Aldo Bombardiere Castro / Trituradora

Filosofía, Política

“Fue espantoso observarlo [a Von Neumann] saltando arriba y abajo igual que un niño sobreexcitado mientras trataba de ver por encima de la muchedumbre, frotándose las manos y mordisquéandose las uñas al sentir las vibraciones de aquella lenta procesión de instrumentos de la muerte, tal vez los mismos que luego arrasaron Europa, triturando los huesos de los vivos y los muertos, puntas de lanza de la tempestad de acero que los nazis desataron sobre el continente antes de comenzar el meticuloso exterminio de mi pueblo de todas las formas imaginables”

Benjamín Labatut, en Maniac

El pasado viernes 10 de mayo, ante el pleno de la Asamblea General de Naciones Unidas, el Embajador de Israel en dicho organismo, Gilad Erdan, de ascendencia rumana, introdujo en la Carta de Naciones Unidas en una trituradora eléctrica. ¿El motivo? La indignación israelí frente a la abrumadora mayoría de Estados (143 a favor; 25 abstenciones; 9 en contra) de acuerdo con la ampliación de derechos de Palestina en el seno de la ONU, haciéndola pasar desde el status de Estado observador no miembro a Estado miembro de derecho pleno. Como se sabe, esta resolución no es, de suyo, vinculante, pues requiere de la aprobación del Consejo de Seguridad, instancia donde las potencias occidentales y particularmente EEUU suelen hacer efectivo su derecho a vetar propuestas emanadas de la Asamblea. No obstante, desde la perspectiva simbólica brinda un apoyo considerable a la causa de autodeterminación política del pueblo palestino, y más aún en el contexto de la intensificación del genocidio que actualmente ejecuta Israel en Gaza.

En efecto, la indignación israelí, antes que guardar relación con la adopción de posibles políticas o regímenes de sanciones que podrían adoptar los Estados de acuerdo con su deber de cautelar el Derecho Internacional, constituye un punto de fuga, una asonada de oscuridad donde, sin embargo, nos es permitido contemplar la esencia de nuestra época, la época de lo ominoso. Por cierto, como si se tratara de la más cobarde y manipulada, de la más espectacularizante, industrial e insaciable sed de odio, en la trituración de la Carta de Naciones Unidas se deja entrever el peso metafísico de estos tiempos, esto es, la metafísica de una fatalidad técnica donde la hegemonía del discurso desnuda, sobre la misma performatividad de su autodestructiva pronunciación, la inesencial producción de su esencia: el poder del poder y la dominación sin hegemonía. Así, en aquella escena se simboliza al tiempo que retrata, se dibuja al tiempo que desnuda, la cruda miseria del devenir neofascista del capital: el poder del poder que, con toda la arbitrariedad de su odio, se encuentra a la base del orden que dicho poder ha impuesto cuando, en un estadio embrionario, se vestía de hegemonía (ideología) liberal.

Por lo mismo, podríamos decir que a nivel geopolítico el contenido de la escena no aporta nada que antes hubiéramos ignorado. Efectivamente, el Estado colonial de Israel continúa intensificando su genocidio en Gaza al invadir Rafah, ello pese a contar con la oposición discursiva de muchos gobiernos, y, a la vez, disfruta de la más absoluta impunidad, cuestión que ha venido siendo la tónica desde el año 1948. El desprecio por el Derecho Internacional que evidencia la entidad sionista, por otra parte, tampoco constituye algo nuevo. Israel es uno de los pocos países que no reconoce la jurisdicción ni de la Corte Penal Internacional ni de la Corte Internacional de Justicia. Sumado a ello, tampoco ha adherido al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares promovido por el Organismo Internacional de Energía Atómica, cuestión que, considerando la gran cantidad de ojivas nucleares que posee el Estado sionista (entre 80 y 400, según las estimaciones del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo), representa por sí mismo un fracaso de la arquitectura internacional. Junto a la anterior, ha incumplido las múltiples absolutamente todas las resoluciones emanadas de la Asamblea General de la ONU, así como las recomendaciones de múltiples organizaciones de derechos humanos y del Tribunal Russel ante las violaciones sistemáticas que realiza de éstos contra el pueblo Palestino. Finalmente, la actitud “poco diplomática” de los funcionarios israelíes viene cobrando una acentuada agresividad desde hace años (donde el atentado a la Embajada de Irán en Damasco marca un punto cenital), lo cual resulta correlativo tanto con la exacerbación de la violencia supremacista que domina a la sociedad israelí (donde, como ha analizado Ilan Pappe, desde los años 90 el sionismo ha promovido su racismo desde los medios de comunicación hasta los textos escolares, pasando por el uso del imaginario religioso) como con las políticas coloniales encaminadas hacia una fase de solución final contra el pueblo palestino.

Dicha agresividad diplomática de Israel se desarrolla sobre un suelo geopolítico marcado por grandes intereses económicos y extractivos. Hace algunos meses, y ante la misma Asamblea, Netanyahu presentó el proyecto que busca apropiarse de los yacimientos gasíferos del Mediterráneo oriental, situados exactamente frente a Gaza, con el fin de- una vez entroncado al oleoducto proveniente de Arabia Saudita- maximizar y abaratar los costos del abastecimiento de gas a Europa, sobre todo tras el bloqueo que ésta ejerce contra Rusia.

En suma, como si se tratara de una parodia altamente cruel y vergonzosa, el contenido geopolítico de la escena, la indigna indignación con que Erdan tritura la Carta, exhibe por enésima vez y con mayor alevosía, aquello que durante estos últimos siete meses ha quedado más y más en evidencia para los pueblos del mundo: la amalgama de desprecio e impunidad de la cual ha gozado Israel, con la venia y los intereses cruzados de las grandes potencias occidentales, a través de la totalidad de su proyecto colonial. De esta manera, la brutalidad del actuar de Erdan en el salón de un supuesto lugar de diálogo como es la Asamblea constituye una reafirmación performática del horror y de la fuerza más delirante, del poder más bestial, arbitrario y unilateral.

*

¿Y? ¿Y qué? ¿Acaso no lo sabíamos? Sí. Pero, aunque lo sabíamos y lo esperábamos, en la intensificación gradual de la brutalidad, algo nuevo se gestualiza. Aunque en términos geopolítico, de por sí, nada de esto sea novedad, la brutalidad de la escena, su falta de diplomacia, da cuenta de un aspecto de nuestra existencia que, asumido por obvio, demanda ser destacado y, por cierto, razonado; razonado incluso asumiendo todo el peso de una rabia que, para quienes solidarizamos “en” Palestina, lejos de la buscar venganza, no deja de clamar justicia.

Se trata de un doblez. Como si se tratase de una escena sinecdóquica, figura literaria cuya operación consiste en llamar al todo por la parte o a la parte por el todo, pareciera que la figurada falta de diplomacia, la carencia de modales, las falsedades, el simplismo argumental, las manipulaciones y, en suma, la indecencia del Embajador israelí ante la ONU, exhibiera un sentido ominoso que atormenta nuestro imaginario moderno: la literal falta de diplomacia, cuya arbitrariedad, siempre oculta pero ubicuamente presente a la base de todo el sistema internacional, ha terminado quedando expuesta gracias a un Estado de Israel que, justamente mientras denuncia al organismo internacional, aprovecha de utilizar el mismo poder que lo funda: el poder del poder (Anderson, 2024). Las partes y el todo, los Estados y la civilización, el diagrama conformado por los intereses económico-financiero, de un lado, y por la hegemonía discursiva de las naciones, de otro, termina refiriendo a una sola y misma dinámica: el poder del poder. Es decir, se trata de la sofisticación de una barbarie capaz de alternar tanto la vergüenza como el orgullo de sí, de encubrir y descubrirse, según el son de los tiempos, su única y última verdad: ante la falta de razón, más que el arte de habitar la an-árchica erótica del pensamiento y la seducción imaginal, lo que se impone es la fuerza que intenta asegurar la propia fuerza: el poder.

*

Volvamos a la escena, a la acción de Erdan triturando la Carta de Naciones Unidas. Pero volvamos teniendo en mente la imagen de su contraparte, de aquella materialidad que resulta triturada. En ella asistimos a una extraña dialéctica de la resistencia, un papel que, mientras es triturado, resiste a su aniquilación, a su borramiento absoluto. A su vez, volvamos a la escena considerando la solidaridad con la resistencia palestina, la solidaridad “en” Palestina que hoy en día vivifica la dignidad de los pueblos del mundo, y cuya bandera continúa proliferando, como si se tratara del preludio de una implosión emergida desde el corazón mismo de las tinieblas, en las universidades de EEUU, de algunos países europeos y otras partes del mundo.

“Pueden ver lo que están infligiendo a la Carta de la ONU con este voto destructivo. Ustedes están triturando la Carta de Naciones Unidas con sus propias manos”. Esas fueron las palabras de Erdan, y procedió a triturarla. Hay dos aspectos realmente ominosos en la conjunción entre sus palabras y su acción: uno metonímico, el cual busca confundir la causa con el efecto; otro puritano, el cual hace de la racionalidad técnica un afán de limpieza (étnica).

Por un lado, se trata de una metonimia de la victimización, la cual atribuye al real causante de la acción de trituración del orden internacional, Israel, el lugar de quien recibirá los efectos de tal acción. Es decir, Israel vuelve a posicionarse en el lugar de la víctima, pero víctima que ahora, tras la ampliación de derechos que la Asamblea le ha reconocido a Palestina, ya no contaría con el respaldo del Derecho internacional, emanado tanto de la Segunda Guerra Mundial y de las atrocidades del Holocausto, ni tampoco de la ONU, institución que recomendó la partición de Palestina en 1947 para dar pie a la fundación de Israel. Así bajo el prisma sionista, Israel yacería expuesto a la injusticia de un presunto complot internacional consistente, justamente, en aniquilar aquello que, en realidad, Israel siempre ha violado de la manera más impune: el sistema internacional de derechos humanos. Con tal movimiento metonímico, cuya función es presentar al victimario (el verdadero causante de la aniquilación del Derecho Internacional) en calidad de víctima (el supuesto afectado por los efectos de tal aniquilación), Israel atribuye a los 143 Estados que apoyan a Palestina, la responsabilidad de llevar el orden internacional al estado de guerra; estado de guerra, al cual, por cierto, el mismo Israel, en lugar de oponerse, ahora habrá de adherirse con mayor brío para, según la narrativa paranoide del colonialismo sionista, ejercer su (genocida) derecho de autodefensa, tal cual lo refleja la intensificación del genocidio con su invasión de Rafah.

Por otra parte, la escena contiene un gesto ominoso, en cuyo sentido simbólico se revela, además de un desprecio, un fetichismo tecnológico. Al contrario de cómo realizaría cualquier persona indignada a la hora de destruir un documento, Erdan no destruye la carta con sus propias manos, sino que lo hace con una máquina: una trituradora eléctrica. Es decir, lo hace con un aparato artificial -innecesario-, con un instrumento cuya finalidad consiste, al igual que las armas que Israel exporta con el valor agregado de haber sido probadas en terreno (el cuerpo de lxs palestinxs asesinadxs), en la destrucción, y el cual, en este caso, opera como símbolo de petulancia. La señal es la siguiente: Israel ahora desprecia tanto la Carta que no se ensucia las manos, sino que utiliza un aparato, una máquina, para evitar ensuciarse, dejando encapsulado en su interior los filamentos de papel perfectamente proporcionados.

Así, la acción es doblemente significativa en su performatividad (in)táctil, pues junto con insinuar la pulcritud puritana del poder tecnológico, expresada por un aparato capaz de volver intocable los desechos de la Carta, salvando al triturador de ensuciarse con aquella hoja triturada sobre la cual se dibujaba la abstracción normativa del planeta, también remite a una dimensión siniestra de la racionalidad tecnológica puesta al servicio de la muerte. En este último sentido, la trituradora evoca las técnicas de tortura que van desde la mecánica clásica, como la inmovilización y posturas forzadas aplicadas contra lxs palestinxs en las cárceles de Tel Aviv, hasta los drones de inteligencia artificial que emiten llantos infantiles para atraer a sus progenitores a los ojos de los miembros del ejército genocida de Israel.

Por lo anterior, no deja de resonar un contraste que nada tiene que ver con la facticidad del poderío, sino con las mismas raíces constitutivas de las relaciones de poder. Se trata de un contraste esencial entre, de un lado, la potencia de expresividad vital en el seno habitable de una forma-de-vida solidaria “en” Palestina y, de otro, la de quienes adhieren a la captura colonial, supremacista y securitaria del sionismo: mientras estos últimos trituran el mundo sin mancharse las manos, en las acampadas universitarias que proliferan por el primer mundo, la elite juvenil de dichos países se ha de exponer a los golpes y a las armas que portan el rótulo de Israel henchidas de un ímpetu ético capaz de poner activar la imaginación más allá de cualquier cálculo pequeño o defensa de privilegios de clase. Dicho de una vez: mientras el sionismo busca higienizar el mundo para, sin mancharse las manos, homogeneizarlo bajo la transparencia securitaria del gran capital tecnológico y cibernético, los universitarios se ensucian los pies hasta la cintura, abrazando a los sucios y a los ninguneados, siendo basureados junto a todos los basureados del mundo, es decir, perseverando en el conatus de su palestinización.

*

Quizás en ello resida esa reafirmación de lo mismo de la cual hablábamos en un comienzo: la mostración, cada vez más evidente y contra toda hipocresía, de lo que siempre ha sido así. Al final, la dignidad parece yacer atravesada y conmovida por el soplo de una eterna constante: ellos tienen tanques, nosotros tenemos piedras. ¿Siempre será así? Sí: porque las piedras no se pulsan como el gatillo de las armas ni el botón de las trituradoras eléctricas; las piedras se abrazan, se rodean con la concavidad de nuestras palmas y, tras irrigarlas de aquel ancestral fuego sagrado, las arrojamos al porvenir.

Lecturas

Anderson, Perry (2024): “El derecho internacional del más fuerte” en Le Monde Diplomatique (Edición Chilena), Marzo, 2024. Disponible en línea: https://www.lemondediplomatique.cl/2024/03/el-derecho-internacional-del-mas-fuerte.html

Rodríguez, Olga (2024): “El mundo contempla cómo Israel tritura la Carta de Naciones Unidas y el derecho internacional” en elDiario.es, 11 de Mayo, 2024. Disponible en línea: https://www.eldiario.es/internacional/mundo-contempla-israel-tritura-carta-naciones-unidas-derecho-internacional_129_11358175.html

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.