Alejandra Castillo, Willy Thayer y Rodrigo Karmy / Conversaciones en torno a la sociedad del golpe

Filosofía, Política

El presente texto es un adelanto para “Ficción de la Razón” de una conversación entre Alejandra Castillo, Willy Thayer y Rodrigo Karmy en el contexto de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado.

Willy Thayer. El 13 de julio de 2023 se inauguró la muestra “El metal tranquilo de mi voz”, en el Museo de Arte Contemporáneo del Parque forestal. El artista visual Gonzalo Díaz, curador de la muestra, sugería que esta, ya en su título buscaba connotar “lo que la expresión conmemoración de los 50 años del golpe, oculta. En su programa Tras las líneas, de la radio universidad de Chile, Manuel Antonio Garretón preguntaba a Patricio Fernández (Fundador del The Clinic) “¿qué es lo que tu piensas que se conmemora en estos 50 años del Golpe?”i. Un mes antes, en ese mismo programa, Garretón iniciaba la conversación con Tomás Moulián inquiriendo, también, “¿Qué piensas tú que es lo central de lo que conmemoramos este año? Esta vez, sin embargo, Garretón aderezaba su pregunta adelantando lo que él mismo consideraba era el significado de esta conmemoración: “yo tengo la impresión —decía— de que estos 50 años tienen un triple significado. Por un lado, se trata del término, a sangre y fuego, de uno de los proyectos más importantes de transformación que haya tenido Chile. Se trata en segundo lugar del crimen histórico más grande que ha habido en Chile, el bombardeo a La Moneda, y la masacre posterior y el intento de asesinato que terminó en el suicidio de Salvador Allende, dejando aparte … el otro gran crimen, que es el crimen del pueblo mapuche. Y en tercer lugar, se trata del inicio de una nueva época, de una nueva sociedad de la cual Chile está tratando dificultosamente de salir hoy día, sociedad que fue la que implantó el régimen militar”. Moulián respondía en un tono más experiencial, que lo central para él, en esta conmemoración, es el recuerdo de Salvador Allende, los mil días de avanzar hacia el socialismo pacíficamente … su figura y lo que encarna; el discurso de cierre de su mandato y de su vida … el recuerdo de sus realizaciones … una fiesta que termina en un drama”. El 6 de julio, en un programa YouTube del COES, la ex-ministra de Justicia del gobierno de Boric, Marcela Ríos, sugería que el conflicto de posiciones respecto de lo que se conmemora en estos 50 años se ha “descentrado” … “Hace diez años no había espacio en el debate público para que un grupo de personas sacara una línea de vinos celebrando los cincuenta años de liberación nacional con el ángel de la victoria en la etiqueta, junto a los escudos de las instituciones de carabineros y las fuerzas armadas … tampoco al pinochetismo desatado lo veíamos en televisión … no veíamos a una diputada de la república celebrar el golpe de Estado … ni a un personero afirmando que Pinochet es un gran estadista … tampoco que personas no anónimas en las redes sociales afirmaran sin desparpajo que deberían haber matado a todos los comunistas … que el problema con la dictadura fue que no los mataron a todos … y esto como escena pública”ii. También el exhibicionismo homofóbico …, la mitología provida y su a priori antifeminista, el sustancialismo valórico que intenta reponer principios trascendentes por afuera del intercambio, por afuera de los acuerdos, como si pudieran saltarse la condición de mercancía de todas las cosas. Esta especie de agregado “descentrado” de opiniones sobre lo que se conmemora le da a Marcela Ríos la impresión de que “no hay ya una memoria hegemónica, como sí parecía haberla hace 10 años”.

¿Pero es suficiente el descentramiento, la pérdida de centro del conflicto de opiniones, para concluir que no hay ya hegemonía? ¿No es acaso posible la hegemonía cuando los conflictos se despliegan sin centro, sin criterios trascendentes o trascendentales, sin articulación orgánica de los conflictos? Por otro lado, ¿no se llama “coyuntura” justamente a aquellas contingencias que se exponen acentradas, sin criterio o principio de organización? … ¿o cuando los principios y criterios, marcos jurídicos, institutos de organización y funcionamiento social se precipitan en el agregado de cosas o mercancías, como una cosa o mercancía más entre las innúmeras en circulación? ¿Y no fue acaso el estallido o la revuelta de 2019 una notable experiencia de “coyuntura”, de ronda y estallido de “opiniones” performando a contrapelo de las reglas? ¿Y no habían caído hacía tiempo ya las reglas en una especie de proliferación efectiva y sin centro de las reglas en el mercado o facticidad de las reglas, sin regla general del mercado? Por último, ¿sería acaso la coyuntura el límite de la hegemonía, de modo que una termina donde comienza la otra?

Lo que sugiere Garretón en su tercer enunciado, es que la sociedad que somos, fundada por el golpe, constituiría mucho más un puro bloque temporal más parecido a una especie de atlas simultaneo de tiempos heterogéneos, que a una temporalidad lineal progresista, sucesiva, como la de la flecha. Bloque, atlas temporal en el que coexistirían, sin dar vuelta página progresista alguna, como en un mismo caldo, el golpe sanguinario, la dictadura autoritaria, la constitución de 1980 firmada por Pinochet (con la posterior sobreposición de la firma de Lagos), la operación transitológica de las ciencias sociales y su democracia de los gobiernos de Aylwin, Lagos, Frei, Bachelet, Piñera, Boric, que inmanentiza en esta nueva sociedad fundada por el Golpe, los acontecimientos del 2011 (estudiantxs), 2018 (feminismos) y 2019 (revuelta).

Pero ¿serían simplemente Inmanentes estos acontecimientos de 2011, 2018, 2019, al acontecimiento del golpe y la sociedad neoliberal del golpe? ¿O ¿algo en ellos, ocurriendo en ella, le ocurriría a ella, no siendo simplemente de ella, desandándola, desobrándola, en alguna medida? ¿Porque bien podría pensarse del acontecimiento-data de 2019, que habría sido el mismo cuerpo social neoliberalizado, el que sistémicamente envenenado con institutos e instituciones de casi medio siglo de rodaje, el que espontáneamente en 2019 rompe en convulsiones poblacionales que intentan evacuar la ponzoña por todos los orificios vertiéndose integralmente apestado por esa alquimia exhaustiva que lo adiestra y mortifica? ¿Acaso toda esa notable oleada de convulsiones virales de la revuelta que se propagó por el lienzo social sugiriendo infectarlo todo sin dejar espacios salvos, más que expresar una mutación, un cambio de naturaleza, de acontecimiento social, con su iconoclastia, sus adoquines y humaredas, no constituyó finalmente otra cosa que un reset propicio al capital financiero, la hegemonía de la sociedad del golpe en curso? Y algo análogo respecto de la fecha data de 2011. ¿Pero, no sería posible, acaso, a la vez, considerar una fuerza suplementaria en la revuelta? ¿Una fuerza ya no sólo reactiva, tutelada integralmente por el performativo de la nueva sociedad que refiere Garretón, sino una fuerza obsequiada con un residuo irreducible al performativo de esta sociedad imponente del golpe?

En relación al 2018, al acontecimiento feminista, la marcha del 8M más grande de todas, las tomas generales de instituciones, si bien mucha de su performance, de su consigna y de su escritura podría verse milímetro a milímetro activada en esa “sociedad que somos”, pareciera que esa data, junto a otras datas, hablan de un acontecimiento que no tiene su “germen” ni en el golpe ni en la sociedad del golpe, por mucho que active su performance en medio de esta “sociedad del golpe”, a contrapelo.

Alejandra Castillo. Es interesante aquello que describes bajo la nominación de “sociedad del golpe”. El golpe militar en Chile fue un corte de extrema violencia entre una política y otra. Un golpe es fisura y corte, es la detención de formas de habitar en la ciudad, de sus tránsitos, es el fin de una política económica, tanto en su diagrama macro como en su circulación monetaria diaria, es la detención de afectos y complicidades, es arresto, secuestro y asesinato. Así fue el golpe militar de 1973. Un corte no instituye una sociedad. Entonces ¿en qué momento del golpe militar se pasa a la sociedad del golpe? Una sociedad es la ficción de un cuerpo en común, si lo hay en Chile: ¿cuándo se instituye?, ¿por qué medios? Tal vez con la Constitución de 1980, momento en el que se intenta enlazar por la fuerza y desde una ordenación jurídico, política y económica lo que había sido desatado y deshecho. Es ahí, quizás, cuando se instituye una sociedad del golpe, momento en que la fisura y corte se vuelve tejido de un cuerpo doble, unitario, individualista, propietario, nacional-materno-reproductivo junto a otro libre mercantil, de trato y contrato subsidiario. La juntura entre ambos, el paso de uno a otro, está en la redefinición de la democracia en afinidad a ambos cuerpos. Una Constitución no implica, necesariamente, un tipo de democracia, de hecho, no la implica en absoluto. Sin embargo, la sociedad del golpe, por continuar con la descripción que adelantas, sí la implica. Si es así, si una sociedad se da un tipo de gobierno, instituciones y un orden afectivo, es posible afirmar que la sociedad del golpe se instituye en la Constitución de 1980 junto a la redefinición de la democracia. Redefinición que ocurre en otra zona, con otros fines y miras, y que toma lugar en el trabajo de una renovación socialista que se esfuerza en pensar un diseño político que impida la distancia máxima entre partes que pudieran desencadenar la polarización conducente a un golpe militar. El diseño lo conocemos: es la democracia de los acuerdos, procedimental, que se elabora contra la idea de democracia sustantiva. Esta redefinición de la democracia y la Constitución de 1980 se encuentran con el inicio de los Gobiernos de la Concertación a partir de 1990. Frente a esta doble banda, ante esta especie de bando y contrabando, habría que recordar que no hay democracias no sustantivas, toda democracia incorpora un conjunto de elementos valóricos, para nuestro caso, ese conjunto de elementos valóricos los aporta la Constitución de 1980. Creo que solo a partir de 1990 es posible hablar de algo así como la sociedad del golpe. Pienso que la sociedad del golpe si bien se vuelve hegemónica no implica cierre total e impedimento de formaciones político-culturales disidentes que promuevan alteraciones al diseño que se instala a partir de 1980. Esas disidencias son las que datan los años 2011, 2018 y 2019; años de revuelta estudiantil, de levantamientos feministas. La data de la revuelta va enlazada a un cuerpo que vuelve visible un reclamo, pero no solo ello, sino que a su vez un archivo de prácticas políticas disidentes. Así ocurre como el feminismo. El feminismo nunca es solo un reclamo de coyuntura, puesto que su demanda no es solo una que se organiza en tiempo presente, su demanda es una que pone en cuestión la propia conformación de la república masculina. De ahí que su temporalidad exceda a la coyuntura y se plantee de manera crítica a los modos y acuerdos con los que se organiza el orden político chileno a partir del siglo XIX. Mencionas la marcha del 8M y pones atención en el número. ¿Cuál es la lógica del número en la revuelta, en la sociedad del golpe?

Rodrigo Karmy. Me parece crucial la noción que trae Willy acerca de la “sociedad del golpe” y la pregunta que formula Alejandra respecto de ¿cuándo se pasa del golpe a la sociedad de golpe? Solo podría limitarme a algunos comentarios breves sobre una posible genealogía. Y esto precisamente porque dicha sociedad es la sociedad neoliberal cuyo pivote no ha dejado de ser el golpe. Y me interesa subrayar que la presencia fantasmal del golpe en el seno de la sociedad neoliberal que la vuelve sociedad del golpe no puede ser jamás visto como una anomalía al neoliberalismo chileno, sino como su parte constitutiva (y constitutiva también en el neoliberalismo global). Si bien, el “caso chileno” es anómalo en el sentido de instaurar el neoliberalismo a la luz de una dictadura, el propio neoliberalismo –en cuanto gubernamentalidad- habría que verlo como un proyecto de golpe, en cuanto “desmaterializa” la violencia golpista en una forma propiamente securitaria y “civil”, normalizando ese golpe bajo la sombra de una miríada de dispositivos de control. Por eso, la referencia a las sublevaciones que uds. señalan (2011, 2018 y 2019) son muy importantes porque dejan expuesto el golpe de la sociedad del golpe. Pero ¿cómo sería ese “golpe”? ¿cuál sería su textura? ¿qué sería el “golpe” como aquello que ominosamente queda al descubierto en el instante de la sublevación? Como si las sublevaciones fuera un contra-golpe y, eventualmente, pudiera iniciar el movimiento expresado en el célebre poema 48 de Gonzalo Millán en el que se retrocede en el tiempo, frente a la sociedad del golpe, que la revuelta popular de 2019 cristalizó en su imaginación bajo la epifanía del “abuso”. Ahí tenemos una primera clave para deslindar qué es eso que llamamos “golpe”. En efecto, ¿qué es el pacto oligárquico de 1980 desde el punto de vista de la revuelta? Un abuso institucionalizado, es decir, legalizado y legitimado por la propia república masculina o “portaliana” –diría yo en convergencia con Alejandra. La epifanía del “abuso” sería precisamente el conocimiento fulmíneo por el que se deja al descubierto que el “modelo” chileno devenido sociedad, no era otra cosa que una sociedad del golpe. Por eso pienso, que la revuelta popular de 2019 que siempre se la mide bajo parámetros “hegemónicos”, trastocó no la “razón pública” necesariamente, sino la razón “estética” le llama Hamid Dabashi, es decir, no impacta tanto en la dimensión molar de las instituciones a las que destituyó al dejar expuesto su “golpe”, sino a la dimensión molecular de la afectividad por ellas capturada. Por eso el impulso de Republicanos hoy consiste precisamente en “re-territorializar” esa afectividad dislocada respecto del “diseño”, bajo una relectura que, teóricos como Carlos Frontaura hacen del principio de subsidiaridad de Jaime Guzmán. En este sentido, Republicanos no me parece un “retroceso” hacia la derecha guzmaniana de los 80, sino un paso novedoso que posibilita proyectar al guzmanismo más allá del pacto de 1980. En cualquier caso, quisiera plantear un punto genealógico que me parece importante para aproximarnos a la pregunta por la consistencia o materialidad del “golpe”: es conocido que Portales refería a la Constitución como una “señora” y una “parvulita” a la que se puede violar impunemente. La palabra “violación” es de él. El cuerpo legal y afectivo sería “feminizado” por Portales (“señora”- “parvulita” –dice el triministro). Por eso, me parece clave esta escena a propósito de la propuesta de Alejandra, según la cual, el feminismo no podría ser pensado como un “reclamo de coyuntura” sino justamente un trastorno a la república masculina y su “fantasma portaliano” en su densidad histórica. No sería un “reclamo de coyuntura” precisamente porque ya en Portales la legalidad aparece siempre dispuesta a ser violada, por lo que la figura de la violación no sería excepcional a la república sino justamente su escena originaria. Y, entonces, nos encontramos con el dispositivo excepción-derecho como dispositivo portaliano y necesariamente masculino que, me parece, Allende trastoca, en parte, cuando en sus discursos, afirma la radicalidad de la “política” (la vía pacífica) antes que la dualidad “portaliana” operada bajo el circuito violencia-derecho. A esta luz, quizás, sea la cuestión de la violación como violencia mítica lo que devenga una “sociedad del golpe” en el sentido que Willy lo expresa, donde la sociedad del golpe –una sociedad mercantilizada bajo la rúbrica neoliberal contemporánea- encontraría en la escena de la violación uno de sus pivotes decisivos que las sublevaciones de 2011, 2018 y 2019 habrían destituido dejando expuesta su violencia mítica bajo nuevas composiciones afectivas que los dispositivos de saber-poder (vía pandemia, constitución y crisis económica) vinieron a quebrar (a “golpear”) bajo esta nueva fase de Restauración conservadora. Así, el “abuso” no habría sido otra cosa que una reedición de la escena de violación originaria incrustada en la tradición portaliana como código o imaginario de lo político, y, por tanto, lo que llamamos “golpe” encontraría en la materialidad de los cuerpos su consistencia y eficacia –una consistencia que no es más que pura eficacia.

Willy Thayer: No habría cómo la sociedad del golpe, creo, su hegemonía, pudiera operar un “cierre total” de la “disidencia” y la “alteración”. Porque no es que la disidencia, la alteración, las zonas menores, el cuerpo, lleguen a ser y jueguen su posibilidad en el suceso de la sociedad del golpe; que sea en, con y contra ella, negativamente entonces, que empiecen a respirar, que se intensifiquen; o que sea en ella que resulten reprimidas, doblegadas totalitariamente hasta el punto de desaparecer, como el rebaño desaparece en la iglesia, más por libre aceptación de sus miembros que por violencia policial, o por ambas.

Invirtamos la cosa, entonces, girémosla como creo que venimos haciéndolo, pongámosla en otro pie. No es en medio de, con y contra la sociedad del golpe, que la disidencia, la alteración, el cuerpo, las zonas menores, acontecen, sueltan su posibilidad. Ocurre más bien a la inversa: sería en medio de, con y contra la afirmatividad del cuerpo, la alteración, lo menor, el deseo, las mutaciones, que la sociedad del golpe negativamente, cesgando posibilidades, objetando al cuerpo, forja trincheras, condominios, cuarteles y campos, se guarece, despliega su intencionalidad apotropaica o autoprotectiva. Es en, con y contra la afirmación del cuerpo, la alteración, donde la sociedad del golpe implanta su filosofía, su medicina, su mecánica, su moral, su algoritmia, su expropiación, su reparto, su naturalización, su fomento; su acumulación originaria que nunca queda simplemente atrás, que sigue acumulándose. Expropiación y acumulación que el cuerpo intenta sacudirse no solo en el 2018, 2019, 2011, sino en datas que exceden, también, a esta sociedad del golpe. Porque es la afirmatividad del cuerpo, de la alteración, aquello que la sociedad de soberanía golpea para volverlo filosofía negativa del cuerpo. Sería la sociedad del golpe, entonces, la que se traza, distribuye, inscribe y calcula en, con y contra el acontecimiento del cuerpo. En este pie, la disidencia, el cuerpo, no constituirían para nada reclamos ni desvíos circunstanciales respecto de la sociedad del golpe, sino su presupuesto siempre y en cada caso. Presupuesto del que la sociedad del golpe se abastece negativamente, que usa y abusa en acciones finalizadas. En este sentido me cuesta leer como “reclamos” al 2018 y el 2019, como simples “coyunturas circunstanciales”. Mirarlas así sería reducirlas a instancias negativas, perspectivarlas desde la sociedad del golpe, como fenómenos antisociales, antisociedad del golpe. Lo negadora aquí es la sociedad del golpe. Y en ese sentido las datas de 2019 y 2018 tendrían menos de reclamo circunstancial que de coyuntura afirmativa. 2018 y 2019 serían coyunturas afirmativas en que el cuerpo se sacude aquello que niega la corporalidad, niega sus geyseres y fumarolas. Porque el cuerpo, la alteración, es la coyuntura siempre, es decir, la fuerza de erosionar los marcos en que está empaquetado, fuerza o contingencia que sacude los criterios, las estructuras de reconocimiento, las formas, los hábitos, andaderas, esquemas que lo constriñen. Sacudón, erosión de los ángulos limitantes, y apertura de fugas. Pero enajenados/as en la sociedad del golpe, su hegemonía, tal como lo estamos después de 50 años de mantra publicitario, sus estructuras de reconocimiento, sensoriomotricidad, el acontecimiento de lo disidente, del cuerpo, lo menor, comparecerá como negatividad antisocial, delito y delincuencia, que amerita más sociedad del golpe.

Alejandra Castillo: Sí, sin duda,hay modos de pensar el cuerpo de la política como un exceso no traducible a la hegemonía neoliberal. Quisiera volver a la escena de la revuelta que vivimos en el año 2019 y que auguraba la reorganización de lo común en la medida que descentraba, así parecía, al individuo posesivo que narraba la subsidiaridad, las privatizaciones y la transformación de los derechos en bienes. Sin embargo, la posibilidad de tal descentramiento, no ocurre, lo sabemos. Lo que tenemos es la conmemoración de los 50 años del Golpe con una derecha en alza a juzgar por su presencia en el Congreso, por el increíble rechazo a la Propuesta Constitucional en el plebiscito del 4 de septiembre del 2022 y por el alto porcentaje de votación alcanzado por la ultra derecha para la conformación del Consejo Constitucional que redactará una nueva propuesta constitucional. Entonces vuelvo a lo enunciado al inicio sobre las marchas y lo masivo de la protesta que parecía prever una alteración de las prácticas políticas en Chile. Las políticas de la igualdad declaradas en la agitación de la revuelta, se declaran, son un cuerpo que se dice en voz en cuello, en canto, en consignas que acompañan el paso a paso de una muchedumbre que no oculta los modos en que imagina la convivencia en común y los mecanismos para alcanzarla. Esta visibilidad callejera, anudada a voz y cuerpo en exposición, es el signo que hace posible unir dos tiempos: el de la revuelta del 2019 y el de la Unidad Popular, índice de una política de alteración, exceso no traducible al neoliberalismo. Por el contrario, las convocatorias de la derecha son mínimas y su declaración es, principalmente, viralizada por “bots” y expuesta en avisaje pagado en redes sociales. A pesar de la supuesta exposición en las redes sociales, la constitución del sujeto del neoliberalismo es silente, es un pacto entre un espectador sujetado al miedo y la promesa que ofrece la derecha de volver a la verdadera nación. La sociedad del Golpe es la sociedad del miedo a perder el estatus de individuo posesivo, no habría que olvidar que el propio concepto de ciudadanía se organiza en esa misma definición de individuo.

Rodrigo Karmy: Me gusta mucho el giro que hemos propuesto, sobre todo, porque, a decir de Alejandra, la unión de tiempos heterogéneos, el de la Unidad Popular y el de la revuelta de 2019 expresaría no la sociedad del golpe (me preguntaría si la noción de “sociedad” no es ya una noción necesariamente “del golpe”), sino la sociedad de la fiesta o, si se quiere, la fiesta de los pueblos en la que la sociedad se ha suspendido, se ha dislocado. Pero “fiesta” en el entendido de un “presupuesto” que deja abierta la cuestión de que lo colectivo carece de todo presupuesto. Si vamos a girar, entonces pensemos la fiesta que significó la Unidad Popular y la revuelta de 2019 como dos tiempos en que irrumpen los pueblos de Chile, gestualidad erótica no traducible ni a las lógicas del otrora pacto oligárquico de 1925 ni a las de 1980. Ambos pactos quedaron destituidos por la fiesta acontecida: la Unidad Popular en la primera, la revuelta popular del 2019 en la segunda. La fiesta es siempre aquí colectiva y destructiva, por supuesto. Hay saqueos, danza, voces múltiples, barricadas de todo tipo, de fuego, de cuerpos, de imágenes que despuntan en la tropelía de una imaginación que estalla en disfraces capaces de suspender, por un instante –un instante no medible por la temporalidad cronológica, sino por la de una temporalidad imaginal – las formas de subjetivación neolliberal y su individualismo posesivo. Dicho de otra forma: el sujeto neoliberal propio de la sociedad del golpe es el sujeto que odia la fiesta, que detesta la risa, en suma, es una cristalización más de la culposidad inoculada por el portalianismo y su “filosofía negativa”, la matriz trágico-cristiana de lo político (en la que se anuda la cuestión pecado como “culpa”). Por supuesto, la risa aparece en la publicidad una y otra vez, pero esa risa no es la risa de la fiesta, sino la del goce, una risa “negativa” para jugar con la noción que traía Willy, una risa privada de gestualidad, comedia capitalizada por la tragedia. La risa colectiva y destructiva, abigarrada de gestualidad sería aquella que, por ejemplo, se asoma en esa fotografía en la que Allende está rodeado de niñes que rodean y sonríen junto al “compañero –presidente”. La risa desierta de toda gestualidad, en cambio, es la risa del capital cuya forma antropológica aparece en el individualismo posesivo, en la medida que tal risa ya estaría programada en el régimen de traducibilidad propio de la equivalencia general. En este sentido, tendríamos que medirnos con lo que habitualmente se llama “tradición” y que contempla una forma específica de lo político articulado por una “filosofía negativa”. Noción de lo político en que la noción de orden y estabilidad, en suma de oikonomía resultan preponderantes. Donde hay fiesta ¿no hay pólis? –podríamos preguntar. Quizás, hasta ahora no hemos pensado la politicidad de la fiesta y cómo ésta altera desde los cuerpos la dimensión misma de lo que comprendemos por “política”. Una lectura de dicha “fiesta” puede mostrarnos la vía para una política, un conato, una república plebeya si se quiere. ¿Es política la fiesta, la república de los cuerpos que irrumpe? Podríamos decir que sí y no: “si” en cuanto admite una alteración de la forma habitual de lo político donde tal alteración ya tendría el carácter político más allá de su forma “negativa”; pero justamente “no”, en cuanto no calza con la “filosofía negativa” (la onto-teo-logía) que históricamente ha comprendido –o ha pretendido comprender- lo político. Por eso la frecuente virulencia que escuchamos contra estas dos experiencias. Porque, quizás, no calzan con la dimensión “negativa” de lo político a la que se nos ha acostumbrado desde la tradición filosófica. De hecho, desde el discurso oligárquico se calificó a la revuelta popular de “brote pulsional” o de “lumpenfascismo”, denominaciones que pretenden no otorgar el carácter “político” a la república de los cuerpos sobrevenida y que insisten en su portalianismo al negar la posibilidad de que los pueblos puedan devenir deliberantes. Si seguimos el hilo desarollado hasta aquí, podríamos aproximarnos a una lectura posible de lo político desde la república de los cuerpos (el conato plebeyo) señalando que, quizás, la cuestión decisiva sea cómo esa república de los cuerpos, en su carácter “afirmativo”, es capaz de alterar y tensionar la propia noción “negativa” de lo político y cómo dicha alteración produce aperturas democráticas y transformadoras de corte inédito.

Willy Thayer: Me parece relevante el vínculo que propones entre el “presupuesto afirmativo” y la “sociedad de la fiesta”. Y la tensión entre sociedad de la fiesta y sociedad del golpe. También tu formulación resalta la contradicción que el nombre “sociedad de la fiesta” encierra, porque ya “sociedad” implicaría siempre una negatividad que odia la fiesta como aquello que amenaza suspenderla. La sociedad sería, entonces, negación, violencia a contrapelo de la ilimitación de la fiesta; y la fiesta, fuerza afirmativa que erosiona el límite, la negatividad societal. “Fiesta o polis“, decías más arriba. Es necesario desenfundar un poco más la noción de fiesta que aplicada a la Unidad Popular y a la Revuelta de 2019 resulta, creo, atenuada. En una fiesta, dice un poema popular, “se come y se bebe sin basija”. Algo así como: el vino fuera de las botellas y las copas, las uvas fuera de sus granos, los cuerpos fuera de sus vesículas. Disuelta la diferencia dentro/fuera, nada en la fiesta sería interior o exterior. Nada de barricadas que tracen fronteras significativas, entonces, nada de sacos que puedan ser saqueados, ni de superficies que delimiten contornos, ni de disfraces y danzas que estabilicen representaciones, poses, programas, acciones. Nada de esas otras vesículas o estuches que son el género y la especie, nada de reconocimiento por tanto. La fiesta, una especie de “nube que ríe de los testigos porque no hay prisa que pudiera describirla” (Wislawa Szymborska), y porque se traga a los testigos en una especie de mutación abstracta, sin topología ni estabilidad de las diferencias, variando siempre su modo de acontecer. Una pura y rigurosa enunciación que pausa al cero los enunciados y que, por lo mismo, no llega ella a enunciado, como si se aproximara a muchos para mantenerse lejos de todos. Una performance, entonces, que en la pausa rigurosa de su acontecer, hace visible los marcos y ordenamientos. En una fiesta tamaña, no resulta pertinente hablar de colectivos, de grupos, partidos, sindicatos, asociaciones, sociedad. Ni hablar, ni articular se podría. La risa de la fiesta, como sonrisa de Mona Lisa, desbocaría la lengua. Y cómo escribir de la Unidad Popular, su fiesta, sin escribir de sindicatos, partidos, colectivos, grupos y agrupaciones, asociaciones, muchedumbres movilizadas en la novedad de su reconocimiento. Un predicamento así sería más afín a la Revuelta, tal vez, sus manadas intolerantes de los partidos y conducciones. Pero, se escribe acaso la revuelta en una afirmatividad tal que, en la lengua de la sociedad negativa, escribe eficazmente la pausa de la sociedad negativa? El predicamento resultaría, tal vez, más verosímil como descripción de una fiesta “en cuanto tal”? Pero ¿qué podría ser una fiesta “en cuanto tal”? No una fiesta, en cualquier caso.

En fin, y para acá quería venir. No habría solo un tipo de presupuesto-fiesta, sobre todo si consideramos que dicho presupuesto no es algo sustantivo que existe autárquicamente antes del lenguaje, de la sociedad que en su articulación lo trasunta. Es más bien en esa articulación, en cada caso, donde una política de la fiesta barrunta su presupuesto, cada vez. En este sentido creo que la “fiesta” de la Unidad Popular y la “fiesta” de la revuelta de 2019, serían más homónimas que sinónimas. Hay mucho que hacer el día mismo de la fiesta y el día después de la fiesta de la Revolución Socialista Democrática de Allende. La fiesta revolucionaria cruza su zona cero, destructiva, en el método de una moral provisoria, de un programa, un guion. No habría programa en la fiesta de la Revuelta, aparte del guion de la sociedad del golpe del que se sacude. Más que un “qué hacer en el día y el día después de la revuelta, la fiesta de la revuelta desanda todo quehacer, acción, teleología, producción. Vuelve visible la interfaz, el entertainment negativo de la sociedad del golpe que, hecha una con los cuerpos, opera silenciosa. Su proyectil toca la vejiga comprensora que nos constituye, desestabilizando su régimen escópico. En todo caso, junto con una “república de los cuerpos que tensiona la comprensión negativa de lo político produciendo aperturas democráticas y transformadoras de corte inédito”, como escribe Rodrigo, “lo que tenemos también, y hegemónicamente, “sería la conmemoración de los 50 años del Golpe con una derecha en alza a juzgar por su presencia en el Congreso, por el increíble rechazo a la Propuesta Constitucional en el plebiscito del 4 de septiembre del 2022 y el alto porcentaje de votación alcanzado por la ultra derecha en la conformación del Consejo Constitucional para una nueva propuesta de Constitución”, como escribe Alejandra. Tendríamos, entonces, a lo menos, o a lo más, el pliegue de una “asamblea de los cuerpos” como un presupuesto o reserva corporal afirmativa, lo que Salvador Allende nombraba como la “semilla que no podrá ser cegada definitivamente nunca”, porque sería condición también de lo cegador. Una última cosa al salir. En esta afirmatividad de la fiesta, resuena una cantinela bastante antropológica, hundida aún en la excepcionalidad de lo humano que no deja de empinarse en tono imperial. Tal vez la izquierda, la izquierda de la izquierda, digo, debería abrirse —lo viene haciendo desde hace tiempo— a una política anhumana, una política, una impolítica desprendida de la excepcionalidad humanista.

NOTAS

i https://www.youtube.com/watch?v=JrrqxhcFeIg&t=983s

ii https://www.youtube.com/watch?v=I9wC_8sj_4g&t=3647s

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