulan personajes caóticos, sin huellas vitales, que no se dejan retratar sin una textualidad de las periferias. Hombres funestos que padecen la intraducibilidad de la experiencia que sólo es posible comprender desde el “realismo popular” y la novela (El Juguete Rabioso, 1926). En medio de tanta bruma Roberto Arlt se propuso dinamitar el edificio literario de su época, y exaltó la dignidad de las prostitutas que daban la vida por satisfacer a sus cafishios, emblemas de virilidades y progresos. Emblemas igual que el guapo Cepeda -tango Tiempos Viejos- un malevo lascivo de infinitas pasiones masculinas. Más tarde, en un libro titulado Literatura Argentina y Realidad Política (1964), David Viñas, alude a las primera dos décadas de la ciudad, denunciando la decadencia del viaje a Europa como modelo utilitario y estético. Utilitario por cuanto Europa sigue siendo un lugar donde aprender una serie de saberes, es igual a vivir un tipo de experiencia ausente en el país. Pero lo que se trae de vuelta a Argentina ya no son los grandes valores humanistas, cientificistas, levemente positivistas del clima europeo del XIX, sino un conjunto de posibilidades técnicas, de instrucciones específicas para el desarrollo del arte local en el siglo XX.


De allí que cualquier psicoanálisis de la vida cotidiana, nos conmina a releer la calle del 900’ como un escenario de disputas, usurpaciones visuales, litigios de sentido y construcción de relatorías (periurbano). Comunión de individuos y no de ciudadanos, dirá Borges desde Florida, impugnando el lugar del Lunfardo (Borges, 1927). Crítica a las Belles lettres y giro de la RevistaContorno (1953) con relación a las vanguardias del XX mediante “un nosotros o la nada” (Sarlo, 1983). Por fin, la “metrópolis experimental” y su cotidianidad infinita, atrajo una disputa de hegemonías visuales entre estetas, astrólogos, payadores, literatos, realistas y curadores de lo fantasmático, que desistieron del reparto modernizante de la ciudad.


La metaforización –lunfahablante– de los espacios hizo estallar todo “pacto visual” entre suburbios, barrios y cosmopolitismos, que fomentaron una subjetividad escindida (Gorelik, 1995) donde los argentinismos fueron confinados -predominantemente- al medio rural (Lauria, 2011). La metropolización de la ciudad fue una avalancha sobre la pampa, transformando al campo en “umbrales de suburbio”, cincelando un mundo efímero, de sociabilidades dañadas, e inasibles precariedades. Una atmósfera de tumultos e imágenes en discordias con las oleadas modernizantes, se trasladó a paisajes urbanos que oscilaban entre la invención y la herencia. Un sustrato de experiencias fragmentadas (provincialismos, ruralismos, localismos, indigenismos), donde la tecnificación de la ciudad y la llanura quedaron encarnadas en los intersticios del paisaje suburbano, destilando una morfología de extravíos semióticos (Arte y Ciudad, 2016). Tras la revuelta de los nacionalismos, algunos autores plantearon abiertamente, el miedo a la inmigración, mediante La Restauración Nacionalista (Ricardo Rojas, 1913) e interrogaron una ciudad de cosmopolitismo, desforme e informe, cuya ambivalencia se distanciaba de las políticas de las planificaciones de la elite gobernante.


La expansión de los distintos sistemas vocálicos (napolitano, toscano, castellano, andaluz, gallego, guaraní, etc.) exacerbó desbandes fonéticos, perceptivos y hermenéuticos. Todos los actores necesitaban comunicarse y lo hicieron mediante dialectos padeciendo sus irreductibles diferencias idiomáticas. De allí surgió el Lunfardo (1867), a saber, desde Lombardo hasta el Lunfardo, de la milonga a los Payadores. Un tumulto de los sentidos en disputa impedía el control del relato visual sobre la metrópolis. Todo el castellano hablado en Buenos Aires carecía de sintaxis, y cultivaba arrabalerías, que transgredieron el lazo social (gramáticas, diccionarios, ortografías, textos didácticos, retóricas). La voz inmigratoria cultivó una hibridación con una lengua más general -sujeta a las “hablas populares”- que no destiló cartografías del entendimiento, y que décadas después fue proscrita por la radiodifusión argentina durante dos décadas del XX.


Bajo este “arco de temporalidad”, Buenos Aires fue un suburbio de luces amarillas, matarifes, cuchilleros, proxenetas, delincuentes sicilianos, puñetazos y conventillos que, más vale interrogar, con mal de hipérbole y sensibilidades expresionistas. El puerto, los astilleros y diques, fueron el “cementerio de las naves” que brinda una “lengua franca”. La expansión suburbana fragmentada en una trama aduanera, ensombrecida bajo la ferocidad de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) que puede ser concebida desde “novela rusa” (“realismo ante hacinamientos, marginalidad y criminalidad”). Las tensiones entre vocabularios policiales y figuras retóricas, se entronizó con los binarismos de la modernidad o tradición, la ciudad o el desierto, aquello que Borges denominó “orilla” para describir el límite entre la ciudad y la pampa. En medio de la brecha entre las planificaciones del Centenario, y el excedente de metáforas, la “deformidad física material [será] la deformación interior” -dice Mirta Arlt en 1964. Entonces, la reapropiación estética de los espacios hizo del suburbio uno de los temas recurrentes de la literatura y las artes plebeyas. Boedo encarnaba la implacable sordidez del arrabal donde los condenados a una vida gris abrazaban la humillación como una forma de autorreconocimiento.

Bibliografía

Borges, J.L (1974)Obras completas, Buenos Aires, Emecé.

Arlt, R (199). Corrientes por las noches. El Mundo


Mauro Salazar J. Observatorio en Comunicación, Crítica y Sociedad (UFRO).

El texto es parte de una investigación en pleno desarrollo referida al proyecto Fondecyt N° 1220324. Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, ANID.

Imagen principal: Obelisco, 1936No tomaba fotos, robaba momentos a la eternidad”. Horacio Coppola

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