¿Cómo sería posible cambiar realmente la sociedad y la cultura en la que vivimos? Las reformas e incluso las revoluciones, aunque transforman las instituciones y las leyes, las relaciones de producción y los objetos, no cuestionan esas capas más profundas que conforman nuestra visión del mundo y a las que habría que llegar para que el cambio fuera realmente radical. Sin embargo, tenemos experiencia cotidiana de algo que existe de forma diferente a todas las cosas e instituciones que nos rodean y que las condicionan y determinan: el lenguaje. Ante todo, nos ocupamos de las cosas nombradas, y sin embargo seguimos hablando en susurros y a medida que suceden, sin cuestionarnos nunca lo que hacemos cuando hablamos. De este modo, es precisamente nuestra experiencia original del lenguaje la que permanece obstinadamente oculta para nosotros y, sin que nos demos cuenta, es esta zona opaca dentro y fuera de nosotros la que determina cómo pensamos y actuamos.
La filosofía y el saber de Occidente, enfrentados a este problema, han creído resolverlo asumiendo que lo que hacemos cuando hablamos es promulgar un lenguaje, que la forma de existencia del lenguaje es, es decir, una gramática, un léxico y un conjunto de reglas para componer nombres y palabras en un discurso. Ni que decir tiene que todo el mundo sabe que si tuviéramos que elegir conscientemente cada vez las palabras de un vocabulario y juntarlas con la misma consciencia en una frase, no podríamos hablar en absoluto. Sin embargo, en el curso de un proceso de elaboración y enseñanza que ha durado siglos, la lengua-gramática ha penetrado en nosotros y se ha convertido en el poderoso dispositivo a través del cual Occidente ha impuesto su conocimiento y su ciencia a todo el planeta. Un gran lingüista escribió una vez que cada siglo tiene la gramática de su filosofía: lo contrario sería igual de cierto y quizá más, a saber, que cada siglo tiene la filosofía de su gramática, que la forma en que hemos articulado nuestra experiencia del lenguaje en una lengua y en una gramática determina también fatalmente la estructura de nuestro pensamiento. No es casualidad que la gramática se enseñe en la escuela primaria: lo primero que debe aprender un niño es que lo que hace al hablar tiene una estructura determinada y que debe ajustar su razonamiento a ese orden.
Por tanto, sólo en la medida en que consigamos cuestionar este supuesto fundamental será posible una verdadera transformación de nuestra cultura. Tenemos que intentar repensar de nuevo lo que hacemos cuando hablamos, adentrarnos en esa zona opaca e interrogarnos no sobre la gramática y el vocabulario, sino sobre el uso que hacemos de nuestro cuerpo y de nuestra voz cuando las palabras parecen salir casi solas de nuestros labios. Veríamos entonces que lo que está en juego en esta experiencia es la apertura de un mundo y de nuestras relaciones con nuestros semejantes, y que, por tanto, la experiencia del lenguaje es, en este sentido, la experiencia política más radical.
16 de febrero de 2024
Giorgio Agamben
Fuente: Quodlibet.it

