Mauro Salazar J. / Comunicación y “coronavida”. Escrituras del derrame

Filosofía, Política

Sobre Puras mentiras. Comunicaciones en crisis de Rodrigo Browne Sartori Editorial de la Universidad Nacional de La Plata (Edulp). Argentina, 2023.

Apostilla. Un texto experiencial implica una mora. Una relación de discontinuidad entre «tiempo» y «experiencia». Tal acometido entre lo vivenciado y las “prácticas escriturales» debería cuidar su relación con la hiper factualidad de las tecnologías. Mientras la inmediatez del alogaritmo inscriba su voluptuosa productividad en los papers, abundará en “formatos de escritura” y en la exactitud de las referencias

Contra el tiempo homogéneo del formato, la economía escritural -de Rodrigo Browne- se somete a las intersecciones biográficas, pigmentos visuales, excesos de sentido y una letra infatigable que cuelga de las cornisas. Browne devela variadas querellas contra las burocracias cognitivas, inscribiendo una pregunta perturbadora y un mal-estar con la época pos/humanista. Un desvarío ante las orientaciones del “tiempo artificial” y las “Universidades del incentivo” (métricas y métodos que fomentan la ruina argumental).

En efecto, la comunicación y sus manuales escriturales (no tumultuosos) han devenido en la lengua social de la vigilancia en tiempos de pandemia. Tal sinópsis agrava el argot de ofertas securitarias que, exacerban los fragmentos, y desplazan toda liturgia bajo la obesidad productivista del “capitalismo alegre”. Ya no se pueden mostrar los cadalsos de la democracia, solo colonizar mercenariamente la vida cotidiana -lejos del barrio- haciendo de las “tragedias personales” estéticas carnavalescas.

Hoy “lo popular” ha sido sometido a una despopularización, lo social fue transado por lo estadístico. La gobernanza cedió a una economía mediática pacificadora de los antagonismos y “lo político” fue desplazado por el consumo suntuario. La textualidad del ensayo impugna -por destellos de autores, emplazamientos de imágenes, alusiones modernas o intercambios investigativos- a la manera de un J’accuse. La ráfaga de cruces (grafías en concordia) devela la rampante etnografía blanda que ha secuestrado la vida cotidiana. Un régimen medial donde las comunicaciones quedan capturadas en los dispositivos del “capitalismo informacional».

Luego de esta inflexión, debemos subrayar una declaración de entrada, a saber, se trata de un libro que no responde“[con] mayores tapujos, sin policías del pensamiento, sin controles y menos disciplinamientos. Esta mixtura de voces provenientes de las riquezas que ofrecen las diferencias de y en el pensar” (8).

La comunicación como recurso extractivista debe ser escrutada mediante “ensayos críticos” y [fragmentos] de (des)orientación para nuestros tiempos de “comunicaciones en crisis” (10) donde la producción de escándalo se ha naturalizado en el campo de las mediaciones (el asesinato de George Floyd, Donald Trump o el uso de redes en el caso de Bolsonaro). La intensificación del capitalismo de plataformas (“paradigma zoom”) se expresa en procesos de Fraude Book (11) yzoomización” (13), que dan cuenta de una colosal trastocación del tiempo y el espacio, donde todo horizonte de sentido se diluye. Aquí existe una necesaria duda ante el porvenir tecnológico: el texto abraza un desvarío escritural. De allí que la comunicación quede reducida a “ilustración informativa” y el capital haga ella una pedagogía para facilitar el la bancarización de la subjetividad.

En su latencia el trabajo declara su vocación crítica respecto a las imágenes, “…desde la iconofagia (Baitello, jr.), la gula (Flusser), el “Fraudebook” (Serrano) y las selfies (Villoro)” y desliza una distancia -no reactiva- con los post-humanismos digitales. Las “sociedades de consumo” han derivado hacia “economías mediáticas”, mediante un collage de formaciones textuales-discursivas que prefiguran formatos de vigilancia, a saber, saturación de imágenes, liderazgos mediáticos, audiencia infieles, violencias urbanas, construcción visual de la gobernabilidad y coaching lingüístico. En su libro Infocracia, Byung Chul Han, sostiene que “la soledad es la primera condición de la sumisión total [pues] los datos aislados no se comunican” (2002, p. 7). En efecto, la comunicación ha devenido en la vanguardia especulativa del capital.

El llamado “dataismo» fue radicalmente intensificado por el fenómeno de la pandemia (COVID-19) y los usos que hacen las corporaciones digitales -paradigma Silicon Valley como ideología californiana del emprendimiento- respecto a los Estados post-soberanos revelan la subsunción en mercados glonacales. La escritura litigante, implica enjambres, atajos, itinerancias, respecto a formas de comunicación que están tensionadas por el aceleracionismo de los flujos mediales.

Una prosa revoltosa, híbrida y rizomática, como se señala al final del texto, se sirve de recursos “eclécticos, dispersos, dislocados” (10), y es una forma de asediar los dogmas profesionalizantes, acudiendo a una yuxtaposición de pasajes para dar cuenta de una “comunicación en crisis”, que pende de dispositivos securitarios (biomédicos) que domestican el sentido común y corroen la posibilidad de un reparto de lo común. La ráfaga de sucesos desatados por el espiral virtual, impide articular un relato de la vida cotidiana, salvo su sujeción a temporalidades distópicas -no lineales- donde lo prevalente son tecnologías y soportes al servicio de “puras mentiras” -al decir del título del libro.

A la entrada del texto el autor sostiene, “las ideas, en este contexto, son reflexionadas, discutidas, desarrolladas -e incluso deconstruidas y vilipendiadas- en varias ocasiones a la luz de las derivaciones de un sin número de amigos y amigas que enriquecen y enriquecieron una forma de ver las “ciencias” y el “mundo”, fuera de los mecanismos de estrechez y confinamiento social. (p.7)

Cabe advertir que el texto “indisciplinado” -de bordes y desbordes- no está tras la búsqueda de una progresión argumental – caverna positivista-, sino que cultiva una duda sobre las posibilidades del lenguaje experto y su corporativismo medial. De allí que su contribución abrace los despistes, la imagen invertida y las citas traviesas, impugnando el régimen multimedial que ha anulado toda presencia y que gobierna las economías del saber y hace de la universidad un disciplinamiento de los cuerpos. Y quizá, una nueva indigencia simbólica bajo la educación managerial.

La duda ante la técnica (“informacionalismo”) ha confiscado la sociabilidad inscrita en los modos de existencia, por ello cabe declarar oficialismos culturales, rebeldías cognitivas, y objetar los formatos refractarios de la ciencias sociales -investigaciones en comunicación-. Esto implica una latencia insurreccional que desborda la economía argumental de la institución universitaria, a saber, la experiencia vital de las subjetividades y los cuerpos que han sido capturados por el capitalismo informacional en tiempos de confinamiento, alta conectividad y pérdida del sentido social. La pandemia, concebida como el primer virus post-fordista del XXI, abrió la era geológica, y comprende una fragilización del tejido social –la llamada obsolescencia programada- que corona la “muda vida” -Giorgio Agamben- administrando el control de los cuerpos y haciendo de la vida cotidiana un tiempo anárquico, imposible de verbalizar, que exacerba fobias, y hace del pánico una forma de controlar la subjetividad que pareciera ir más allá de las formas panopaticales y biopolíticas analizadas por Michel Foucault. Un momento del “tecnovirus, le llama Viscardi- que nos tuvo encerrados, empantallados, “zoomeados” y lejos de lo que nosotros mismos definimos como “normalidad” (17).

La vida cotidiana deviene en un espacio colonizado por las afecciones de la informatización agravando una experiencia patológica (con días contabilizados) que sulfura estados de afección, temores, adicciones y consumos, donde la muerte se muestra en clave de “La sociedad del espectáculo” (Debord, 1967).

El control del paisaje urbano que implicó el Covid-19, nos llevó a una “seguridad cristalina” que fue capaz de vaciar los mundos posibles, fomentando espacios de control, redes monitoreadas, señaléticas estandarizadas, comunidades virtuales, y encierros patologizantes que pueden ser controlados por el panoptismo de los expertos y sus nomenclaturas cerradas. El “capitalismo de plataformas” ha sido capaz de des-subjetivar la experiencia del orden colectivo y el sentido de las comprensiones de las prácticas intelectuales. El “dispositivo excepcionalista” abraza la ficción de un cuerpo prístino, donde el terror del contagio tiene como momento pregnante el control de los cuerpos que abundaban en virus. Ello nos confinó a la suspensión y administración del tiempo, donde no hay proyecto posible, salvo el momento homogéneo de la dominación, que sin embargo puede controlar la arquitectura fragmentada de la realidad.

Ante el mapa de la desorientación que aquí se describe, el autor se pregunta, ¿Qué hacer? ¿Cómo fuimos capaces -de un zuácate- voltear nuestras estructuras sociales, públicas y privadas, nuestras vidas “reales” en formatos de relaciones e interrelaciones remotas? (12).

Hay un nudo que el trabajo desliza, aunque nunca promete avanzar en un programa de investigación -no es el objetivo del ensayo crítico- que se relaciona con un desplazamiento radical que abunda en disolver certezas socio-epistémicas y ligar el confinamiento mediado por la plataforma como una nueva tecnología de gubernamentalidad, inaugurando flujos mediales en el contexto del Antropoceno. Esto implica una pregunta radical que, potencialmente, puede tener implicancias para la relación entre la velocidad de la comunicación y el campo investigativo en comunicación -sus necesarias rutinas burocráticas- en un contexto donde los flujos de la híper industria cultural requieren dialogar con lo intempestivo que se ve reproducido en el marco de un “capitalismo drómico” (Virilio, 1987).

Si todo gira en la perspectiva de una nueva prognosis del capital y la comunicación puede ser una mercancía y un fragmento que articula una economía política con los diversos subcampos de la comunicación -su velocidad y carácter gaseoso (convocando a Zigmunt Bauman), tenemos procesos de sistematización, control del objeto, y las aspiraciones de validación de los estudios en comunicación al interior del capitalismo académico.

Y es que la “zoomización del mundo” (31) implica una distinción entre “globo” (espacio homogéneo diagramado por dispositivos cibernéticos de control de cuerpos), respecto a “mundo”, como una diseño que mantiene en vilo la experiencias, la comunidad, las disputas de sentido, pero que, sin embargo, en el despliegue de la hiperrealidad ha padecido un momento de fractura radical mediante “contraseñas, los password y los dispositivos de privacidad virtual que se tornarían en el pasaporte que nos llevaría a una nueva vida digital” (23).

El autor cuestiona formas de despliegue securitario, el régimen informacional nos ha permitido entender las tecnologías del presente -o de la actualidad- como un intervalo de las contingencias que derivan en una forma estructural de la comunicación en tiempos de alogaritmos. Ello abre una pregunta acerca del estatuto de “lo real” -parafraseando a Lacan- que no necesariamente debe ser concebido como fake news de la posverdad o Facebook de la falsa consciencia. Pese a esta observación cabe consignar que el autor declara su distancia con una concepción apocalíptica que abundan en “fascismos moleculares”. En un apartado titulado “Comunicación indisciplinada” el autor sostiene lo siguiente,

Desde hace un tiempo que la comunicación anda desorbitada. Ha perdido su norte y ese desorbitaje se ha traducido en un sinfín de muchas acciones que pueden caer y caber dentro del rótulo que, supuestamente, le da “sentido”, casi como si de un perfecto estatuto epistemológico se tratase…La comunicación, en esta etapa, se ha frenetizado, sin saber -ni ella misma- donde están sus límites, sus delineamientos y sus horizontes (75).

Aquí el texto sugiere fracturar una comunicación ultra-mediatizada -y en diálogos con Silva Echeto el desafío fue -o quiso ser- una distancia de una comunicación normativa (canónica), absorbida en la pretensión cientificista de disciplinas que disciplinan y que abundan en la “precarización de la creatividad” (Carlos Ossa, 2016) y reducen las credenciales del campo intelectual a plusvalía cognitiva (positivismo, historicismo y pastores del encuestaje).

En suma, se trata de un ensayo, de un intervención, con vocación contrahegemónica e intersticial que busca desmasificar, o bien, evitar el concepto monolítico de la comunicación corporativa, capturada en tecnologías de gubernamentalidad que sancionan los feminismos, los cuerpos y las subjetividades. Y es que “sin duda alguna, los medios de comunicación son cómplices activos de este capitalismo radical y esta maquinaria es uno de los obstáculos principales para el desarrollo del feminismo” – dice el autor (64)

Un libro dice al autor -que en sus búsquedas con un compañero de ruta- está presidido por librarse a extravíos, discordancia, fuerza imaginal, y que se abre a la polifonía, evitando los binarismos policiales de un campo de cogniciones atrofiadas, a saber, grieta, fisura y abismos temporales, donde la escritura intenta relevar la práctica crítica de la comunicación, más allá de la formas manageriales del “conocimiento del data”, y establece tendencias por “espacios intersticiales y liminales”. Este deseo rizomático es una pulsión que nos recuerda que todo “principio de realidad” está precedido por un dispositivo de poder. Y sí, El Leviatán nunca nos deja de mirar.

En suma, en tiempos de “iconofagia radical” la comunicación entra en una post-historia donde las nociones de tiempo, experiencia y sentido, hacen de la misma un tumulto noticioso del presentismo que elude pasados, celebra la impunidad del simulacro y actúa cuál dispositivo de control y espectacularización de lo político.

En medio del mal-estar se confiesa el más evidente de nuestros pesares. “Hemos sido expulsados del presente gracias a la soberanía del capital”. Y cómo respondemos a la virulencia generacional, sin caer en una moralización de las subjetividades del Antropoceno.

Cabe admitirlo, hace frío.

El autor al menos tiene un nombre: Víctor Silva Echeto.

Una versión preliminar fue publicada en Perspectivas de la Comunicación. Septiembre, 2023

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación UACh-UFRO.

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