Rodrigo Karmy Bolton / Los cuerpos son espectros y nada pueden hacer los muros

Filosofía, Política

Los cuerpos son espectros. Como tales, pueden atravesar paredes, pueden traspasar muros. Pongamos las cosas a la inversa de cómo las analiza Wendy Brown en Estados amurallados: su punto de partida es que la proliferación de muros por todo el orbe no expresa la fortaleza sino la debilidad de la soberanía estatal-nacional. Los muros se erigen, pues, como prótesis del Estado (una prótesis de la prótesis, dado que el Estado moderno es ya, según Thomas Hobbes, una prótesis) o, si se quiere, como un simulacro de un poder que su misma instauración atestigua no tener. La imagen omnipotente de los Estados amurallados sería expresión de misma debilidad. La observación de Brown es interesante en un cierto nivel porque permite mostrar al muro como una suerte de compensación fallida, una prótesis que no colma la función para la cual está llamado a reemplazar.

Si los muros construidos en Palestina o aquél instaurado en la frontera mexicano-estadounidense constituyen una compensación fallida es precisamente porque el flujo de población que insiste en traspasar los muros no se detiene ni se detendrá porque exista un muro. Podríamos decir que este es, precisamente, el nivel de Brown ni analiza: que los cuerpos atraviesan muros porque lejos de ser compuestos de forma-materia (noción aristotélica) o cosas extensas (modo cartesiano), los cuerpos son espectros. Todo espectro es tal porque está presente y ausente a la vez, está dentro y fuera simultáneamente o, si se quiere, está vivo y muerto al mismo tiempo. Justamente, por su textura espectral los cuerpos pueden atravesar muros. Sea escalándolos, burlándose de la policía, cavando grandes túneles por los que se alcanza a mirar el otro lado, o simplemente, derrumbándolos cuando la potencia colectiva alcanza una intensidad decisiva. Todos los muros han sido derribados, y todos han sido traspasados históricamente.

En este sentido, los muros –como los mecanismos de defensa en el psicoanálisis o en los dispositivos inmunitarios del derecho, la medicina o en la biopolítica moderna en general- operan en un cierto nivel, pero en otro caen. Los muros caen, porque los cuerpos les atraviesan. Y su atravesamiento reside en que todo cuerpo es espectral. Así, el flujo migratorio: la ilusión fascista es pensar que el flujo imaginal de los cuerpos puede detenerse con la fuerza. Posiblemente se podrá detener por algún momento, hasta que, tal como ocurre con el oleaje marino respecto de las rocas, los dispositivos orientados a parar el flujo simplemente ceden. Se abre una fisura por algún lado, por otro; en suma, los cuerpos atraviesan muros y seguirán haciéndolo como lo han hecho por miles de años.

Si la observación de Brown es cierta, esto es, que un muro tan solo es la ilusión omnipotente de una impotencia, la construcción soberana de una soberanía agotada -acaso la soberanía moderna fue siempre eso-, cabría convocarnos a pensar cómo es que los cuerpos –ya no los muros- devienen rizomáticos –mucho más que los propios muros pueden serlo, por ejemplo, en la situación Palestina. Rizomáticos porque multiplican sus ramajes por todos lados e infunden una verdadera guerra microfísica, pero decisiva, contra los muros apostados. Los cuerpos terminan por traspasar un muro. Una bala, un guardia, un auto de alguna policía son parte de ese muro. Pero, en Europa, el muro más grande es el mediterráneo: la dolorosa imagen del cuerpo del niño Aylan Kurdi flotando sobre las costas europeas muestra que, si bien todos los cuerpos pueden atravesar muros, no todos lo logran. Pues no se trata de un cuerpo, sino de miles que no dejan de golpear los cementos, nadar los océanos, y sortear las policías “humanitarios” para terminar en campos de internamiento.

Pero los cuerpos rompen muros, los quiebran, y no han dejado de hacerlo cuando las potencias se convocan y los cuerpos asumen que su vitalidad reside precisamente en su dimensión espectral: entre lo vivo y lo muerto, lo incorporal y corporal, su espectralidad o imaginalidad porta la dimensión de la mutabilidad por la cual toda cosa deviene otra de sí. Los muros están perdidos. Como la soberanía. Los cuerpos pueden porque irrumpen sin aviso en un enjambre de brazos, piernas, voces, llantos. Enjambre que golpea en un muro hasta convertirlo en una enorme pantalla en la que los pueblos proyectan lo irredento de sus sueños. Los muros en Palestina son, para Israel, simples muros, cortes sino destrucción de paisajes. Para Palestina son el vocabulario de la libertad, libro abierto de la esperanza, ventana por la que entra el aire a pesar del encierro; en el fondo, una resistencia devenida verdadera forma-de-vida. En esa escena, los muros ya han comenzado a ser traspasados, los muros han comenzado a perder su fuerza protésica, estúpida ilusión de restitución de una soberanía ya diluida.

Los cuerpos agotan. Porque los cuerpos terminan por dejar sin efecto a los muros que les contienen y domestican hasta transformarlos en masa. Pero esas masas son mutables porque son y siguen siendo cuerpos y porque, en cuanto tales, terminarán un día por atravesar las fronteras y burlarse de la ilusión fascista que tiene una única pretensión: conjurar los espectros. Por eso, el fascismo está lleno de “mística” porque precisamente constituye una afrenta decisiva contra la espectralidad de los cuerpos. Es inquisitorial porque persigue espectros: el migrante, el gay, el comunista, la mujer entre tantos otros. Porque, justamente, el fascismo pretende que los cuerpos no traspasen muro alguno y que todo muro efectivamente sirva para su cometido. En sus delirios místicos, el fascismo “cree” en la ilusión amurallada porque él mismo no es otra cosa que un muro; en suma, se autoafirma como pura voluntad de poder, simple soberanía que ha dejado toda mediación institucional para devenir directa y absolutamente, policía. Su ilusión es que nadie ni nada será capaz de atravesarlo. Ni siquiera una espada. Pero el fascismo, como los muros analizados por Brown, ya están traspasados, atravesados de espectros y son, en última instancia, soberanías diluídas, autoridades ya destituidas. En vez del fascismo, cuerpos. En vez de muros, espectros. Solo de esa textura imaginal vivimos, solo esa composición somos. Y no habrá conjuro que lo cambie.

Mayo 2024

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